Últimamente el tema de la violencia en el fútbol es una cuestión recurrente que es cubierta con justa insistencia por los principales medios. Los episodios se suceden todas las semanas y prácticamente atañe a todas las canchas, todas las hinchadas y todas las divisionales. Esta profundización de la violencia ha obligado a los dirigentes de los clubes y a la cúpula de la AFA en combinación con la Policía y el COPROSEDE, a tomar medidas que van desde la instalación costosísima de un sistema de cámaras en las canchas, megaoperativos para partidos “de riesgo”, la utilización del “derecho de admisión”, la medida disuasiva de la quita de puntos, etc.
La violencia es generada en la mayoría de los casos por la “barra brava” aunque muchas veces los proyectiles que lastiman jugadores y árbitros provienen de la platea. También la ineptitud y la provocación de algunos policías contribuyen. Incluso podríamos pensar que la estructura de los “campeonatos cortos” y los partidos definitorios para definir ascensos generan una cantidad desmedida de adrenalina y de “pulsaciones” tanto de los jugadores como de los hinchas que favorecen los hechos de violencia. Incluso, tal vez, los medios, con la cobertura exagerada que le dan al fútbol con horas y horas diarias de televisión, radio y diarios generen un nivel de ansiedad y compenetración por la causa futbolera que puede contribuir a una dramatización del juego y al posterior descontrol. Todas estas variables contribuyen y causan violencia en el fútbol. Pero hay una que nunca es mencionada: la inmensa cantidad de vergonzosos arbitrajes. Y sobre este punto creo que se pueden inferir algunas conclusiones interesantes.
Me atrevería a decir que no existe medio que ponga en tela de juicio la calidad moral de los árbitros. Ninguno. Las críticas despiadadas hacia los árbitros tienen que ver con “errores humanos” nunca con la mala fe. Los comentaristas “destrozan” a los referís desde la comodidad del asiento y la posibilidad de ver la repetición con Telebeam, pero nunca dudan de su “humanidad”. Parece imposible que un árbitro favorezca a un equipo o castigue a otro adrede. Nada de eso. Simplemente, el humano se equivoca azarosamente para ambos lados y a veces la casualidad quiere que se equivoque más para un lado que para otro. Cuántas veces uno oyó decir cosas tales como “¡Yo no dudo de la buena fe del árbitro x pero cómo se equivoca!” o, “usted, señor árbitro x, será un gran padre de familia pero un pésimo árbitro”. De este modo, el árbitro es descrito por los principales medios como una suerte de semidios paradójico, un médium entre el ámbito celestial de una moral trascendente y el barro de la ignorancia humana. En el ámbito moral es intocable. Pero lo que tiene ver con su saber y su actividad es puesto en tela de juicio constantemente.
Ser una deidad ignorante es algo beneficioso que lo ubica un paso más arriba que el resto de los mortales, dado que nosotros no sólo somos ignorantes y nos equivocamos sino que muchos somos egoístas, malos, prejuiciosos y nos gusta favorecer a nuestros amigos y a las cosas que nos identifican. Por suerte ninguno de este tipo de mortales llega al referato.
Esto me lleva a señalar una segunda curiosidad: los medios que ensalzan la cualidad moral de los árbitros de fútbol son los mismos que con virulencia ponen en tela de juicio la integridad de los políticos. Se da así, entonces, el fenómeno inverso al que ocurre con los árbitros. El político no se equivoca. Los errores son sólo aparentes. Detrás de ellos está la ambición inmoral de la codicia y el poder. En un sentido, el político no sólo no es una deidad sino que más bien es “demasiado humano”.
En esta línea, si trazamos un paralelo entre la visión que la sociedad y los medios tienen de los árbitros y de los políticos podemos encontrar algunos elementos importantes. La sociedad, sin duda, se pliega a la postura de los principales medios que acusan de inmoralidad todo acto de “la política” y “los políticos”. Para la sociedad, como para los medios, no hay políticos ignorantes: sólo los hay malos. Así, la actividad de la política no se juzga desde el patrón cognitivo “Sabe o no sabe” sino desde el patrón moral “es bueno o es malo”. Sin embargo, dado que el político nunca se equivoca se da la paradoja de que implícitamente se lo eleva también a una condición de semidios pero a diferencia de lo que ocurre con los árbitros ese “Semi” corresponde a su déficit moral y no al cognitivo.
En lo que respecta a la visión que la sociedad tiene de los árbitros allí no hay concordancia con la opinión de los medios. En las tribunas de fútbol no se le grita “ignorante” a un árbitro sino “hijo de puta, cagón, corrupto hijo de re mil……”. El árbitro, al igual que el político, no se equivoca. El árbitro roba, lo hace adrede, busca favorecer intereses que son siempre los del equipo rival.
Para la sociedad, el árbitro y el político son lo mismo. Para los medios, los árbitros se equivocan pero su moralidad no puede ponerse en juego y los políticos nunca se equivocan, sólo realizan acciones moralmente execrables. Lo que todos olvidan es que la condición humana hace que todos seamos bastante ignorantes y que nadie quede exento de cometer, al menos de vez en cuando, una aceptable cantidad de actos inmorales.
2 comentarios:
Me topé con el blogspot de mi profesor de Filosofía del CBC, qué sorpresa.
Te mando un saludo y quizás nos crucemos en Puán alguna vez...
o quiza te cruces en el infierno..pero no el de Dante!!!!!...no te metas con él....noooooo.....se..Dante...que no vas a publicar esta entrada.....pero no importa...mi objetivo esta cumplido en el momento en que estas leyendo esto....aunque ya pasaron unos años de que te tuve como profesor...pero eras uno de los buenos....
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