domingo, 3 de enero de 2016

Otro gobierno. ¿Otra libertad? (publicado el 24 y el 31/12/15 en Veintitrés)

Más allá de que el discurso del macrismo, por razones estratégicas, siempre evitó el “debate entre modelos”, cabe preguntarse si no sería posible avanzar en la descripción de las fuerzas políticas que compitieron en el balotaje a partir de un breve recorrido por el concepto de libertad sobre el que se sustentarían. Tal empresa resulta difícil porque ninguna construcción política es homogénea y porque indagar en concepciones abstractas como éstas suele llevar a balbuceos y perplejidades. A su vez, todos creemos saber qué es la libertad pero es probable que si hiciéramos el ejercicio de consultar en cualquier reunión de amigos una definición, cada interlocutor acabe ensayando una definición distinta o con matices tal como sucedería con conceptos como “Verdad”, “Justicia” o “Belleza” por citar algunos.
Si bien ya se ha mencionado en esta columna alguna vez, al momento de indagar en la idea de libertad, es útil recurrir a una breve conferencia dictada en 1819 por el pensador político francés Benjamin Constant y que se conoce con el título: “De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”.
Constant entiende que la concepción de libertad que tenían los antiguos es diferente a la que tienen los modernos pues para estos últimos la libertad es vista siempre desde la perspectiva individual. Hay quienes llaman a este modo de entender la libertad, “libertad negativa” o “libertad como ausencia de impedimento” en tanto se es libre en la medida en que nada se interponga en el camino del plan de vida individual. La concepción moderna de libertad acompaña las transformaciones que se venían dando en la Física, especialmente en lo que tiene que ver con una nueva manera de entender el movimiento, lejos de aquella idea aristotélica que vinculaba a éste con el presunto orden natural de los objetos. Dicho groseramente, y que me perdonen los físicos, en la modernidad aparece la idea de que lo único que puede frenar la velocidad de, por ejemplo, una pelota es una resistencia que puede ser la de un ser humano o, simplemente, la del aire. Si tal resistencia no existiese, la pelota mantendría su velocidad y su andar de forma pareja eternamente. Con la libertad pasa algo similar: si nada se interpone en mi camino, y esa nada incluye a otros hombres pero también a, por ejemplo, el Estado, seré libre.
Más allá de la insuperable cantidad de matices, se puede decir, como mínimo, que las tradiciones políticas que se siguen de pensadores como Hobbes, Locke, Kant, entre otros, se apoyan en esta concepción “moderna” de la libertad, esto es, la libertad entendida como la posibilidad de verter libremente mi opinión, de profesar una religión, de escoger mi oficio, de reunirme con quienes quiera, de disponer de mi propiedad privada y de elegir mis representantes, entre otras tantas cosas.   
Distinta era la libertad en la antigüedad y, por tal, Constant se refiere a la concepción política de la libertad existente en la Atenas del siglo V AC. Allí la libertad era vista desde una perspectiva colectiva. No se era libre en tanto se gozaba de bienes privados sino en la medida en que se participaba de la cosa pública. La autonomía, esto es, darse la propia ley, no significaba que cada uno podía hacer lo que quería sino que, como ciudadano, se era parte de las mayorías y las minorías que en la Asamblea decidían cuáles serían las leyes que regirían el cuerpo político. Según Constant, esta forma de entender la libertad solo se podía llevar a la práctica bajo las circunstancias particulares de una sociedad como la ateniense, esto es, una sociedad pequeña con enorme cantidad de esclavos que permitía a los hombres libres tener el tiempo necesario para ocuparse de los asuntos públicos. A su vez, estas pequeñas sociedades solían recurrir a la guerra antes que al comercio para hacerse de determinados bienes, en clara oposición a lo que, según Constant, caracterizaría a la modernidad, esto es, su perpetuo transitar hacia la paz en un mundo donde los hombres libres e iguales intercambiarían bienes. Sin embargo, claro está, en una sociedad sin esclavos y con hombres que invierten su tiempo en satisfacer sus asuntos privados, la lógica de la deliberación constante que caracterizaba a la antigüedad se trasforma en una utopía. De aquí que la modernidad requiera una nueva forma de representación política y se pase de la representación directa a la indirecta. En otras palabras, en la antigüedad cada uno de los ciudadanos participaba de la asamblea sin ningún tipo de mediaciones ni delegados. ¿Pero es posible hacer eso en una sociedad de 40.000.000 de habitantes en la que se trabaja entre 8 y 12 horas diarias? Evidentemente no, diría Constant, de aquí que los modernos entiendan que la asamblea con participación directa no sea el formato adecuado para las deliberaciones del cuerpo político y se avance hacia la idea de “representación”, esto es, la idea por la cual una sociedad o un conjunto de hombres delega en un sujeto o en un grupo la potestad de la toma de decisiones. De forma bastante más cruda, Constant lo expresa así: “El sistema representativo es la forma en la que una sociedad descarga sobre unos individuos lo que no está dispuesta a hacer por sí misma”.
¿Es posible conciliar esta concepción de la libertad con el llamado al empoderamiento y la participación que pregonaba, por ejemplo, el kirchnerismo? ¿O, sin dudas, de la concepción moderna de la libertad se sigue la concepción PRO de una política de gerentes, simples administradores de los bienes de una sociedad que solo se ocupa de satisfacer su plan de vida individual? Asimismo e independientemente de la posibilidad de identificar al kirchnerismo con una forma de entender la libertad y a la construcción PRO con otra, ¿cuáles son las consecuencias negativas de la libertad de los antiguos y de la libertad de los modernos? ¿Se trata de elegir una en lugar de otra? ¿Acaso es posible encontrar un punto intermedio? Preguntas que intentaremos responder la semana que viene (Continuará).
                                           
                                       Segunda Parte


En la edición anterior nos preguntábamos si los proyectos políticos que se enfrentaron en las últimas elecciones podían ser identificables según dos concepciones de la libertad, en principio, antagónicas. Más específicamente, decíamos que a partir de las elaboraciones del francés Benjamin Constant en las primeras décadas del siglo XIX, era posible identificar al menos dos formas de entender la libertad. Una, que nos resulta más familiar, denominada “de los modernos”, y otra denominada “de los antiguos”. La libertad de los modernos es una libertad individual entendida como ausencia de impedimento. En este sentido seremos libres en la medida en que nada se interponga en nuestro camino. ¿Libres para qué? Para decir lo que pensamos, reunirnos, poseer y disponer de nuestra propiedad privada, elegir a quien queremos que nos represente y formar parte del culto que nos plazca. En cuanto a la libertad de los antiguos, se trataba de una “libertad colectiva”. Tal definición, que podría ser casi un oxímoron para un moderno, se basa en la idea de que el Hombre solo puede realizarse como parte de su comunidad y no por fuera de ella. De aquí que para los antiguos peor castigo que la muerte sea el destierro pues esto implicaba la pérdida de ciudadanía y todo lo que ello trae aparejado, esto es, la pérdida de los derechos, de brindarse su propia ley como parte de la Asamblea y de alcanzar su identidad (algo que solo era posible como parte de una comunidad organizada bajo un único régimen político). En este sentido, la contraposición entre una libertad y la otra es clara, pues, para los modernos, la libertad es una exigencia individual contra una comunidad y un Estado que, casi por definición, la amenazan; y para los antiguos, la libertad (que es colectiva) solo es accesible a través de esa comunidad y ese Estado.
Por último, en la nota de la semana pasada, concluíamos que la noción de representación era esencial a la libertad moderna porque un individuo absorbido en sus asuntos personales, ocupado enteramente de cumplimentar su plan de vida, necesita elegir administradores de la cosa pública que lo eximan de esa tarea, a contramano de lo que sucedía con los antiguos que, ocupados del autogobierno colectivo y entendiendo que no hay plan de vida por fuera de la comunidad, entendían que debían ser ellos mismos, y en Asamblea, los encargados de tomar las decisiones.
En este marco es que nos preguntábamos si no era posible entender las diferencias entre macrismo y kirchnerismo, (o entre un partido conservador con algunos rasgos de “derecha moderna y liberal” y un peronismo de centroizquierda que también tienen elementos “liberales” como el que representa el kirchnerismo), partiendo de la suposición de que cada una de estas construcciones políticas se basa en concepciones divergentes acerca de la libertad.  
Y la respuesta es difícil porque cualquier construcción política capaz de alcanzar amplias mayorías en tiempos posmodernos es difícilmente delineable. Con todo, algunos trazos gruesos se pueden hacer. En el caso del macrismo, la pregunta es si, de una vez por todas, en Argentina, el liberalismo será coherente. En otras palabras, ¿habrá llegado el momento en que los que son liberales en lo económico serán también liberales en lo político? La pregunta es pertinente porque en Argentina no fue nunca así pues los liberales económicos eran conservadores en lo político y en lo moral, y mientras pedían que el Estado no tuviera injerencia en el mercado, restringían la participación política y apoyaban la injerencia de la Iglesia hasta en las alcobas. En el macrismo conviven algunos cuadros liberales jóvenes “progresistas” más permeables a avances como el matrimonio igualitario, con figuras absolutamente retrógradas que, por cierto, no están en las cuartas ni en las quintas líneas sino en las primeras. Los sectores más coherentemente liberales son identificables con la libertad de los modernos pero a los conservadores se los puede identificar con la variante reaccionaria de la libertad de los antiguos, aquella que en nombre del ser “argentino” y vaya a saber uno qué “espíritu de la comunidad”, se siente facultado a señalar como una “enfermedad a extirpar” a todos aquellos grupos sociales que planteen una voz disidente. Porque, no debemos olvidar, mientras que el discurso en pos de la comunidad puede ser efectivo contra el liberalismo también puede devenir autoritario. En el caso del kirchnerismo, una vez más, a grandes rasgos, debemos partir de la tensión existente al interior de la propia doctrina justicialista. Dicho de otro modo, la “tercera posición” peronista puede interpretarse como una manera de tratar de resolver el dilema de las dos formas de libertad aquí planteada pues Perón entendía que había que superar ese colectivismo que “insectificaba” al individuo tanto como ese individualismo que despreciaba a la comunidad. En el caso del kirchnerismo, independientemente de las controversias acerca de si es más o menos que el peronismo, o de si es una superación o un retroceso, lo cierto es que, en la última década, se dio un fenómeno particular y es que el movimiento fue hegemonizado por una prédica progresista que terminó rescatando al peronismo aun cuando esa prédica progresista fuera enarbolada por sectores no peronistas (y hasta antiperonistas en algunos casos) que también son parte del kirchnerismo. En este sentido, la política de Estado en torno a los DDHH fue el estandarte de una aggiornada “ampliación de derechos modelo siglo XXI” en la que también aparecieron elementos de la tradición del liberalismo político aun cuando algunos reaccionarios agiten el fantasma comunisto-populista cada vez que un gobierno osa mencionar que pretende una “redistribución del ingreso”. Para concluir, sería falso afirmar que en el kirchnerismo hay un afán colectivista totalizador, una suerte de derivado de la libertad de los antiguos que habría llegado para acabar con la libertad individual de los modernos. Es falso en el kirchnerismo como también sería falso para definir al peronismo más allá de que, insisto, el movimiento liderado por Néstor y Cristina Kirchner se vio complementado con elementos de una tradición liberal que no estaban presentes en el peronismo clásico o que, en todo caso, estaban atenuados por un contexto de época. Lo que restará evaluar en los próximos años es el perfil que irá adoptando el macrismo al frente del gobierno nacional. Su liberalismo económico, que intenta disfrazarse de desarrollismo, es claro tanto como la prédica individualista que busca reemplazar lo colectivo por una terminología oenegista pasteurizada que habla de “grupos”, “voluntarios” y “solidaridad” a través de Fundaciones. La lógica de lo público como “cosa de administradores” y no como espacio de participación popular también es evidente a partir de la decisión de ubicar CEOs de empresas al frente de todas las áreas del Estado. Restará ver si en el plano político y moral vence el progresismo light de una derecha “verde” o si se imponen los dinosaurios que están ansiosos de revancha social y que, como dijimos antes, también son parte del PRO. Para este sector, la única libertad individual es la que se da en el plano económico. Para todo lo demás… están ellos.                                   

2 comentarios:

Andrea Costa dijo...

El planteo está formulado de un modo muy didáctico y te lo agradezco (probablemente lo use con mis alumnos, soy profesora en Literatura de secundaria). Los adolescentes no suelen tener presente el planteo sobre qué es libertad porque son (se sienten) esencialmente libres. Los que vivimos esa etapa con absoluta falta de libertad (cumplí 18 años en el 83) naturalizamos la obediencia y el terror como única posibilidad de construcción social. Quisiera creer que solamente a nivel inconsciente, pero muchos enfrentamientos con colegas de mi misma edad me confirman lo contrario. No sé muy bien para qué quise comentar esta nota porque no sé cuál es mi aporte puntualmente, tengo muchos años pero poca experiencia en debate (lo observo como deficiencia de nuestra sociedad actual en general). Tuvo que llegar un gobierno como el de Néstor para que a partir de nuestro propio entendimiento podamos establecer relaciones entre muchas cosas que hasta el momento se presentaban como separadas: por ejemplo, la economía y la cultura. Me resulta bochornoso que Macri haya sido elegido presidente, pero entra en mi capacidad de comprensión si pienso que "el bolsillo" es una motivación menor al momento de dar un voto de confianza. Yo nunca voté "por mi bolsillo" y eso no me sorprende. ¿Por qué debería sorprenderme que tampoco lo hagan los demás, pertenezcan a la clase social que pertenezcan? Creo que dentro del debate acerca del concepto de libertad, habría que incluir el concepto de derecho a una identificación social comunitaria.

Dante Augusto Palma dijo...

Muchas gracias Andrea: Tu comentario es muy útil. Agradezco además el elogio. Por si te sirve para darle a los chicos, el link a la conferencia de Constant es este http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/5/2124/16.pdf Beso grande!