Los detalles ya los conocen así que los repasaremos
brevemente: el presidente Javier Milei postea en X un mensaje celebrando la
aparición de una criptomoneda minutos después de su lanzamiento. La
credibilidad del presidente argentino hace que automáticamente el precio de la
cripto en cuestión, LIBRA, aumente vertiginosamente en cuestión de horas, hasta
que, en determinado momento, los mayores tenedores deciden vender y el precio
se derrumba. La información indica que un conjunto de vivos que se cuentan con
los dedos de una mano podrían haberse llevado en cuestión de horas hasta 100
millones de dólares a costa de algo así como 44000 inocentes palomitas que se dieron
el baño de realidad más rápido de la historia.
Las horas posteriores, especialmente en X, fueron
frenéticas y aunque es difícil distinguir las fakes, de los deseos y de la
realidad, lo que más o menos se sabe al momento en que escribo estas líneas es
que el presidente ha reculado como pocas veces, afirmando que no estaba
interiorizado del proyecto que horas antes había celebrado como un aporte para
las compañías argentinas; que el supuesto líder de la compañía ha prometido
devolver el dinero al tiempo que dijo haber asesorado a Milei, y que hay
algunos jóvenes timberos estadounidenses cuya paciencia es inversamente
proporcional al dinero que han perdido.
Para ir al punto sin rodeos, entiendo que del posteo en
sí mismo no se sigue que Milei sea parte de la estafa, de lo cual se deduce que
no hay espacio ni para un juicio político. Esto hay que entenderlo: que no nos
guste un presidente no implica que todo lo que haga sea causal de juicio
político. No es nada nuevo, y ya lo hacía la oposición al gobierno kirchnerista
con su estrategia de judicialización de la política, bastante común en
Latinoamérica, por cierto. Sin embargo, claro está, se impone una investigación
“externa” que, en la medida de lo posible, no sea la investigación que el
gobierno acaba de ordenar a la Oficina Anticorrupción donde la imparcialidad
estaría puesta en entredicho.
El sentido común indicaría que un presidente no puede ser
tan impune ni tan idiota como para ser parte de una estafa a cielo abierto que
se descubriría en cuestión de horas y que le costaría la presidencia. Pero en
todo caso hay que investigarlo y serán quienes lo investiguen quienes tendrán
la carga de la prueba. Hechos para relacionar hay muchísimos, pero, al menos
hasta ahora, no parece tan simple probar el dolo o que Milei se haya
beneficiado directa o indirectamente.
En todo caso, al momento del análisis es lo menos
importante y quien escribe no puede hacer ningún aporte en este sentido. Donde
sí parece haber algo más interesante para discutir es en el aspecto político y
en las repercusiones sociales.
El politólogo Andrés Malamud hizo un posteo ingenioso a
propósito, comparando la foto de Olivos con el LIBRAGATE. Quizás el tiempo le
dé la razón, pero, aunque ingenioso, es, al menos, apresurado y, desde mi punto
de vista, equivocado al menos en parte.
Es que la foto de Olivos fue un golpe a toda la sociedad
en un momento de crisis a todo nivel, una imagen que todos podían entender y
que evidenció tanto la impunidad del poder como la pérdida automática de la
credibilidad de la palabra presidencial que, hasta ese momento, se había basado
en una suerte de liderazgo moral. La foto derrumbaba esa construcción y la
derrumbaba para los casi 50 millones de argentinos. Sin atenuantes.
En este caso la situación es distinta y la complejidad
del mundo cripto hace que el tema sea fácil de encapsular y embarrar. Lo
podemos imaginar: el lunes Milei llamará a algún periodista independiente
presta micrófonos, de esos que de manera independiente siempre llegan a las
mismas conclusiones que el presidente, para dar alguna explicación que señale a
algún perejil y algún subordinado pagará el pato o se acusará a alguno de estos
pendejos timberos de formar parte de alguna gran conspiración internacional
para minarlo. La prensa de investigación nos ahogará con nombres y, la prensa
especializada en esta temática, muy acotada por cierto, encontrará más o menos
razones para culpar o exculpar al presidente.
La oposición, mientras tanto, tratará de sostener el
escándalo lo más posible para obtener algún rédito político y se divertirá
señalando la inconsistencia de los guardianes de la moral republicana que la
semana pasada se abrazaban a la ficha limpia y ahora tendrán que contorsionarse
y comer mierda. Pero durará un tiempo y ya: si no aparece alguna información
nueva que sea contundente, probablemente el tema acabe diluyéndose.
Aunque resulte paradójico, esto no deja de ser un alivio
para la oposición porque no resulta tan evidente que fuera una buena idea
avanzar en un juicio político. ¿Se lo imaginan? Es el escenario ideal para la
victimización del presidente: la casta política contra el tipo que vino a
barrerla. Un juicio “político” cuando el término goza de muy mala prensa. ¿Qué
tipo de legitimidad encontraría en la ciudadanía (que apoya en un 50% la
gestión de Milei) ese proceso aun cuando existieran razones para llevarlo a
cabo (si es que las hubiera, claro)?
Ahora bien, aun cuando comparar el LIBRAGATE con la foto
de Olivos parezca una desmesura, sí es cierto que hay algo que no podemos
prever pero que algún tipo de impacto tendrá. Me refiero a que este episodio,
incomprensible en sus detalles para la gran mayoría de los mortales, da en la
línea de flotación del universo simbólico de Milei.
En otras palabras, sin dudas hay en Milei un tipo de
liderazgo moral aunque restringido a sus seguidores y no tan amplio como del
que gozaba Alberto en medio de la pandemia. Obviamente, ese liderazgo moral se
vería afectado si se demostrase que Milei es un estafador, pero, como les
decía, eso parece poco probable o, al menos, fácilmente controvertible.
Lo más importante es otra cosa. Me refiero a la evidencia
de que el presidente es, como mínimo, un ignorante en la materia en la que
siempre ostentó un saber superior, una suerte de infalibilidad divina. Ese dato
afecta su credibilidad en el ámbito del saber y puede ser un golpe potente para
aquellos que encontraban en su figura al mesías de las políticas económicas que
permitirían, por fin, el advenimiento de una nueva aristocracia Tech. Muchos de
los que se preguntaban ¿Y si sale bien?... ahora podrían preguntarse ¿este tipo
es o se hace?
Y no tiene otra alternativa: si quiere seguir manteniendo
su rol de gurú económico, deberá admitir que fue parte de una estafa y, por lo
tanto, perder el gobierno; si no quiere que eso suceda, su narcisismo mesiánico
deberá hocicar, admitir que ha fallado, que, por razones ideológicas, se ha
dejado llevar por las mieles de cualquier proyecto de nenes bien con aspecto de
nerd que creen que hacer guita trabajando es de boludos.
En síntesis: o escribe la fábula en la que sigue siendo
el león que se las sabe todas y, en tanto tal, también sabe estafar, o asume un
rol de falibilidad y acepta ser un mandril ciego que esta vez “no la vio”. Todo
un dilema. Como diría el presidente: Principio de revelación.
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