Se le atribuye al filósofo escita
Anacarsis (siglo VI a. C.) la siguiente frase: “Hay tres tipos de hombres: los
vivos, los muertos y los que salen a navegar”. A partir de esta sentencia
enigmática, el licenciado en filosofía y experimentado navegante, Claude
Obadia, nos ofrece, gracias a Siruela, Pequeña
filosofía del océano, un tratado breve donde la vida en altamar funciona
como metáfora para una filosofía del cuidado de sí deudora de la tan de moda
filosofía estoica.
Efectivamente, si navegar es
lanzarse a una aventura para descubrir continentes y regiones, filosofar supone
también una exploración, en este caso, de nuestras opiniones, aunque no para
regocijarse en ellas sino para transgredirlas con conciencia crítica. Se trata
de un ejercicio para el que se necesita el coraje de enfrentar la
incertidumbre, el mismo que, según Obadia, requiere la navegación cada vez que
abandona un refugio para trasladarse a otro o cuando encara travesías que
pueden durar semanas sin tocar tierra.
Asimismo, la reflexión filosófica
y la navegación (especialmente la de grandes trayectos en altamar) requieren
compromiso porque ambas son actividades solitarias tendientes a alcanzar el
valor de la autonomía. No por casualidad los ejemplos elegidos por Obadia son
mayormente los de aquella regata transoceánica en solitario y sin escalas llamadas
Vendée Globe, donde las anécdotas de supervivencia y, al mismo tiempo, de colaboración
entre los competidores en caso de accidentes, son conmovedoras.
Porque en altamar estamos obligados
a resolver el aprieto, aceptar la situación presente y, sobre todo, comprender
las contingencias que nunca son del todo previsibles ni para el más prudente
navegante. Esto contrasta, según Obadia, con ese ideal contemporáneo que indica
que ser feliz es satisfacer los propios deseos y que ser libre es hacer lo que
uno quiere. Lejos de ello, el autor recurre al saber de los estoicos y recuerda
a Epicteto cuando afirma que la libertad y la felicidad dependen de que seamos
capaces de desear que las cosas sucedan tal y como han de suceder. Esto que
suena a una filosofía de la resignación o a un fatalismo no lo es tal si lo entendemos
como una forma racional y reflexiva de encarar nuestras vidas, opuesta a esta
tiranía del deseo como falta: “Quien espera que las cosas sucedan como él desea
es, por así decirlo, esclavo de todo aquello que no depende de él”.
Es más, desde la perspectiva de
Obadia, no existe contradicción entre la felicidad y el miedo puesto que la primera
se basa en la plena conciencia de estar vivo, incapaz de disociarse de la
conciencia del riesgo y los peligros circundantes. Esta concomitancia del miedo
y la felicidad es una gran paradoja y por ello resulta de difícil aceptación en
estos tiempos de eternos jóvenes de cristal y padres obsesionados por la
seguridad y el control. Sin embargo, Obadia aconseja evitar las preocupaciones
inútiles pues el miedo no evita el peligro.
A propósito, el libro también nos
recuerda que los estoicos indican que el mundo se divide en dos categorías: lo
que no depende de nosotros, por ejemplo, el clima; lo que sí depende de
nosotros: nuestras opiniones y juicios, nuestros deseos y sentimientos.
Lo más sensato, en este sentido,
es ocuparnos de aquello que depende de nosotros. Si tenemos un sueño,
perseguirlo hasta agotar las instancias. Y cuando las instancias se agotan, no
ser obstinado. Reconocer lo que podemos y lo que tenemos, aun cuando no sea
aquello a lo que alguna vez aspiramos, es lo que nos da felicidad porque es la
aceptación de lo posible.
Una última referencia a los
griegos, sin pasar por alto que quizás su mayor héroe, Ulises, era marinero,
refiere a un concepto que, una vez más, es central para la navegación como así
también para la política y para la vida en general: el kairós.
Se trata de la virtud que poseen
aquellos capaces de actuar en el momento justo. En política, ese “tiempismo” es
esencial al momento de perdurar en el poder, y para referencia, podríamos
consultarlo a Maquiavelo o a cualquier asesor mínimamente serio; pero también
lo es para la navegación, cuando se debe planificar un viaje según las
previsiones meteorológicas, y para la vida misma. Es que muchas veces no se
trata del qué hacemos o el qué decimos sino de cuándo lo hacemos y lo decimos.
El arte del sentido de la oportunidad, el tener un “buen kairós”, lo es (casi) todo.
Para culminar, y en línea con las
frases enigmáticas, en Vidas paralelas,
Plutarco atribuye a Cneo Pompeyo Magno, allá por el año 56 a. C., la mítica
frase “Navegar es necesario, vivir no es necesario”, pronunciada,
aparentemente, frente a un amotinamiento de los marineros que, tras haber
recogido alimentos en Sicilia, Cerdeña y África para paliar la hambruna en Roma,
se negaban a volver inmediatamente a casa por las malas condiciones climáticas.
Aquella frase fue popularizada
mucho más tarde por Fernando Pessoa, pero con una variante: “Navegar es
preciso; vivir no es preciso”, si bien su poema luego vuelve sobre la sentencia,
tal como la reprodujera Plutarco, para afirmar que crear, y crear la propia
vida en particular, es lo verdaderamente necesario.
Algo de este espíritu atraviesa
el libro de Obadia: la filosofía y la navegación no pueden quedarse en saberes
meramente teóricos, sino que deben servir para entender que vamos a ser libres
y felices cuando asumamos que no controlamos todo, que somos vulnerables y que
debemos aceptar la contingencia.
Con este agregado, entonces,
podemos entender mejor la frase de Anacarsis: los que navegan no pertenecen al
reino de los vivos ni de los muertos. Se trata solo de gente en tránsito que
sabe que el proceso de crearse a uno mismo nunca se erige sobre tierra firme.
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