martes, 17 de noviembre de 2020

Hacer a América global otra vez (publicado el 11/11/20 en www.disidentia.com)

 

“Muerto el perro se acabó la rabia”. Esa parece ser la lógica de buena parte de los análisis de las elecciones en Estados Unidos. Trump sería así una suerte de outsider oportunista que se alzó con el poder y creó una grieta política, social, racial, cultural e ideológica que sumió a la principal potencia del mundo en un mal sueño de 4 años. Nadie sabe cómo llegó allí pero ahora “está muerto” y la política estadounidense podrá volver a la alternancia bipartidista sin mayores estridencias. ¿Es esta lectura correcta? Me temo que no, o en todo caso solo acierta en el carácter outsider de Trump. El resto confunde deseo con diagnóstico. Porque Trump era el síntoma y no la enfermedad; un síntoma que corrió el velo y dejó expuesto todo. Esto no significa hacer de Trump un hombre virtuoso ni mucho menos. De hecho, quizás haya sido su narcisismo el que lo haya llevado a exponer, en la disputa contra sus adversarios, una radiografía de Estados Unidos. Pero no hagamos psicología barata…  

De todo aquello que Trump expuso, lo más sorprendente fue cómo dejó al descubierto el modo en que Silicon Valley, en tanto poder fáctico, establece las condiciones de la libertad de expresión. Efectivamente, subidos a una cruzada contra las fake news y los “mensajes de odio”, una casta de guardianes del buen decir cuyo nombre propio se desconoce impone una nueva moral pública. Algunos meses atrás Trump se lo había advertido a Twitter: o blanquean que tienen editores y entonces son un medio de comunicación más que debe atenerse a las reglas que le competen a un medio de comunicación, o dejan que la red social se autoregule y que cada uno diga lo que quiera aun cuando ese mensaje pudiera ser falso o pudiera ofender a alguien. Pero la suerte ya estaba echada: el presunto paraíso de la neutralidad de Twitter, Facebook, etc. desapareció el día en que estas megaempresas contrataron sus propios editores. Sumemos a esto a las grandes cadenas cortando el discurso en vivo de Trump o utilizando un graph en que editaban o respondían lo que él indicaba y la insólita situación por la cual, a casi una semana de la elección, Biden se ha transformado en el “presidente proyectado”. ¿Qué es esto de “presidente proyectado”? Como ustedes saben, más allá del conteo final y de denuncias de fraude a partir de situaciones sospechosamente anómalas, casi con total certeza, es un hecho que Biden será declarado presidente. Sin embargo, al momento en que escribo estas líneas aún no lo es. Por lo tanto, han sido las grandes cadenas las que han determinado que Biden es un “presidente proyectado”. A juzgar por el modo en que, salvo alguna excepción, todo el mapa de medios, analistas y encuestadores incluso ya en 2016, pero más aún en 2020, jugó contra Trump, podría decirse que Biden (o cualquier candidato demócrata) era el “presidente proyectado” por el mapa mediático desde hace mucho tiempo. Y la realidad no podía arruinar semejante proyección.    

Otro velo que Trump corrió es el de cierta hipocresía respecto de la defensa de la diversidad. Porque los discursos de la diversidad seleccionan diversidades como si hubiera identidades que no cumplen requisitos, o diversidades más diversas que otras. La diversidad religiosa estadounidense no califica como sujeto de la diversidad ni tampoco la identidad de los trabajadores que históricamente se sintió representada por los demócratas. Eso supone un problema: hay una mitad de los Estados Unidos fuertemente arraigada a la tradición, la religión, la familia, incluso en el derecho a la portación de armas y a ideas claramente de derecha pero todo ello es puesto en una misma bolsa en tanto “diferencia” que no será tolerada. Hay buenas razones para justificar ello y aquí estoy lejos de decir que todo es lo mismo o subirme a la agenda del Tea Party porque también sabemos los problemas que puede traer a la tolerancia tolerar a los intolerantes pero Trump obtuvo 70 millones de votos y allí hay una diversidad importante. ¿O acaso creemos que la mitad de los Estados Unidos reeditaría el Ku Klux Klan y saldría a matar negros o a sojuzgar mujeres? Algunos sí, pero la gran mayoría no. Repitámoslo: la mitad del país votó a un candidato como Trump. Y eso es mucho. En esos 70 millones hay votos de pobres, mujeres, negros, latinos, trabajadores, etc. que no se sienten representados por los demócratas y que no son unos fascistas locos. Muchos de ellos simplemente entienden que las políticas y los discursos globalistas no han traído beneficios para sus comunidades y prefieren al magnate outsider porque están hartos de la política, del establishment, de la corrección política, de los grandes medios. Nos hemos acostumbrado a desacreditar a los votantes de Trump pero son sospechosamente muchos y fueron muchos a pesar de la euforia de Wall Street tras el triunfo de Biden y de que probablemente lo hayan vencido porque la elección se dio en medio de una pandemia que, por supuesto, no fue manejada con prudencia pero que, de no haber existido, hubiera cambiado la suerte del republicano.

¿Por qué esta diversidad no califica de diversa como para ser respetada? Porque el discurso relativista allí demuestra que no es tal y las diferencias entre izquierdas y derechas son llevadas al terreno moral y cognitivo. No se trata de ideas o agendas en pie de igualdad sobre las que se discute políticamente. Más bien se las presenta como ideas evolucionadas e involucionadas que circunstancialmente discuten en un mismo tiempo histórico pero que corresponden a distintos tiempos. Hay nuevas ideas que en tanto tales son buenas. Son las de la agenda demócrata. Esas son diversidades a ser respetadas. Pero hay otras ideas que son consideradas de otros tiempos y entonces son malas. Esa diferencia no es aceptable. Expuesto así no hay disenso democrático sino solo civilización y barbarie; modernidad o atraso; el otro no es un par con ideas que interesa discutir sino solo alguien que está fuera de tiempo en este tiempo; a ese otro solo le resta aggiornarse o perecer. Presentar esta grieta ideológica en términos de evolución moral o como una evolución cognitiva por la que hay una mitad, la de las globalizadas costas oeste y este que tiene un desarrollo cognitivo superior a ese Estados Unidos profundo presuntamente arcaico o ignorante del centro, es otra de las formas de entender el enfrentamiento como la disputa entre amigos y enemigos y supone la deshumanización del enemigo. Si el otro solo es un inmoral, o un bárbaro atrasado pierde en tanto tal su condición de humano y se lo debe vencer o hacer callar.

Por último, vinculando con lo que decíamos al principio, quedarse con los modos de Trump, sus actitudes pretendidamente racistas, homofóbicas o misóginas que horrorizan a Hollywood es quedarse en la superficie. Seguramente todo eso era Trump pero el establishment no se oponía a Trump por esas razones, lo cual no lo hace ni un hombre de izquierda ni un revolucionario. Es que aunque haga falta aclararlo, no se trata aquí de defenderlo a Trump. Pero hay que decir que si bien Trump benefició con baja de impuestos a los ricos, también se opuso a la destrucción del empleo y a la precarización que impuso la globalización en Estados Unidos. Fue eso lo que lo transformó en el demonio y sus exabruptos, sus caprichos, su vehemencia, su radicalización, sirvieron la mesa para que la maquinaria de destrucción pública hiciera el resto. Así, estar en contra de la globalización al modo Trump, que es muy distinto a los modos de estar contra la globalización en otros países, lo ubicó inmediatamente en la categoría de “populista” que es extraordinaria porque, como incluye izquierdas y derechas, sirve para estigmatizar todo aquello que ose desafiar los valores del sistema.

Con Biden regresará el multilaterialismo y se irradiará fuertemente la agenda progresista a nivel mundial a través de instituciones, organismos, ONG, etc. #Blacklivesmatter será bandera, algo que desde aquí no puedo más que celebrar pero también me gustaría advertir que hay muchos trabajadores y pobres que no se sienten representados por esa agenda incluso siendo negros. Es una tontería que unas vidas, las negras, excluyan a las otras, pero es evidente que poner el eje en pobres y trabajadores socavaría la distribución económica del capitalismo actual. Y eso sí importa, especialmente a los que se benefician de esa distribución.   

Trump se va exponiendo una división que él ayudó a exacerbar pero que lo precedía. También se va tras promover un fenómeno de tensión y movilización política como pocas veces se vio en la historia con récord de participación en las urnas. Efecto, claro, de la pasión a favor y en contra que generó, pero efecto de politización al fin. Veremos cómo resuelve su interna el partido republicano ya que hay buenas probabilidades de que Trump no tenga una nueva oportunidad. Sin embargo, imagino que la grieta que ya existía seguirá existiendo por más que se intente regresar a la paz de la alternancia de un sistema bipartidista con presidentes que, de uno o del otro lado, buscan surfear olas antes que generarlas. La única diferencia será que la polarización no estará expuesta en los medios. La oposición a las políticas de Biden serán subterráneas y no tendrán una categoría especial en Netflix, Disney ni HBO; tampoco habrá discursos antidemócratas en alfombras rojas. Las mentiras lanzadas desde el poder no tendrán una “advertencia” para desprevenidos en Twitter y cada vez que el gobierno demócrata vuelva a su tradición de impulsar guerras se nos recordará el beneficio de tener una vicepresidenta mujer afroamericana con madre inmigrante india aun cuando las guerras no se transformen en más justas ni menos dañinas por esa razón. Si la bandera de Trump era “Hacer a América grande otra vez”, la bandera de Biden podría ser “Hacer a América global otra vez”.     

 

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