Byung-Chul Han, el filósofo
superventas nacido en Seúl, ha sido galardonado con el Premio Princesa de
Asturias de Comunicación y Humanidades 2025 por “su brillantez para interpretar
los retos de la sociedad tecnológica”.
Autor de más de una treintena de
libros, Byung-Chul Han arriba a Alemania, sin conocer el idioma, para estudiar
filosofía, literatura y teología entre Friburgo y Múnich, doctorándose en 1994
con una tesis sobre Martin Heidegger, influencia que es posible rastrear en
buena parte de sus escritos.
Más allá del enfoque particular
que el autor suele dar a problemáticas contemporáneas, una posible explicación
de su éxito está menos en una pretensión divulgadora que en la forma de su
escritura, constituida por sentencias potentes, casi aforismos por momentos y,
sobre todas las cosas, por una enorme capacidad para crear categorías.
El neoliberalismo, la tecnología
y lo que podríamos llamar una suerte de “cultura contemporánea de la
positividad” son temas recurrentes de sus obras y objetos de crítica permanente
incluso cuando busca posicionarse en asuntos tales como la identidad, la
violencia, el control, los rituales, el arte, el amor, la vida contemplativa, el
trabajo o la información.
Uno de los enfoques que más ha trascendido
de Byung-Chul Han es su denuncia al imperativo de la transparencia. Hoy se
exige no solo a los gobiernos, sino a cada uno de nosotros, ser transparentes, y
lo que a priori pareciera encomiable, encubre una forma de control. A
propósito, nuestro comportamiento en las redes es la demostración de ello: todo
debe ser exhibido, todo debe estar a la vista, especialmente nuestra vida
privada. El no mostrar es sospechoso; el pudor tiene mala fama. De aquí que la
sociedad de la transparencia, tal como se denomina uno de sus libros, sea
también pornográfica en el sentido de que presenta todo a la vista.
Si en los
objetos de culto, su existencia es más importante que el hecho de que sean
vistos, en la sociedad de la transparencia sucede exactamente lo contrario: las
cosas revisten un valor solo en la medida en que están expuestas. La paradoja
es que esto no nos permite ni ver ni conocer en profundidad. Al contrario: “[Las
cosas] no desaparecen en la oscuridad, sino en el exceso de la iluminación”.
A su vez,
decíamos que estábamos frente a una nueva forma de control. Para graficar esto,
Byung-Chul Han retoma el clásico panóptico de Bentham popularizado por las
reflexiones de Michel Foucault. Para quienes no lo recuerden, se trata de aquella
cárcel en la que los prisioneros no tenían contacto entre sí ni tampoco con el
vigilador que, presuntamente, los controla desde la torre. Esa arquitectura que
impedía la comunicación entre los reclusos y que los llevaba a ser vistos sin
poder ver, generaba la introyección del control, esto es, ante la posibilidad
de ser vigilados, los prisioneros se comportaban según la norma.
En el panóptico digital
sucede lo opuesto: los reclusos, es decir, todos nosotros, somos “obligados” a
comunicarnos y a expresar nuestras ideas y pensamientos todo el tiempo;
entregamos nuestros datos por necesidad interna de ser vistos y aprobados, no
por coacción; estamos vigilados pero no por el policía de la torre sino por
otros usuarios que controlan qué decimos, qué opinamos y, si nos desviamos del
canon, la consecuencia será una tormenta de mierda y la cancelación:
“Cuando hacemos click en el botón Me gusta
nos sometemos a un entramado de dominación. El Smartphone no es solo un
eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil. Facebook
es la iglesia, la sinagoga global (literalmente, la congregación) de lo
digital”.
Sin la
conciencia de la vigilancia, entonces, somos controlados creyendo ser libres; y
si la vieja
cárcel actuaba sobre nuestros cuerpos para conformar una biopolítica, el nuevo
modelo actúa ya sobre nuestras mentes y deviene una psicopolítica, categoría
que, justamente, da título a otro de sus libros.
Por otra parte,
esta falsa percepción de libertad que ofrece el neoliberalismo conecta con otra
idea de Byung-Chul Han que resulta clave para comprender el mundo del trabajo.
Incluso de manera provocadora, el autor afirma que la verdadera sociedad sin
clases la ha logrado el capitalismo financiarizado antes que el comunismo. La razón es que hoy habitamos una sociedad del rendimiento donde ya no hay
explotadores y explotados puesto que el trabajador devino un empresario de sí
mismo que se autoexplota.
Se trata de un
cambio radical en las relaciones porque, en esta sociedad del rendimiento
neoliberal, quien fracasa no responsabiliza al sistema o a un tercero, sino que
se responsabiliza a sí mismo y se avergüenza. Cuando la explotación era ajena,
había posibilidad de una solidaridad contra el explotador, pero cuando la
explotación es autoinfligida, la agresión se introyecta, viene hacia uno mismo.
Por ello, el tiempo actual no es el de la revolución sino el de la
depresión.
El aroma del tiempo, La desaparición de los rituales, En el enjambre, Infocracia y No-cosas,
son algunos de los títulos relevantes que podrían sumarse a los ya mencionados.
Conservador
para algunos, demasiado prolífico y previsible, especialmente en sus últimos
textos, para otros, lo cierto es que Byung-Chul Han parece no pasar de moda aun
cuando predica con el ejemplo y vive alejado de las redes, los flashes y los
medios masivos a los que pocas veces ofrece alguna entrevista.
Si
este nuevo galardón deviene una buena excusa para leerlo, bienvenido sea.
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