El gobierno de
Cambiemos entiende que la estrategia electoral adecuada de cara a las próximas
elecciones es polarizar y fidelizar un núcleo duro que, tal como se vio en la
última movilización del primero de abril, no siempre se manifiesta con una
retórica de autoayuda new age. Por cierto, si hablamos de la manifestación que
congregó unas 15000 personas en la Plaza de Mayo, el recorte de lo allí
sucedido fue demasiado evidente. La prensa del establishment enaltecía el
supuesto carácter desinteresado y apartidario además del hecho presuntamente virtuoso
de que alguien se traslade por sus propios medios a manifestarse. Y la prensa
opositora hizo circular manifestaciones negacionistas, xenófobas y violentas de
quienes en defensa de la democracia piden paredón, palos y desapariciones.
Tales manifestaciones existieron pero sería un error suponer que todo votante
del macrismo acuerda con ellas. En todo caso habría que decir que quienes
piensan de ese modo han votado a Macri pero no todos los votantes macristas
piensan lo mismo, de igual modo que no se puede reducir una marcha
infinitamente más populosa como la del 24 de marzo, a un muchacho que armó un
helicóptero de cartón y le dio servido en bandeja la imagen perfecta a quienes
intentan instalar que quienes piensan distinto que el gobierno son golpistas.
Esa imagen funcional a los pensamientos de derecha fue la que otorgaron también
ciertos grupúsculos de izquierda al cortar algunas arterias esenciales el día
del paro de modo tal que, en unas horas, los medios del establishment habían
logrado cambiar el eje de la discusión y se dejó de hablar del contundente paro
para hablar de los piquetes y de si se justificaba o no la represión. La forma
de hacer política de esos espacios marginales de izquierda ya las conocemos
pero lo que es insólito es que desde la perspectiva nacional y popular se
acepte acríticamente ciertos accionares. Lo digo en otras palabras: si el
progresismo nacional y popular no va a proponer soluciones a la compulsión del
piquete, la solución que vamos a tener será por derecha, algo que la propia CFK,
cuando era presidente, había advertido, en aquella inauguración de las sesiones
del Congreso cuando expresó que había que encontrar alguna manera (progresista)
de evitar que los conflictos sociales se expresen de esa manera.
Volviendo
estrictamente a la cuestión de la polarización, justamente, hace algunas
semanas, aquí mismo les comentaba que, desde mi punto de vista, el gobierno
estaba rompiendo el último gran consenso del período democrático inaugurado en
1983, esto es, el símbolo de los 30000 desaparecidos y el hecho de que no hay
violencia equiparable a la del Estado. Asimismo, en los últimos días, el propio
presidente avanzó en una serie de provocaciones innecesarias si no se leyeran
en la clave de estrategia electoral que aquí les propongo, cuando indicó que
los movilizados el 1 de abril no habían ido por el choripán y la coca y se
habían trasladado por sus propios medios; y en el denominado “Mini Davos”, frente
a los líderes del establishment financiero local y mundial, ironizó sobre lo
maravilloso que es estar trabajando (un día de paro nacional). Claro que alguien
podrá advertir que más que estrategia electoral se trata simplemente de la
simple manifestación del sesgo ideológico que determinados referentes del
gobierno tuvieron que mantener sosegado ante la necesidad de obtener los votos
para ganar una elección presidencial. Eso es innegable de modo que, en todo
caso, lo que parece estar ocurriendo a diferencia de lo que sucedía de cara a
la elección presidencial, es que esta vez la ideología coincide con las
necesidades electorales, justamente, porque aquí no hace falta obtener el 50%
de los votos sino simplemente alcanzar triunfos simbólicos en grandes distritos,
en particular, en la Provincia de Buenos Aires. Y en un escenario de oposición
dividida, con un número que supere el 35%, tal triunfo es posible.
Ahora bien,
¿cuál es el costo de alcanzar ese triunfo? Demasiado alto porque lejos de
cumplir con su promesa de “unir a los argentinos”, la sensación es que la
separación es cada vez más profunda y que se está siempre a una chispa de un
conflicto cuyo final es abierto. Con esto no estoy diciendo que Macri se deberá
ir en helicóptero, pues creo que tiene todavía un amplio apoyo de sectores del
establishment y las condiciones actuales, en todo nivel, son distintas a las
del 2001. Simplemente digo que la gran conflictividad social que se vive en las
calles promete niveles de violencia crecientes y peligrosos en el contexto de
una opinión pública a la que se la embate constantemente con posturas binarias que
cancelan cualquier posibilidad de intercambio democrático.
En este
sentido, lejos de afirmar que son lo mismo, donde sí coinciden Cambiemos y el
kirchnerismo es que en un determinado momento parecen haber decidido interpelar
simplemente a los convencidos. Podría decirse que son etapas naturales de
cualquier espacio de poder que sufre desgaste aunque, si así fuera, el gobierno
de Cambiemos debiera preocuparse porque el desgaste le ha llegado demasiado
pronto. Puesto en números, entonces, la estrategia gubernamental parece apuntar
a fortalecer ese casi 25% de votantes que eligieron a Macri en la primera
vuelta de 2015. Con esa base y algunos votantes más que no se han desencantado
del todo, o que se horrorizan frente a lo que hay en frente, Cambiemos busca
vencer a Massa y a CFK en la provincia, siempre y cuando, claro está, ellos
decidan ser candidatos.
Otro punto de
contacto es que en un determinado momento, el kirchnerismo y Cambiemos
decidieron elegirse como adversarios políticos. Algunos zonzos adjudicaban
aquella decisión del kirchnerismo a ciertas interpretaciones de Ernesto Laclau
y de Carl Schmitt pero no hay ningún temerario que se atreva a decir que el
macrismo hace las mismas interpretaciones de aquellas lecturas. Sin embargo, no
hace falta leer a nadie, y menos leerlo mal, para darse cuenta que la mejor
estrategia política en un sistema electoral donde hay ballotage, es confrontar
con un adversario cuya imagen negativa le impida alzarse con el 50% más uno de
los votos. Lo pensó el kirchnerismo respecto de Macri y le salió mal; lo piensa
Macri respecto al kirchnerismo y habrá que ver cómo le sale.
Con todo,
aclaremos que tener un núcleo fuerte de convencidos no es algo criticable, más
bien, todo lo contrario. De hecho Massa envidiaría contar con ese piso de
votos, algo que, por las dificultades que el hombre de Tigre tiene en lo que
respecta a la construcción de liderazgos y por las inconsistencias que
atraviesan su espacio, hoy no posee. Pero un macrismo y un kirchnerismo
interpelando solo a sus convencidos, los transformará en fuerzas capaces de
imponerse en elecciones legislativas pero incapaces de alcanzar las mayorías
necesarias para ganar una elección presidencial. En este sentido, podría
decirse que, desde el año 1983, el único gobierno que amplió sus bases de
legitimidad y apoyo estando en la administración, fue aquel que nació más
débil. Me refiero al gobierno de Néstor Kirchner, el cual, con mejores o peores
resultados, no le habló solo a los convencidos sino que interpeló
transversalmente a sectores y espacios diversos hasta constituir una base de
sustentación enorme. Si lo hizo por necesidad o por convicción es algo que se
puede discutir, pero lo cierto es que lo hizo y con ello incomodó a los
adalides del pensamiento binario, aquellos que tienen todo resuelto de
antemano, aquellos que determinan quién es bueno, quién es malo y, en función
de ello, acomodan la realidad a sus prejuicios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario