sábado, 23 de junio de 2012

Al fondo, a la derecha (publicado el 22/6/2012 en Veintitrés)


Parece extraño pero el domingo pasado el mundo entero estuvo pendiente de las elecciones de un pequeño país que supo ser la cuna de la civilización occidental: Grecia. ¿Qué era lo que hacía tan importante a estos comicios? La posibilidad del triunfo de una izquierda que llevaba como candidato a Alexis Tsipras y que prometía, entre otras cosas, acabar con las imposiciones de la Unión Europea; auditar la deuda pública; subir los impuestos a los que más tienen; gravar las transacciones financieras; abolir privilegios fiscales de la Iglesia; recortar el gasto militar; abandonar Afganistán; salir de la OTAN; subir el salario mínimo; nacionalizar hospitales, bancos ferrocarriles, correo y energía; recuperar los convenios colectivos de trabajo, etc.
Si bien la lista de reivindicaciones de Tsipras no incluía la salida del Euro, resulta claro que sus propuestas eran radicalmente opuestas a los intereses de Alemania y a los de la coalición que gobernó Grecia y aceptó los condicionamientos de la Troika formada por la Eurozona, el Banco Central Europeo y el FMI.
La relevancia de la elección hizo que diferentes grupos de presión embanderados en las políticas neoliberales intentaran influir en la contienda con una lógica bastante conocida aquí, en Latinoamérica. Se trata de una campaña mediática que apunta a exacerbar el costado culpógeno de la sociedad. En este caso, casi siguiendo la línea de Montesquieu en cuanto al modo en que la geografía y el clima determinan el carácter de un pueblo, los griegos fueron caracterizados por estos medios como poseedores de un espíritu despilfarrador, holgazán y renuente a la legalidad. Esta operación cultural que también la vivimos en Argentina en los noventa, es el modo más eficaz de desviar la atención pues cuando el énfasis se pone en la idiosincrasia o el carácter de un pueblo determinado vaya a saber por qué geografía, que genética o qué cultura, se pasa por alto que el culpable es el modelo económico. Por si esto fuera poco y no alcanzase de por sí, una campaña paralela impuso “el terror a lo desconocido” y la amenaza de “quedar afuera del mundo”, de “ahuyentar inversores” y de transformarse en “territorio paria” por no poder “honrar los compromisos”. Por las dudas, igualmente, como corolario y sólo porque la situación así lo amerita, el capital financiero utiliza la presión, que es más exitosa cuando se cuantifica, de las Calificadoras de Riesgo para que los habitantes de los “países en crisis” sean testigos de cómo, cada media hora en sus respectivos informativos y bajo el eufemismo de la desconfianza, los tipos que crearon la necesidad de los préstamos y los brindan, determinan el interés que se va a pagar por tales préstamos.     
A tal punto las corporaciones comprometidas con la política neoliberal que ha sumergido a Europa en la peor crisis después de la segunda guerra, ha intentado influir, que la edición alemana del Financial Times dedicó un editorial bilingüe (alemán-griego) invitando a los herederos del poeta Homero a resistir la demagogia de la izquierda y a entender que la única solución a la crisis radicaría en respetar las condiciones impuestas por los acreedores. Toda esta presión fue efectiva y el partido de Tsipras, Syriza, quedó segundo con casi 27% de los votos tres puntos por detrás del conservador Nueva Democracia que formaría gobierno con sus viejos aliados, los socialistas moderados de Pasok que obtuvieron cerca del 12%.
Este resultado fue el que hizo que la edición de El país de España titulase el lunes “Alivio en Europa”, aunque, más bien debió haber dicho “alivio para los neoliberales europeístas” que cada vez se ven más interpelados por los que confusamente son denominados “euroescépticos” (por cierto, curiosamente, el diario La Nación en Argentina tituló exactamente igual). Aclarado esto, tampoco se puede pasar por alto que poco importa aquí el desastre social y económico en el que se sumirá el pueblo griego con un gobierno tecnócrata que obedece a una Troika que es económica y que está bastante alejada de aquellas propuestas utopistas del siglo XVIII y pensaban una Confederación o una República Europea donde lo económico era sólo el primer paso hacia un vínculo político.
Por otra parte, convengamos, la situación griega tiene muchos puntos en común con la crisis Argentina de 2001 aunque también diferencias pues más allá de los números macroeconómicos y de que se llame “rescate”, “ayuda”, “salvataje” o “blindaje” al modo en que los Estados sometidos acaban haciendo pública la deuda de los bancos privados, salir del euro para volver a la moneda nacional griega (el dracma) es todavía más difícil que salir de la convertibilidad. En ambos casos hay una pérdida de soberanía en la política monetaria pero sin dudas, las presiones son distintas y un default con posterior devaluación reactivadora en Grecia sería un pésimo ejemplo para los países considerados más díscolos, esto es, aquellos países periféricos generalmente del sur de Europa, que hacen cuentas y empiezan a poner en tela de juicio las ventajas de pertenecer a la Unión.
Sin embargo, el hecho de que Europa, a diferencia de lo que ocurriese a lo largo de la historia, pareciese estar atrasada y viviendo lo que en Latinoamérica hemos superado con éxito hace ya unos 10 años, ha hecho que existan referentes políticos, sociales e intelectuales que estén mirando el modo en que los gobiernos latinoamericanos de tinte progresista han logrado reactivar la economía con políticas heterodoxas, fomentando el mercado interno y, sobre todo, estableciendo una cooperación internacional bajo otros parámetros. En este sentido debe resaltarse un hecho que suele pasarse por alto y es el rechazo al ALCA que se dio en 2005 en aquel inolvidable Encuentro en Mar del Plata. La posición de los países más importantes de América del Sur frente a la propuesta del ex presidente Bush, obligó a éste a sepultar el Tratado de Libre Comercio que generaría lo mismo que hoy está sucediendo en Europa: un vínculo comercial que en principio parece conveniente para los países emergentes pero que luego comienza a mostrar el modo en que una superpotencia con una política productiva de salarios bajos, inunda con sus productos el mercado y acaba devastando la producción nacional. Como el único modo de salir de esta situación es a través del crédito, esas mismas superpotencias, a través de sus órganos multilaterales (como el FMI), otorgan préstamos a cambio de la imposición de políticas de ajuste y austeridad fiscal que permiten que las condiciones anteriores se mantengan y así hacer de esto un círculo vicioso.           
En este sentido, no puedo otorgarme la prerrogativa de ser el poseedor del manual de salida de la crisis pues esa es una propiedad de los economistas del establishment, esos que siempre saben lo que hay que hacer pero no se responsabilizan por los fracasos de sus predicciones y de sus políticas. Con todo déjeme recordar que el ejemplo argentino ha sido exitoso, aun cuando a los opositores al kirchnerismo les moleste. En otras palabras, creo que nadie en el país podía imaginar que 10 años después del default, la Argentina mantendría un nivel de inversión aceptable, duplicaría su PBI y bajaría drásticamente la pobreza, la indigencia y la desocupación. Y lo más interesante es que lo hizo rompiendo el molde y a través de un razonamiento que tiene mucho de lógica de negociación callejera pero que se acomoda muy bien a los modos propios del capitalismo financiero. Pienso en aquellas palabras de Kirchner cuando en la renegociación de la deuda aclaró “los muertos no pagan”. Efectivamente, la lógica deudor-acreedor funciona siempre en el límite: se trata de que la soga apriete pero no ahorque. Mientras apriete y no mate el problema es del deudor. Cuando mata, el problema pasa a ser del acreedor. Kirchner lo entendió bien e hizo de la debilidad, su fortaleza, contra todos los pronósticos, incluso contra los consejos del ahora reaparecido ex ministro de Economía, Roberto Lavagna que sugería ser más permeable a los intereses de los acreedores.
En este sentido, la solución a la crisis no se dará ni con las propuestas de la derecha ni a través de las políticas del Fondo Monetario, pues al fin de cuentas, como bien indica el dicho popular, al fondo y a la derecha no está la salida sino nada más y nada menos que el baño.            

1 comentario:

Diego Quiles dijo...

Palma ¿que ataque de moderación te dio el viernes?

te lo joro que no entendí lo que hiciste con Carrasco