sábado, 7 de septiembre de 2019

Macri y la metáfora del agua (editorial del 6/9/19 en No estoy solo)


“Creo que durante este gobierno se trabajó mucho en la sala de máquinas de ese barco.  Algo en los camarotes, que es darle agua potable y cloacas. Nos faltó el salón comedor y ese es el mensaje de las urnas. Ahora, pase lo que pase, gane quien gane las elecciones, el desafío es estacionar el barco en el muelle el 10 de diciembre, no antes ni después”. Así declaraba, días atrás, el actual Ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, cuando intentaba graficar el objetivo que le encomendó el presidente tras la renuncia de Nicolás Dujovne.
Las metáforas vinculadas al agua son parte esencial de nuestra civilización, sea para que las aguas se abran, se camine sobre ellas, naufraguemos, resistamos a las tentaciones, nos reflejemos hasta enamorarnos de nosotros mismos o seamos incapaces de bañarnos dos veces en el mismo torrente. También estamos atravesados por dichos populares asociados al agua: “claro como el agua”, “ha corrido demasiada agua bajo el puente” o “fuma bajo el agua” son solo un rápido muestreo que traigo aquí de memoria y que usted podrá ampliar inmediatamente.
Las declaraciones de Lacunza no son aisladas dado que en las semanas previas a la elección, el oficialismo, y Macri en particular, utilizaron recurrentemente metáforas vinculadas al agua, más específicamente, a un río que aparentemente los argentinos estábamos cruzando. La metáfora iba variando pero la idea era que el país estaba en el medio de una travesía que lo depositaría en un destino prometido tras haber logrado partir de una isla populista que nos mantenía incomunicados con el mundo; ese destino por venir, naturalmente, sería deseable y, en tanto tal, es el que nos impulsaría a abandonar aquel origen cómodo pero ficcional y de retraso. Ese futuro abstracto que estaría allí adelante funciona, entonces, como promesa y nos impone un esfuerzo en el hoy. De esta manera, la metáfora reproduce la tríada del relato religioso que el liberalismo vernáculo ha adoptado para sí: hay un pecado original/caída, un tránsito donde los penitentes debemos purgar nuestras culpas y una promesa de salvación. O sea, somos culpables de haber aceptado el presunto populismo. Por lo tanto debemos sacrificarnos y renunciar a los derechos que no son más que prebendas ficcionales, un placer momentáneo, simples tentaciones, porque allí a lo lejos, en este nuevo puerto, está la salvación liberal, donde cada uno tiene lo que le corresponde por mérito propio. Si en aquel puerto hay lugar para todos los que estamos en la travesía, es otro asunto, aunque uno intuye que en caso de no haber hecho el mérito suficiente, es deseable ser previsor y tomar algunas clases de resistencia en el agua.    
Las respuestas a las metáforas utilizadas por el oficialismo no han tardado en llegar y lo más fácil es, por supuesto, asociar la situación actual con el naufragio del Titanic. Sin embargo, vino a mi cabeza un breve fragmento de la primera novela del escritor francés Michel Houellebecq, Ampliación del campo de batalla, que viene a colación. Es que allí, nuestro autor, entiende que el liberalismo económico hace que los aspectos más básicos de nuestras vidas se transformen en un espacio que debemos conquistar individualmente ya que cualquier derecho, más allá de la integridad física, la propiedad privada y los derechos civiles, serían meras prebendas. La ampliación del campo de batalla se libra en cada aspecto de nuestras vidas, e incluso los más elementales, aquellos que considerábamos básicos, se transforman en una mercancía a ser disputada en la lógica del mercado.
Es allí cuando Houellebecq recurre a la metáfora del agua:
“A ti también te interesó el mundo. Fue hace mucho tiempo; te pido que lo recuerdes. El campo de la norma ya no te bastaba; no podías seguir viviendo en el campo de la norma; por eso tuviste que entrar en el campo de batalla. Te pido que te remontes a ese preciso momento (…) Acuérdate: el agua estaba fría. Ahora estás lejos de la orilla: ¡ah, sí, qué lejos estás de la orilla! Durante mucho tiempo has creído en la existencia de la otra orilla; ya no. Sin embargo sigues nadando, y con cada movimiento estás más cerca de ahogarte. Te asfixias, te arden los pulmones. El agua te parece cada vez más fría, y sobre todo más amarga. Ya no eres tan joven. Ahora vas a morir.”
Pongamos atención a este pasaje: “no podías seguir viviendo en el campo de la norma; por eso tuviste que entrar en el campo de batalla”. Digo que prestemos atención porque la consecuencia de entrar en ese campo es, dice Houellebecq, nadar y nadar sabiendo que ya no hay otra orilla; nadar ya no para progresar sino para no retroceder; nadar sabiendo que igualmente te vas a ahogar. Y esto es lo que parece haber quedado claro en los últimos días. Nos están pidiendo que nademos. Lo que no nos dijeron es que adelante, en realidad, no hay ningún puerto ni orilla. De tanto utilizar la metáfora del agua, queda claro que Macri nos ha quitado los salvavidas, el barco y solo nos ha dejado esto: agua.   


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