sábado, 8 de marzo de 2025

Stiglitz y su defensa del capitalismo progresista (publicado el 1.3.25 en www.theobjective.com)

 

La libertad está en peligro. Al igual que el patriotismo y la bandera del país, se la ha apropiado la derecha. Pero se trata de una libertad mal entendida que beneficia a unos pocos en detrimento de una mayoría. Recuperar la libertad como bandera de ese progresismo que, en los últimos años, creyó que lo único importante era la igualdad, es esencial para un nuevo tipo de capitalismo heredero de Keynes que tenga en la socialdemocracia de los países nórdicos su faro.

Este es, en resumen, el núcleo de la propuesta del nuevo libro del premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, quien en la década del 90 formara parte de la administración Clinton y ha sido siempre un acérrimo crítico de los economistas liberales.

Camino de libertad. La economía y la buena sociedad, es el título elegido para este texto editado por Taurus y escrito apenas unos meses antes de la confirmación de la nueva candidatura de Trump. Como el propio autor reconoce, se trata de una continuación de los principales tópicos que desarrollara en su vasta trayectoria y, para quien conozca la línea que solía esgrimir en sus publicaciones, es difícil que el libro agregue alguna novedad.

Stiglitz podría haber recurrido a la inmensa cantidad de autores que a lo largo de la historia del pensamiento reflexionaron acerca de qué es la libertad, pero prefiere no salirse demasiado del ámbito de lo económico y de sus rivales preferidos: Friedrich Hayek y Milton Friedman.

Su postura es simple: hacer una defensa de los derechos de segunda (económicos, sociales y culturales) y tercera generación (especialmente los referidos al cuidado del ambiente) frente a la mirada restrictiva de libertarios y neoliberales para quienes cualquier exigencia más allá de los derechos civiles y políticos (derechos de primera generación) supondría algún tipo de inadmisible intervencionismo redistributivo.   

Stiglitz lo dice de manera bastante más llana, incluso, mostrando la correlación existente entre la libertad económica y la política: “Una persona que se enfrenta a situaciones extremas de necesidad y miedo no es libre. Tampoco lo es alguien cuya capacidad para tener una vida plena, que aspira a desarrollar su potencial, se ve limitada por el hecho de haber nacido pobre”.

Desde lo conceptual, Stiglitz hace énfasis en lo que, considera, es la falsa contraposición supuesta por los liberales más radicales, entre Gobierno, como sinónimo de regulación, y libertad. En este sentido, encolumnándose detrás de una larga tradición, pretende mostrar que la regulación, antes que atentar contra la libertad, puede llegar a ser la condición de posibilidad de la misma, al menos si lo pensamos desde la perspectiva de las mayorías.

Como indicábamos anteriormente, Stiglitz defiende explícitamente una socialdemocracia. De modo que su propuesta progresista no deja nunca de ser capitalista. En todo caso, se trata de aumentar los impuestos a los más ricos y de ponerle ciertos límites a lo que él llamará las políticas de “mercado desatado”:

“Lo que he denominado capitalismo progresista requiere, además de una serie de instituciones, un importante papel de la acción colectiva. No se basa en el bulo de que los mercados son la solución y el gobierno el problema (…), sino en un equilibrio más adecuado entre el mercado y el Estado, que establezca regulaciones para garantizar la competencia e impedir la explotación mutua y la del medioambiente”.

El capitalismo progresista de Stiglitz, entonces, pretende garantizar una buena salud, educación de calidad y cierto nivel de bienestar material y de seguridad mínimos para una vida digna en la que los ciudadanos puedan dedicar tiempo a la participación pública; acepta la existencia de empresas con ánimo de lucro, pero bajo una lógica distinta a la de la mera maximización de su beneficio; entiende que hay que limitar el poder corporativo, fomentar la libre competencia y empoderar a los trabajadores impulsando su participación en sindicatos; propone reescribir el sistema económico y legal garantizando la propiedad privada pero tomando en cuenta la justicia social; impulsa una suerte de ingeniería social anti neoliberal por la cual se moldee a las personas detrás de un nuevo ethos donde florezca la empatía, los cuidados y la creatividad; y, por último, hace especial énfasis en la necesidad de controlar la formación de posiciones dominantes en el ámbito de los medios de comunicación. Podría decirse que es un libreto pasible de ser encontrado en cualquier plataforma del partido demócrata.   

Stiglitz dedica también pasajes de su libro a la necesidad de repensar el sistema económico-legal internacional, trazando una analogía entre países y personas. En otras palabras, especialmente las deudas con acreedores como el FMI, limitan la libertad en la toma de decisiones soberanas de los países y, por lo tanto, no se pueden permitir:

“Necesitamos un marco internacional para resolver los excesos de deuda, similar a los procedimientos nacionales de quiebra, que tenga en cuenta el bienestar del deudor y los intereses generales de la sociedad. Necesitamos un marco normativo financiero internacional que haga menos probable que se produzca la clase de crisis que vemos una y otra vez, y que cuando sucedan sean menos profundas”.

Si la idea de libertad podría haberse trabajado desde perspectivas que enriquezcan el debate, donde definitivamente el texto carece de sutileza alguna es cuando hace una reivindicación romántica de su propuesta socialdemócrata y traza una línea de continuidad entre el neoliberalismo y el fascismo sin mayores aclaraciones:

“El capitalismo desatado –el tipo de capitalismo defendido por la derecha y sus líderes intelectuales Friedman y Hayek- reduce las libertades económicas y políticas significativas y nos pone en el camino hacia el fascismo del siglo XXI. El capitalismo progresista nos sitúa en el camino hacia la libertad”.

Aun cuando no son pocos los que acordarían con Stiglitz y buena parte del debate público impulsado por las izquierdas abraza esta hipótesis, una explicación menos maniquea hubiera sido bienvenida por un lector menos ideologizado.

En síntesis, Camino de libertad es un texto que tiene el valor de recordarnos que hay distintas maneras de entender la libertad y que, en ocasiones, una mínima y eficiente legislación reguladora puede ser la condición de posibilidad de su florecimiento. Por lo demás, nos presenta a un Stiglitz auténtico, sin sorpresas ni tampoco grandes sutilezas.

 

 

 

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