Sabemos que la temporalidad en tiempos de cuarentena está
trastocada: no salir a la calle y, en algunos casos, perder el trabajo o tener
a los chicos sin colegio, ha desordenado completamente la dinámica diaria. No
sabemos en qué día vivimos. El tiempo pasa lento para algunos, rápido para
otros, distinto para todos. Hay incluso la sensación de estar viviendo tiempos
paralelos como los que pensaba Borges. Todo es excepcional pero lo más
excepcional es que la excepcionalidad se está normalizando.
Por suerte tenemos la hojarasca: prestarle atención al salame
que pone música en Recoleta y a los 30 pavotes que salieron a bailar y te lo
presentan como una gesta libertaria contra el Estado opresor cuando no es más que
el proyecto snob de quien, si pasara cumbia, sería denunciado por ruidos
molestos. Asimismo, de repente todo el mundo es “runner”. No se entiende por
qué en Argentina hay tasas crecientes de obesidad y tantas enfermedades
vinculadas al sedentarismo si toda la gente tiene la necesidad vital de correr.
¡“Je suis runner”! (Aunque la última vez que corriste fue cuando se te escapaba
el 21 que te deja en Liniers y no te gritaron “¡corré, runner!” si no “¡corré,
gordo!”); y como contrapartida de esta tontería, la respuesta igualmente zonza:
hay que estigmatizar a los que corren porque en el fondo son chetos y porque
quien los habilita es Rodríguez Larreta que es malo. Crecieron los casos en
CABA y en Provincia pero toda la culpa es de los “runners” de CABA. Nosotros
estamos en lo importante: despreciamos que el 20% de los comercios de la ciudad
haya cerrado porque la ciudad es gorila pero nos comprometemos con el #Blacklivesmatter,
y decimos que tenemos un amigo negro para que no nos acusen de racistas sin
entender que los discriminan más por pobres que por negros. ¿Cuándo habrá un
#Poorlivesmatter? ¿Por qué en las fotos del poder denunciamos que debería haber
más mujeres, indígenas, negros, gays y discapacitados sin tomar en cuenta que
lo que siempre falta en esas fotos, en realidad, son los pobres?
Pero el tiempo pasa y todo estamos hartos de estar
encerrados. Algunas semanas atrás les hacía una proyección de 150 días de
encierro y el viceministro de Salud de la provincia, en una declaración
desafortunada, dice que “firmaría” un confinamiento hasta el 15 de septiembre,
esto es, prácticamente, 180 días en total. ¿Ustedes se imaginan 90 días más de
encierro? ¿Ese es el plan? ¿Es eso un plan? En paralelo, y en el medio de la
queja, las calles del AMBA están repletas de gente y salvo los comercios que
están muy expuestos, el resto ha abierto porque es abrir o fundirse; la policía
no controla los desplazamientos interiores y funciona de manera más o menos
disuasiva en lugares puntuales. Siempre les digo lo mismo: para mí está bien
que así sea y no dudo de que hay una decisión política en ese sentido pero entonces
hay una suerte de discurso esquizoide que proviene de distintos sectores. Por
un lado, el gobierno dice que hay que endurecer la cuarentena pero no lo hace
porque se le ha desbordado la gente y porque entiende que no hay contención
posible para ello. Se transforma en un gobierno comentarista, un gobierno de la
queja. Nunca será como el de Macri, el mejor ejemplo del gobierno espectador,
opositor aun cuando era oficialista porque era opositor de los opositores; pero
en este punto, sea por decisión política o por impotencia, en la zona de AMBA la
efectividad que tuvo el confinamiento las primeras semanas hoy ya no es tal. Y
el gobierno se queja y dice que la gente no hace lo que tiene que hacer, lo
cual, en muchos casos, es cierto. Con todo, por otro lado, también hay un
discurso esquizoide entre grandes sectores de la población porque se quejan
como nunca pero, con ciertas restricciones, están llevando una vida bastante
parecida a la normal: trabajando, cobrando en tiempo y forma, saliendo a
correr, sacando a pasear a los pibes, juntándose con amigos. Algunos incluso
hasta con la libertad de ir a decir pelotudeces al obelisco.
En cuanto a la agenda mediática, la disparidad es total. El
espacio más pequeño de prensa oficialista se ocupa del escándalo del espionaje
y de defender a los dueños del medio. La prensa opositora, amplia mayoría, cada
vez más radicalizada, sueña con repetir la 125, primero como tragedia y luego
como farsa, por la osadía de intervenir una empresa importante pero que es
incapaz por sí sola de controlar el mercado ni nada que se le parezca. Habla de
comunismo, del IAPI, de Venezuela; pero le hablan a una tribuna chiquita.
Algunos periodistas tienen miedo de que desbaratada la red de espías quede
expuesta su complicidad incluso. Nombran a Cristina. “Cristina” es la llave al
erizamiento que abre la compuerta del prejuicio. Es un código. Dicen “Cristina”
y todo lo malo podrá serle endilgado. Deben soñar con ella. Cualquier acción
del gobierno que sea correrse medio metro de la moderación y del statu quo es obra de Cristina. No sé si
es así pero aun si lo fuera, eso hablaría mal del gobierno y de Cristina porque
lo cierto es que con casi siete meses de gobierno no ha habido medidas que
hayan sacudido el statu quo, ni una
medida que suponga una transformación estructural. La primera podría ser la de
Vicentín pero en las últimas horas tuvieron que dar marcha atrás con la
expropiación y aun si de alguna manera lograran hacer pie en la empresa, como
medida todavía está lejos de aquellas acciones emblemáticas de la larga década
kirchnerista. Tampoco se pudo imponer, al menos hasta ahora, un aporte
extraordinario a los ricos en un contexto como éste. Dijeron “Cristina” y luego
dijeron “Venezuela” y la iniciativa parece haberse apagado.
Igualmente, y más allá del caso específico, lo de Vicentín,
incluso con esta sorprendente suerte de marcha atrás, lo pienso más bien como
un intento de parte del gobierno de abandonar la agenda del virus. Y está muy
bien. Es como si dentro del propio oficialismo se sintiera un agotamiento del
tema. Y nótese que ese agotamiento no es objetivo. Más bien todo lo contrario:
objetivamente entramos en el momento más crítico, el momento donde toda la
atención debería estar puesta en la pandemia y ni siquiera sucede eso con la
cobertura mediática que ya está dispersando su atención. Es simple: todo tema
cansa aun cuando sea dramático y pueda implicar la muerte propia o de un ser
querido. Pasa en Europa, que comienza a abrir aun cuando en algunos países
tuvieron miles de muertos y al día de hoy diariamente tienen más muertos que
nosotros.
El gobierno amagó con Vicentín porque el arreglo con los
acreedores de la deuda, al menos en el momento en que escribo estas líneas,
estaría empantanado. Sigo creyendo que la diferencia no parece insuperable pero
se estaría en un estadio de la negociación en la cual los fondos pretenden
imponer condiciones que Argentina no piensa ni debería aceptar. De modo que a
la inesperada situación de pandemia le sumamos que el gobierno no puede
terminar de cerrar una negociación que se estira y sobre la cual puso, a mi
juicio desproporcionadamente, todas las expectativas, como si esa negociación
fuera determinante de los cuatro años de gobierno. Y por supuesto que lo es
pero el único plan del gobierno no debería ser “arreglar la deuda”, justamente,
porque el único problema de la Argentina no es la deuda. En el mejor de los
casos, arreglar con los acreedores nos dará unos años de gracia para volcar ese
dinero e impulsar el crecimiento pero no solucionará los problemas
estructurales.
Y esto es una dificultad porque, volviendo a la cuestión de
la temporalidad tan particular a la que nos expone la cuarentena, si algo
caracteriza a la vida en confinamiento es la incertidumbre del día después, la
imposibilidad de proyectar porque no hay límite y nadie sabe cuándo termina
esta etapa. Y hay que ofrecerle a la población y a los votantes que apoyaron
con enormes necesidades y con mucha esperanza, la Argentina del día después. La
mera supervivencia y el discurso de la solidaridad que administra escasez alcanzan
para los tiempos de zozobra. Pero se agota si no hay épica y si no hay un día
después aun cuando ese día después sea una fantasía. Pregúntenle a Macri si no,
que prometiendo el segundo semestre terminó consumiéndose los ocho semestres de
mandato. Pero hay que ofrecer algo, una promesa, una mentira piadosa, un plan
incumplible al menos. Algo. La política es muchas cosas pero entre esas cosas
no hay que olvidar que es un proyecto. Por lo tanto, no tiene que ver con la
verdad sino con el futuro. No pedimos verdad. Pedimos expectativa de futuro. La
mentira de la búsqueda de la verdad en política, dejémoselas a los moralizadores.
En síntesis: es una estupidez decir que el gobierno está
cómodo con la pandemia. Lejos de estarlo, está preso del tipo de temporalidad
que impone la pandemia. Es como si el Frente de Todos hubiera asumido en la
temporalidad de la pandemia, heredando un desastre al cual tenía que emparchar
constantemente y que no lo dejaba proyectar. Como les indiqué aquí muchas
veces, desde el 11 de diciembre la sensación es la de un gobierno entre
paréntesis al que, desgraciadamente, y para colmo de males, luego le viene una
real pandemia que efectivamente pone el tiempo entre paréntesis. Si el gobierno
estuvo detenido desde que asumió esperando resolver el conflicto de la deuda,
ahora que objetivamente el tiempo está detenido, debería salir a romper esa
dinámica, devolver el tiempo a su lógica normal. Una agenda pospandemia que
comience hoy sería clave en ese sentido. Hay que garantizar la existencia del
día después aunque todos sepamos, en el fondo, que es imposible determinar cuándo
carajo será ese día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario