El último jueves se realizó la
primera protesta presuntamente genuina contra el gobierno de Macri. Con
“presuntamente genuina” me refiero a que se trató de ese tipo de protestas que
la oposición al gobierno kirchnerista sobreestimaba por tratarse mayoritariamente
de “gente como uno” indignada, espontánea y autoconvocada. Es difícil estimar
la convocatoria pero varios miles de ciudadanos salieron a las calles de todo
el país a hacer ruido contra el tarifazo. El actual gobierno había tenido
movilizaciones críticas a su gestión de mucho peso en aquella jornada de abril
en la que CFK brindara un acto frente a Comodoro Py y en la movilización de las
centrales sindicales. Sin embargo, como decíamos, esta protesta parece especial
para el gobierno porque muchos de los que participaron seguramente votaron a
Macri y fueron parte de los cacerolazos que se le realizaron al gobierno
anterior.
Dicho esto, no es interés de esta
columna ingresar en la discusión en torno a la calidad de la protesta. En otras
palabras, del mismo modo que el debate acerca de la calidad del voto debería
estar saldado y no debemos aceptar que nos digan que hay votos buenos (los
realizados por ciudadanos de a pie, racionales, blancos, de clase media y de
grandes centros urbanos) y votos malos (los realizados por morochos de la
Argentina profunda presuntamente rehenes del clientelismo de punteros o
caudillos), tampoco deberíamos aceptar que nos digan que hay protestas genuinas
y protestas que deben invalidarse. No debemos aceptarlo porque esa distinción
descansa en la misma concepción aristocrática que afirma que hay individuos que
votan mejor que otros y condena toda protesta que esté convocada por
organizaciones. Lo digo más fácil: ¿por qué habría que valorar más una protesta
en la que la gente llega caminando que una en la que la gente llega en micros
color naranja y con banderas? Es muy importante para el análisis político
comprender quiénes y por qué se movilizan pero de allí no se sigue que una
protesta tenga mayor legitimidad que otra. En el caso del “ruidazo” del último
jueves es relevante reconocer que allí hubo ciudadanos que siempre se opusieron
a Macri pero también hubo ciudadanos que en algún momento confiaron en el líder
PRO y ahora se sienten decepcionados. ¿Y por qué semejante decepción? Porque ni
siquiera les hace falta ser demasiado memoriosos para recordar que, en
noviembre del año pasado, Cambiemos instaló, gracias a la inconmensurable ayuda
de sus posmodernos evangelizadores mediáticos, que el aumento de tarifas, los
despidos, la transferencia de ingreso hacia los que más tienen, el cierre de
fábricas y la disparada de la inflación, eran parte de una “campaña del miedo”.
En un sentido, habría que aceptarles algo pues, efectivamente, era una campaña
del miedo pero era un miedo objetivo ante lo que iba a suceder. Porque se puede
crear miedo inventando fantasmas pero también se puede obtener miedo frente a
una amenaza real. “No te vamos a quitar nada de lo que es tuyo”, decía María
Eugenia Vidal y muchos de los valientes que le creyeron tienen menos cosas que
las que tenían hace siete meses.
La protesta, a su vez, significó,
quizás, el comienzo de un punto de inflexión en un sector de la ciudadanía que
deglutió con gozo autoconfirmatorio que algunas restricciones actuales obedecen
a una supuesta fiesta de despilfarro y corrupción del gobierno anterior y
mostró que ese argumento no se puede sostener indefinidamente. Porque es falso
que el gobierno anterior fuera sistemáticamente corrupto y que el modelo
llevado adelante por el gobierno anterior fuera esencialmente de saqueo pero
aun si lo hubiera sido, la ciudadanía en algún momento le dirá al gobierno
actual: “Está bien, Macri, los anteriores eran muy malos pero te votamos para
que lo soluciones y no para que lo diagnostiques”. La analogía con la medicina
puede servir pues aun cuando un médico acertara un diagnóstico negativo llegará
un momento en que el paciente le exigirá la solución al problema pues nadie va
al médico para que solamente le diga que tiene una enfermedad sino para que, en
caso de tenerla, se la curen.
Con todo, en el gobierno debe
haber una sensación ambivalente tras la protesta pues más allá de la natural
preocupación que puede surgir cuando a los siete meses de gestión parte de tus
votantes te quitan apoyo, en Cambiemos deben lamentar que tras haber hecho
reformas estructurales que, sin dudas, condicionarán a generaciones de
argentinos, el conflicto les aparezca por lo que parecía más simple de hacer. Lo
diré de otra manera: lograron poner los jueces de la Corte que querían;
hicieron una fenomenal transferencia de recursos hacia el sector agroexportador
eliminando retenciones; les pagaron a los buitres y endeudaron al país, es
decir, a tus hijos y a tus nietos, y han dado los pasos jurídicos necesarios
para hacer inviable el sistema previsional. Y sin embargo, el conflicto en la
calle lo tienen por la ineptitud y la prepotencia que los llevó a dar vía libre
a aumentos que llegaron hasta el 2000% sin ningún criterio. Es más, no recuerdo
en la Argentina una situación en la cual hubiera un consenso generalizado en
torno a la necesidad de aumentar las tarifas. De hecho, hasta en las filas del
FPV había acuerdo en ello. Pero, claro, el aumento debía hacerse segmentado,
dosificado y con algún criterio. Con todo, hay que reconocer que no solo es
ineptitud y prepotencia sino también voracidad porque el tarifazo solo
benefició a las empresas y no solo perjudicó directamente a los usuarios sino
que ni siquiera benefició al Estado puesto que a pesar de los aumentos siderales,
los subsidios apenas bajaron un 7% en los primeros 5 meses del año, de lo cual
se sigue que los aumentos continuarán porque la presión para el achicamiento
del gasto público será la condición para recibir crédito internacional.
Para finalizar, resulta claro que
las medidas estructurales que se mencionaron anteriormente, al no tener una
incidencia inmediata, parecen abstractas y no generan la indignación y la
urgencia de quien recibe una tarifa de gas que no puede pagar y tiene veinte días
para hacerlo antes de que le corten el servicio. Es razonable que así sea
porque si me van a cortar los servicios no me voy a preocupar por mi
jubilación, por el achicamiento del Estado o porque en el mediano plazo se
destruya la industria nacional. Pero algún aprendizaje como sociedad debiéramos
tener. No sea que alguien con inteligencia media en el gobierno se dé cuenta
que si retrotrae las tarifas la indignación clasemediera que repercute en los
medios mermará y la ciudadanía celebrará a un gobierno que cuando debe
retroceder lo presenta como un ejercicio de buena escucha. Con ese simple paso
atrás se podrá seguir avanzando en las medidas que verdaderamente están encorsetando
a un país y a su pueblo por generaciones y por las cuales nadie salió a cacerolear.
No hagamos tanto ruido entonces. No sea que avivemos algunos giles.
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