viernes, 6 de marzo de 2015

Gobernar es otra cosa (publicado el 5/3/15 en Veintitrés)

La última apertura de sesiones a cargo de la presidenta CFK puede servir para comprender las complejidades que implica la tarea de gobernar un país, esto es, asumir la responsabilidad del destino de millones de personas teniendo un poder limitado por poderes fácticos y debiendo constantemente realizar un balance de razones al momento de tomar decisiones.
Esto, claro está, a contramano de los gobiernos de la izquierda testimonial y de ciertos progresismos bienintencionados, pero incapaces de asumir responsabilidades, que tienen todo resuelto desde el principio. Son aquellos que dicen “hay que hacer tal o cual cosa”, pero cuando esa “tal o cual cosa” se hace, dicen que “se tendría que haber hecho antes”. Ansiedades de este tipo de posiciones para las que evidentemente cuatro años de presidencia sería un tiempo demasiado extenso ya que todo debería resolverse el primer día. Es más, serían gobiernos ni siquiera de un día sino más bien de una sola acción, gobiernos que en esa acción harían todo lo que hay que hacer ya que todo aquello que demande una segunda acción será plausible de ser acusado de “no haberse hecho antes”.
Pero los partidos y las personas que además de decir lo que los otros deberían hacer, lo hacen, saben que asumir un gobierno supone un nivel de complejidad enorme en el que la ética de los principios se mezcla con la ética de las consecuencias y en el que, sencillamente, muchas veces, hay que tener la capacidad para cambiar a tiempo o construir poder durante un lapso para ir por la transformación del statu quo cuando el equilibrio de fuerzas así lo disponga.
Vamos a decirlo en términos más concretos: ¿por qué sigue existiendo una Secretaría de Inteligencia? Frente a esto hay muchas respuestas posibles pero digamos que en un escenario mundial como este, ningún Estado puede prescindir de una Secretaría de Inteligencia que se ocupe de los diferentes tipos de amenazas externas a las que está potencialmente sometido un país. Pero entonces ¿por qué no descabezó antes la cúpula de la Secretaría de Inteligencia? Aquí también se pueden decir muchas cosas empezando por el hecho de que parece claro que la autonomía de la misma comenzó tras el avance del Memorándum pero, más allá de eso, ¿se imagina a Kirchner asumiendo con el 22% y tomando como primera medida el pase a  disponibilidad de los agentes de la SI en un contexto en el que la “Maldita Policía” bonaerense, por ejemplo, estaba en plenitud? Usted dirá que con este tipo de razonamiento se puede justificar todo, incluso, aliarse con sectores execrables. Por supuesto que no es esa la intención de este escrito. Solo trato de mostrar que cuando uno asume una responsabilidad de gobierno comienza a jugar en un tablero que ya está armado y en el que generalmente sus fichas corren con desventaja o tienen movimiento propio.
Hablemos de la relación entre Argentina y Estados Unidos. Dado que lo más fácil sería levantar el dedito como buen periodista prefiero ir por otro lado. ¿Y saben qué? Déjenme decir que la denuncia de Nisman es harto insólita entre otras tantas cosas porque el gobierno de los Kirchner, en lo que respecta a la mirada sobre el terrorismo internacional, se mantuvo en línea con el punto de vista de Estados Unidos. Incluso cuando pudiera haber referentes del propio gobierno que en público o en privado advirtieran sobre la pista siria, lo cierto es que, al igual que Estados Unidos, Argentina, en esta última década, avanzó sobre la pista iraní a tal punto que la firma del memorándum es la confirmación de que la pista que se perseguía era la iraní. ¿Se trata de la incoherencia del relato? No, zoncitos. Se trata de hacer política y de balancear. Porque mientras Argentina acompañaba esa mirada en el plano del “mapa” del terrorismo internacional con Estados Unidos, Néstor Kirchner recibía en Mar del Plata a George W. Bush para, junto a Chávez, decirle “No al Alca”, esto es, para dar el paso clave que explica el enorme crecimiento redistribuido de la región en los últimos 10 años.  
Hablemos también de los trenes. Más allá de que todos los indicios mostrarían que la tragedia de Once obedeció a la negligencia del motorman, lo cierto es que un accidente de tal magnitud desnudó que la política en esa materia había sido enormemente deficitaria. Los trenes seguían en manos privadas, se viajaba mal y, como si esto fuera poco, el Estado cada vez ponía más dinero en subsidios. Así lo entendió el gobierno y se puso a trabajar en el tema independientemente de las responsabilidades que arroje el juicio. Esta vez sí, creo, sin dudas, el gobierno llegó tarde pero también es verdad que llegó e hizo lo que otros gobiernos no hicieron pues impulsó la renovación más grande en materia de ferrocarriles desde Perón hasta la fecha. El último paso en ese sentido fue el reciente anuncio de la rescisión de los contratos con los administradores privados. A su vez, en su discurso del último domingo, la presidenta mencionó la estatización llevada adelante por el fundador del partido justicialista pero también aclaró que su gobierno no persigue un estatalismo compulsivo como una suerte de contracara de la mirada menemista sintetizada en el legendario fallido del ministro Dromi quien afirmara “nada de lo que deba ser estatal quedará en manos del Estado”. Aquí tenemos, entonces, una vez más, principios, consecuencias, hechos, transformaciones de los escenarios y momentos particulares, más allá de que en general parece operar en el gobierno la idea de que solo volverá al Estado todo aquel servicio privatizado que no cumpla con su responsabilidad.       
Permítame, ahora, darle un ejemplo del terreno económico donde lo que aquí trato de desarrollar se ve con claridad. Meses antes de su muerte, Néstor Kirchner asiste al programa, de la TV Pública, 678. El contexto era la insólita situación de un Martín Redrado que prácticamente se había parapetado defendiendo la postura, típicamente liberal y que denunciara oportunamente Scalabrini Ortiz, de un Banco Central independiente de las políticas económicas de los gobiernos nacionales pero dependiente de las políticas imperialistas que hoy adoptan la forma de mercados financieros. En ese marco, el columnista Orlando Barone le pregunta al ex presidente por qué eligió a Martín Redrado para ocupar semejante cargo sabiendo de la ideología inocultada del “Golden boy”. La respuesta de Kirchner fue tan breve como clara: “¿y a quién querías que ponga? ¿Al “flaco” Kunkel?”. Claro, en el marco de la renegociación de la deuda, Kirchner interpretó que debía dar una señal hacia los mercados mientras obtenía una quita del 66% de la deuda aceptada, finalmente, por el 93% de los acreedores. En esa misma línea genera una mueca risueña quienes le espetan a Kirchner haber aceptado la jurisdicción de New York en esa renegociación. ¿Acaso creen que los acreedores hubieran aceptado sentarse con un país que había entrado en default si la propuesta hubiera sido “jugar” en la jurisdicción argentina”?  
Para finalizar, recuerdo una crítica del progresismo respecto al vínculo del kirchnerismo con ciertos barones bonaerenses en los primeros años de Kirchner, vínculo que, por cierto, se fue quebrando claramente en la medida en que el kirchnerismo comenzó a tomar su propia fisonomía. Allí, una vez más, la pregunta sería: ¿pretendían que Kirchner rompa con el poder territorial de la provincia de Buenos Aires el 25 de mayo de 2003 en nombre de la transversalidad? ¿No era más adecuado, en todo caso, esperar, reunir fuerzas, generar otros cuadros políticos, y una nueva fuerza territorial, para combatir ese tipo de construcciones, en algunos casos, vinculadas a los principios más retrógrados, mafiosos y personalistas que han crecido bajo el paraguas de las reivindicaciones de los principios peronistas para transformarse en una fuerza de choque al servicio de la mera continuidad en el poder?       
La lista podría continuar y es natural que continúe especialmente en un gobierno que no duró cuatro sino doce años y que tuvo al frente a dos personas que, más allá de ser marido y mujer, eran diferentes. Para finalizar, entonces, hay que insistir en que no se trata aquí de justificar con el diario del lunes cualquier acción de un gobierno. Se trata simplemente de mostrar que hacerse cargo de un país es una tarea enormemente compleja en el que se toman decisiones políticas en un contexto en el que no solo operan las voluntades del gobierno. Hay errores, incoherencias, cambios pero también poderes fácticos con enorme peso, circunstancias fortuitas y, sobre todas las cosas, en un contexto en el que las extensiones territoriales son sobrepasadas por la prepotencia de la comunicación inmediata, existen fuerzas foráneas que juegan un rol preponderante, ya no como fuerzas militares invasoras, sino de formas mucho más sutiles. Decir esto no es ninguna novedad pero de repente hay analistas que parecen olvidarlo.

Los casos aquí narrados serán, para los puristas, la más clara demostración de lo que llamarán, despectivamente, pragmatismo. Lo harán, claro está, desde la tranquilidad de su hogar y con sus zapatos siempre lustrados, logros más que deseables y respetables por cierto, al menos desde la mirada de quien escribe estas líneas. Serán análisis interesantes y reconfortantes que les permitirán mirarse y mirarnos en el espejo luciendo con orgullo una pretendida coherencia onanista y autoreferencial. Pero si de lo que se trata es de entender lo que implica gobernar seguramente serán análisis bastante pueriles pues gobernar es, sin duda, otra cosa.   

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente Dante. Es asi nomas, estamos rodeados de especialistas que saben como y cuando los demas deben hacer las cosas. Son muy buenos observadores y grandes criticos (sobre todo negativos) pero de tomar acción por su cuenta, ni hablar. Como diria un amigo son los que te prestan el reloj para que les des la hora. Creo que esto viene de una gran influencia de la cultura de nuestros antecesores inmigrantes, que nunca se compromtieron realmente con el pais ni se integraron totalmente a su nueva sociedad. Quedaron siempre mirando y aniorando su viejo terrunio, sin llegar a aceptar casi nuestras virtudes ni reconocer los defectos de sus paises de origen. Esto lo explica muy bien Abelardo Ramos en su libro "Del Patriciado a la Oligarquía -1.862 a 1.904". Un abrazo.