domingo, 6 de abril de 2014

El periodismo en una fuente (publicado el 3/4/14 en Veintitrés)

“La propaganda más efectiva siempre se distribuye como información, o está oculta bajo la apariencia de información, dado que las mejores técnicas de manipulación pasan por que el sujeto no las perciba como tales y piense que actúa según su propio criterio” (Del libro Desinformación de Pascual Serrano)

Nos hemos acostumbrado a leer titulares en los que se abusa de los potenciales y en el que cada “habría” encubre un deseo de profecía autocumplida; a prestar atención a columnistas que hacen un diagnóstico de la realidad política basados en “lo que se cuenta en los pasillos” o en los “dichos de un alto funcionario”; a notas enojadas que nadie se atreve a firmar y se las lleva el viento digital de la web una vez que cumplen la función de ser leídas por el destinatario.
Frecuentamos impersonales como “ahora dicen” o “critican” y nadie sabe quiénes son los que dicen, quiénes son los que critican y por qué esas voces son aceptadas, si uno se distrae un poco, como exteriorización de un sentimiento universal. También somos espectadores de vaticinios económicos brindados por economistas que, a su vez, son parte del elenco estable que pronostica desastres en público mientras que, en privado, aconseja invertir, y seguimos atentamente los programas políticos en los que nunca se hacen repreguntas incómodas al entrevistado.
Por último, consumimos sin mayor indignación publicidad encubierta en forma de noticia, sea un tratamiento para el crecimiento del cabello o la inauguración de una cámara de seguridad en un municipio. Así, muchas veces, no sabemos si estamos frente a un periodista, un vendedor, o un Testigo de Jehová.
Lo resumido en este párrafo no es, claro está, un fenómeno estrictamente argentino: en todo el mundo el periodismo tradicional está en crisis, naturalmente, porque muchos de sus siempre declamados principios hoy son el relicario olvidado en algún anticuario polvoriento. Tómese, por ejemplo, unos de los grandes axiomas del periodismo: la utilización de las fuentes. ¿Cuántas fuentes necesita una nota? No hay manual para responder eso y seguramente dependerá del tipo de nota pero, en principio, hay una tentación saludable a afirmar que cuanto mayor sea el número de fuentes mejor. Sin embargo, sirviéndome de los datos del libro de Pascual Serrano mencionado en el epígrafe, el escenario es bastante distinto. En palabras del experto en comunicación español: “La media del número de fuentes (entidad, base de datos, personas consultadas para elaborar información) en los informativos de la radio y la televisión de las principales cadenas españolas no llega ni siquiera a uno. La cifra es 0,71 fuentes por noticia. (…) En conclusión: como mucho, en una noticia, se escucha lo que dice alguien y se da por bueno sin más”.
                Asimismo, el propio Serrano menciona un estudio de la Universidad Camilo José Cela de Madrid en el que se contabiliza cuál es el porcentaje de fuentes institucionales que son tomadas en cuenta para constituir una noticia. Por fuentes institucionales no refiere simplemente a voces de un gobierno sino a voces que representan un determinado interés y desean comunicar algo. De hecho no es casualidad que las empresas, por ejemplo, tengan sectores dedicados a la comunicación. Y el número es alarmante: del ya pequeño porcentaje de fuentes mencionado anteriormente que se toma en cuenta al elaborar una noticia (0,71%), el 72,4% (en Radio) y el 65,88% (en Televisión), son fuentes oficiales o institucionales. De esto se sigue, claro está, y como bien indica Serrano, que aquel apotegma casi socrático del periodismo como ese tábano encargado de llevar a la luz lo que el poder no quiere que se sepa, es difícil de sostener. Más bien, hay muchos sectores más o menos poderosos en la sociedad que quieren transmitir cosas y para ello se sirven del micrófono abierto o la pluma gentil del periodista.   
La gran dificultad de este desprecio por la fuente es claro pero, para ponerlo en palabras de otro prestigioso analista de medios, Ignacio Ramonet, en un libro de reciente publicación compilado por Denis de Moraes: “podemos decir que la especificidad del periodista es garantizar la veracidad de la información y verificar la información que va a difundir es saber, por ejemplo, que no proviene de una sola fuente, pues una sola fuente puede inducir a error. El periodista tiene la misión de tener varias fuentes que dicen lo mismo y por consiguiente puede garantizarla. Pero hemos hablado de la rapidez actual, de la competencia entre los diversos medios de comunicación… ¡No puede perder el tiempo para verificar! Si no, el canal de al lado ya difundió la noticia y él ha perdido la primicia, la exclusividad”.
La conjunción de todos estos elementos es explosiva para el periodismo tradicional pues incluye la crisis identitaria ante la amenaza del cibernauta con pretensiones de informar y la imposibilidad de acomodarse a una lógica de la primicia inherente a un capital cuya principal característica es la velocidad en el intercambio de signos. Si a eso le sumamos las deplorables condiciones laborales a la que se encuentran sometidos la gran mayoría de los periodistas no consagrados, el panorama es desalentador.
  ¿Pero qué sucede con los programas de debate político? ¿Acaso allí no se expresan 2 o más voces? En apariencia sí y si bien algunos meses atrás, en esta misma revista, indagué en el modo en que los medios constituyen una puesta en escena de una polémica entre contrarios para resguardar el lugar de centralidad y neutralidad del periodista, quisiera advertir sobre una lógica complementaria tendiente a realzar una de las voces en detrimento de la otra. Se trata de una práctica naturalizada, diría yo, incluso, ni siquiera realizada adrede en la mayoría de los casos, que permite que el espectador tome posición de antemano. Tómese el caso de un debate entre dos personajes desconocidos para la audiencia. Como presentarlos simplemente por su nombre propio puede dar lugar a que, transcurrido el debate, el espectador encuentre buenas razones en el polemista que va en contra de los intereses del medio, el presentador, desde el vamos, aclara que uno de los debatidores tiene una mácula vinculada a una pertenencia que puede ser, apoyar al kirchnerismo, al chavismo o a algún oficialismo populista. Claro que todo cambia cuando se presenta al polemista que coincide con los intereses del medio. Frente al oficialista-chavista-kirchnerista-populista (o encarnación maldita que fuera), esto es, frente “al ideologizado que en tanto tal distorsiona la realidad”, se encuentra simplemente un “periodista” de algún medio consagrado o un “especialista” que nunca tiene historia. Así, entonces, a través del ideologizado habla el interés de una facción y a través del especialista habla, simplemente, la verdad.   
Podrá parecer una insignificancia pero, hecha esta presentación, el debate está perdido para el primero de los polemistas porque la lógica del prejuicio ya empezó a operar en el espectador y es muy difícil que alguna de las opiniones del señalado con la letra escarlata pueda torcer la cosmovisión de una audiencia a la que ya le han resuelto quién es el bueno, quién es el malo y, por eso mismo, quién resultará victorioso.




  

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