lunes, 6 de octubre de 2025

Argentina en crisis. Por la tarde, clase de natación (editorial del 4.10.25 en No estoy solo)

 

El 2 de agosto de 1914, Franz Kafka escribía en su diario una sentencia perturbadora, podría decirse, verdaderamente kafkiana: “Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, clase de natación”.

Se trata de una frase que ha tenido un sinfín de interpretaciones y que hasta le ha valido acusaciones, entre ellas, la de banalizar el inicio de lo que sería un período de 30 años de horror y/o demostrar el nivel de ajenidad respecto de la realidad. Sin embargo, a los fines de estas líneas, voy a destacar otras dos interpretaciones posibles, para nada originales, por cierto: la primera sería la que muestra que los grandes sucesos, quizás los más atroces, aquellos capaces de cambiar el destino de la humanidad, son naturalizados y se mezclan con nuestras más banales actividades diarias. No se trataría así del escritor viviendo en la burbuja ni menospreciando un evento como éste sino la demostración de que convivimos con el horror y que aun en ese horror intentamos continuar con una “vida normal” en la medida de lo posible.

El segundo mensaje que podría seguirse de esa anotación es que no se toma real dimensión de los eventos mientras suceden y, como diría Hegel de la filosofía, siempre llegamos tarde. Este último punto no está tan mal porque al menos ayuda a combatir estos tiempos donde cada día añoramos estar formando parte de hechos que cambiarán la historia cuando como mucho acaban destacándose en una story de Instagram. Pero podría ser, simplemente, que Kafka, como quizás buena parte del mundo, no estuviera comprendiendo lo que allí se estaba gestando. No sería, entonces, ni la primera ni la última vez que, con el diario del lunes, todo se ve diferente y claro.

Creo que en Argentina pasa bastante de esto: naturalizamos sucesos conmocionantes y, al mismo tiempo, no tomamos la dimensión de lo que nos pasa hasta mucho tiempo después de sucedido. Probablemente cada país pueda afirmar algo parecido, pero no es menos cierto que la Argentina tiene algo de enigmático que se ve con claridad cuando tenemos la posibilidad de conversar con algún extranjero. El qué pasa en Argentina es una pregunta recurrente que inmediatamente se transforma en por qué les pasa y esas preguntas tan amplias son las más difíciles de responder porque tenemos que alejarnos, abstraernos del detalle pequeño de la internita y ver las grandes tendencias. Y claro que uno puede ensayar respuestas y no todo es lo mismo; tampoco hay un virus del fracaso ni somos los más fracasados, pero no es fácil responder con matices cuándo se jodió Argentina, si es que alguna vez no estuvo jodida; y menos fácil aún es responder cómo puede ser que estando tan jodida se destaque en tantas áreas, tenga unos recursos humanos que muchos países envidiarían, etc. Todo eso es verdad al mismo tiempo.

Sin embargo, hay que decirlo, con 15 años de una economía estancada, el sistema de partidos estallado, lo que pareciera ser el inminente fracaso de un nuevo gobierno, (el tercero consecutivo y de distinto color político), y una crisis social que va más allá de una crisis económica más, nos hemos acostumbrado a vivir siempre un poco peor y, a su vez, a no comprender la relevancia de todo lo que nos ha sucedido. Nos hemos conformado con el malo por conocer antes que por el malo conocido, y nuestra actividad ciudadana se reduce a meros espectadores del evento indignante de turno, como podría ser, sin ir más lejos, la salvajada ocurrida en La Matanza, donde a priori pareciera incluirse, prostitución, narcotráfico y espectacularización disciplinante del horror a través de una transmisión en vivo de los asesinatos. Todo en un marco de lumpenaje social que hasta parece incluir a un joven de clase media que llegó a los narcos tras padecer una estafa cripto, sin comprender la estafa anterior que le habían vendido: la de poder vivir sin trabajar. A su vez el tratamiento de la tragedia también habla de aquello en lo que nos hemos convertido: todo un montón de gente tratando de sacar su tajada del horror, arrojándole el cuerpo de las chicas al gobierno municipal, al provincial, al nacional, discutiendo si se trata de una nueva aparición del patriarcado, etc.

En el plano económico, el amateurismo del gobierno y la inestabilidad emocional y política de quienes toman las decisiones, ha acelerado el desenlace de un plan donde el fin estaba claro y lo único que restaba saber era el cuándo. Cada día hábil es para el gobierno un suplicio y de una semana a otra la actual administración pasa patética y ciclotímicamente de la reelección al helicóptero dando manotazos de ahogado entre los presuntos porcentajes que se llevaba la hermana y la flamante aparición de un candidato que podría estar evolucionando del anarco al narcocapitalismo.

Está claro que no se trata solo de un fenómeno de la Argentina. Ya sabemos que somos los mejores en todo pero tampoco es para exagerar. Todo hoy es veloz, todo hoy pasa rápido y se pierde, lo cual incluye a la paciencia. La insatisfacción crónica, con mejores o peores fundamentos, es la sensación mayoritaria y la victimización una identidad. Pero el nivel de inestabilidad política y emocional por la que atravesamos los argentinos no es normal. Vivimos como si no fuese así, vamos a la tarde a natación, pero la habitualidad al deterioro de todo, lo que Houellebecq llamaría “la ampliación del campo de batalla” sobre un conjunto básico de cosas que pensábamos como dadas y ahora debemos volver a pelearlas, nos joden la vida.

Que otros estén mucho peor no debiera ser un consuelo y si bien la incertidumbre es el zeitgeist, Argentina devino un laboratorio casual, una prueba concreta de un país que objetivamente no tiene los problemas que muchos otros tienen en términos de guerras potenciales, conflictos étnicos, disputas religiosas, carencia de recursos naturales, y, sin embargo, parece condenado a una espiral de pauperización de las condiciones de vida que, insisto, ojalá pudieran medirse solo en términos económicos. Es mucho más profundo que ello. Es una incertidumbre que devino constitutiva, una inseguridad que va más allá de que te afanen un celular en la calle; una inseguridad de esas que duele en los huesos cuando hay humedad.

Entre la derecha que gobierna un país que desprecia y una izquierda que es comentarista de un país que no entiende, toca contentarse con que el próximo fracaso no sea demasiado estrepitoso. Ni siquiera se trata de pedir trabajo para poder pagar la clase de natación. Se trata de abrazarnos a la esperanza de que al menos no se lleven también el agua de la pileta.  

 

Maratón: la experiencia personal y filosófica de correr (publicado el 5.10.25 en www.theobjective.com)

 

La leyenda cuenta que allá por el 490 a. C, Filípides corre 41,8 kilómetros desde Maratón hasta Atenas para comunicar la buena nueva: “Hemos vencido”. Éstas serían sus últimas palabras porque, tras pronunciarlas, caería muerto. Filípides era un hemeródromo, término cuyo significado literal es “el que corre un día entero” y era uno de los tantos mensajeros a los que se les requería servicio cada vez que había que comunicar algo urgente. Incluso se dice que habría recorrido la distancia desde el Ática hasta Esparta, más de 200 kilómetros, en un solo día, para pedirle a los lacedemonios que intercedieran a favor de los atenienses contra los persas.

La corrida de Filípides fue tan célebre y trágica al mismo tiempo que hizo que maratón pasara a designar el nombre de la gran competencia de resistencia del atletismo y que esos casi 42 kilómetros transitados se transformaran en una marca universal.

Con esa leyenda de fondo y tomando como referencia lo que podría considerarse el primer manual de reflexión sobre el deporte en general, escrito por Filóstrato, el ateniense (170 d. C.), la escritora, periodista y licenciada en Letras Clásicas, Andrea Marcolongo, regresa a las librerías con El arte de Correr. De Maratón a Atenas, con alas en los pies (Taurus).

Sin embargo, lo que a primera vista podría parecer un intento de revisar el evento histórico que significó la caída del rey persa Darío, es más bien una gran excusa para narrar una experiencia personal de la autora: la preparación para correr la maratón de Atenas que va desde la ciudad de Maratón hasta el estadio Panatenaico de la capital griega.

El libro ofrece datos de color y algunas curiosidades quizás no del todo conocidas por el gran público. Por citar alguna de ellas: si en la actualidad, la competencia, a nivel planetario, requiere transitar 42 kilómetros y 195 metros en lugar de los 41,8 kilómetros originales, se debe al capricho del príncipe de Gales que, en los Juegos Olímpicos de 1908, extendió la carrera unos 400 metros para que la largada fuera desde el Castillo de Windsor. Asimismo, se menciona cómo ya entre los egipcios existía una ley que castigaba con la muerte a aquel corredor que salía segundo tras haber sido vencedor en la competición anterior, o el caso de Aristión, el pugilista que ganó su competencia en los Juegos Olímpicos estando muerto. Efectivamente, mientras le rompía los dedos del pie a su competidor para lograr que se rindiera, Aristión era estrangulado por éste con tanta buena (o mala) suerte que el rival aceptó su derrota una fracción de segundo antes de que le llegara la muerte a quien sería el ganador de la competencia.

Pero en línea con el espíritu de Filóstrato, el libro también incluye algunas reflexiones personales sobre el deporte en general y el running en particular.

Allí, Marcolongo, resalta la particularidad del correr como un deporte solitario que no se enseña y que parece connatural del ser humano, además de tratarse de una actividad que va mucho más allá de lo físico para conectar con lo mental. De hecho, para la autora, la preparación de casi cinco meses para el evento en cuestión le permitió comprender ese kairós griego, al que define como un tiempo sin principio ni fin, un continuo estar haciendo (corriendo), y aquello que se suele conocer como estado de conciencia flow y supone estar inmerso completamente en una actividad y permanecer al mismo tiempo presente ante uno mismo.

En otro de los capítulos, Marcolongo advierte sobre tres olas que están invadiendo el running: la salutista, la ecológica y la tecnológica.

En cuanto a la primera, la autora señala sentirse algo incómoda con esta especie de tiranía de lo sano sobre el deseo, más allá de que da la bienvenida al mejoramiento de la calidad de vida que eso puede suponer. Algo similar sucede con la segunda ola, la ecologista: sin llegar a suscribir al delirio radical de aquellos runners que pretenden que los corredores hagan la actividad dando vueltas de manzana y sin traslados, para disminuir la huella de carbono, Marcolongo resalta que la moda del running contribuye a tomar conciencia respecto a la necesidad de un ambiente habitable. Por último, la ola tecnológica supone, para la autora, una gran paradoja: se nos dice que correr es liberador pero cada vez más nos encontramos presos de una serie de dispositivos y aplicaciones que nos controlan los pasos, lo que comemos y la actividad que realizamos, de modo que, de repente, nos vemos rindiendo cuentas al reloj o caminando solos en casa para que el teléfono registre que cumplimos la meta diaria.

Por último, correr ha sido para Marcolongo, según sus propias palabras, un gimnasio de feminismo y campo de batalla más profundo que haber leído a Simone de Beauvoir. En este sentido, aunque aclara que no le interesa opinar sobre el feminismo, considera que el hecho de poseer ovarios y útero la ha impulsado a solidarizarse con toda mujer, especialmente porque en el running se observa lo que ella considera una suerte de desventaja asociada, por ejemplo, a las dificultades que podría traer la menstruación al momento de realizar la actividad deportiva. Marcolongo agrega además que, a sus 38 años, y por el hecho de ser mujer, se vio obligada a tener que resignar su maternidad por preparar la carrera, dilema que, por razones biológicas, no se le presenta a los varones y que, según la autora, por cuestiones insondables, no podría resolverse con una mínima planificación familiar.

A diferencia de su libro anterior, Desplazar la luna, un texto que también partía de una experiencia personal, en este caso, haber pasado una noche en solitario en el Museo de la Acrópolis como excusa para contar y reflexionar acerca del saqueo del Partenón por parte de los británicos, El arte de correr nos dice demasiado acerca de la autora y muy poco acerca de la historia de la batalla de Maratón y del contexto cultural, político y filosófico en el que ésta tuvo lugar. En el mismo sentido, la lógica de lo que por momentos es un diario íntimo acaba dejando en segundo plano los atisbos de reflexiones generales que podrían darle otro vuelo al libro.

Por cierto, ¿cómo terminó la historia? Marcolongo corrió la maratón y llegó. “Venció”, si bien, afortunadamente, no compartió el destino trágico de Filípides. Sin embargo, queda abierto a interpretación si el haber cumplido el objetivo supone necesariamente un final feliz, pues, a decir de la autora, “La felicidad de salir airosa de la prueba no estaba a la altura de la ansiedad y la fatiga que durante días y semanas había experimentado para conseguirla”.

Probablemente porque es necesario aceptar que buena parte de las metas que nos planteamos en la vida, una vez alcanzadas, nos dejan esa sensación agridulce que nos lleva a reflexionar acerca de si valió la pena la energía invertida y a preguntarnos “y ahora qué”, a menos de tres semanas de la maratón griega, Marcolongo decidió volver a entrenar y a ponerse un nuevo objetivo más modesto: los 10 kilómetros de la San Silvestre Vallecana.

 

viernes, 26 de septiembre de 2025

No pienses en Karina (editorial del 27.9.25 en No estoy solo)

 

Mientras el gobierno intenta digerir el cachetazo recibido en la provincia de Buenos Aires, consultores, políticos y analistas discutimos las razones de aquel resultado. Como comentábamos días atrás en este mismo espacio, entendemos, a diferencia de lo expresado por Milei, que el castigo en las urnas contra el gobierno obedeció no solo a su desconcierto político sino también a una economía que no ha mejorado para muchos sectores, lo cual tiene como consecuencia la pérdida de uno de los grandes activos del gobierno: cierto monopolio de la esperanza.

A su vez, también decíamos, si las encuestas que daban una elección más o menos pareja estaban en lo cierto y, dado que la crisis económica, en todo caso, no fue repentina, lo único que cabe pensar es que el escándalo de las presuntas coimas en ANDIS, con los Menem y la propia hermana de Milei, involucrados, tuvo una incidencia mucho más grande de la imaginada. Aunque es difícil de saberlo, quisiera tomar como hipótesis ese escenario para algunas reflexiones acerca de lo que podría y de lo que debería hacer la oposición.

Podría decirse, entonces, que, salvo algunas excepciones, la oposición y, por tal, me refiero exclusivamente al peronismo, hizo lo que más o menos debería hacer: llamarse a silencio, no hacer olas, que todos los focos se posen sobre el gobierno y utilizar las herramientas a mano para sostener lo más posible el tema. Con todo, esa estrategia, aunque correcta en lo inmediato, tiene sus riesgos en el mediano y el largo plazo. En otras palabras, poner en el centro de la agenda la cuestión de la transparencia es jugar en el terreno simbólico del discurso del adversario, y allí los triunfos solo pueden ser pírricos.

Lo hemos citado aquí hasta el hartazgo, pero, en este sentido, siempre vale la pena recordar el famoso libro de George Lakoff, No pienses en un elefante, un manual de comunicación política que advertía a los demócratas que debían evitar dar la disputa dentro de los marcos conceptuales, los valores morales y la “neolengua” republicana si querían volver a ganar elecciones.

Lakoff fundamenta su posición en la idea de ciertos marcos cognitivos que todos tenemos y que se activan con determinadas palabras. Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestra manera de ver el mundo y, en Estados Unidos, hay dos grandes tipos de marcos vinculados a la concepción de familia que tienen demócratas y conservadores (por cierto, con las diferencias idiosincrásicas correspondientes, estos dos modelos pueden servir, al menos en parte, para comprender las grandes divisorias existentes, al menos, en algunos países como Argentina). Los conservadores tienen un modelo familiar de “padre estricto” que supone que el mundo es un lugar peligroso en el que hay que competir; que existe el bien y el mal absolutos y que los niños nacen “malos”, en el sentido de que solo buscan hacer lo que les place y, en tanto tal, necesitan ser “enderezados” para poder vivir en sociedad. Lo que se busca es un padre estricto que impulse la autodisciplina porque solo el sujeto autónomo tiene posibilidad de ser exitoso en un mundo donde reina la ley de la selva. Esto, claro está, tiene consecuencias a la hora de pensar políticas públicas: un Estado que funciona como padre estricto debe propiciar el mayor campo de libertad para el sujeto autónomo; pensar a sus habitantes como ciudadanos y no como sujetos a ser tutelados; debe intervenir lo menos posible y debe acabar con el proteccionismo. Por último, tiene que comprometerse con evitar políticas sociales que generen clientelismo y dependencia.

En cuanto al modelo de familia demócrata-progresista, Lakoff lo llama “modelo de padre protector”. Desde este punto de vista, a diferencia del modelo anterior donde era el padre el que imponía las condiciones, aquí padre y madre son corresponsables de la crianza en igual medida; los niños nacen buenos y, si se los cría fomentando la empatía y la responsabilidad, pueden ser mejores; el mundo incluso puede ser más agradable de lo que es y no hay un destino ineludible de competencia individualista, a tal punto que la única manera de realizarse es en el marco de una comunidad sana e igualitaria donde todos tengan las mismas oportunidades. Si este modelo lo trasladamos al Estado, naturalmente nos daremos cuenta que aquí pensamos en un Estado mucho más grande, preocupado por una redistribución más equitativa, que tiene en cuenta a los grupos desaventajados por quienes vela a través de subsidios o políticas de acción afirmativa, etc.

Los marcos son tan importantes que son capaces de hacer rebotar los hechos que los contradicen. Así, acomodamos la realidad a la necesidad de nuestras estructuras y valores. Lakoff escribió este libro antes de la omnipresencia de los algoritmos que no hacen otra cosa que reforzar creencias, de modo que ustedes pueden imaginar cuál es la situación en este momento.

Si la perspectiva de Lakoff es correcta, el eje puesto en la transparencia y la lucha contra la corrupción, activaría los marcos de la cosmovisión liberal-republicana y antiperonista. Naturalmente, y en estos tiempos donde todo hay que explicarlo, creo que resulta claro que no estamos aquí diciendo que la transparencia y la lucha contra la corrupción sean elementos secundarios o poco relevantes de un gobierno. Todo lo contrario. Pero sí advertimos que ese tipo de agenda volverá como un búmeran contra un peronismo que nunca fue ni pretendió parecer inmaculado.

Hacer eje en la transparencia, entonces, es subirse a la verba oenegista y suponer que el Estado es sospechoso porque siempre se habla de transparentar el Estado y nunca, por ejemplo, de transparentar la financiación de las ONG preocupadas por la transparencia del Estado. Por alguna extraña razón, nadie se preocupa por transparentar al transparentador. Igualmente, gracias al berrinche de centenares de ONG en Argentina y en el mundo cuando Trump les cortó el chorro, nos enteramos de las ingentes millonadas de dólares que repartía la administración Biden para difundir agenda progre a través de la USAID, dinero que fue bien recibido por instituciones de un amplio espectro ideológico, incluyendo organizaciones de izquierda y hasta trotskistas que hacían discurso antiimperialista con financiamiento imperialista.

Asimismo, hacer énfasis en la lucha contra la corrupción, corre el eje de lo político a lo moral, igualándolo todo. Contra la corrupción van a estar el “gato” Silvestre y Majul gritando al mismo tono porque la indignación moral supera las diferencias ideológicas y va a ser el mejor refugio para los micrófonos que fueron generosos con este gobierno: son los primeros que van a decir que el gobierno fracasó en lo moral y no en su plan económico. En otras palabras, se deja abierto el escenario a un reemplazo de nombres que no afecte el modelo. Saldrá Milei y entrará cualquiera que acepte las condiciones del poder real.

Si la Alianza de la UCR y el FREPASO finalmente no ofrecía otra cosa que un menemismo con moral, un menemismo con la bragueta cerrada, no debería extrañarnos que en breve vengan a ofrecernos anarcocapitalismo posmileísta con buenos modales, sin el loco que grita ni la hermana que (presuntamente) afana.

 

 

 

 

 

¿Hacia una guerra civil? (publicado el 25.9.25 en www.disidentia.com)

 

Charlie Kirk, el joven polemista conservador fuertemente identificado con Trump, fue asesinado mientras participaba de un debate público. Las imágenes del horror dan la vuelta al mundo, se transforman en una cuestión de Estado y llevan la polémica allende los Estados Unidos.

El debate era para Kirk su lugar natural y este evento iba a ser el primero de su gira semestral, titulada The American Comeback Tour, por la cual iría a terrenos hostiles, ideológicamente hablando, y abriría el micrófono a quien deseara intercambiar opiniones. En este caso, era la Universidad de Utah, pero se trataba de una práctica habitual más allá de que muchas veces su participación era boicoteada y cancelada por quienes no pensaban como él y, evidentemente, consideraban estar tan en lo cierto que no necesitaban debatir.

Nacionalista cristiano, Kirk, era un defensor de la libre portación de armas y muchas de sus declaraciones siguen siendo hoy reproducidas por sectores de izquierda como ejemplos de sentencias racistas, misóginas o transfóbicas. Con apenas 18 años había creado Turning Point, una organización que buscaba promover un gobierno limitado, el libre mercado y los valores tradicionales, y en poco tiempo se había convertido ya en una referencia, lo cual le permitió nuclear a cientos de miles de jóvenes conservadores y ser una de las organizaciones que más activamente participó de la campaña presidencial de Trump difundiendo su mensaje y recaudando fondos. Para tener una idea de la magnitud, Turning point afirma tener presencia en 3500 universidades y escuelas secundarias estadounidenses además de emplear a 450 personas.

Si el asesinato a plena luz del día y frente a las cámaras fue lo suficientemente conmocionante, la miserabilidad de las polémicas posteriores no se quedó atrás.

Antes de conocer al asesino, automáticamente el gobierno republicano culpó a la izquierda de la violencia política y, como contraparte, en redes sociales miles de mensajes o bien celebraban la muerte del “fascista” o bien, al menos, la justificaban.

En este último caso, hasta se publicaron estadísticas que mostrarían que hubo más casos de violencia política de derecha a izquierda que viceversa y se apeló a la idea del efecto búmeran que la izquierda progresista suele esgrimir contra la derecha cada vez que el atacado no es de su bando: la violencia es de derecha, por lo tanto, si es alguien de izquierda el que la ejerce, solo se trata de un vehículo que canaliza la violencia original hacia su verdadera fuente. Se sigue de aquí que, si el asesino es de derecha, la culpa la tiene la derecha; y si el asesino es de izquierda, la culpa la tiene la derecha también.

Incluso hasta que se confirmó la identidad del asesino se lo intentó vincular con sectores de ultra ultra derecha más a la derecha del ultraderechismo de Kirk; también se llegó a afirmar que los mensajes antifascistas que el asesino había dejado eran señuelos, etc. Por estas horas, las investigaciones están mostrando que se trataría de un joven que se habría radicalizado en ideas de izquierda y que aparentemente tenía una pareja transgénero, información que, naturalmente, los sectores radicales de derecha utilizan para vincular el transgenerismo con la violencia. Un poco de su propia medicina a los sectores progresistas que por alguna razón insondable afirman que las personas transgénero son más buenas que las que no lo son o que el amor entre personas del mismo sexo es un espacio libre de violencia.

Hablando de propia medicina, las redes y los medios progresistas ahora se horrorizan por algunos casos de despidos de aquellas personas que se burlaron o justificaron el asesinato de Kirk. Los mismos que impulsaron la cultura de la cancelación, ahora invocan la libertad de expresión, y los que invocaban esta última frente a la selectividad cancelatoria del progresismo, devuelven gentilezas.

En el medio, demostraciones flagrantes de la presencia de hecho del derecho penal de autor, aquel identificado con el nazismo donde no importan los hechos sino las características personales del autor. Esto se complementa con otra cara: la de la víctima esencial sobre la cual tampoco importa qué hizo sino qué es. ¿Mataron a alguien? OK.  Pero, ¿el agresor es mujer o varón? ¿Es negro o blanco? ¿Es de izquierda o de derecha? ¿Es gay o hetero? ¿Y la víctima? ¿A qué grupo pertenece? Eso es todo lo hay que juzgar porque, hoy en día, determinadas identidades o determinados posicionamientos políticos te ubican como agresor o víctima independientemente de lo que hagas, a nivel civil, sin dudas, y, a nivel legal, también, al menos en algunos casos. Por cierto, se trata de una violencia que, en este punto hay que decirlo, no comenzó la derecha. 

Pero un elemento tan sorprendente como preocupante ha sido el modo en que a poco a poco la violencia política se instala coqueteando, al menos desde lo discursivo, con la idea de una guerra civil. Probablemente sea una exageración, pero The New York Times https://www.nytimes.com/2025/09/12/technology/charlie-kirk-shooting-civil-war.html se ocupó de medir las menciones a “civil war” en las redes tras los últimos eventos de violencia política y el número va dramáticamente en aumento. Por ejemplo, cuando, en 2022, la justicia estadounidense perseguía a Donald Trump y realizó un allanamiento en Mar-a-Lago, hubo más de 118.000 menciones a “civil war” en 48hs; cuando sucedió el intento de asesinato a Trump, en la misma cantidad de tiempo, la cifra ascendió a más de 260.000 y tras el asesinato de Kirk el número superó los 340.000. Insisto en que el dato sea probablemente anecdótico y de las menciones en redes sociales no se sigue un hecho, pero en todo caso sí parece una prueba del recalentamiento de una polarización que ya viene demasiado recalentada.

A propósito, en este mismo espacio, el año pasado les comentaba sobre la película Civil War, del británico Alex Garland, el mismo de Ex Machina, Devs y Annihilation, quien confesara que comenzó a imaginar la trama tras los incidentes de la toma del Capitolio en 2020.

De aquí que no sea casual que el film esté ambientado en Estados Unidos, pero lo interesante es que la película es reacia a cualquier identificación con alguna de las partes en pugna. De hecho, hay momentos en que no queda claro a qué bando pertenecen los combatientes que circunstancialmente aparecen en escena. Sabemos que el presidente habría ingresado en una deriva autoritaria intentando ir por un tercer mandato inconstitucional y que habría disuelto el FBI. También sabemos que esta guerra enfrenta a las fuerzas leales al gobierno con las fuerzas occidentales secesionistas de Texas y California, no casualmente, un Estado, digamos, republicano, y un Estado claramente identificado con los demócratas, como para no dar lugar a interpretaciones tendenciosas o segundas lecturas. Sin embargo, no sabemos si el presidente es republicano o demócrata.

Esta es una de las razones por las que la película resulta incomodísima porque no nos da digerido quién es el malo y quién es el bueno, de modo que nos impide tomar posición, lo único relevante en el debate público moralista de la actualidad. Y lo que es peor: nos obliga a juzgar hechos sin conocer la identidad de los ejecutantes; la obra con autores anónimos.

Para cerrar, Ezra Klein, un columnista progresista del The New York Times escribió un artículo https://www.nytimes.com/2025/09/11/opinion/charlie-kirk-assassination-fear-politics.html que le valió muchas críticas de sus lectores donde, tras listar los casos de violencia política en Estados Unidos de los últimos años, afirmó que Kirk hacía política de la manera correcta aun cuando los separara un abismo ideológico. Pero, sobre todo, lo más interesante es que Klein señaló que, con la excepción de las más brutales dictaduras, la violencia política nunca es unidireccional y nunca va solo contra “nuestros enemigos”.

En esta misma línea, podemos afirmar que, de tanto preguntarnos quiénes son los buenos y quiénes son los malos para saber de qué lado ponernos, nos hemos olvidado de acordar qué es lo malo y lo bueno en sí y, sobre todo, cuáles son los límites que nuestras guerras culturales no deberían superar si es que queremos que esas guerras no destruyan aquello poco que todavía tenemos en común.

 

 

 

 

 

 

lunes, 15 de septiembre de 2025

¿Gobernar para las mayorías o tener razón? (editorial del 13.9.25 en No estoy solo)

 

Pasó la elección de la provincia con un resultado que nadie previó: un triunfo abrumador del peronismo. A diferencia de esas elecciones donde “todos ganan”, en el sentido de que cada uno de los actores puede adoptar una perspectiva desde la cual sentirse vencedor, aquí el resultado fue contundente. ¿El escándalo de presunta corrupción de la hermana de Milei fue relevante? Si le creemos a las encuestas previas y queremos ser condescendientes con ellas, golpeó mucho más de lo que se preveía y es lo que permitiría justificar que la distancia fue mayor a la esperada.

En cuanto a los números, dicho rápidamente y para no marear: diferencia de casi 14 puntos; ganador en 6 de las 8 secciones; más de 100 de los 135 municipios en manos del peronismo; 34 de las 69 bancas a favor del oficialismo provincial lo que le permitirá tener quorum propio en la cámara de Senadores; municipios como los de Ensenada, Malvinas Argentinas, Avellaneda y Berazategui con alrededor de 2/3 de los votos de sus electores a favor de los oficialismos municipales; triunfos en municipios “del campo”, siempre reticentes al peronismo desde 2009. No hay mucho más que agregar. El león tuvo culo de mandril y hocicó, si se me permite un poco de teratología soez.

Ahora bien, aunque no sea del todo real, en cada elección acaba siendo más importante el lunes posterior que el domingo de la votación, en el sentido de cuál es la narrativa capaz de imponerse al momento de explicar los resultados.

Si dejamos de lado los exabruptos (gente que vota mal porque son negros que les gusta cagar en baldes), para entender cómo recibió el golpe el gobierno, alcanza con prestar atención al discurso de Milei el domingo por la noche en el búnker.

A propósito de ello, se trató del acto cúlmine de una serie de errores en la estrategia electoral rayanos en el amateurismo: hacer de una elección provincial, en la que los aparatos de los intendentes jugarían todo, un plebiscito de la gestión nacional; ponerse al frente de la campaña con su hermana al lado; elegir candidatos mayoritariamente desconocidos y, finalmente, dar la cara el día de la derrota en vez de dejarle ese privilegio a los artífices de la estrategia. El mileísmo es Milei y en vez de cuidar lo único que tienen, lo exponen a que trague todo el costo político gratis.

Volviendo al discurso, que algunos interpretaron como contradictorio, cabe decir que, por el contrario, fue muy claro y coherente: cuando se refirió a revisar los errores y a corregir, habló de la política; cuando se refirió a no moverse ni un centímetro del plan, habló de la economía. Una demostración más de que en la cabeza de Milei ambas están separadas y que, para él, lo que está fallando es aquello esencialmente corrupto, a diferencia de esa ciencia que insólitamente él cree exacta.

De la devaluación inminente, de la desconfianza del mercado, de la recesión, de los dólares que se acaban… nada. Falló la política, nos peleamos mucho entre nosotros. Vamos a tener que generar una mayor armonía y establecer diálogos constructivos con los hijos de puta.

Quien escribe estas líneas entiende que efectivamente ha fallado la política. Es más, varias veces hemos escrito que el mayor enemigo del gobierno está adentro y que la interna se lo iba a fagocitar. Pero también está fallando la economía pues, a no engañarnos: ni los votantes de Milei en 2023 eran todos anarcocapitalistas, ni los que le retiran el apoyo hoy son todos republicanos que duermen abrazados a la estampita de Carrió y al gesto indignado de Nelson Castro. Habrá un sector cuyo antiperonismo rabioso justifique votar cualquier cosa, pero hay otros donde el bolsillo prima y si bien este gobierno nunca ofreció bonanza, sí brindó control de la inflación y, sobre todo, esperanza de que la cosa iba a mejorar. Casi que en términos económicos podría decirse que el activo de Milei, junto con la baja de la inflación, era esa esperanza que puede traducirse en una compra anticipada de tiempo. Los argentinos compramos dólares; el gobierno había logrado esperanzar a un sector y, con ello, comprar tiempo (cuando, como el resto de los argentinos, hubiera sido mejor que comprara dólares). El punto es que, siguiendo con la analogía, el dólar sigue bajo, pero el tiempo ya está cotizando demasiado alto y se está acabando. Dar un golpe de timón o al menos ofrecer varios golpes de efecto, ya que nadie le exige a Milei que se vuelva keynesiano, parece la única posibilidad de un relanzamiento del gobierno de cara a su segunda parte del mandato. El punto es que a Milei le interesa más tener razón que gobernar. Su accionar está comandado por una mezcla de delirio místico y una nostalgia de estudiantina universitaria mal saldada por la cual su enfrentamiento con Kicillof deviene académico-personal. Milei no conoce lo que es una asamblea universitaria, pero en su fantasía juvenil, él le gana el debate al representante de los keynesianos y demuestra ser el mejor liberal. Todos tenemos de esas fantasías pero, en la mayoría de los casos, pasado los 20 entramos en razón y nos damos cuenta que no valía la pena o, en todo caso, que hay cosas más importantes donde depositar la libido.

¿Y qué ocurrió del otro lado? El gran ganador fue Kicillof, hacia afuera, contra Milei, y, hacia adentro, contra el sector de CFK y la Cámpora que lo torpederaron hasta el final, incluso en plena campaña, por la osadía del gesto político de autonomía que suponía desdoblar. Porque fue nada más y nada menos que eso: mentía Kicillof cuando decía que desdoblaba para que se evalúe la gestión provincial y era mentira que el kirchnerismo se opusiera porque aquello nacionalizaba la campaña y auguraba un mal resultado: estaban midiéndose y el gobernador, que todavía debe las nuevas canciones, estaba diciendo “Yo no quiero ser Alberto”. Y jugó y ganó de la única manera que le podía salir bien, esto es, ganando por lejos. Aun cuando el kirchnerismo duro pueda achacarle algo a él y a los intendentes si el resultado en octubre es menos holgado, lo cierto es que Kicillof sale enormemente fortalecido y la foto del acto, sin Máximo y con representantes de La Cámpora al costado, lejos del centro de la escena, fue elocuente. Y quienes afirmen que el triunfo de Kicillof fue posible gracias a los resultados obtenidos por los municipios que gobierna La Cámpora, o que esos resultados demostrarían que esos intendentes jugaron con el gobernador, son miopes o nos toman el pelo. Pues, ¿qué esperaban? ¿Que los intendentes de La Cámpora jueguen para atrás y pierdan peso en sus Concejos para joderlo a Kicillof? No nos subestimen. Somos grandes.

El discurso de Kicillof también fue correcto y generoso: volvió a agradecer a Massa, a quien subió al escenario, y tuvo un gesto de magnanimidad señalando a Cristina y exigiendo su liberación. Podría no haberlo hecho, como sucedió, por ejemplo, con el comunicado del PJ que olvidó mencionar el nombre del gobernador.

Ahora bien, el clima de euforia que rodeó el triunfo, no solo entre muchos dirigentes, sino en militantes y formadores de opinión cercanos al kirchnerismo, merece una advertencia y abre una pregunta acerca de si se están comprendiendo adecuadamente las razones del triunfo.

Tomemos algunos datos y algunas declaraciones casi al azar como para llamar a la cautela: comparado con 2021, Kicillof obtuvo unos 375.000 votos más. Es algo para destacar porque el ausentismo respecto de esa elección aumentó casi un 10 por ciento. Sin embargo, también hay que decir que al padrón se sumaron alrededor de 1.600.000 nuevos electores. Podría decirse entonces que Kicillof obtuvo algo menos que la elección legislativa pasada pero, en todo caso, se trata de una diferencia poco relevante. De modo que, número más, número menos, Kicillof obtuvo los mismos votos. Los que perdieron votos escandalosamente fueron sus adversarios: 1.500.000 respecto de la legislativa 2021 si sumamos lo que obtuvieron LLA y PRO por separado. ¿A dónde se fueron esos votos? A la casa de cada uno de los electores porque entre aquella votación y ésta, hubo 2.500.000 votos “perdidos” extra si se suman los ausentes, los blancos y los nulos que pasaron de unos 3.800.000 en 2021 a unos 6.300.000 en 2025. Dicho en buen criollo, por las razones que fueran, quien no votó a la LLA/PRO, no votó al peronismo ni a ninguna de las otras fuerzas: anuló o se quedó en la casa. Ese voto está ahí, entonces, latente, esperando una motivación, sea por la positiva (una nueva esperanza blanca) sea por la negativa (no permitir que vuelva al gobierno la esperanza de los negros).

Naturalmente, la última frase es una provocación: ya hemos dicho hasta al hartazgo aquí que la composición social del mileísmo se alejaba de ese conglomerado clasista antiperonista más tradicional que apoyó al PRO. Así fue, por lo menos, en 2023. Si eso comienza a cambiar ahora, como podría inferirse de algunos datos donde Milei empieza a tener más apoyos en sectores altos y comienza a perder fuerza en sectores bajos, deberá confirmarse.

Pero en todo caso, el desencanto mileísta no devino apoyo al peronismo. Con que los desencantados se queden en su casa, le alcanzará al peronismo para obtener buenos resultados. Pero confiar en que ello será siempre así es peligroso. Por otra parte, de manera arbitraria, viene a mi mente una declaración de una periodista afirmando algo así como que al final el ministerio de la mujer no era tan piantavotos, o la propia Mayra Mendoza adjudicando el triunfo a CFK.  ¿En serio alguien cree que el triunfo de Kicillof obedece a una reivindicación del ministerio de las mujeres? Seguramente habrá votantes que consideren el ministerio como algo de enorme relevancia, pero suponer que ello es determinante de este resultado o que por sí mismo podría explicar el regreso del gobierno que prometía “Volver Mujeres” parece, una vez más, una demostración de un espacio que prefiere tener razón a gobernar. En el mismo sentido, nadie puede pasar por alto que Kicillof fue una creación de Cristina y que muchos de sus votos se deben a su identificación con ella, pero este triunfo no es de Cristina. Sería exagerado decir que ha sido contra ella porque eso supondría que los votantes fueron allí a dirimir una interna, lo cual sería una tontería. Pero hace tiempo que el kirchnerismo no hace gestos en pos de favorecer la unidad, más bien lo contrario, y los principales artífices de este triunfo han sido Kicillof, con su estrategia, y los intendentes.

En síntesis, el poder de fuego de todo gobierno (recordemos si no la remontada de Macri pos PASO) más la posibilidad de una lectura equivocada de las razones del triunfo, deberían llamar a la cautela. El mismo gobierno que hoy parece en estado de descomposición, un mes atrás arrasaba. La política argentina vive una temporalidad vertiginosa. Rodeada de cisnes negros, su excepción es la aparición de un cisne blanco, quizás uno que plantee que es mejor gobernar para las mayorías que pretender tener siempre la razón.