El ejercicio del pensar con libertad tiene hoy en frente a un
enemigo tan grande como un elefante. A propósito de ello, entre 1922 y 1927,
George Orwell, quien dos décadas después escribiría Animal Farm y 1984, sirve
a Gran Bretaña como parte de la policía imperial en Birmania. De aquellos años
surgirá el libro Los días de Birmania
pero también un artículo publicado en New
Writing, en otoñó de 1936, titulado, justamente, “Matar a un elefante”.
Allí Orwell cuenta las tribulaciones que tenía y la sensación
de estar prisionero de un punto de vista crítico frente a la actitud imperial
de Gran Bretaña y, en paralelo, tener un odio visceral hacia los nativos que lo
repudiaban como repudiaría todo nativo a un policía de la potencia que ocupa el
territorio. La tensión aparece con fuerza a partir del episodio de un elefante
que se había escapado y “se había vuelto loco” a tal punto que rompió casas y
asesinó a un hombre. Desesperados, algunos locales lo llamaron para que “el
policía Orwell” acabara con la bestia y al rato eran casi 2000 nativos quienes
se lo exigían a pesar de que el elefante ya se había tranquilizado y a pesar de
que Orwell no quería matarlo. La presión por representar el papel de policía
imperial ante la actitud de la multitud lleva a Orwell a las siguientes
reflexiones: “De pronto caí en la cuenta de que tendría que matar pese a todo
al elefante (…) Y fue en ese momento, allí de pie con el rifle en las manos,
cuando por primera vez capté la vacuidad, la futilidad del hombre blanco en
Oriente. Allí estaba yo, el hombre blanco, de pie, al frente de un ejército de
nativos inermes, cual actor protagonista de la escena, cuando en realidad no
era más que una absurda marioneta manejada por la voluntad de aquellos rostros
aceitunados que tenía a mis espaldas. Comprendí entonces que, cuando el hombre
blanco se vuelve tirano, es su propia libertad lo que destruye. Se convierte en
una especie de muñeco sin vida, hueco, mera pose (…) Y es que es condición de
su mando dedicar su vida a impresionar por todos los medios a los ‘nativos’, de
modo que en cada crisis ha de hacer lo que los ‘nativos’ esperan de él. (…) Tenía
que matar al elefante (…) [Si no lo hacía] el gentío se reiría de mí a la cara.
Y toda mi vida, como la de cualquier hombre blanco en Oriente, no era sino una
dilatada pugna para que no se rieran de mí”.
Pero déjenme hablarles de un segundo elefante, el cual alguna
vez hemos mencionado aquí. Me refiero al elefante que es el símbolo del partido
republicano estadounidense y que llevó al profesor de lingüística George Lakoff
a escribir, en 2004, un breve pero muy interesante libro llamado No pienses en un elefante. El libro está
dirigido a los demócratas y allí se intenta explicar cómo hacer para imponerse
en los debates públicos y triunfar en las elecciones. La conclusión general es
que si quieres ganar una discusión pública no debes luchar en el terreno del
adversario ni con las palabras de él. De aquí que un demócrata no debiera
pensar en un elefante porque ello implicaría pensar tal como lo hacen los
adversarios republicanos. El ejemplo que Lakoff pone es el de George W. Bush
presentando como un “alivio fiscal” una baja de impuestos para los ricos. Naturalmente
es mucho más digerible presentar esa medida como un “alivio fiscal” antes que como
una “reducción de impuestos” para ricos. Pero además, la palabra “alivio”
vinculada a lo fiscal presenta el pago de impuestos y a la existencia del mismo
Estado como una carga que es deseable reducir. En la actualidad, la lista de
eufemismos equivalente a “alivio fiscal” utilizada por los gobiernos en torno a
la pandemia, comenzando por “nueva normalidad”, etc., bien merecerían un
artículo entero pero usted ya las conoce.
Lakoff fundamenta su posición en la idea de ciertos marcos
cognitivos que todos tenemos y que se activan con determinadas palabras. Los
marcos son estructuras mentales que conforman nuestra manera de ver el mundo y
en Estados Unidos hay dos grandes tipos de marcos vinculados a la concepción de
familia que tienen demócratas y conservadores. Los conservadores tienen un
modelo familiar de “padre estricto” que supone que el mundo es un lugar
peligroso en el que hay que competir; que existe el bien y el mal absolutos y
que los niños nacen “malos”, en el sentido de que solo buscan hacer lo que les
place y en tanto tal, necesitan ser “enderezados” para poder vivir en sociedad.
Lo que se busca es un padre estricto que impulse la autodisciplina porque solo
el sujeto autónomo tiene posibilidad de ser exitoso en un mundo donde reina la
ley de la selva. Esto, claro está, tiene consecuencias a la hora de pensar
políticas públicas: un Estado que funciona como padre estricto debe propiciar
el mayor campo de libertad para el sujeto autónomo; pensar a sus habitantes
como ciudadanos y no como sujetos a ser tutelados; debe intervenir lo menos
posible y debe acabar con el proteccionismo. Por último tiene que comprometerse
con evitar políticas sociales que generen clientelismo y dependencia.
En cuanto al modelo de familia demócrata-progresista, Lakoff
lo llama “modelo de padre protector”. Desde este punto de vista, a diferencia
del modelo anterior donde era el padre el que imponía las condiciones, aquí
padre y madre son corresponsables de la crianza en igual medida; los niños
nacen buenos y, si se los cría fomentando la empatía y la responsabilidad,
pueden ser mejores; el mundo incluso puede ser más agradable de lo que es y no
hay un destino ineludible de competencia individualista, a tal punto que la
única manera de realizarse es en el marco de una comunidad sana e igualitaria
donde todos tengan las mismas oportunidades. Si este modelo lo trasladamos al
Estado, naturalmente nos daremos cuenta que aquí pensamos en un Estado mucho
más grande, preocupado por una redistribución más equitativa, que tiene en
cuenta a los grupos desaventajados por quienes vela a través de subsidios o
políticas de acción afirmativa, etc.
Los marcos son tan importantes que son capaces de hacer
rebotar los hechos que los contradicen. Así, acomodamos la realidad a la
necesidad de nuestras estructuras y valores. Lakoff escribió este libro antes
de la omnipresencia de los algoritmos que no hacen otra cosa que reforzar
creencias, de modo que ustedes pueden imaginar cuál es la situación en este
momento. Se trata, por cierto, de un fenómeno que, naturalmente, excede a los
Estados Unidos.
Elegí estos dos textos porque juntos explican los desafíos
del momento actual: nuestro accionar, como le ocurrió a Orwell, depende de la
presión cada vez más ubicua del “qué dirán” expuesto en las redes sociales; y,
por otra parte, en la terminología de Lakoff, se está creando una serie de
marcos que conectan un conjunto de ideas cuya relación se nos obliga a aceptar
como dada de manera acrítica. El fenómeno es transversal y no es propiedad
original ni de derechas ni de izquierdas. Por ejemplo, si alguien advierte
sobre las derivas autoritarias de algunos gobiernos en su accionar en el marco
de la pandemia, o exige libre circulación, acaba sintiéndose compelido a
militar contra las vacunas, primero esgrimiendo su derecho a impedir ser
vacunado y luego directamente fomentando cualquier teoría conspirativa que
pudiera generar zozobra en la población respecto de la eficacia de las vacunas.
Sin embargo, se podrían advertir las derivas autoritarias de algunos gobiernos
y no caer en posiciones tan obcecadas porque no hay relación necesaria entre
una cosa y la otra. Puedo ser el paladín de la libre circulación y hasta
demostrar que las cuarentenas no han sido efectivas pero de ahí no se sigue
oponerse a las vacunas y mentir en torno a ellas; podemos criticar el modelo
chino pero de ahí no se sigue afirmar que el coronavirus es parte de un plan
para gobernar el mundo a través de la implantación de vacunas que modificarán
nuestro ADN mientras las farmacéuticas hacen negocios.
Del mismo modo, defender la igualdad formal y sustantiva de
las mujeres y repudiar distintas formas de violencia que se ejercen sobre ellas
no necesariamente supone eliminar la presunción de inocencia, impulsar formas
de neoescrache y cancelación, o considerar que la lucha de los grupos LGBT
coincide con la de las mujeres. De hecho hay espacios feministas que toman
algunas de estas banderas al tiempo que desechan otras y a lo largo de la
historia, porque el feminismo existe desde hace ya muchas décadas, mujeres
verdaderamente revolucionarias enarbolaron las banderas de la igualdad sin
necesariamente suscribir al conjunto de reivindicaciones que hoy se exige; se
puede defender el aborto pero considerar que el denominado “lenguaje inclusivo”
quizás sea redundante; o se pueden esgrimir razones para justificar políticas
de acción afirmativa sobre determinados grupos de mujeres o sobre las mujeres
en general sin que eso suponga comprometerse con la idea de que el origen de la
desigualdad en el mundo obedece a una disputa entre varones y mujeres. Puede
que sea así pero la conexión no es necesaria y no es todo lo mismo.
Ni que hablar respecto del marco más general que genera una
presunta continuidad entre ser joven, antipunitivista, feminista, vegano,
ecologista, exigir la legalización de las drogas y militar contra el racismo.
Se pueden hacer conexiones entre todas estas reivindicaciones pero esa conexión
no es necesaria. Se puede militar contra el racismo pero repudiar la legalización
de las drogas y entender que se exagera sobre el cambio climático, del mismo
modo que se puede ser feminista pero ser punitivista y comer carne. Parece una
tontería tener que aclararlo pero en la lógica de las polarizaciones se nos
intentan vender paquetes completos. Algo así como “combos de ideas” de derecha
y de izquierda porque hay una necesidad de etiquetar para que el marco
identifique si el pedazo de realidad al que nos enfrentamos debe ser rechazado
o no. La presión social hace el resto. Es como si todos estuviésemos con el
rifle en la mano y 2000 nativos detrás exigiéndonos disparar contra el
elefante. En caso de rechazar hacerlo, no solo haríamos el ridículo y seríamos
el hazmerreir sino que correríamos el riesgo de la cancelación y la marginalidad
porque hoy el negocio es jugar dentro de un marco.
Lakoff considera que los marcos no son inalterables y Orwell,
casi 20 años después, se sacaría de encima prejuicios y escribiría dos
profundas críticas a los totalitarismos, tras la enorme decepción que causó el
stalinismo en su militancia socialista. De modo que no habría que perder la
esperanza pero el elefante que está adelante y que nos invita a la autocensura
es muy potente. Romper con las etiquetas, tratar de meternos en los marcos para
quitar la hojarasca de las falsas conexiones que nos compelen a un
comportamiento masificado, y evitar comprar paquetes enteros, son los grandes
desafíos que tiene hoy el pensamiento crítico que se digne de valiente y libre.
Se trata de una misión casi imposible. Pero, ¿quién dijo que pensar con
libertad iba a ser fácil?
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