sábado, 6 de diciembre de 2014

Las instituciones y la Verdad (publicado el 4/12/14 en Veintitrés)

Más allá de vivir tiempos posmodernos no es fácil convivir con una profunda sensación de descreimiento hacia determinadas instituciones sociales. En el caso de la Argentina, por ejemplo, por muy buenas razones, se descree de los militares, de la dirigencia política, de la Iglesia, del sindicalismo, de la prensa y del poder judicial.
Respecto de los primeros, más allá de la renovación generacional, la huella que ha dejado en la memoria colectiva lo ocurrido en la última dictadura es enormemente difícil de borrar. En cuanto a la dirigencia política, más allá de la reivindicación del militante en los últimos años y la efervescencia de una disputa que atrajo a muchos jóvenes que se vieron identificados por determinados ideales, las siempre existentes decepciones y la ideología antipolítica que se sostiene en, al menos, una parte de la sociedad, supone todavía niveles altos de escepticismo respecto de la actividad política.
Por su parte, la jerarquía eclesiástica encerrada en su dogma y también comprometida con los años más oscuros del país, naturalmente perdió influencia y se fue alejando cada vez más de una sociedad que cambia vertiginosamente, en un proceso que se ha dado no solo en la Argentina y que la llegada del Papa Francisco intenta revertir.
El sindicalismo, en tanto, tiene una historia de traiciones y enriquecimientos vergonzantes que han opacado a aquellos representantes honestos. A su vez, junto a la Iglesia, es una de las instituciones que, salvo casos puntuales, es reacia a la renovación y a la democratización de sus estructuras, algo que no ha mejorado con el avance de las corrientes sindicales de extrema izquierda.
En cuanto a la prensa, la discusión que se dio en el marco de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, desnudó una realidad harto evidente: los periodistas no son neutrales ni independientes ni objetivos. Si bien no se trata de ninguna novedad, la incidencia que en las sociedades como las nuestras tiene la prensa desde que se conjugaron procesos como la globalización, la concentración y el avance de las nuevas tecnologías, se contrapone al sentimiento de una buena parte de la ciudadanía que entiende ya no se puede creer ingenuamente en todo aquello que proviene de un medio masivo de comunicación.
Por último, en lo que respecta al poder judicial, una vez más, no se descubre nada si se observa el modo en que, a lo largo de la historia argentina, ese poder del Estado resultó el reducto aristocratizante desde el cual se legitimaron las más aberrantes desigualdades.
Ahora bien, esta desconfianza en las instituciones es, en un sentido, preocupante, sin dudas, porque finalmente son constitutivas de la comunidad en la que vivimos. Sin embargo, puede que sea una oportunidad, no para una salida “a lo 2001”, en el sentido de abogar por una mezcla de individualismo virtuoso-mesiánico y trueques románticos, sino para comprender mejor que en el entramado de nuestras instituciones no hay acuerdos ni consensos entre iguales sino poder.
Y si queremos referirnos al poder, debemos referirnos a la Verdad como aquella primera imposición que realiza el poder pues se trata de la distinción fundante que divide a la sociedad entre aquellos capaces de un decir verdadero y aquellos condenados a una vida subordinada atravesada por la falsedad y el deber de obediencia.
En este sentido, bien cabe recordar uno de los cursos que diera el filósofo francés Michel Foucault en el College de France en el año 78 y 79 y que oportunamente citáramos en esta columna. Se trata de aquel publicado bajo el nombre de El nacimiento de la biopolítica. Allí Foucault habla del modo en que el Mercado se transformó en un tribunal del buen gobierno, un tribunal de Verdad. En otras palabras, la tan ostensible muestra del modo en que la economía ha subordinado a la política, Foucault la explica en los términos de un Mercado que pasó de ser un espacio de jurisdicción a un espacio de veridicción. Esto significa que el Mercado dejó de ser un lugar donde se transaban mercancías hasta alcanzar el precio justo para convertirse en una institución “dadora de verdad” y tribunal de las acciones de los gobiernos. Parece abstracto pero se lo ve todo el tiempo: un gobierno es malo o bueno según cómo reaccionan los mercados, cómo lo ve el sistema financiero internacional o cómo lo evalúan las calificadoras de riesgo, etc. Ellos son el lugar desde el cual emerge la Verdad de nuestro tiempo.    
 Creo que esto puede ser útil para relacionar con lo que veníamos desarrollando porque a lo que estamos asistiendo es a la puesta en tela de juicio de un conjunto de instituciones que se erigían como espacios de Verdad, lugares desde los que se juzgaba el accionar de un gobierno independientemente de la visión que el pueblo tuviera sobre el mismo.    
Probablemente sea adecuado hacer un análisis diferenciado e histórico que dé cuenta de la evolución de estas instituciones pero hoy no parece sensato separarlas de un determinado sistema económico para el que cumplen funciones específicas. Así, si nos restringimos a aquellas instituciones que más se han puesto en tela de juicio en los últimos años, encontraremos a la corporación periodística constituyendo sentido común hegemónico para naturalizar lo que no es más que el producto histórico de una ideología y un sistema económico, y a la corporación judicial defendiendo, desde las leyes, los privilegios y la desigualdad inherente al sistema.
Sin dudas esto se ha dado en un contexto en el que hay un gobierno que decidió avanzar contra determinadas corporaciones y que lo ha hecho a veces mejor y a veces peor, a veces robustamente y a veces con flancos, por momentos con convicciones y por momentos con más pragmatismo. De aquí que muchos lo acusen de haber montado una operación de desprestigio de tales instituciones. No creo que haya sido así. En todo caso, la confrontación del gobierno con esas corporaciones lo que hizo fue ponerlas en evidencia lo cual claro está, no significa que la dirigencia política esté formada por un coro de ángeles.
Entiendo que puede ser frustrante darse cuenta que no se puede confiar en el periodismo o en el poder judicial. Pero eso no debe llevarnos ni a la desesperación ni al cinismo. En todo caso, simplemente es la muestra de que toda institución es el fruto de una disputa de poder y que, aun asumiendo ello, un país puede seguir adelante y, por sobre todo, puede transformase, no hacia un consenso idílico sino hacia una democracia donde ninguna institución ocupe el lugar privilegiado de erigirse como fuente desde la que emana la Verdad y desde la que se juzgan interesadamente políticas de gobiernos elegidos por la ciudadanía.          

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