sábado, 22 de noviembre de 2025

No es (solo) la tecnología. Es (también) el progresismo (22.11.25)

 

Estados Unidos, elecciones presidenciales 2012. La campaña que redundaría en la reelección de Obama trae una novedad revolucionaria: ingenieros de Google, Twitter, Facebook y otras empresas de Silicon Valley trabajarían durante meses hasta 14 horas por día para alcanzar un hito en lo que a comunicación política refiere, probablemente, el sueño húmedo de cualquier dictadorzuelo bananero: conocer los nombres de cada uno de los 69.456.897 de estadounidenses que habían votado por el candidato demócrata en la elección anterior. No se trataba, claro está, de violar las normas del cuarto oscuro sino de usar una tecnología con una capacidad predictiva tal que la certeza sería total y permitiría dirigir específicamente un determinado contenido propagandístico para contener a los propios y seducir a los ajenos. Esa segmentación de la que hoy tanto se habla, demostraba su potencialidad. Por cierto, claro está, Obama no era un hombre de derecha.

Este dato, por todos conocido, le sirve a Giuliano Da Empoli en su último libro, La hora de los depredadores, para exponer la hipocresía de los demócratas que no solo nunca le pusieron límites a las grandes tecnológicas, sino que fueron los primeros que se sirvieron de ellas. Y todos sabemos: cuando lo hacía Obama era maravillarse con la posibilidad que la tecnología brindaba para llegar al ciudadano e interpretarlo mejor; cuando lo hace la derecha, es para manipular.  

Varios años después, en Argentina, el progresismo está descubriendo el problema de las redes sociales a partir de un documental de Ofelia Fernández replicado por todos los medios y los usuarios progresistas como una revelación a pesar de basarse punto por punto en el libro La Generación ansiosa de Jonathan Haidt, un psicólogo estadounidense que no es derecha pero que lleva años criticando ferozmente las políticas woke a partir de las cuales tanto la propia Ofelia Fernández, como quienes se cuelgan de ella, tomaron notoriedad pública. 

El progresismo tiene una tara ideológica que no tiene la derecha: no puede afirmar que el pueblo se equivoca porque eso lo ubicaría en un lugar incómodo de superioridad moral que el progresismo ostenta y defiende, pero con culpa y en secreto, casi como susurrándolo. La derecha, en cambio puede decirlo sin empacho. Es más brutal, si bien a veces puede matizar con un “lo hacen engañados” o “por clientelismo”.

Ahora bien, si para el progresismo, el pueblo nunca se equivoca, quedan dos opciones: hacer autocrítica y reconocer que el pueblo elige a la derecha porque hoy interpreta mejor los intereses de las mayorías, incluyendo los de los trabajadores; o afirmar que el pueblo fue manipulado. Así, el progresismo siempre estaría en la correcto y el pueblo no se equivocaría, pero, a diferencia de los líderes progresistas, podría ser engañado por gente mala que odia. Y ya está. Asunto cerrado. 

15 años atrás el eje estaba puesto en los medios tradicionales que reproducían el sentido común neoliberal. En aquel momento las redes sociales eran el espacio de la micromilitancia y de dar la batalla contra el poder real y los fierros. La situación cambió y con la hegemonía progresista en el discurso, las redes se transformaron en el espacio de la reacción de la derecha, en algunos casos incluso contra las grandes tecnológicas que, salvo en el caso de Musk, hasta el último triunfo de Trump, eran los cancerberos del wokismo y la corrección política fomentando censuras e impulsando escraches como parte de su negocio.

Y lo que parecía una reacción extemporánea y marginal, de repente tuvo resultados concretos: el primer triunfo de Trump, el Brexit… allí se instaló definitivamente el nuevo sentido común progre: las redes están fomentando el odio, la polarización y las teorías conspirativas a favor de la derecha; los candidatos impresentables ganaban por la posverdad y las campañas en Whatsapp y Tiktok. Tenemos ansiedad y no sabemos si es por el cambio climático o porque siempre está a punto de venir el fascismo. Tratamos de explicar, siempre explicar, y si es posible, en difícil. El progresismo comenzaba su etapa de contentarse con perder elecciones, pero ser el ganador moral.

Sin embargo, claro, ahora tenemos un problema extra: los triunfos de la derecha solían basarse en los apoyos de las clases altas y las clases medias asustadas, en su mayoría adultos y adultos mayores. Se sostenía empíricamente esto de “jóvenes de izquierda” que con los años se van haciendo conservadores. Y de repente, la novedad: por primera vez en varias décadas, los jóvenes son más conservadores que sus padres. El 68 de Mayo (o El Mayo del 68 inverso): asistimos a una revolución generacional donde los conservadores vuelven a ser los padres pero, esta vez, los padres son conservadores de izquierda.

En Argentina, el peronismo les permitió votar a los jóvenes de 16 suponiendo que ese sector de la población nunca sería de derecha y les salió el tiro por la culata. Mencionemos además la creación de una enorme fractura social entre varones y mujeres que solucionó menos problemas de los que generó para, a la cuestión generacional, agregarle la variante Género como predictor del voto (más progre entre las mujeres, más conservador entre los varones).

Una opción podría ser haber hecho un parate allí y pensar: ¿no estaremos haciendo algo mal, nosotros, los progres? No. Preferible hablar de la reacción masculinista de los incels; de los nenes de mamá sostenidos por sus padres; de pendejos que no entienden nada y son individualistas y solucionistas tecnológicos con solidaridad peneana a diferencia de las mujeres que están politizadas y son sororas para construir el bien común. El voto de las mujeres por el progresismo sería un voto racional pero el voto de los varones por la derecha sería una reacción de odio. Y lo cierto es que es racional que las mujeres voten progresismo, al fin de cuentas, están votando por sus intereses, ya que el progresismo ha hecho de la mujer y las identidades sexuales (salvo la heterosexual), una bandera; como también sería racional que los varones voten a la derecha si entienden que sus problemáticas no son abordadas, a saber, altísimas tasas de suicidios, falta de trabajo, brecha en la edad de jubilación, deserción escolar, menos egresados en las universidades y presión patriarcal del todavía no extinto “macho proveedor” en un contexto donde ya es casi imposible sostener a toda una familia, a lo cual se le agrega la novedad de un clima social en el que el varón aparece como un victimario esencial que no merece ni la presunción de inocencia. Detrás de esa “reacción masculinista” seguramente se esconderán machistas, misóginos, homofóbicos y mucha lacra de ese tenor, pero también gente razonable que puede plantear dudas o debates y que automáticamente acaba siendo desacreditada por su condición de varón gracias a este doble movimiento contradictorio en el que las mujeres son empoderadas y víctimas a la vez. Se empoderan porque el discurso de la igualdad y de la mujer moderna así lo requiere, pero se victimizan para no poder ser cuestionadas y para poder posicionarse en el lugar del acreedor eterno para el cual ningún derecho alcanza. El discurso de la igualdad para ciertos sectores es como el horizonte: siempre se aleja un poco más y su efectividad está en la instalación de su imposible cumplimiento.

Pero en vez de tratar de entender el fenómeno se lo desacredita: el otro nunca puede tener buenas razones. Así que vayamos un poquito atrás en el tiempo y echémosle la culpa al año 2010 y sus alrededores, esto es, el momento en el que aparecieron los móviles con cámara frontal para selfis y los botones de Me Gusta y Compartir. Y ya está de nuevo. Estamos ansiosos porque el capitalismo es malo y porque nos manipula la dopamina. Y como todos sabemos, la biología es de derecha.

A propósito del wokismo, dice Da Empoli quien, por cierto, está muy lejos de ser un hombre de derecha: “Para compensar su falta de valentía frente a los retos decisivos, los abogados [refiriéndose a los miembros del partido demócrata] se lanzaron de inmediato a una batalla por los derechos cada vez más dura que los ha llevado a adoptar posiciones mucho más radicales que la mayoría de sus propios electores”. Lo dice para luego agregar que el wokismo ha sido el combustible ideal para alimentar la máquina del caos del populismo de derecha cuyo único real enemigo sería la moderación y no la radicalización con eje en minorías que se plantea por izquierda.

¿Debemos inferir de esto la salida fácil de cargar sobre el progresismo toda la responsabilidad por el regreso de la derecha? No, o en todo caso, si la respuesta es afirmativa debería incluir el fracaso económico del progresismo. Dicho en otras palabras, si los gobiernos progresistas hubieran gobernado mejor y hubieran creado mayor bienestar para las mayorías, probablemente buena parte de lo aquí expuesto hubiera quedado en un segundo plano, al menos para algún sector del electorado. Pero la combinación de fracaso económico y una nueva casta de burócratas dispuestos a una ingeniería social sin precedentes abrió el camino al ascenso de líderes e idearios que, efectivamente, encontraron en las condiciones objetivas del avance tecnológico, canales adecuados para su prédica y su reacción.

 

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