domingo, 22 de septiembre de 2019

¿Hace falta dar la batalla cultural? (editorial del 20/9/19 en No estoy solo)


Especialmente a partir del conflicto con las patronales del campo, allá por el año 2008, se instaló fuerte la idea de que el verdadero cambio de la Argentina tenía que ser un cambio cultural. Para decirlo sintéticamente, se afirmaba que el sentido común argentino era un sentido común liberal antipopular que estaba siendo estructurado por los medios de comunicación. Era, entonces, el momento de dar “la gran batalla” que era “la batalla cultural”. Influenciados por ciertas lecturas del teórico italiano Antonio Gramsci, la misma idea atravesó buena parte de Latinoamérica y para muestra basten las palabras de Álvaro García Linera en el décimo encuentro de Intelectuales realizado en Caracas en el año 2014: “es más fácil hacer una revolución que profundizar la revolución. Porque es más fácil hacer una revolución aprovechando la crisis del orden neoliberal pero es mucho más difícil anular el orden neoliberal en el espíritu, en la ética, en el habla (…) en el sentido común”. (…) Hay que utilizar todas las herramientas posibles para desmontar el viejo orden lógico y ético del mundo para introducir las pautas de un nuevo orden lógico y ético del mundo: la escuela, la radio, la televisión, la universidad, los debates, las reuniones, la academia, los sindicatos, los barrios, las reuniones entre amigos, el teatro, el dibujo, absolutamente todo”.  
Creo que hay que ser muy obtuso para negar la importancia de las batallas culturales, más allá de que luego haya discusiones acerca de los diagnósticos, los modos, el alcance, etc. Pero a juzgar por el resultado de las elecciones que se vienen dando en Argentina últimamente hay diversas interpretaciones acerca de quiénes han sido los ganadores de esa batalla y hasta qué punto puede llegar a ser un error pensar que ésta es la única batalla que hay que dar.
Una mirada posible podría ser que el gran ganador ha sido Macri por varias razones: en primer lugar, su gobierno, enormemente inepto en casi todas las áreas, fue eficaz en lo que tiene que ver con “la batalla cultural” a punto tal que en los primeros meses del 2016 ya estaba instalado que el problema de la Argentina no eran los modelos económicos sino la corrupción, que los derechos eran prebendas, y que el Estado debía reducirse para impulsar el emprendedorismo individualista. En ese contexto, el macrismo revalida en las urnas, específicamente en las elecciones de medio término, permitiendo que un candidato menor como Esteban Bullrich triunfe ante la principal espada del peronismo: CFK. Y si en lugar de Esteban Bullrich ponían un ladrillo iba a ganar igual, con todo respeto por el actual senador. Es más, podría pensarse que el gran triunfo de Macri se confirma en el hecho de que en 2019 el kirchnerismo tuvo que ceder sus principales espacios a todos aquellos peronistas o no peronistas que lo criticaron: desde el propio Alberto Fernández, pasando por Felipe Solá, varios gobernadores, Pino Solanas, Massa y hasta un candidato en la ciudad que no se define como kirchnerista y lleva a Victoria Donda en la lista. Claro que no es comparable pero siempre se recuerdan aquellas declaraciones en las que Thatcher decía que su mayor legado había sido que su adversario, Tony Blair, hubiera tenido que acomodar su discurso y acabar “pareciéndose a ella”. Este no es el caso de Alberto Fernández, claro está, porque Fernández asumiría con un discurso que se aleja de Macri pero alguna pluma macrista optimista podría decir que estos cuatro años desastrosos al menos sirvieron para que el peronismo deba moderarse para ganar.
Sin embargo, por otro lado, algo parecido, y utilizando el mismo comentario de Thatcher, recuerdo haber escrito durante el año 2015 cuando Macri de repente se “kirchnerizaba”, se moderaba para parecer desarrollista y te decía que no ibas a perder nada de lo que era tuyo. Era un “MaKri” porque, al menos en las promesas de campaña, se escribía con K y el estar obligado a prometer lo que no iba a cumplir, a mostrarse como lo que no era para poder ganar la elección, podía interpretarse como uno de los grandes legados de una batalla cultural que el kirchnerismo parecía haber librado con relativa eficacia, o, al menos, eso era lo que parecía. Esto podría confirmarse tras la paliza electoral que en agosto último recibiera el gobierno. Es más, alguien podría decir, en caso de que en octubre triunfe Alberto Fernández, que nos la pasamos repitiendo que el sentido común argentino es liberal pero entre 2003 y 2023 tendremos 16 años de gobierno popular, y el peronismo, que estaba contra las cuerdas y a merced de un gobierno que lo persiguió y que además tuvo el apoyo del establishment nacional e internacional, los medios, Estados Unidos, el FMI y los presupuestos de Nación, Provincia y Ciudad, no solo resistió sino que se reinventó para arrasar en las urnas.
¿Este resultado supone que triunfó el discurso de la solidaridad por sobre el emprendedorismo, el del Estado de Bienestar contra el modelo de Estado mínimo, el de la patria grande latinoamericana por sobre el alineamiento a la política estadounidense? ¿Puede decirse que, contrariamente a lo que se piensa, el sentido común es más peronista que liberal? 
Sinceramente creo que no, aunque probablemente haya que pensar que no hay un solo sentido común en la Argentina sino que coexisten cosmovisiones distintas que según las tendencias y las épocas son más o menos preponderantes. A lo sumo, si hubiera un solo sentido común no se sigue de él necesariamente un voto hacia algún u otro candidato de esta dividida Argentina.
Pero en todo caso, y a manera de hipótesis, del mismo modo en que advertimos que es un error suponer que la economía es la única razón para determinar el voto, puede que el kirchnerismo haya depositado demasiadas esperanzas en el hecho de que librar esa batalla cultural y alzarse con la victoria, garantizaba resultados electorales. Es más, si bien el panperonismo se nutre fuertemente de ese kirchnerismo fuertemente ideologizado habría que admitir que el resultado de estas elecciones poco tienen que ver con batalla cultural alguna, al menos en lo que respecta a subir ese techo de 30 o 35 puntos que CFK tenía. De hecho se orillan los 50 puntos y es posible que se los supere gracias a una estrategia electoral muy inteligente y frente a una crisis económica descomunal capaz de arrasar con todo, incluso con el sentido común liberal, si es que fuese el único existente. Pero esos casi 20 puntos de diferencia no votaron a Alberto Fernández porque Clarín mienta o porque abracen la utopía de la patria grande. Quizás lo hicieron simplemente porque tienen menos plata en el bolsillo que hace 4 años.
Que la batalla cultural pueda no ser determinante y que deba admitirse que hay otras variables que inciden en el voto, no significa que sea una disputa que deba dejar de darse pero sí supone adjudicarle su real magnitud y relevancia. Porque lo más cómodo siempre es suponer que quien no vota kirchnerismo es un lobotomizado lector de Clarín. Pero eso no explica cómo puede ser que a veces, ese lector o algún lector que no votó kirchnerismo ni peronismo en los últimos años (porque no comparte para nada esa  cosmovisión), finalmente vuelva a depositar la confianza en el movimiento que liderara Perón. 




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