viernes, 22 de mayo de 2015

Pandora en el Siglo XXI. Notas sobre el femicidio (publicado el 21/5/15 en Veintitrés)

Entre 2008 y 2014 se produjeron 1808 femicidios en la Argentina. Los datos surgen del Observatorio coordinado por La Casa del Encuentro, e indica, además, que, gracias a la violencia sexista, 2196 hijos se han quedado sin madre, siendo 1403 de ellos menores de edad. Sin duda, no se trata de una novedad sino de la visibilización y la nominación de prácticas naturalizadas que otrora aparecían, en muchos casos, revestidas del eufemismo del “crimen pasional”. Si bien Argentina se encuentra lejos del récord de El Salvador, (12 mujeres asesinadas cada 100.000 habitantes), la cifra es alarmante máxime si entendemos que la muerte es el desenlace fatal de una infinita cantidad de situaciones cotidianas de acoso y abuso que se encuentran completamente naturalizadas.
Asimismo, a pesar de que estos asesinatos son simplemente presentados bajo el paraguas de “un hecho de inseguridad”, cabe decir que en el año 2014, el 80% de los 277 asesinatos de mujeres que murieron por ser mujeres, fueron realizados por conocidos de las víctimas (parejas, ex parejas, familiares, vecinos, etc.). Y tampoco se puede dejar de soslayo que 74 de estas mujeres murieron en sus casas de lo cual se sigue que la violencia está menos afuera que adentro.
¿Se puede decir, entonces que nada se ha avanzado jurídica y culturalmente respecto de la mirada que se tiene sobre la mujer? Sin dudas, sería falso afirmar eso, pero semejantes números advierten que hay mucho por hacer y que se encuentra profundamente instalado, incluso en sectores “ilustrados” de la sociedad, concepciones arcaicas acerca de la mujer que a lo largo de la historia de occidente la ubicaron en el lugar de “no persona”, esto es, de una entidad viviente humana que por diversas razones no alcanzaba el mínimo requerido para detentar un conjunto de derechos básicos.
En algunos casos, ni siquiera el dato de la maternidad le otorgó alguna prerrogativa a la mujer y las razones que se han esgrimido para seguir ofreciéndole un lugar secundario son de los más variadas e insólitas. En el caso de Aristóteles, por ejemplo, en su Reproducción de los animales, establece que la mujer es un mero receptáculo, una pura materia a la que el macho da forma. Así, el macho, el que inaugura el movimiento, el activo, es el determinante; y lo que define el sexo del embrión es la temperatura del esperma. Si esa temperatura logra el grado de cocción se formará un varón. Si, en cambio, vence la falta de temperatura propia de lo femenino, se formará una niña.  Es más, para Aristóteles, la hembra es un macho mutilado y la menstruación es esperma que no alcanzó la cocción. En sus propias palabras: “un niño se parece a una mujer en la forma, y la mujer es como un macho estéril. Pues la hembra es hembra por una cierta impotencia: por no ser capaz de cocer esperma a partir del alimento en su último estadio […] a causa de la frialdad de la naturaleza”.       
Pero podríamos ir un poco más atrás en el tiempo para rastrear una enorme tradición de misoginia que ha quedado plasmada en, por ejemplo, aquel texto de Hesíodo llamado Teogonía. Allí se cuenta la historia de Pandora como mito fundante de lo femenino.
Si bien recurrentemente aludimos a “La Caja de Pandora” para referenciar situaciones en las cuales una determinada acción puede derivar en las más inesperadas consecuencias, el mito es un poco más específico y nos puede dar una muestra de la concepción que se tenía de la mujer y que, en buena medida, decíamos, ha llegado hasta nuestros tiempos. Porque a Pandora se le atribuyen una serie de características que con los siglos parecen haberse sedimentado hasta olvidar su origen y su arbitrariedad.
En esta línea, hay que tener en cuenta que Pandora aparece en el contexto del mito que da cuenta de la disputa entre Zeus y Prometeo. Como usted recordará, Zeus jura venganza ante la osada acción prometeica de quitarles el fuego a los dioses para otorgárselo a los hombres y para ello pide a Hefesto que produzca una mujer de arcilla que sería engalanada por las diosas del Olimpo y a la cual los Cuatro Vientos le insuflarían vida. La nombraron Pandora y era la mujer más bella que jamás hubiera existido.
Arteramente, Zeus, toma a Pandora y se la ofrece de regalo a Epimeteo, hermano de Prometeo, pero éste, advertido por su hermano, rechaza en primera instancia el obsequio aunque luego cede tras enterarse las penurias a las que se veía sometido Prometeo tras la furia de Zeus.
Pero, claro está, la historia no termina aquí pues gracias a esa mezcla de idiotez, malevolencia y pereza que caracterizaba a Pandora, ella decide abrir el ánfora en la que Prometeo había logrado recluir a todos los males capaces de acuciar a la humanidad. Robert Graves, uno de los máximos referentes en mitología griega, recuerda que de allí surgieron “La Vejez, el Trabajo, la Enfermedad, la Locura, el Vicio y la Pasión. Todos ellos salieron de la caja en forma de nube, penetrando a Epimeteo y Pandora en todas las partes de sus cuerpos, y atacando luego a todos los mortales. A pesar de todo, la “Esperanza Falaz”, que Prometeo también había encerrado en el ánfora, les convenció con sus mentiras para que no cometieran un suicidio general”.  
La conexión entre este mito y la concepción que parte de nuestras sociedades tiene de la mujer es bastante clara pues la seductora belleza de la mujer viene asociada a su condición de tonta, malvada y perezosa. ¿O acaso los discursos del ciudadano medio e incluso de muchas mujeres no van en esa línea? Nótese en este sentido, lo que muchas veces se repite, en tono de burla, respecto a la relación entre ser rubia (es decir, “la linda”) y ser estúpida; o cómo la mujer que se queda en casa criando a sus hijos y se ocupa del ámbito de lo privado es vista como la perezosa que no trabaja y que tiene el tiempo suficiente para urdir todo tipo estrategias que buscan simplemente “incomodar” a los varones (que en lugar de la palabra “incomodar” utilizan una expresión bastante más soez vinculada a sucesivas fracturas testiculares). A esta lista se puede agregar la mujer que de tan tonta, perezosa y malvada, no puede controlarse al entrar al shopping con la tarjeta de crédito que, por supuesto, no pertenece a ella sino al marido que es el que, según la publicidad, claro está, trae el dinero a casa.          
Y como si esto no alcanzara, el mito advierte que ha sido la mujer la que ha introducido en la humanidad todos aquellos males que le aquejan de lo cual se sigue una culpa original que la sociedad y, en especial, los varones le hacen llevar. De hecho, los femicidas suelen, en general, cargar la culpa sobre las mujeres, esto es, sobre las víctimas, en medio de sorprendentes y cosificadores delirios de posesión que atraviesan ubicuamente nuestras relaciones sociales.                

     

1 comentario:

profemarcos dijo...

La Casa del Encuentro debería efectuar un reconocimiento a la justicia Argentina que en tan solo cuatro meses ya ha esclarecido todas las muertes de mujeres y determinado cuales son por violencia machista.