sábado, 31 de agosto de 2024

¿Juicio político? ¿Para qué? (editorial del 31.8.24 en No estoy solo)

 

De funcionar “como una escribanía” a devenir el ámbito desde el cual se sacan y ponen presidentes puede haber solo un pequeño paso, o una gran crisis de representación, que no es lo mismo, pero es igual.

 

Esa podría ser la síntesis de los años del Congreso argentino desde los momentos en que el kirchnerismo ostentaba mayorías robustas hasta un escenario de fragmentación como el de hoy. Aunque no se escucha, los amigos republicanos deberían aceptarlo: si una mayoría oficialista en el congreso está contraindicada para el supuesto saludable funcionamiento de los pesos y contrapesos de las instituciones, la fragmentación total, antes que grandes acuerdos, crea parálisis, inestabilidad y crisis política de cara a sociedades que solo quieren que les resuelvan algunos problemas.     

 

Dejando de lado lo conceptual y más allá de matices y poroteo, si un juicio político necesita de dos tercios de las cámaras, la fragmentación actual deja a Milei, y a cualquiera que ocupe el sillón de Rivadavia, a merced de las roscas parlamentarias. No sabremos si será una tendencia que ha venido para quedarse, pero es de esperar que la próxima elección legislativa no altere drásticamente esas proporciones, ni siquiera si una gran elección del oficialismo hace que la distribución de las bancas represente más o menos el resultado de las últimos presidenciales. Dicho en criollo: aun si el oficialismo pudiera sumar a lo que ya tiene para alcanzar un tercio de las bancas, estaría a tiro de ser eyectado tras un acuerdo de los opositores. Las advertencias ya fueron debidamente expresadas algunos días atrás y tuvo como consecuencia una reunión entre Milei y Macri.

 

La amenaza del “juicio político” es un clásico y éste no será ni el primero ni el último gobierno que la reciba. Sin ir más lejos, al inicio del último año de gestión, Alberto Fernández acumulaba más de una docena de pedidos de juicio político por razones varias que iban desde una supuesta resistencia a acatar un fallo favorable a CABA hasta declaraciones acerca del fiscal Luciani. También acumulaba pedido la vicepresidente y ministros como Aníbal Fernández al cual le pidieron el juicio político por un posteo en X en el que el humorista NIK se sintió intimidado. En fin…

 

Dicho esto, sabemos que el pedido de juicio político es legal y hasta una práctica habitual basada en todo tipo de acusaciones, desde las más serias hasta algunas francamente delirantes. Sin embargo, el eventual pedido de juicio político a Milei, debería responder otro interrogante, más incómodo y es el para qué.

 

Es que una eventual destitución de Milei, con los niveles de aceptación que tiene hoy, septiembre de 2024, sería visto como una persecución de parte de la casta, el pase de factura que la clase política le tenía jurado. El actual presidente tendría hasta la suerte de la terminología y podría agarrarse de la idea de que se trata de un “juicio político” para decir que se trata de un juicio de la política, esto es, sesgado y faccioso. En tiempos donde la política es mala palabra y donde el gobierno ha hecho campaña contra la política, un “juicio político” es todo lo que Milei necesita para confirmar, frente a la opinión pública, su posicionamiento.

 

Pero podríamos continuar e indagar en el escenario posterior. Una vez destituido Milei, ¿quién gobernaría? Argentina, que en general siempre cuenta con malos antecedentes para muchas cosas, tiene en este sentido una excepción: más allá de la forma apresurada en que Duhalde tuvo que entregar el poder, cuando nuestra joven democracia funcionó como un parlamentarismo de facto, eligiendo a quien había perdido la última elección para que encabece el gobierno, logró estabilizar el país sin salir del orden institucional. Sí, hay que decirlo, el país se incendiaba, la incertidumbre era total y el gobierno de Duhalde, con el apoyo de los distintos actores políticos, evitó la catástrofe.

 

Sin embargo, pensar que aquello no tuvo costos es un acto voluntario de desmemoria, empezando por lo que significó una devaluación de 1 a 4.

Naturalmente, la situación actual es difícil de comparar con aquella, pero, ¿alguien puede pensar que la destitución del presidente sería simplemente un trámite administrativo sin ningún tipo de costo social y económico? ¿Ustedes se imaginan lo que puede ser la economía de este país durante ese proceso? Alguien dirá que peor no se puede estar. Pero, sí, se puede. Es más, no conviene comparar demasiado porque es, como mínimo, controvertido, afirmar que un año atrás estábamos mejor.      

 

Por otra parte, ¿destituir a Milei para que asuma Villarruel? ¿Destituirla a ella también para que suba X? ¿Quién sería ese X? ¿Con qué apoyo político? ¿Sería un K? ¿Quién? ¿Con qué plan antiinflacionario? ¿Conoce alguien algún plan antiinflacionario del kirchnerismo? ¿Alguien de Massa, el ministro que duplicó la inflación? ¿Alguien de un PRO completamente fragmentado, responsable de un gobierno fracasado que no pudo sostenerse ni siquiera con un préstamo inédito en la historia universal? ¿Un radical? ¿Pichetto? ¿Creen que esto es fácil y se arregla en un cuarto?

 

Asimismo, ¿creen que mientras esta rosca, que puede llevar meses, se desarrolla, la marcha del país permanecerá estable y condenada al éxito?

 

Y por último, lo más importante, ¿cómo creen que reaccionará la ciudadanía que desprecia a la clase política, sentimiento que no solo es común en los votantes mileistas, sino también en algunos votantes nac and pop después de la decepción Fernández/Fernández? ¿Serán pasivos espectadores de un acuerdo de cúpula de “los mismos de siempre”?         

 

Por último, a la idea del juicio político contra Milei parece subyacer el diagnóstico que suele graficar bien el dicho de “muerto el perro, muerta la rabia”. Sin embargo, es un gran error, pensarlo así. Porque es claro que no hay en el oficialismo nadie que pueda acercarse ni hacerle sombra a Milei, menos aún nadie que pueda asumir allí un legado, ya que el mileismo empieza y termina en él. Pero al no ser una construcción política sino una reacción que encontró en esa personalidad un espacio donde encarnar, la eventual desaparición política de Milei no soluciona ningún problema.

 

Es que si esa reacción no encarna allí, encarnará en otra figura o, algo mucho peor, en una serie crónica de episodios de inestabilidad y destrucción aun mayor del tejido social que nadie se hará cargo de explicar.

 

Si, a decir de Maquiavelo, la política tiene que ver sobre todo con el sentido de la oportunidad, con saber interpretar cuál es el momento oportuno para actuar, cabría decir que, antes de avanzar en un juicio político, debería quedar bien en claro el porqué, qué se haría en el mientras tanto y, sobre todo, el para qué.             

    

 

 

 

 

 

domingo, 25 de agosto de 2024

No apto para moralistas (editorial de No estoy solo del 24.8.24)

 

Semana aciaga para los grandes moralistas de la política. A desempolvar los Maquiavelos, los Weber, el teorema de Baglini…, entonces.

Un periodista del DestapeWEB le pregunta al senador de UxP, Mariano Recalde, qué se puede negociar a cambio de darle al oficialismo un juez de la Corte. La pregunta es pertinente y hasta podría reformularse con el subtexto: ¿qué van a pedirle al gobierno que ustedes consideran fascista y prodictadura a cambio de darle, eventualmente, la llave para que todas sus reformas no sean trabadas en la Justicia? La respuesta fue “[podemos negociar] un juez de la corte [o sea, otro juez, pero propio]… hay muchas cosas que se pueden negociar… leyes para la gente…qué se yo”. El orden de prioridades altera el producto.

CFK, entonces, negocia y el kirchnerismo apoya a Lousteau para controlar el dinero de la SIDE acompañado por dos grandes espadas K: Parrilli y Moreau. Están quienes hasta se aventuran a imaginar algún tipo de Frente que incluya a Rodríguez Larreta y hablan de una candidatura de Santoro junto a Lousteau en Capital para llevar adelante la profecía autocumplida de que ningún peronista puede obtener un buen resultado en CABA. Parecen apresurados, especialmente cuando el año que viene se votan solo legislativas.  

Pero CFK negocia todavía más: algunos periodistas dicen que lo hace a través de Victoria Villarruel, aquella que hasta hace poco era un “límite”. Pero los límites son como el horizonte… uno camina dos pasos y este se aleja dos pasos...

Los kirchneristas más fieles hablan de realpolitik, buscan ejemplos en House of Cards, en Succession. También hacen memes, llaman a entender el equilibrio de fuerzas y la metamorfosis como virtud; una política en la que lo bueno y lo malo es relativo y se define por comparación. Por eso solo hay “más malos o más buenos que…”.

“Desde hace tiempo CFK solo está preocupada por su situación personal”, se dice por allí y habría buenos indicios para confirmar ello. Incluso hay quienes entienden que la decisión de ungir a Alberto Fernández tuvo que ver, sino exclusivamente, también porque le permitía garantizarse librarse de la persecución que la tuvo a maltraer con el gobierno de Macri. Probablemente nunca se sepa, pero, de ser así, lo que para algunos podría ser una decepción desde lo político sería comprensible desde la psicología individual: lograste todo lo que te propusiste a nivel político y cuando te quieren meter presa a vos y a tus hijos, y te gatillan en la cabeza, quienes dicen dejar la vida por vos ni siquiera prenden fuego un tacho de basura. ¿Y ustedes quieren que CFK no se mire el ombligo?

Milei también negocia y lo hace con la casta kirchnerista también. Está bien que lo haga porque así es el juego de la democracia. Una vez más: no apto para moralistas.

El desbande de la oposición y la tendencia a la baja de la inflación le dan algo de aire, pero es especialmente el primer aspecto lo que tiene, como consecuencia indirecta, un problema interno. Esto es, la facilidad con la que una fuerza minoritaria en el Congreso ha avanzado gracias a la fragmentación opositora, alienta las fragmentaciones al interior del gobierno.

Para muestra basta el escándalo con los diputados, lo cual incluye a la diputada que se denunció a sí misma por la visita a los represores y que siempre es noticia por cosas relacionadas con patos: a veces porque se los pone en la cabeza; a veces porque no los tiene en fila.

Sumemos a esto las renuncias y expulsiones que se han dado a lo largo de estos meses de gestión y una tensión permanente en sus legisladores, tensión que quizás se comprenda mejor por el modo en que se conformaron las listas y por una concepción ideológica reactiva a las construcciones colectivas y a las disciplinas partidarias. Lo cierto es que, salvo alguna excepción, todos están allí por ser un conjunto de nombres desconocidos elegidos de casualidad por estar amarrados a las bolas y a la lista “del león”. Sin embargo, todos creen ser librepensadores dueños de sus bancas, algo que es alimentado por la falta de conducción política y por un Milei que delega esa acción en sus subordinados en tanto se trataría de una “labor menor” la cual, en el fondo, desprecia.

Pero las internas se dan también en la administración del Estado y se da así una paradoja: la estructura de toma de decisiones del gobierno de Milei parece ser la opuesta al de Alberto Fernández, pero el resultado en la gestión es bastante pobre también. En el caso de la anterior administración, se creó un esquema de distribución atomizada del poder para que cada espacio del Frente, en cada ministerio, en cada secretaría, logre trabar a la otra. ¿El resultado? Un Estado incapaz e inmóvil como el gobierno que lo presidía. En el caso del gobierno actual, el esquema cambió, pero la concentración del poder en pocas manos ayudó menos a la eficiencia que a la megalomanía.    

A propósito, quienes conocen el mundillo de la actual administración insisten en algo que ya es demasiado evidente: la fuerte presencia de los servicios de inteligencia y el peligro de darles demasiado juego libre. Se menciona allí el rol de Santiago Caputo y aparecen operaciones por todos lados, a su favor y en su contra. Dicho esto, y si bien el tiempo puede aclarar algunas cosas, es tentador afirmar que el futuro del gobierno está más en riesgo por su desborde interno que por la oferta electoral que pueda estructurar la oposición.

Por su parte, y hablando de fragmentación, viene a cuento una mínima referencia a Macri haciendo lo que todos sabíamos que iba a hacer y que está muy bien que haga: acompaña al principio, mantiene la independencia para negociar, pide, pide más y si no le dan, pega el zarpazo. Del otro lado queda Bullrich, quien defiende con la misma radicalidad todas las fuertes convicciones pasajeras que va abrazando y que quizás muerda algo del PRO para formalizar ya su paso a LLA y luego, por qué no, volver al comienzo del círculo y hacerse montonera.  

Con todo, y si bien nada hace presagiar un escenario de este tenor, nunca debemos olvidar que con un Congreso como está distribuido hoy, una alianza de la oposición puede llevar a un juicio político que destituya al presidente. Y aunque falte mucho, salvo una elección extraordinaria del oficialismo en 2025, será muy difícil que los números de las bancas en el Congreso para los últimos dos años de mandato le alcancen para alejar definitivamente ese fantasma.  

Un repentino cambio en el humor social y la profundización del desorden interno del gobierno podrían ser motivos suficientes para que las alianzas que parecían imposibles dejen de serlo. Tenerlo presente es un buen aprendizaje para todos aquellos que todavía están dispuestos a perder amigos y familiares discutiendo de política.

 

jueves, 22 de agosto de 2024

La guerra del turismo (publicada el 2.8.24 en www.theobjective.com)

 

Al igual que durante el siglo XX, los últimos años han sido testigos de conflictos por territorios, intervenciones militares, matanzas y genocidios. Asimismo, apenas estamos saliendo de una pandemia a la que se respondió con confinamientos del mismo modo que se hizo durante el medioevo. Sin embargo, se ha iniciado subterráneamente una nueva disputa, sigilosa, una guerra de guerrillas cuyas consecuencias resultan impredecibles. Tiene que ver con la ocupación de territorio, en un sentido, pero está claramente asociada al fenómeno de la globalización y a la circulación de personas. Ya tiene sus exiliados y, Dios no lo permita, puede que empiece a contabilizar muertos. Hablo de la Guerra del Turismo.

En España tomó cierta notoriedad a fines de abril con las protestas en Canarias, con huelgas de hambre incluidas, contra la construcción de dos nuevos hoteles como emblema de un modelo de negocios que altera la vida de los lugareños; asimismo, ya existía el antecedente de Mallorca donde el año pasado se habían colocado carteles falsos en las playas advirtiendo la supuesta caída de rocas o la presencia de medusas. Y, por si esto fuera poco, podríamos agregar las protestas en Barcelona o lo ocurrido en Málaga donde aparecieron pegatinas violentas con lemas como “a tu puta casa” o “apestando a turista”.

En otro contexto podrían considerarse acciones xenófobas, pero como las protestas han sido acogidas como una reivindicación “de izquierdas” e incluidas en la agenda del anticapitalismo “decrecentista” que aboga por la “reducción del consumo”, los activistas pudieron evitar el estigma.

Por supuesto que no se trata de una problemática estrictamente española. En Hallstatt, un pequeño pueblo de Austria cuyo paisaje había servido de inspiración para la película Frozen, hartos de los miles de turistas que buscaban selfis con el “telón de fondo”, decidieron construir una valla para impedir la visión; y si de grafitis se trata, los atenienses fueron bastante más allá cuando en algunas de las paredes de la ciudad se pueden leer cosas tales como “Vamos a quemar Airbnb”.   

Lo cierto es que esta suerte de turismofobia se está extendiendo especialmente por Europa, impulsada por críticas que, en general, son sensatas: al ruido, la basura, los incidentes, el riesgo sobre el patrimonio histórico, etc., se le agrega un tema central, esto es, el aumento exponencial en el precio de los alquileres para vivienda en las zonas más turísticas.

La consecuencia de ello es la literal desaparición de los locales (de hecho, ya no es posible ver a nadie paseando un perro en un casco histórico) y una transformación urbanística hacia la desidentificación plena. Se da así la paradoja de turistas visitando distintos lugares que, en la práctica, acaban pareciéndose; ciudades que devienen zombis, cáscaras artificiales que se llenan y se vacían diariamente siguiendo la dinámica propia del peor consumo: visitar la atracción, sacarse la selfi para que los demás sepan lo bien que la estoy pasando y luego disimilar la ignorancia en historia y geografía comiendo y bebiendo.

A propósito, recuerdo una entrevista publicada en el número 30 de L’Espresso a Ryszard Kapuściński, el periodista polaco que de viajar sabía bastante, quien allá por el año 2006 afirmaba algo que se puede extender, en parte, a todo el turismo, incluso el que va a Europa:

 

“El objetivo del turista, (…) es paradójico: evitar escrupulosamente conocer el país en el que transcurren sus vacaciones, su lengua y su gente y en donde gastan su dinero. El turista evita los medios de transporte de los “indígenas” porque los considera sucios, lentos, inseguros. Además, el turista no quiere hacer contacto con la gente del lugar (si acaso con los necesarios empleados del hotel) porque tiene miedo de enfermedades, o que les pidan dinero. Un miedo que prevalece sobre cualquier curiosidad. Le interesa la comida, el vino, las comodidades, la terraza y la piscina, el sol”.

Ahora bien, quien había imaginado un conflicto en torno al turismo había sido el escritor británico James Graham Ballard, en un cuento titulado “El parque temático más grande del mundo”. Sin embargo, el autor de El imperio del sol, lo pensó como un conflicto impulsado por los turistas de alto consumo que se disponen a derribar el mito protestante de la salvación gracias al esfuerzo del trabajo. 

En el cuento, la rebelión comienza con algunos miles de turistas franceses, británicos y alemanes que descansaban en la Costa Azul y la Costa del Sol, los cuales repentinamente decidieron que no tomarían el avión de regreso. Pasando los meses ya había que hablar de “turistas exiliados de forma permanente” que, en el caso de los más jóvenes, una vez acabada la ampliación de los gastos de la tarjeta de crédito, se dedicaron a dormir en la playa e, incluso, a realizar algunos robos menores en el vecindario.

Pero esto no era todo pues comenzaron las revueltas en Málaga, Mentón y Rímini ya que los hoteleros decidieron llamar a la policía, hartos de estos okupas VIP deseosos de vivir en modo vacaciones.

Con la fina ironía que maneja Ballard, el relato continúa señalando que, dado que los millones de turistas habían invadido las playas, era posible que el Louvre y el palacio de Buckingham, sin prácticamente visitas, fueran vendidos a una compañía hotelera japonesa. Además, el británico señala que esas hordas de turistas rebeldes se organizaron, primero en asambleas democráticas, pero luego degeneraron hacia sistemas anárquico autoritarios enormemente violentos. El estado de naturaleza de los turistas ricos arrojaba así resultados previsibles, pero con el glamour de los últimos trajes de baño y un envidiable bronceado.     

De repente, todo devino muy confuso. De hecho, Ballard indica que, en uno de los conflictos, la policía esperaba a un líder rebelde al estilo Napoléon pero que ni siquiera “consiguió hacer frente a la agresiva brigada de morenas madres desnudas que, entonando cánticos ecologistas y lemas feministas, avanzaban sin titubear sobre el cañón de agua (…) [ni a los] Comandos de dentistas y arquitectos [que] se pavoneaban por las calles estrechas lanzando sus patadas de karate más feroces”. Pareciera escrito en 2024.

Finalmente, Ballard concluye que Europa, cuna de la civilización occidental, había dado a luz el primer sistema totalitario combinado con el ocio y acabó anticipando, quizás, la vehemencia consumista que pareció reverdecer después de la pandemia. Lo que nunca imaginó es que la respuesta a este modelo la darían los vecinos de los principales destinos turísticos que se beneficiaron con el turismo y ahora responden con un nivel de agresividad inusitada.

Por ello, es de esperar que la próxima guerra no sea por los recursos naturales ni por la religión sino por el derecho a vacacionar y a poder llevarnos un suvenir de una ciudad vaciada, y que los próximos ciberataques no vayan contra los sistemas de seguridad de los Estados sino contra Booking.com o Instagram.

Cuál será el detonante, no lo sabemos. Quizás la confusa muerte de un guía de Free Tour o un envenenamiento masivo de chinos en un tour gastronómico; quizás una rebelión de propietarios de Airbnb, una intervención extranjera para rescatar el patrimonio histórico de una ciudad, o una reacción contra el decreto que determina que las montañas y el mar son fascistas.

¿Quién hubiera imaginado que el próximo “No pasarán” se dirigiría a los turistas y que la respuesta frente a ello pudiera ser un “¡Low Cost o Muerte! Venceremos”?  

 

miércoles, 21 de agosto de 2024

Antípolíticos somos todos (editorial del 17.8.24 en No estoy solo)

 

Como era previsible, el escándalo en torno al expresidente continúa. Desde el punto de vista legal, la denunciante apuntó a diversos tipos de “violencia”, más allá de la violencia física que se evidenciaría en las fotos, y hasta señaló haber sido presionada para realizarse un aborto que, en aquellos tiempos, era ilegal en Argentina. En estas horas, el fiscal ha imputado a Fernández por lesiones graves y amenazas coactivas, y luego serán los tiempos de la Justicia, que no son ni los de los medios ni los de la gente, los que determinen o no la culpabilidad. No apto para apresurados.

Lo que sí promete mayor permanencia y, sobre todo, morbo, es aquello que rodea la vida íntima y que, salvo alguna revelación, no sería denunciable penalmente. Esto incluye desde su presunto affaire con la community manager de la cuenta oficial del perro (sí, uno lo escribe, lo lee y sigue sin poder creerlo), y encuentros sexuales con amantes famosas y no tanto. La propia Yañez declaró que podía aportar videos sexuales del expresidente en la Casa Rosada y/o en la Residencia de Olivos y, si bien la Justicia entendió que no hacían a la causa, es de esperar que, como suele suceder, de repente, esos videos “se filtren”.

Si la reputación y el buen honor del expresidente ya estaban mancillados, agreguemos a esto el hecho, siempre según la denunciante, de ser un asiduo consumidor de alcohol (aparentemente con el dinero de los contribuyentes) y de marihuana (un homenaje al hippismo, quizás). Por último, Yáñez culpa al expresidente de haberla presionado para que se desprendiera de su perro Pomerania llamado “Calabaza” porque no sería un perro acorde a una primera dama y porque no se llevaba bien con el perro de Alberto. No debería sorprendernos, en breve, escuchar “Dylan, basura, vos sos la dictadura” u observar en una próxima marcha una remera con la leyenda “Je Suis Calabaza”.  

Lo cierto es que, como dijimos la semana pasada, si Alberto ya era un cadáver político siendo presidente, ahora son interminables las filas de los que pretenden orinar sobre su tumba pero que tuvieron la vejiga tímida mientras formaron parte de su gobierno.

A propósito, continúa la operación despegue. Nadie lo conoce. Nadie estuvo allí. Gobernó solo y gobernó mal porque su machirulismo le impidió escuchar a CFK, un mal del que estaría impregnada toda la estructura del peronismo a pesar de que, desde hace casi dieciocho años, la que toma las decisiones, para bien o para mal, es una mujer. Y ya está. Todo resuelto. Nadie explica por qué, desde el 2007, de las nueve elecciones, el peronismo perdió seis (ganando solo aquellas en la que CFK se presentó para cargos ejecutivos). El problema es la ultraderecha, las redes y el lenguaje de odio, dicen.  

Lo que también resultó novedoso esta semana fue la inversión de los posicionamientos alrededor de la denuncia por violencia. Es que la derecha, aquella que siempre acusó el “yo te creo, hermana” de ser un lema corporativo, divisorio de la sociedad, que atentaba contra el derecho al debido proceso, de repente abrazó la equivalencia entre denunciante y víctima, y dio por hecho la veracidad de los dichos de Yáñez. A favor de ese cambio de actitud está lo que parecería ser una evidencia abrumadora que no pudo ser respondida por los balbuceos que el presidente ofreció en el diario El País ni en su conversación en Off con Verbitsky. Pero justo sería esperar los tiempos del Poder Judicial.

Asimismo, por izquierda, de repente el progresismo recordó su compromiso con los DD.HH. y la presunción de inocencia, al tiempo que advirtió de los peligros jurídicos de la instalación de la inversión de la carga de la prueba. La mera creencia dejó de alcanzar y se volvieron a pedir pruebas; sí, esa creencia que funcionaba como sentencia y condena automática, ahora es matizada y hasta se dejó entrever que habría hermanas más hermanas que otras, introduciendo allí una dimensión de clase por sobre el género. En síntesis, se admitió que una mujer también puede mentir y que en el juego de las solidaridades, juegan otros factores.       

En este escenario, claro está, como era de prever, el oficialismo encontró lo que sería la prueba de la utilización política de una agenda “igualitaria”, del mismo modo que había señalado al kirchnerismo de haberse apropiado de la agenda de los DD.HH. Y si alguna confirmación se necesitaba, la declaración de Yáñez señalando con nombre y apellido a la principal responsable del ministerio de mujeres, género y diversidad, es elocuente. Dado que Mazzina negó tener conocimiento de la presunta violencia contra Yáñez, será la Justicia quien determine cuál de las dos miente, pero esa misma eventualidad (la mentira de la denunciante o la mentira de la exministro) dejaría herida, o bien la credibilidad de la (presunta) Víctima, o bien la credibilidad del ministerio que siempre aseguró no hacer una instrumentalización política de su agenda.

Mientras la causa de los Seguros se ve opacada por este escándalo, causa que salpica demasiado cerca al expresidente, es de esperar que la estrategia judicial de Fernández y, por qué no, mediática, apunte a la desacreditación de Yañez.

Ahora bien, en el juego de descréditos, y ante la opinión pública, le va a costar, no solo por lo que parecen ser evidencias, sino porque su palabra, desde aquella foto de Olivos, cada día vale menos. Puede que apunte a un presunto intento de extorsión a cambio de dinero, o que se tome de lo que parecerían ser algunas exageraciones de la declaración de Yañez quien se ha anticipado a la acusación de “alcohólica” indicando que su presunto alcoholismo comenzó después de las agresiones; o cuando intenta despegarse absolutamente de la organización de aquellos festejos de Olivos que habrían afectado el resultado de las elecciones (como intentó despegarse, por cierto, el expresidente el día de “mi querida Fabiola”).     

Frente a los apresurados que hablan de la enésima muerte del peronismo, solo cabe decir que es mejor esperar el desarrollo de los acontecimientos. En todo caso podría ser la enésima muerte de la política porque la sensación que ha atravesado a la sociedad es la de cansancio, pero como ya ha quedado demostrado a lo largo de la historia, los espacios vacantes en política se ocupan y se resignifican.

Con todo, lo que parece claro es que, hoy, lo otro del discurso antipolítica de Milei no es un discurso a favor de la política, sino también un discurso de bronca, resignación y decepción con la clase dirigente, lo cual paradójicamente también está a la base del discurso de Milei. De aquí que escuchar a alguien que diga “creo en la política como herramienta de transformación” suene a candidez voluntarista. Hoy “antipolíticos somos todos”.

En todo caso, la diferencia es que una mitad de la Argentina tiene esperanza en que la destrucción de todo sea la solución mientras que la otra mitad solo implora que no se siga rompiendo lo que hay.  

De cara al futuro, no parece un escenario demasiado esperanzador. 

  

martes, 13 de agosto de 2024

Triste, solitario y final (editorial de No estoy solo del 10.8.24)

 

“Escándalo en desarrollo” podría ser el título; o “una caída en cámara lenta” a la cual todavía le quedan muchas secuencias. Efectivamente, al momento de escribir estas líneas se difunden las fotos de la exesposa del presidente con claros signos de haber sido golpeada y con chats que confirmarían que el autor de la agresión sería el mismísimo Alberto Fernández.

En paralelo, se difunde un video con la columnista de espectáculos, Tamara Pettinato, del que se deduce un juego de seducción con el exmandatario. Independientemente de la cuestión moral que se sigue de lo que parecería ser una infidelidad, el video trasciende lo estrictamente privado en la medida en que habría sido filmado durante la pandemia, esto es, cuando la circulación estaba restringida. De aquí que en su momento se abriera una causa al respecto donde fueron involucrados todos aquellos que visitaron Olivos por aquellos tiempos.

Se han escuchado todo tipo de teorías conspirativas al respecto, pero la que más ha rebotado es la de un supuesto pase de facturas de Clarín hacia Alberto por no haber “entregado” a CFK. Se trata, por cierto, de una teoría bastante condescendiente con Alberto quien, en todo caso, ha hecho algo más importante aún: ha destruido al kirchnerismo “desde adentro”, como el verdadero topo del Estado (presente). Asimismo, daría a entender que la causa está armada, cuando tanto en la que se investiga la agresión contra su exmujer como la relacionada con los seguros, hay demasiados indicios. En todo caso, el límite de la conspiración aceptable, desde nuestro punto de vista, es el que indicaría que “alguien” le soltó la mano y que ha decidido dejar de cubrir esto en este momento por razones que desconocemos. Con todo, se trata solo de hipótesis y, hoy por hoy, estas hipótesis son lo menos importante. Porque aun cuando Alberto Fernández ya era un cadáver político, incluso siendo presidente, el modo en que esta conmoción política de envergadura provoca un reposicionamiento de cada uno de actores políticos de la Argentina, es digno de análisis. 

Naturalmente, en el gobierno celebran por varias razones. En primer lugar, porque estos hechos expresarían como pocas veces el cinismo de la dirigencia política, en este caso, corporizado en la figura del expresidente. Sí, el mismo que daba clases de moral, incluso después de conocida la foto del cumpleaños de su exmujer en plena pandemia cuando miles de argentinos no podían moverse de la casa ni para despedir a sus muertos.

En segundo lugar, es una inestimable ayuda para el gobierno en su “batalla cultural” contra el wokismo en general y el feminismo en particular. Es que el (triste, solitario y) final de un expresidente que sobreactuó su posicionamiento afirmando ser el “primer feminista” o declarando “el fin del patriarcado”, etc., vendría así a confirmar la posición del actual gobierno, esto es, que la causa noble de la igualdad habría sido “una pantalla”, una puesta en escena que escondía negociados y un intento de autolegitimación moral. Si el kirchnerismo se habría apropiado de los DD.HH., dicen, la presidencia de Alberto, acorde a los tiempos que corren, se habría apropiado del feminismo. De aquí que todo lo que no era k, haya sido señalado como “dictadura”, y todo lo que no era Neo K, haya sido acusado de machismo y lenguaje de odio. Del pañuelo de las madres a la corbata verde para “volver mujeres”. Todo sea para poder seguir levantando el dedo acusador.  

A tal punto esta disputa cultural tiene fuerza que la revelación de las fotos de los presuntos golpes, como en su momento fue “la foto de Olivos”, resulta mucho más potente que la escandalosa causa de presunta corrupción millonaria con los seguros del Estado que salpicaría demasiado al expresidente. Como si la corrupción fuese perdonable o, lo que es peor, como si se asumiera que el ejercicio de la política y la corrupción van de la mano.

Asimismo, la noticia llega a días de la elección de una Venezuela cuyo escenario es incómodo para el kirchnerismo en particular. En este sentido, como suele ocurrir desde hace ya mucho tiempo, buena parte de la militancia que dice tomar como sagrada la palabra de CFK saluda a Maduro como “soldados de Perón” mientras la expresidente pide que muestren las actas para honrar el legado de Chávez.

Hablando de kirchnerismo, o de lo que queda de él, las revelaciones sobre Alberto Fernández permitieron construir el villano perfecto y promover el despegue final de la administración 2019-2023. Se consuma así la idea de que ese período fue un mal sueño y que el kirchnerismo no fue parte de él, del mismo modo que la culpa del acuerdo con el FMI fue endilgada enteramente a Martín Guzmán como si el ministro de Economía hubiese actuado con total autonomía. Desde la vicepresidencia hasta ministerios y las cajas más abundantes fueron ocupadas por las principales figuras de ese kirchnerismo que inauguró la categoría de oficialismo opositor, pero a meses de haber abandonado la administración, nadie parece haber estado allí. Misterios de la política. Aprovechamiento de memorias cada vez más selectivas.   

Pero no conforme con eso, desde un universo paralelo aparecen declaraciones de Mayra Mendoza diciendo que Alberto Fernández daba con “el perfil” de violento, pese a lo cual habría sido elegido por “la jefa”. A esto se suma una declaración de la Cámpora interpretando como “violencia política” de Alberto hacia CFK lo que no fue más que una feroz disputa intestina por el poder donde ambos bandos jugaron con todas las armas, incluso las non sanctas. Atribuir esto a una cuestión de género es incluso rebajar el liderazgo de CFK quien, en todo caso, no es atacada por ser mujer sino por lo que ha hecho y por lo que representa como figura política. A juzgar por las declaraciones de Mendoza, la propia CFK entiende que las diferencias políticas con Alberto no pueden encuadrarse en esta “violencia política” agravada por su condición de mujer, pero, según la intendente de Quilmes, es un “asunto de formación” de la cual, aparentemente, carecería CFK. Las vanguardias esclarecidas ven más allá del líder, parece.  

Antes de cerrar, una reflexión general acerca de un fenómeno que se viene repitiendo con las últimas presidencias y que podría tener algún tipo de paralelismo con el escenario político de Perú y de otros países sudamericanos donde las presidencias nacionales parecen trampolines hacia la cárcel o, al menos, hacia los tribunales. Menciono el caso de Perú porque es el más grosero y se apoya, a su vez, en un sistema de partidos completamente roto e inestable que, paradójicamente, convive con una relativa estabilidad económica, para escándalo de algunos analistas. ¿Va la Argentina por ese camino? Desconozco. Por lo pronto, la desintegración de los partidos se viene dando hace tiempo y las coaliciones más o menos fluidas e ideológicamente amplias han ocupado ese espacio. ¿La irrupción del mileismo y una crisis total del peronismo y/o progresismo y/o centroizquierda promete una reconfiguración de esta “foto”? Puede ser, pero tampoco lo sabemos.  

Lo cierto es que CFK aparece sentenciada y acorralada por varias causas, lo mismo se le augura a Alberto Fernández, aquel que se jactaba de impoluto, y es probable que una vez que Milei deje la presidencia, muchas de sus medidas sean judicializadas. Si Macri no aparece en la lista es porque Macri no es expresidente: Macri es el poder.         

Por último, se dice, con razón, que no hay Milei sin Alberto Fernández, aunque sería más justo decir que no hay Milei sin la crisis de representación fenomenal que explota en 2001 e incluye también a esta versión desgastada del kirchnerismo y al fracaso del gobierno de Macri. Las revelaciones conocidas, sumadas a las que vendrán, harán un nuevo aporte en ese sentido.

Si el gobierno de Milei logra que la economía no naufrague y reduce al mínimo los escándalos de su administración, tendrá en el cinismo y la doble moral de la oposición un activo de enorme potencia.         

 

 

 

jueves, 8 de agosto de 2024

Mármoles del Partenón: la otra tragedia griega (publicado el 31.7.24 en www.theobjective.com)

 

Se suele repetir en tono de broma que, para conocer el Partenón, antes que ir a Atenas es conveniente ir al Museo Británico de Londres. Y algo de razón hay si tomamos en cuenta que allí se encuentran, entre otros tantos objetos, quince metopas, diecisiete estatuas procedentes de los frontones, y setenta y cinco de los ciento sesenta metros que medía el friso del Partenón en su totalidad. Parece demasiado. Y lo es.

Este hecho no resulta risueño para las autoridades griegas que llevan casi dos siglos reclamando la devolución de los mármoles y recibiendo evasivas de parte de las autoridades inglesas hasta el día de hoy, y fue lo que impulsó a la italiana, Andrea Marcolongo, licenciada en Letras Clásicas, a escribir su nuevo libro: Desplazar la luna. Mi noche en el Museo de la Acrópolis. Evidentemente, a los ingleses se les reclaman todavía muchas cosas además de Gibraltar y Las Malvinas.  

El título del libro tiene que ver con la curiosa experiencia utilizada como disparador: tras una inagotable insistencia, Marcolongo logró el permiso del Museo de la Acrópolis para pasar una noche de luna menguante allí, completamente sola, rodeada de los objetos y, sobre todo, de las ausencias que decoran este museo inaugurado en 2009 para demostrar que Atenas contaba con un edificio adecuado para exhibir semejantes tesoros.   

Llevó una cama de camping, un saco de dormir, una linterna y una edición de la biografía de lord Elgin, el protagonista principal de toda esta historia, el “saqueador”, cuyo verdadero nombre era Thomas Bruce, undécimo conde de Kincardineshire, nombrado en noviembre de 1798 embajador extraordinario y ministro plenipotenciario de Su Majestad Británica ante la Sublime Puerta de Selim III, sultán de Turquía; “Elgin”, a secas, para los amigos; “Eggy” para su mujer, aquella que lo abandonaría cuando la maldición de los mármoles ya estuviera desatada.  

“Llevaos todo lo que podáis. No perdáis la menor ocasión de saquear en Atenas y sus alrededores todo lo que pueda ser saqueado. No perdonéis a nadie, ni vivo ni muerto”, decía en una carta desde Constantinopla, el gran rival de lord Elgin, el conde Choiseul-Gouffier (embajador de Francia en el imperio otomano entre 1784 y 1792) a su asistente Fauvel, representando el mismo espíritu que embargaría a nuestro protagonista en esta disputa imperial entre Francia e Inglaterra. Pero sería demasiado tarde: lord Elgin le había ganado de mano y se había llevado lo más importante. Aquella anticipación es la que explica que el Louvre solo posea una metopa y una parte menor del friso del Partenón.

A propósito, el destino de los mármoles estuvo determinado por el retiro de los franceses de Egipto, algo enormemente celebrado por las autoridades del imperio otomano, el mismo que ocupaba Grecia en aquella época.      

De hecho, como señal de agradecimiento, a solo tres semanas del retiro de las tropas de Napoleón, la corte del Sultán le otorga a lord Elgin el permiso, jamás otorgado hasta ese momento, de poder acceder hasta lo más alto de la Acrópolis.

El pedido original tenía que ver con una pretensión artística: lord Elgin consideraba que sería provechoso para Inglaterra adoptar el modelo del arte griego y, para ello, había llevado en su delegación a artistas y arqueólogos como había hecho Napoleón en Egipto. En principio, entonces, la idea no era llevarse nada. Solo un poquito de “batalla cultural” y quizás algo de esnobismo estético.

Pero el escenario era propicio no solo por la euforia de los turcos sino porque las autoridades del imperio no les asignaban mayor valor a esos monumentos. Pues, tal como recuerda Marcolongo, el Erecteón se había transformado en un polvorín, el templo de Hefesto era una iglesia, la Torre de los Vientos había pasado a ser el cuartel general de los derviches y, el Partenón, una mezquita con cañones para atemorizar enemigos.

Es más, durante el siglo XVIII comenzó un incipiente turismo cultural de europeos cultos que pagaban lo que fuera por llevarse algún objeto, a tal punto que las mismas autoridades otomanas, algunos aventureros y otros tantos ladronzuelos, solían romper los monumentos para luego vender los pedazos a manera de suvenires más o menos transportables. De aquí que, de vez en cuando, aparezca en algún museo con procedencia desconocida un pie de Atenea, un dedo de Zeus, la impronta de un centauro o la lascivia de un fauno. 

Legalmente hablando, y aunque resulte insólito esto sigue siendo un punto relevante en la discusión actual, lord Elgin logra un firmán, esto es, un documento oficial que le permite a sus enviados algo más que subir al Partenón para hacer modelos y dibujos. De hecho, una ambigüedad del texto es la que abre una interpretación por la cual se le estaría delegando además la posibilidad de llevarse todo lo que pudiese descubrir en futuras excavaciones como así también, y esto es lo más escandaloso, todo lo ya descubierto. A buen entendedor, era un documento que le daba vía libre para un verdadero saqueo.  

Las crónicas de la época son estremecedoras. Por ejemplo, quisieron desmantelar el Erecteón adornado por las cariátides para volver a montarlo en Londres, pero, como ningún barco aguantaba semejante peso, rompieron el templo y solo se llevaron a una de ellas. Esa dificultad logística aplicaba para buena parte de los mármoles extraídos de modo que los operarios de lord Elgin no tuvieron mejor idea que, en muchos casos, partir los bloques en varios pedazos.  

Sin embargo, todo esto tendría un costo personal altísimo para nuestro protagonista, no solo económico. De aquí que se pueda hablar de una “maldición de Atenea” o de “Minerva”, a decir de Lord Byron. Es que en 1803 y 1804, lord Elgin es arrestado dos veces en Francia, pierde un hijo y su mujer se va con un amante. En ese lapso, a su vez, llegan los mármoles a Londres en unos cincuenta cajones, pero como a nadie le interesan, son recogidos por su madre y arrumbados en un jardín cerca de Westminster durante tres años. En 1806, al regresar a Londres, lord Elgin no obtuvo reconocimiento alguno por su labor en Constantinopla y perdió su escaño en la Cámara de los Lores, aunque la posesión de los mármoles podía funcionar como consuelo. Sin embargo, su situación económica era delicada tras haber sostenido de su bolsillo a los artistas y operarios de su delegación y, como si esto fuera poco, se vio afectado por una extraña enfermedad que le desfiguró el rostro. Las diosas no existen, pero que las hay, las hay.  

A pesar de que finalmente consiguió alquilar una casa de unos doscientos metros cuadrados y que, después de varios meses, pudo desembalar los mármoles para convivir con ellos en completa soledad, la diosa debía jugar una última carta en la propia Inglaterra y a través del gran poeta inglés, el ya mencionado Lord Byron, quien, en La maldición de Minerva, aquel libro producto de su primer viaje a Atenas allá por 1811, afirmaría lo siguiente:

 

“Que sin una sola chispa de fuego inteligente, sean todos sus hijos [los de lord Elgin] tan ineptos como su progenitor (…) En cuanto a él [lord Elgin], que siga parloteando con sus artistas mercenarios y que los elogios de la locura compensen el aborrecimiento de la sabiduría. Que esos aduladores celebren largo tiempo el buen gusto de su amo, cuyo gusto más noble por naturaleza es…vender. Vender y hacer que el Estado (…) sea el receptor de su rapiña”.

Los textos de Byron circularon por toda Europa acabando con la mínima reputación que pretendía conservar “Eggy”.    

Para finalizar, ahogado por las deudas, se ve obligado a vender los mármoles al Estado británico no sin antes pasar por una comisión investigadora frente a la cual debió defenderse y explicar la forma en que adquirió los mismos. Si bien salió indemne del proceso y la comisión entendió que la adquisición había sido legal, el precio determinado fue de apenas 35.000 libras, un precio irrisorio que lord Elgin se vio obligado a aceptar. Luego, el Parlamento votó la transferencia de los mármoles al Estado y desde aquel momento se encuentran en el Museo Británico.

Lord Elgin acabo exiliado en Francia, solo y en la miseria total. Murió en 1841. Durante 30 años sus hijos se encargaron de las deudas que supusieron la obtención de los mármoles. Como diría la propia Marcolongo, toda una verdadera tragedia griega.

 

sábado, 3 de agosto de 2024

JJ.OO.: una provocación conservadora (publicado el 3.8.24 en www.disidentia.com)

 

Pasada la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, todavía resuena la polémica por la línea político/artística claramente visible en algunos pasajes en particular. Una pena, verdaderamente, porque el empeño y, probablemente, la obligación de politizarlo y moralizarlo todo, ha desviado el foco de lo que había sido una decisión audaz y bien lograda. Me refiero a abrir la ceremonia a la propia ciudad y poner al Sena en el Centro. Se ha dicho que era una demostración del narcisismo de los franceses aun cuando el reflejo en las aguas turbias del Sena no dé para enamorarse ni siquiera de uno mismo. Pero, convengamos, París es París.

Lo cierto es que el fuerte simbolismo del mensaje, con pasajes algo encriptados o, al menos, abiertos a varias interpretaciones, permitió lecturas forzadas y hasta no tardaron en circular presuntas confirmaciones de mensajes masónicos y/o satánicos.

Ahora bien, si dejamos a un lado estas visiones conspirativas, una mirada más o menos sensata unida a declaraciones vertidas por el responsable de la ceremonia, confirman un mensaje presuntamente ecuménico a favor de la inclusión como un intento de volver a poner a Francia a la vanguardia occidental tras el revolucionario libertad, igualdad y fraternidad.

El foco estuvo puesto, en particular, en esa escena que parece reproducir La última cena de Da Vinci en clave, llamemos, Woke/Queer, con un Cristo representado por una DJ feminista, lesbiana y referente de lo que se conoce como “activismo gordo”, rodeada de Drag Queens y personajes que pretendían representar “diversidad” de raza y sexo. A esto se le agregaba, con la intención aparente de mezclar esa simbología con la tradición pagana, un Dionisio semidesnudo, mezcla de fauno y pitufo lascivo.        

Como contraste, inmediatamente, circuló por Internet aquella inolvidable canción elegida como himno oficial de Barcelona 92, interpretada por Freddie Mercury y Monserrat Caballé que, hasta el día de hoy, hace que todos tengamos en nuestra cabeza esa melodía que decía “Barcelona”, cantada a dúo. La perdurabilidad no es muestra necesaria de superioridad ni moral ni estética, pero, puede que indique algo, al menos en este caso. La comparación entre aquella actuación y ésta no fue inocente porque Freddie Mercury era un gay confeso y portador de SIDA, mientras que Monserrat Caballé tenía, claramente, sobrepeso. De aquí que, una lectura actual, podría suponer que en aquel 92 se buscó ofrecer diversidad y, sin embargo, no fue el caso. Es que cuando la diversidad se da de hecho, y no como una impostura forzada o, simplemente, una provocación, pasa desapercibida, logrando así, justamente, lo que pretendidamente se busca, esto es, la integración. En otras palabras, nadie reparó ni le importó la homosexualidad o la portación de una enfermedad que seguía siendo tabú de uno, ni la obesidad de la otra; tampoco los organizadores eligieron a esas figuras por estas razones que son completamente irrelevantes a los fines artísticos. Se los eligió por lo que hacían y no por lo que eran, de aquí que se los haya juzgado por lo que hicieron, algo que no sucede con aquellos que, carentes de talento, ocupan un lugar por lo que son.

En todo caso, para quienes no somos católicos ni nos consideramos conservadores, la escena de la última cena dionisíaca indigna por el cliché, por la repetición obligada del canon que indica que todo artista debe provocar y que la única provocación posible es la de la libertad sexual contra la Iglesia católica. Es que desafiar al catolicismo siglos atrás o hace 50 años incluso, podría costar la vida, pero hoy no solo no supone ninguna amenaza, sino que es celebrado y premiado, como si fuese un acto de valentía cuando, en realidad, no es ningún riesgo. Es, más bien, una provocación conservadora porque pretende conservar los patrones de la moral hegemónica que es una moral progresista.

Valentía, en todo caso, tienen las mujeres que en países musulmanes resisten las imposiciones de la religión asumiendo penas de cárcel y azotes, pero sobre ello no hubo referencia alguna ni parodias. Esto último hubiera sido mucho más arriesgado, (como bien puede testificar Salman Rushdie), que recibir dinero de los Estados y las principales compañías occidentales, además del apoyo de los medios mainstream, para escandalizar a un puñado de viejos vinagres occidentales de la derecha católica que hablan de Sodoma, Gomorra, el libertinaje y Satán.   

Pero incluso sin ir tan lejos y desafiar a los musulmanes, la ceremonia podría haber sido mucho más valiente si a la drag queen de barba teñida bailando en la disco, símbolo presunto de la diversidad, se la hubiera reemplazado por un empleado de Call Center de país del tercermundo que trabaja para empresas francesas; o por algún niño negro esclavizado de África, de esos que son explotados en las colonias francesas de hecho. Eso sí que hubiera sido incómodo. Ver gente que se trasviste buscando escándalo lo vemos todos los días.   

Es más, imaginen que ese maravilloso caballo mecánico plateado que galopó sobre las aguas del Sena y que algunos identificaron como el caballo de uno de los jinetes del Apocalipsis, hubiera sido reemplazado por una moto que anduviera sobre el agua manejada por un pakistaní repartidor de esas apps de envíos a domicilio. Me refiero a una de esas motos viejas y baratas que les suelen robar a esos mismos repartidores en los barrios periféricos de las grandes ciudades cada vez más diversas y arcoíris. Eso sí hubiera sido un mensaje valiente, pero, claro está, mucho más incómodo, porque sería un mensaje por el cual deberían responder los gobiernos y las compañías corresponsables del actual estado de situación.

Si el símbolo de la María Antonieta decapitada, que tuvo su lugar destacado en la ceremonia, buscaba representar la Francia revolucionaria, la escena de La última cena con toda su oda a la diversidad podrá ser muy políticamente correcta y provocadora pero no hace rodar la cabeza de nadie, menos la cabeza del poder. Todo lo contrario, más bien la sostiene y la deja en su lugar.  

En este sentido, quizás el final más adecuado hubiera sido el de la decapitada cabeza parlante de María Antonieta afirmando, simplemente, “primero como tragedia, luego como farsa”.