En una de sus
obras más recordadas, el filósofo reaccionario Joseph De Maistre, ferviente
opositor a la Revolución Francesa, establece un diálogo donde uno de los
personajes le dice a la condesa: “Durante mucho tiempo no hemos entendido nada
de la revolución de la que somos testigos; hemos creído que es un mero
acontecimiento. Estábamos en un error: es una época”.
La diferencia
entre acontecimiento y época en este contexto es la diferencia
entre lo que puede ser un evento relevante, pero, al fin de cuentas, pasajero,
y un hecho que marca un punto cero e inaugura una nueva realidad con la
capacidad para extenderse en el tiempo y determinar el futuro.
Recordaba ese diálogo a propósito
de uno de los debates de la semana. Me refiero, en particular, a la propuesta
de Emmanuel Álvarez Agis, el exviceministro de Economía de Cristina Kirchner y
Axel Kicillof que ha devenido, en la actualidad, un consultor con cierta
influencia y presencia mediática.
En una charla extendida de la que
solo circularon unos 30 segundos, Álvarez Agis, que es muy bueno comunicando y
muy hábil para generar títulos e interacciones, aparece con una propuesta
polémica: cobrar un impuesto de 10% al efectivo. La controversia no tardó en
viralizarse e hizo que intervenga el propio presidente acusándolo de chorro
además de toda la lista de periodistas siempre a medio camino entre la
venalidad y las dificultades de lectocomprensión.
El propio implicado tuvo que
salir a explicar más allá de que en la entrevista original estaba claro lo que
pretendía: cobrar un impuesto para desincentivar la informalidad y así
equiparar la recaudación mientras en paralelo se reducían los impuestos (el impuesto
“al cheque”, por ejemplo) que incentivan la informalidad. Repetimos: no se
trataba de una suba de impuestos con la pretensión de recaudar más en lo
inmediato, sino de que el Estado inicie un círculo virtuoso disminuyendo los
dramáticos niveles de informalidad recaudando lo mismo o, en todo caso,
recaudando más a largo plazo pero solo como consecuencia de una mayor cantidad
de gente incluida en el sistema.
El objetivo de estas líneas no es
defender a Álvarez Agis si bien lo que plantea tendría sensatez incluso para
los ortodoxos, más allá de que podrá discutirse la medida o los modos en que se
plantean los inventivos y los desincentivos. Lo que me interesa es entender el
rechazo que produjo el comentario más allá de aquellos que lo han recortado con
mala fe. Adelantando parte de las conclusiones, es la época lo que estaría jugando un rol principal.
¿Y cuál es el eje de la época? Sin dudas, especialmente después
de la pandemia, una libertad entendida como ausencia de restricción cuyo
principal enemigo es el Estado, el cual es capaz de aparecer en la forma del
gobierno que no me deja salir de casa, o en la forma de Agencia de recaudación:
el Estado/gobierno interponiéndose en la libre circulación, sea de mi cuerpo,
sea de mi dinero.
Incluso si escarbamos bien, la
dinámica y la controversia alrededor del uso de la IA también va en esa línea.
Al fin de cuentas, los dueños de las tecnológicas pretenden un avance sin
límites aun cuando ellos mismos reconocen los niveles de automatización de los
algoritmos y la incertidumbre respecto a las consecuencias, ya no a largo
plazo, sino inmediatas. Frente a ello, al menos desde Europa y organismos
supranacionales, ha habido intentos de poner algún límite, en primer lugar,
implorando un avance más lento con el insólito acuerdo de parar 6 meses los
desarrollos; y luego o, en paralelo, hallando algún tipo de sistema de
regulaciones. Más allá de que cualquier intento en este sentido esté condenado
al fracaso por la propia naturaleza de esa tecnología, el argumento para
oponerse es el mismo: la libertad entendida como ausencia de impedimento, que
nada se nos interponga en el camino.
Ahora bien, se dirá que esta
forma de entender la libertad y esta agenda es propia de la derecha. Puede ser
cierto. Sin embargo, una época, aun cuando tenga su hegemonía, trasciende un
espectro ideológico. Observemos, si no, la agenda progresista o de izquierda
alrededor de la identidad de género: la idea de que mi identidad está
determinada por mi autopercepción de un género que es una construcción cultural,
es una forma de posicionar la libertad, en este caso, contra el impedimento del
Estado y sus expertos que evaluaban quiénes éramos por los datos de la biología.
Para el progresismo, el cuerpo es un impedimento para la libertad, algo que
también podría inferirse del slogan “mi cuerpo, mi decisión” por el cual yo
podría actuar sobre él, en este punto, por ejemplo, para interrumpir un
embarazo. Antes que alguien salte a la yugular, cabría aclarar que de lo dicho
no necesariamente se sigue una crítica. Se trata solamente de la pretensión de
una descripción y si la descripción es correcta, nadie debiera ofenderse. Por
cierto, esta agenda estaba presente bastante tiempo antes de la pandemia.
Volviendo al caso que nos
convoca, no tiene sentido evaluar racionalmente la propuesta de Álvarez Agis.
Aun cuando pueda ser sensata y aun cuando eventualmente pudiera ser el puntapié
para una dinámica virtuosa, no hay aclaración que pueda hacerse: está condenada
al fracaso en esta época. La razón es que el efectivo, el dinero “crocante”, es
una evasión pero que se la justifica frente
a quien hoy aparece como el enemigo: el Estado. En otras palabras, para una
mayoría de personas, esa recaudación no es vista como la condición de
posibilidad de mejoras de infraestructura, salud, educación o redistribución de
la riqueza. Así funcionaría si esa mayoría se sintiera consustanciada con la
comunidad y con el Estado. Pero no es el caso y si bien todavía queda bastante
del Estado de Bienestar en pie, el ciudadano común lo percibe como un derecho
adquirido para, en cambio, posarse en la otra pata de aquello que sucede con
los impuestos: corrupción, prebendas, empleo público ineficiente, clientelismo,
políticas públicas enfocadas en minorías, etc.
Incluso podría decirse que el
efectivo, todavía más que todo el discurso protolibertario detrás de las
criptomonedas, deviene el último reducto de una vida “por fuera del sistema”,
justamente, porque a diferencia de las cripto que circulan en la completa
virtualidad, posee una materialidad que viene a encarnar la utopía nostálgica del
individuo libre para el cual, ya no solo la bancarización sino la utilización
de un celular, es una forma de atadura. El sucedáneo de esto en las nuevas
generaciones, que no conocen un billete de papel, son las billeteras virtuales
impulsadas por su carácter de nativos digitales y la sobreprotección de sus
padres que controlan el gasto de sus hijos a través de esos instrumentos y, a
su vez, se garantizan de que “no les falte nada”. Ese es “su efectivo” y su
moneda de libertad.
Las épocas cambian. Lo que parece
imposible hoy puede ser hegemómico mañana. Preguntemos, si no, al propio Milei,
un economista sin trayectoria académica con ideas radicales, marginales y
pasadas de moda que, de repente, instala realidad y se posa en el centro de la
agenda. Pero hay que saber diferenciar un acontecimiento de una época. En
política, saber interpretar el momento justo, lo es todo. No hay idea, por más
racional y sensata que sea, que pueda salir airosa si va en contra de la época
y esta es una época donde nada puede ir en contra de lo que hoy se entiende por
libertad.
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