miércoles, 24 de mayo de 2017

Neoliberalismo: tudo legal (editorial del 21/5/17 en No estoy solo)

Dejando de lado la poética circunstancia por la cual el líder que lleva adelante un conjunto de políticas públicas que meten miedo lleva como apellido “Temer”, la crisis política sin fin por la que atraviesa Brasil tiene condimentos interesantes a tal punto que,  antes que referirme a los hechos por todos conocidos, preferiría aprovechar el espacio para algunas reflexiones que además pueden ser útiles para observar qué aspectos de lo que sucede en Brasil son comparables con lo que sucede en la Argentina.
Si tomamos el manual doñarosístico de Intratables, lo que sucede en Brasil es una demostración obscena de la corrupción de la política. A simple vista no habría razones para oponerse a ese diagnóstico pero el pensamiento siempre pretende ir un poco más allá de lo que se observa a simple vista. Así, notaremos que “la clase política” no es “la política” más allá de que todo el tiempo pretenda confundirse una con otra. Porque el hecho de que circunstancialmente existan en Brasil, o en cualquier lugar del mundo, dirigentes políticos corruptos, no significa que “la política” sea esencialmente corrupta. En todo caso, el ejemplo brasileño es bueno para mostrar la connivencia entre políticos corruptos y empresarios corruptos; o entre políticos corruptos y periodistas corruptos que montaron una campaña destituyente contra el gobierno del PT y cuando tienen que poner la cara por el gobierno ilegítimo al que ayudaron a instalar, miran al costado para decir “¡qué barbaridad estos políticos!”. También el caso brasileño es interesante para discutir el financiamiento de la política, discusión que suele eludirse porque es muy incómoda incluso para los propios periodistas en tanto buena parte del dinero que circula en negro en torno a las campañas va dirigido a los periodistas que “subalquilan” sus espacios para solapadamente favorecer al candidato que más dinero acerca. Pero además, para afrontar tal discusión, habría que ser menos hipócritas y denunciar también las consecuencias del pensamiento oenegista de la transparencia que casualmente considera que el problema siempre es el Estado. En otras palabras, generar los mecanismos institucionales para blanquear cómo se financia la política de modo tal que ésta no quede a merced de los aportes en negro de sectores empresariales que apuestan a quienes puedan representar sus intereses, es un tema que debe encararse sin los vicios de las ONG que piden transparencia siempre, salvo cuando se trata de transparentar su propio financiamiento.
 En lo que respecta a los paralelismos entre el gobierno de Temer y el de Macri, cabe decir que los hay aunque con un claro límite: el de Macri es un gobierno con legitimidad de origen. El de Temer no. Eso deja de manifiesto que el plan continental para acabar con la larga década populista vino, en el mejor de los casos, por la vía electoral y, en el peor de los casos, por la vía destituyente del poder judicial. En este sentido, no olvidemos que en las elecciones en Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador y en el referéndum en Bolivia, los resultados fueron prácticamente de empate, un voto más para un lado o un voto más para el otro. Es decir que el dispositivo antipopular del continente logró buenos resultados más allá de que en el único país donde logró ganar en las urnas fue en Argentina (además, claro, del referéndum en Bolivia). Pero en lo que respecta a sus políticas, de signo neoliberal, el programa no supone grandes diferencias y en las similitudes no me estoy refiriendo a la aparición vergonzosa de casos de corrupción en una y otra administración. En otras palabras, los casos de corrupción afloran día a día en la gestión de Temer y Macri pero no es eso lo que debería importarnos. 
De hecho, una trampa del pensamiento de la corrección política es atacar al neoliberalismo por su corrupción y no por su neoliberalismo. ¿Lo digo de otra manera? A Temer critiquémoslo por su plan de gobierno, aquel que, por ejemplo, avanza en una reforma del sistema jubilatorio. Si lo criticamos por otras razones, repetiremos lo que los heraldos de la corrección política hacían en los 90: criticaban la corrupción de las privatizaciones en vez de criticar las propias privatizaciones. Por si no queda claro: el saqueo fueron las privatizaciones y no las formas corruptas con las que éstas se llevaron a cabo. Porque a diferencia de los gobiernos populares, cuyo costado más oscuro se da en los eventuales casos de corrupción, es decir, en aquello que se hace por “izquierda”, de manera ilegal, en los gobiernos neoliberales, lo criticable no está tanto en sus casos de corrupción, esto es, en lo que hacen ilegalmente, sino en lo que hacen legalmente. Esto significa que hay que poner atención en las modificaciones estructurales e institucionales que estos gobiernos realizan mucho más que en los eventuales afanos. Porque los afanos son ínfimos al lado del padecimiento que generan las acciones y las políticas públicas que se hacen con todo el apoyo y fundamento de la ley. Esa es la clave: el neoliberalismo tiene una justificación legal para su saqueo. No necesita hacerlo ilegalmente, más allá de que tampoco se priva de esa oportunidad. Por eso la destrucción del Estado no se hace ilegalmente sino de manera estrictamente legal e, incluso, en algunos casos, hasta con apoyo popular. En este sentido, la gran perversión es que el neoliberalismo es, esencialmente, “tudo legal”.


  

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