Casi todo lo que sucede en la
política argentina hoy depende de Milei. Él parece ser incluso también su peor
enemigo, quizás el más efectivo. Sin ir más lejos, los dos grandes escándalos que
tuvo este verano fueron autogenerados, lo que en la jerga llamaríamos “tiros en
los pies”.
El primero fue el exabrupto de
asimilar homosexualidad con pedofilia en medio de un discurso leído donde no
todo era exabrupto. Pero, claro está, fue tan delirante ese pasaje que, con
razón, la comunidad gay se sintió agredida y propició una marcha a la cual se
sumó toda una oposición que, en su proceso de deriva ideológica, saca pasajes
en todos los barcos. La marcha fue tan multitudinaria como evanescente lo cual
era, por cierto, bastante previsible porque era una movilización que
reaccionaba frente a un agravio pero que no tenía un objetivo concreto y ya
desde su convocatoria (contra el fascismo) resultaba abstracta. Alguien podría
repetir las palabras de Fusaro y recordar que son antifascistas en ausencia del
fascismo para no ser anticapitalistas en presencia del capitalismo, pero aun si
no fuera así, la pregunta es: ¿qué esperaban que ocurriera el día después? ¿Qué
efectos concretos eran demandados? Asimismo, insisto, aun con toda la
legitimidad producida por el agravio, esa agenda no puede funcionar como eje
común para aglutinar demandas o articular algo, menos aún un liderazgo. No es
culpa de los organizadores ni de la comunidad LGBT, por cierto, sino de quienes
piensan que desde ahí se puede armar un proyecto político. Y esto hasta
parecieron aceptarlo inconscientemente los progresistas quienes rápidamente
interpretaron las palabras del presidente en Davos como una maniobra de
distracción ante los problemas económicos del país. Con esa confesión, la
progresía le bajó el precio a la causa LGBT y la redujo a una “excusa
distractiva”, un problema de segundo orden. Cuando se den cuenta se van a
agarrar la cabeza porque así acaban concediendo implícitamente lo que negaron cuando
fueron parte del gobierno de Alberto Fernández y se les espetaba que las causas
de unos pocos no podían tener prioridad por sobre las causas de las mayorías. Les
hablamos con el bolsillo y nos respondieron hablando con la E.
El segundo error no forzado fue
el escándalo LIBRA. Apenas ocurrido argumenté que había más razones para
suponer que era un error y que parecía poco creíble que un presidente abiertamente
hubiera sido parte del entramado de una estafa con el fin de beneficiarse. En
otras palabras, hay un sinfín de elementos a tomar en cuenta y evidencia para
sospechar, además de una investigación abierta. Pero, más allá de ello, cuesta
pensar que el presidente sea tan idiota como para cometer una estafa que
indefectiblemente se iba a conocer en horas. Porque nada salió mal ni hubo un
entramado que se reveló. Más bien lo contrario: la estafa salió a la perfección
y no había manera de evitar que todo el mundo se enterara en 5 horas que 4
vivos se habían llevado la guita. De aquí las preguntas: ¿por qué el presidente
lo habría hecho? ¿Impunidad? ¿Megalomanía? ¿Locura? Todo puede ser, pero si
queda algo de racionalidad mínima en el mundo, es más imaginable pensar que se
trató de un error gravísimo que le puede costar caro, pero error al fin.
Sin embargo, algún costo va a
tener pues, como indicara en su momento, Milei quedó preso del dilema del león
y el mandril ciego: o para seguir vanagloriándose de su infalibilidad divina se
asume el león que todo lo sabe y, con ello, acepta ser parte de una estafa; o
debe aceptar que es un mandril ciego que no conoce de economía ni de estos
instrumentos, (sobre los cuales hasta dio cursos), que fue estafado y que ha
sido, como mínimo, ingenuo. Cualquiera que estuviera en su posición, ante el
riesgo de perder la presidencia, hubiera inmediatamente aceptado la segunda
opción, pero el ego pudo más y su defensa fue ambigua y torpe, al afirmar que
creía que era una inversión para favorecer empresas argentinas y, al mismo
tiempo, reconocer que todos los que fueron damnificados sabían que se trataba
de “ir al casino”.
Dejando de lado los tiros en los
pies, el gobierno también se posiciona en el centro por acciones políticamente riesgosas,
pero con final abierto, como el de la designación por decreto de los jueces. Más
allá de algún vericueto interpretativo, la mayoría de los especialistas
coinciden en que la medida es inconstitucional. Pero lo más importante acá es
la demostración de una forma del ejercicio del poder. Casi la opuesta a la de
su predecesor, alérgico a la toma de decisiones y enérgico en hacer todo lo
posible para licuar el poder de todos, incluso el de él mismo. Así, mientras la
anterior administración mandaba a sus analistas favoritos a hablar del
equilibrio de poder, Milei actúa con un congreso donde los propios son muy
poquitos. Le saldrá bien o mal, aunque hasta ahora le viene saliendo bastante
bien, pero nadie podrá decir que le falta voluntad de poder. Para el próximo
capítulo de “volver mejores” puede que haya que volver menos tibios.
Aun con el escándalo LIBRA
caliente, las mediciones indican que Milei sigue teniendo signos de aprobación
alto, probablemente por su efectiva política contra la inflación y un escenario
en que los distintos sectores se llevan algo: beneficios impositivos para los
más ricos, viajes y compras en el exterior para la clase media alta, y changas
más asistencia social sin mediación para las clases bajas. Los más afectados
por el modelo, esto es, la clase media y media baja, está peor por el aumento
de servicios, transportes y prepagas, pero acepta el ajuste a cambio de la
previsión de una inflación controlada. Hasta hoy y, probablemente, hasta las
elecciones de medio término, le va a alcanzar al gobierno. Luego veremos.
Pero la centralidad de Milei se
compone, naturalmente, del desdibujamiento del único espacio que debería ser
verdaderamente opositor. CFK hoy es unos posteos, con lenguaje chabacano y tan
pretendidamente juvenil como artificial, cada vez que Milei derrapa. No mucho
más. Luego tenemos a La Cámpora enojada haciendo internismo a través de la
misma red social porque Kicillof, con todo derecho, por cierto, decide ponerse
al frente de un armado propio. CFK pedía que cada compañero saque el bastón de
mariscal de la mochila sin pedir permiso a nadie. Lo no dicho era que, para
usarlo, incluso si sos el gobernador de la provincia más importante del país, tenías
que aceptar que te armen las listas los mismos de siempre con los nombres de
siempre, aquellos que, desde 2009, perdieron 6 de las 8 elecciones.
Aun así, la situación es incómoda
tanto para el cristinismo como para el kicillofismo, si es que ello existiera,
en tanto de ambos lados reconocen que no hay diferencias programáticas sino
diferencias entre una playlist con canciones que servían para el país que
terminó en el 2015 y otro con canciones nuevas que todavía nadie se anima a
escribir. De modo que lo que se está disputando es la lapicera y, no sabemos
todavía, quizás, la conducción. No se trata de asuntos menores, por cierto.
Pero a la gente le importa un carajo como todo aquello que huele a casta.
Quizás en el único lugar donde le
han copado la agenda al gobierno es en la decisión que ha adoptado Clarín de
avanzar en la compra de Telefónica. Hasta ahora, desde presidencia se
encargaron de anunciar que estudiarían esta adquisición y que podrían, eventualmente,
rechazarla, si es que se confirmara la evidente posición dominante de la empresa,
especialmente de cara a los grandes cambios tecnológicos del futuro. De
repente, el gobierno pasó de la delirante defensa de los monopolios que alguna
vez esgrimió Milei a través de Rothbard, a la justificación de que hay
monopolios naturales que son buenos y monopolios artificiales que son malos. En
este caso, es evidente, el gobierno entiende que un Clarín tan poderoso sería
capaz de desestabilizarlo, de modo que habría que decir, quizás, que la maldad o
la bondad de un monopolio se encuentra más bien en relación a cuánto beneficio
o perjuicio le produce a Milei. Veremos si el gobierno da el salto al combate
abierto contra la concentración como lo hizo el kirchnerismo y si arma su 7D
populista (de derecha); incluso hasta puede que TN nos vuelva a decir que puede
desaparecer y se nos invite a ponernos del lado del más débil que, en este caso
(y en todos los casos, claro), siempre es Clarín.
De ser así, Adorni será el nuevo
Capitanich, regresarán los republicanos a recordarnos que hay populismos de
izquierda, pero también de derecha, y se dirá que las medidas de Milei son las
correctas pero las formas son las inadecuadas. Si eso sucede, parafraseando el
primer párrafo de La Metamorfosis de
Kafka, una mañana Javier Milei amanecerá convertido en un insecto. Ese día perderá
la condescendencia de sus periodistas amigos, aquellos siempre dispuestos a la
pregunta cómoda y la edición protectora.