martes, 23 de agosto de 2016

La Casandra invertida (publicado el 18/8/16 en Veintitrés)

Los cruzados de la antipolítica han encontrado en el discurso moral y ético su refugio. Esto no es ninguna novedad y fue expuesto explícitamente hace casi ya una década cuando Elisa Carrió proponía sustituir el contrato político por un contrato moral. En esta línea, con ligereza posmoderna hoy escuchamos decir que la gran discusión de la sociedad y la política argentina no es entre ideologías sino entre honestos y corruptos, aunque, claro, luego nos hacen una trampita y nos quieren hacer creer que, casualmente, los que tienen una determinada ideología son corruptos y quienes tienen otra son honestos. El mejor ejemplo lo vimos aquí con el caso López. La sociedad argentina estaba de acuerdo en sancionar ese accionar pero los que lo repiten una y otra vez quieren otra cosa: quieren presentar el caso López como símbolo de un proyecto político y te quieren hacer creer que una política de Derechos humanos, Justicia social, Independencia Económica y Soberanía política es equivalente a un tipo afanando guita en un bolso.
Con todo, como les decía al principio, no hay novedad respecto a esto y siempre ha habido un sector de la sociedad que se ha visto identificada con los políticos que, en nombre de una presunta ética desideologizada, son reconocidos menos por su labor que por las denuncias mediáticas que realizan. De hecho, en general, se trata de legisladores que no legislan sino que pretenden desempeñar un rol de “fiscales”. Asimismo, con este tipo de políticos se da una particularidad: sus denuncias, ayudadas por los medios de comunicación, pueden tener cierta llegada en la opinión pública pero al momento de ir a las urnas, el electorado no suele inclinarse por ellos. Así, si por cada denuncia que hicieran recibieran un voto, seguramente serían más competitivos electoralmente.
Sin embargo, una novedad está en que quienes se creen fiscales de la República no se ocupan de denunciar al gobierno de turno, como siempre lo hicieron, sino al gobierno anterior. De hecho, salvo alguna excepción, los denunciantes forman parte de la administración Macri. La pionera ha sido la ya mencionada Elisa Carrió, pero también podemos ubicar allí a Margarita Stolbizer, Graciela Ocaña y Mariana Zuvic. Todas mujeres con altísima exposición mediática. Habría que indagar si el hecho de ser mujer no peronista acerca más a la verdad o a Dios pero quiero detenerme en lo original del momento que nos toca vivir porque las fiscales de la República son fiscales desde el poder y Stolbizer, si bien no es parte de Cambiemos, aparece coqueteando con Massa en el intento de reproducir el mismo esquema que realizó Cambiemos con Carrió. Pues ni Stolbizer ni Carrió suman votos pero, en este particular vendaval de ética antipolítica, se pretende dar la imagen de transparencia y en este sentido, la estrategia de Cambiemos es arriesgada y coyuntural pero inteligente pues las operaciones de la ex diputada radical y sus aprietes incluso contra decisiones u hombres del oficialismo, son presentadas, por ese mismo oficialismo, como ejemplo de aceptación de la crítica interna e institucionalidad. “Hola, soy Macri, tengo un prontuario por delitos contra el Estado pero Carrió me acompaña y me controla”, parecería ser el mensaje subyacente. Algo parecido podría suceder con Massa quien terminaría afirmando: “Hola, soy Sergio y si bien soy peronista, me acompaña la fiscal impoluta Stolbizer”.
Si nos posamos en Carrió, la compulsión a la denuncia siempre vino mezclada de una igualmente compulsiva propensión a la profecía a tal punto que nunca se ocupó de distinguir bien una cosa de la otra. Porque la profecía era también denuncia y muchas de esas profecías se transformaron en presentaciones ante un juez. Naturalmente, quien ha hecho decenas de denuncias sin fundamento, en un determinado momento, pierde credibilidad frente a la opinión pública. No es este el espacio para hacer la lista pero si tiene acceso a una computadora haga el ejercicio de poner en Google “Desestiman denuncia de Carrió” y allí encontrará al menos las desestimaciones más resonantes. Sin embargo, hoy escuchamos en buena parte de la corporación mediática, desde el Grupo Clarín hasta el Grupo dueño de América TV, comentarios tales como “al final Carrió tenía razón”. Y francamente no tuvo razón en más del 90% de sus denuncias y menos aún en sus profecías. De hecho es casi un desafío al azar pensar que alguien puede acertar tan poco. Pero resulta que ahora nos quieren hacer creer que Carrió es una suerte de Casandra. ¿Quién era Casandra? Cuenta la leyenda que esta princesa de Troya, hija de Príamo y Hécuba, tenía una belleza tal que cautivó al mismísimo dios Apolo quien le ofreció a Casandra el don de profetizar a cambio de aceptar unirse a él en el amor. Aparentemente, en un primer momento Casandra habría aceptado, pero al recibir el don de la profecía, no quiso corresponderle amorosamente a Apolo. El dios, preso de la ira ante el desengaño, ideó el plan más perverso pues no le quitó la capacidad de poder vislumbrar el futuro sino que le quitó para siempre la capacidad de persuadir. De esta manera, ella podía ver lo que iba a suceder y, de hecho, advirtió la trampa del Caballo de Troya, pero como era incapaz de convencer, nadie le creyó.
Elisa Carrió siempre añoró ser Casandra pero su incapacidad para convencer no se la adjudicó a la enorme cantidad de mentiras y despropósitos vertidos durante años ni a un dios, sino a una ciudadanía que “no quería ver” e incluso a cierta parte del mismo periodismo a pesar de que la prensa hegemónica, desde hace un tiempo ya, viene reivindicando los dislates casquivanos de la doctora para adoptar una agenda de radicalización inverosímil que hasta nos llegó a decir que el fiscal Nisman fue asesinado por un comando venezolano-iraní adiestrado en Cuba.
Llegados a este punto es fácil observar lo enormemente benévolo que es el periodismo con Carrió y con el “denuncismo”, ejes fundamentales de la campaña antipolítica. Esto, más que hablar bien de las candidatas a profetisas habla mal del periodismo que en tanto pretende erigirse en una nueva divinidad capaz de poder presentar los hechos tal como son, reivindica a un personaje como Carrió en algo que debe leerse en el marco de esta nueva tendencia de destrucción de la autoestima de una sociedad a la que no solo se le dice que no merecía vivir bien y que debe pagar una supuesta fiesta, sino que ahora se la acusa de no haber prestado atención a la profetisa.
A su vez, jugando con la desmemoria, la confusión y el ocultamiento de la información, lo que se busca es construir la falacia de autoridad, es decir, dotar a Carrió, y a las representantes del “denuncismo”, de un halo de credibilidad porque en el profeta, el pronóstico es menos importante que la credibilidad; o en todo caso, la credibilidad da lugar a que cualquier profecía instale realidad y prejuicios, lo cual a veces no alcanza para que la profecía se cumpla pero sí alcanza para instalar un sentido común base desde el cual tergiversarlo todo.

Podría decirse, entonces, que el mito de Casandra hoy está invertido porque la princesa podía ver lo que iba a ocurrir pero no era capaz de convencer. Por el contrario, las presuntas profetisas actuales, fiscales de la república, no ven el futuro y mienten sobre él pero se les ha dado, gracias a una campaña de instalación mediática, el don de la persuasión. Y naturalmente, en una sociedad donde todos están convencidos de una mentira, los nuevos dioses exigen sacrificar solamente una cosa. ¿Saben cuál? La verdad.               

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gran árticulo dante , profundiad y claridad van de la mano en tus análisis ... saludos de martin de berisso