domingo, 16 de junio de 2024

Milei 2: triunfo y tiempo nuevo (editorial del 15.6.24 en No estoy solo)

 

Después de la peor, vino la mejor semana de la administración Milei. Efectivamente, el gobierno estaba grogui pues, tras cargarse al Jefe de Gabinete y a decenas de funcionarios, el escándalo en el ministerio de capital humano había trepado dejando al descubierto una trama que pareciera incluir corrupción, mala gestión y hasta servicios de inteligencia jugando una interna. Más que la primera etapa de una administración, parecía replicar esos gobiernos que acaban de perder una elección y están de salida.  

Sin embargo, mutilada, pero aprobada al fin, la Ley Bases aguarda ahora su forma final en una Cámara de Diputados donde el mileismo la tiene más fácil; Xi Jinping dejó de ser un chino que es igual a otro chino o, lo que es peor, un chino asesino comunista porque, de pronto, renovó el swap cuando todos suponían que al gobierno le costaría sangre, sudor, lágrimas y dejar de sacarse fotos en Taiwán; y en cuanto a la inflación, más allá de que hay quienes observan un leve repunte en junio, lo cierto es que el 4,2% de mayo es asombrosamente bueno. “¡Tócala de nuevo, Toto rockstar!”.

Si nos posamos en la denominada Ley Bases, hay una discusión acerca de cómo interpretar su aprobación en la Cámara de Senadores. ¿Es un triunfo para el gobierno la aprobación de un proyecto que, respecto al original, ha sido podado en aproximadamente dos tercios de sus iniciativas? Soy de los que cree que sí, que es un triunfo por varias razones, pero, sobre todo, por la poca representación que tiene el mileismo en las cámaras. Compárese si no toda la cantinela del gobierno anterior que, con las urnas a su favor, con un presidente con 80% de imagen positiva en la pandemia, el control del Senado y una gran representación en Diputados, fue incapaz de avanzar en proyectos que eran un juego de niños al lado del cambio estructural que supone la Ley Bases. Si Milei hubiera seguido la lógica del “equilibrio de fuerzas” ni siquiera hubiera asumido. En lugar de ello, va al choque, pelea, putea, amenaza, se equivoca, pero avanza en una reforma más pretenciosa que una Constitución y se lleva algo. Algunos apelarán al presunto historial psiquiátrico del presidente. Lo cierto es que, sin ambición, no hay poder ni gobierno.     

Párrafo aparte para lo sucedido afuera más allá de que es cada vez más previsible: la policía que provoca y 200 lúmpenes que hacen su performance, pónganlo ustedes en el orden que quieran. Pero si la oposición cree que de esas imágenes sacará un rédito porque se trata de “la resistencia popular”, se equivoca. De hecho, circularon varios videos, uno de ellos de una manifestante reclamándole a un policía que se venga “de este lado”, del lado de donde está “el pueblo”. La manifestante incluso afirma que el policía está llorando, lo cual sería la imagen a replicar infinitamente por cualquier opositor que tenga una red social. Sin embargo, la gente está tan podrida de la victimización de ciertos sectores poco representativos, que es posible que buena parte de la sociedad acabe pensando como Pier Paolo Pasolini, insospechado de fascista, cuando en el contexto de las revueltas estudiantiles de fines de los años 60 provocó un escándalo que muchos comprendieron bastante tiempo después. Me refiero a sus dichos acerca de que, en el enfrentamiento entre estudiantes y policías, había una verdadera lucha de clases y que, frente a los estudiantes de clases medias y altas, él prefería a los policías ya que éstos, al fin de cuentas, pertenecían a las clases populares.   

En cuanto a la inflación, ya lo sabemos: motosierra, más licuadora, más aspiradora, más toda la línea blanca que quieran incluir, generó una caída de la actividad pocas veces vista y una consecuencia bastante obvia: si no hay un mango la inflación baja. ¿Se podría haber hecho de otra manera o, al menos, con mayor parsimonia? Claro, pero quienes tuvieron la oportunidad de hacerlo por gobernar antes que Milei, lo cual incluye a Macri también, perdieron su oportunidad, duplicando la inflación en el caso del expresidente de Boca, y cuadruplicándola en el caso del gobierno de Alberto Fernández, CFK y Massa. De modo que, en ese punto, “el león”, “el topo”, “terminator”, o como ustedes quieran llamarlo, tiene una a su favor.

La sensación es que la sanción de la ley Bases, entonces, es un triunfo, pero también inaugura un tiempo nuevo en el gobierno, un Milei 2. Y en todo caso, si no es así, Milei debería aprovechar la oportunidad para que así lo pareciese. Porque la receta económica que hasta aquí permitió que la inflación baje, no se puede sostener. Es que, digámoslo así: ya hiciste una megadevaluación que espiralizó una inflación en dólares, pero que tuvo a favor una recomposición de las reservas que el proyecto presidencial de Massa había dejado en rojo por varios miles de millones. Luego, no hay que ser un especialista: una devaluación de 118% que se traslada a precios con un crawling peg del 2% mensual se traduce en atraso cambiario y pocos incentivos para esos señores que, año tras año, deciden cuándo liquidar sus dólares esperando un mejor tipo de cambio, algo que, por cierto, haríamos todos en su lugar. ¿Acaso el gobierno espera un ingreso extra de dólares del FMI y otros organismos que, sumados al swap chino y a la baja de inflación confluyan en la estabilidad del dólar y en una inflación en sintonía con ese crawling peg del 2%? En un Excel todo cierra, pero hay un mundo allá afuera y habrá que convencer a mucha gente de que el dólar no está atrasado.  

Además, Caputo, apurado por la necesidad de dar buenas noticias, lo cual, en este contexto, se llama “señales de reactivación”, está haciendo mucho de lo que se le criticó al gobierno anterior. Así, hay precios relativos que el gobierno no quiere soltar ante el temor de que el apoyo popular se revierta, y el dólar vuelve a funcionar como ancla, esto es, se atrasa artificialmente por la intervención gubernamental, hasta que un día no aguanta más y, como dirían en la City, el mercado hace las correcciones. Es una película repetida. Una remake.  

Mientras, Milei sigue en una suerte de estudiantina internacional, creyendo que el resultado de las elecciones del parlamento europeo responde a su influencia y no a un largo proceso por el cual, con sus lógicas y problemáticas locales, los socialdemócratas, los verdes y los liberales pagan en las urnas el modo en que se han alejado cada vez más de las reivindicaciones mayoritarias.

Alguien debería lograr que el presidente vuelva a poner los pies sobre la tierra, aunque a juzgar por sus últimos movimientos, el círculo íntimo cada vez se reduce más y se circunscribe a su hermana y a funcionarios que no se llegan a contar con los dedos de una mano. Una vez más, es demasiado desgaste para una gestión que lleva 6 meses nada más. A favor, claro está, siguen las encuestas, aquellas capaces de torcer la voluntad de los legisladores que hacen depender sus convicciones del resultado que arroje la noble labor de una consultora.

De hecho, podría decirse que lo único que tiene el gobierno es el apoyo de una mitad de la población para la cual la expectativa supera cualquier padecimiento. Luego, no tiene gestión, no tiene cuadros, no tiene territorio, elementos de los que Milei se dio el lujo de prescindir en campaña, pero que suelen ser necesarios para gobernar cuando las papas queman.

Asimismo, anotarse un triunfo, supone también una responsabilidad. Ahora la casta podrá decir que “le dio la herramienta” y, conforme pase el tiempo, cada vez será más difícil señalar con el de dedo al predecesor.

Es que nadie elige a un gobierno para que diagnostique, diga “Hola a todos” con la voz del león o explique qué haría Von Mises. Se elige a un gobierno para que resuelva los problemas, incluso si se lograra convencer a la población de que todos esos problemas eran heredados.

viernes, 14 de junio de 2024

Un infeliz cumpleaños para Orwell (publicado el 29/5/24 en www.theobjective.com)

 

Gran Hermano, minutos de odio, telepantallas, policía del pensamiento, ministerio de la Verdad, neolengua. No hay antecedentes de un libro que haya ofrecido tantas categorías para comprender el fenómeno del totalitarismo. Y lo más curioso es que se trata de un texto literario, el cual, a su vez, está cumpliendo 75 años desde su lanzamiento. Hablamos, por supuesto, del célebre 1984, la novela de George Orwell que, a propósito de este aniversario, ofrece nuevas ediciones incluso en español, incluyendo una bastante particular a la que me referiré hacia el final.  

Nacido en 1903 en la India ocupada por Gran Bretaña y educado en Eton gracias a una beca, apenas terminado el colegio Orwell decide enrolarse en la policía imperial británica que, por aquella época, ocupaba Birmania, actual Myanmar. Gracias a aquellos años, Orwell escribirá textos de una crudeza y una profundidad únicas, como el reconocido relato “Matar a un elefante”.

Tras un interregno de algunos años en los que intenta construir su vida como escritor y vive prácticamente como un pordiosero entre Londres y París, su acercamiento a las ideas socialistas crece a punto tal que, recién casado, decide, junto a su mujer, trasladarse a España para luchar contra Franco. Sin embargo, pronto vive en carne propia el modo en que la interna entre stalinistas y trotskistas se replica en España, con denuncias falsas y sus consecuentes purgas constantes, vivencia que marcaría a fuego al Orwell ya escritor maduro. Fruto de ello contamos con su Homenaje a Cataluña.

A pesar de que no era común por aquella época que un escritor de izquierdas fuera crítico de la URSS, ya en la segunda mitad de los 40, Orwell publica Rebelión en la Granja (Animal Farm), la extraordinaria sátira contra el stalinismo y, un año antes de morir de tuberculosis, en 1949, el libro que nos convoca cuyo título, 1984, refiere a un futuro más o menos lejano en el que el Partido, liderado por la figura mítica de El Gran Hermano, controla los destinos de Oceanía en un mundo en guerra permanente.

Más allá de la trama que cuenta la tragedia de Winston Smith, un oscuro empleado del ministerio de la Verdad que es capturado y salvajemente torturado por complotar contra el Partido, lo más rico son las categorías antes mencionadas que Orwell ya expone casi en su totalidad en el primer capítulo. De hecho, en las primeras páginas aparecen los “Dos minutos de odio”, un ejercicio del que participaban los miembros del partido y que suponía sentarse frente a una pantalla gigante para hacer catarsis repudiando todas las fechorías y atropellos cometidos por el enemigo del pueblo. Se trataba de un tal Goldstein, líder también mítico de La Hermandad, autor de un libro maligno y poseedor de un “rostro judío” al que se le adjudican reivindicaciones de la tradición liberal como la libertad de prensa.  

Demostrando poseer la capacidad para poder proyectar lo que sería la influencia de los medios de comunicación de masas, Orwell elabora también un elemento de enorme actualidad, esto es, el doble carácter de las pantallas. Lo hace cuando refiere a lo que en el libro son las “telepantallas”, aquellas que permitían proyectar el mensaje elegido por el Partido, pero que, al mismo tiempo, distribuidas a lo largo de la ciudad y en el interior de las propias casas, vigilaban cada una de las acciones de sus usuarios. 

Asimismo, digno de mención, por supuesto, es el trabajo del ya destacado ministerio de la Verdad. Los empleados de esta dependencia eran los encargados de modificar la historia para ponerla al servicio de los intereses del Partido porque “quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado”. Así, si en un momento era necesario afirmar que se entraba en guerra contra Eurasia, los empleados trabajaban a toda velocidad modificando los archivos de modo tal que no quede ningún vestigio que dijera lo contrario. En el mismo sentido, el ministerio se ocupaba de borrar toda huella de las personas que eran “vaporizadas”, esto es, desaparecidas. Era como si nunca hubieran existido.

Esta necesidad de modificar la historia era complementada por “la policía del pensamiento” y por otra gran idea a la cual subyace una verdadera teoría del lenguaje. Se trata de la neolengua, la lengua que se hablaba en Oceanía, la cual era constantemente modificada por unos burócratas cuya finalidad era reducir el lenguaje lo más posible bajo el supuesto de que controlando el lenguaje se controla el pensamiento y la realidad. Más actual no se consigue.

Dicho esto, podemos mencionar dos grandes paradojas sobre el legado de la obra de Orwell que, imaginamos, hubieran generado su indignación. La primera y más obvia es la apropiación que se ha hecho de la figura del Gran Hermano. No hay, en este sentido, una lección más precisa del cambio de época: si, en el libro, el Gran Hermano era sinónimo de un sistema totalitario panóptico que se servía de un sistema de cámaras para controlarlo todo y del cual los rebeldes querían escapar, ingresando al siglo XXI, el Gran Hermano deviene un formato televisivo de enorme éxito en el que los jóvenes pugnan por ingresar a una casa para poder ser vistos.

La segunda es todavía más increíble, porque ha sido impulsada por los propios herederos de Orwell. Se trata de una suerte de “reescritura” del original, pero realizada desde la perspectiva de la coprotagonista, llamada Julia. Efectivamente, los actuales dueños de los derechos consideraron que 1984 merecía una versión desde la perspectiva de la mujer y, para ello, convocaron a una escritora feminista, Sandra Newman, quien ha afirmado en varias entrevistas que Orwell era un misógino. De aquí se seguiría que, para desexorcizar la obra, habría que poner una protagonista mujer que hiciera al menos lo mismo que el protagonista varón. Por cierto, quizás en un futuro lleguen versiones en las que el protagonista sea un Smith negro o una Julia trans, no lo sabemos.

Lo cierto es que en esta nueva versión, que por momentos reproduce fielmente el original y que se titula, justamente, Julia, por lo pronto, se dice que el verdadero problema del protagonista, Smith, es su poco apasionamiento sexual cuya responsabilidad, según él, sería de las mujeres. También se afirma que la coprotagonista, Vicky, sufre un aborto producido por una sustancia que ha ingerido obligada por el padre de la criatura, un alto funcionario; que estaba penada la homosexualidad femenina pero no la masculina; que Julia evita demostrar su intelectualidad para no asustar a los varones; que el Estado totalitario actúa principalmente sobre el cuerpo de las mujeres, tal como lo padece la propia Julia cuando, como parte de un plan del gobierno, es inseminada con el supuesto semen del Gran Hermano. Por último, en la nueva versión de 1984 firmada por Newman, los jerarcas del Partido tienen como esposas a mujeres sub30 a las cuales luego descartan e incluso aparece un documento de La Hermandad en el cual la principal acusación contra el Estado Totalitario es la de cometer delitos sexuales contra mujeres.

Asimismo, frente a una Julia que en el original esbozaba una suerte de astucia y liberalidad sexual aunque algo casquivana y desideologizada, en esta nueva versión Julia es todo: es víctima del Partido que la obliga a trabajar de prostituta para captar a los traidores como Smith, pero también trabaja como mecánica y escribe novelas en una de las secciones del ministerio de la Verdad; es una de las niñas delatoras que llevó a su propia madre a la muerte pero también es lo suficientemente sensible para salvar a su compañera con la cual finalmente tendrá un amorío.

Además, mientras que en el original Smith no resiste la escena de las ratas atacando su rostro, en Julia la protagonista abre la boca, hace que la rata ingrese y luego la cierra para decapitar al roedor. Todo eso hace Julia, además de tener sexo frente a las telepantallas para erotizar a los fisgones de la policía. Sinceramente, si buscamos distopías en clave feminista, Margaret Atwood lo ha hecho mucho mejor.

Por último, en un gesto de incomprensión de la obra original, Newman agrega un capítulo en el que el sistema totalitario cae, La Hermandad vence y el Gran Hermano es un particular con nombre y apellido que yace vencido en una cárcel.

Para finalizar, digamos que el 75 aniversario de una obra esencial para la literatura y el pensamiento contemporáneo recibe una suerte de tiro de gracia paradojal. Si no bastaba con la reapropiación cínica que la industria del entretenimiento había hecho del Gran Hermano, ahora los propios herederos pretenden reescribir la obra paradigmática que denunciaba el modo en que los totalitarismos pretenden la reescritura de la historia. Que haya sido en clave feminista es lo de menos. Lo mismo hubiera sido en cualquier otro sentido. El ministerio de la Verdad existe y ha actuado sobre la ficción que lo imaginó. Orwell y 1984 no merecían un cumpleaños tan infeliz.

                

miércoles, 12 de junio de 2024

Trump tiene razón, pero... (publicado el 6/6/24 en www.disidentia.com)

 Golpe y contragolpe. Los portales del mundo reflejan la decisión de la justicia estadounidense de condenar a Trump y cuando la noticia todavía está caliente, el comité republicano informa haber batido todos los records de recaudación para su campaña en las primeras 24 horas posteriores a la condena.

Efectivamente, en ese lapso de tiempo, la campaña de Trump recibió 52,8 millones de dólares de donantes particulares, un tercio de los cuales no habían donado nunca.     

Hacer pública esa información es parte de la dinámica electoral y un claro intento de equiparar con un presunto apoyo popular una decisión judicial que puede ser sospechada de poseer intencionalidad política, como mínimo en lo que respecta al sentido de la oportunidad, esto es, a unos 5 meses de la elección presidencial.

Pero dejando de lado esa discusión como así también la del contenido de la acusación, hay algo en esa reacción republicana que merece algunas reflexiones.

El lugar común, y no por ello necesariamente falso, es el de acusar de populismo a este tipo de estrategias. Y técnicamente hablando, es difícil llegar a otra conclusión. Es que se trata del ejemplo clásico en el que un candidato apela al sentir popular de las mayorías (que se expresaría en el apoyo récord medido en dólares, claro) para oponerse a una medida judicial que estaría impulsada por “el poder”.

Una vez más, dejemos de lado la interesante discusión acerca de si el Lawfare es una estrategia que solo tiene como objetivo a los referentes progresistas, y centrémonos en el núcleo de la narrativa de Trump. Como ustedes saben, el eje de lo que podría considerarse el “populismo de derecha” impulsado desde Murray Rothbard hasta Steve Bannon, supone la identificación de un eje de poder que establece una novedad respecto a los enfoques de derecha tradicionales.  Ese eje estaría conformado por una elite gobernante que va bastante más allá de los funcionarios públicos o “los políticos”, pues incluye también a corporaciones económicas, grupos de interés y a tecnócratas e intelectuales surgidos de universidades cuyo discurso hegemoniza los medios de comunicación. Es lo que a partir de la irrupción de Javier Milei tanto en Argentina como en el mundo, reconocemos como “la casta” y, como habrán notado, no difiere demasiado del tipo de discurso utilizado por buena parte de los “populismos de izquierda” latinoamericanos que resurgieron a inicios del siglo XXI.

Ahora bien, dicho esto, lo interesante es que este tipo de estrategias suele obtener buenos resultados. De hecho, no son pocos los que consideran que, contrariamente a lo imaginado, esta declaración de culpabilidad contra Trump podría beneficiarlo. De ahí también que éste, en tono provocador, advirtiese, haciendo referencia al día de las elecciones, que el verdadero veredicto se daría el 5 de noviembre. 

Naturalmente, nunca se sabrá hasta qué punto esta decisión de la justicia estadounidense influye en la elección, pero que un candidato pueda sostenerse frente a un ataque tan potente contra su reputación, habla a las claras de una crisis fenomenal en la credibilidad de las instituciones. Y no sucede solo en Estados Unidos: con acusaciones de corrupción Cristina Kirchner ganó elecciones en Argentina y el propio Lula venció a Bolsonaro después de haber estado preso por una causa de corrupción, si bien ésta luego fue revisada por la propia justicia. Pero la lista es inmensa y hasta podría incluirse el caso de España en el que, incluso con un llamado a indagatoria a la esposa del presidente, el PSOE puede ser quien más votos obtenga en las próximas elecciones al parlamento europeo.

Puse todos estos ejemplos disímiles, los cuales a su vez incluyen referentes por izquierda y por derecha, para, a su vez, mostrar que hay allí una matriz compartida pero que, por otro lado, el lugar común de salir a defender las instituciones en sí y como tales, resulta también problemático. Dicho de otra manera, más allá de la acusación en particular, Trump tiene razón y le sobran los motivos cuando denuncia a “la casta” que gobierna los Estados Unidos y la degradación institucional de los distintos poderes del Estado como así también de los medios de comunicación e instituciones como las universidades. Y esto no sucede solo allí: hoy son muy pocos los medios de comunicación y los periodistas con algo de credibilidad en el mundo entero; ni que hablar cuando nos introducimos en el sistema científico y universitario a la luz de las noticias que nos llegan. En este sentido, basta echar una mirada a los temas y las perspectivas de las publicaciones, las tesis, los proyectos para becas y las investigaciones en ciencias sociales o humanidades para notar cómo la homogeneidad y la ausencia de espíritu crítico están a la orden del día.

En este sentido, criticar el deterioro institucional de nuestros sistemas es más que bienvenido si pretendemos una sociedad más justo pero, y aquí viene la paradoja también, ni es cierto que nada de esas instituciones pueda rescatarse ni es posible una vida en comunidad cuando todo el tiempo se está poniendo en tela de juicio todo.

Entonces es verdad que la justicia está lastrada por corrupción, operaciones, grupos de presión, pero, al mismo tiempo, no toda la justicia ha sucumbido a ello y, aun si eso hubiera sucedido, no hay sociedad posible sin un mínimo de confianza en ella. Y esto lo digo en términos generales y no para justificar la condena a Trump sobre la cual, insisto, no tengo más elementos que los de la prensa para pronunciarme.

El caso de la justicia es particularmente importante porque también hay un discurso de izquierda para el cual ésta es un actor por completo irrelevante del sistema democrático. Porque cuando la justicia falla en contra, la izquierda denuncia Lawfare, cooptación por parte del poder fáctico, capitalismo o heteropatriarcado. Pero cuando la justicia falla “a favor” no se le asigna independencia ni se le quitan todos esos motes. Se afirma, en cambio, que ha sido la presión social del pueblo que, vehiculizada a través de los referentes de izquierda, lograron doblegar al poder judicial para que, finalmente, haga justicia. En esta lógica, este poder del Estado republicano no cumpliría ningún rol ya que sería solo un instrumento de ejecución de los intereses que logran imponerse, sean los de los “poderosos”, sean “los del pueblo”. Hay media biblioteca afirmando esto y se trata de autores respetables en muchos casos. Pero reducir el rol del poder judicial a eso parece una simplificación.

Si bien esto podría valer para todas las instituciones mencionadas, me poso específicamente en el poder judicial porque su crisis es la que permite comprender esta suerte de infinita querella sobre todos los temas que tanto caracteriza a las sociedades actuales y que tan bien se refleja en Internet. Hoy parecería que todo tema, toda afirmación, debe ser discutida. De hecho, toda verdad establecida es sospechosa y hasta nos dicen que la Tierra es plana. Sumemos a esto que el avance tecnológico hace que ya no podamos creer en lo que ven nuestros ojos puesto que puede ser una manipulación digital.

Y esto me recuerda el avance que implicó en la antigua Grecia el establecimiento de una justicia en manos del Estado con un sistema de leyes público y un conjunto de derechos común a los ciudadanos. Esta transformación acabó con las venganzas sucesivas que se propinaban los clanes, cuando el sentido de justicia no era otro que el que cada uno podía ejecutar en sus manos, lo cual tenía como consecuencia natural la eternización de los conflictos. Pero con la aparición de un sistema de justicia “imparcial”, las partes interesadas acordaron aceptar que, aún en desacuerdo, la justicia tendría la última palabra. En este sentido es que decimos que no parece haber convivencia posible sin un mínimo de credibilidad en el sistema.   

Para finalizar, no tengo más que aportar perplejidad y asumir que hay allí una tensión inherente a nuestras sociedades. El poder judicial, y las instituciones en general, han perdido credibilidad por muy buenas razones. El populismo tiene razón en esas críticas y los institucionalistas de la defensa en sí y sin más de los espacios que representan, deberían rendir cuentas frente a las necesidades insatisfechas de las sociedades que reclaman. Asimismo, sacudir el statu quo, ponerlo en tela de juicio, asumir un sentido crítico también contra las instituciones de turno es siempre un ejercicio que, por los canales adecuados, puede ayudar a mejorar el orden de cosas. Pero la dinámica “Joker” de prenderlo fuego todo, (algo muy de moda en Occidente, probablemente la única cultura tan culposa que promueve su autodestrucción), genera un clima de zozobra, rompe lazos y afecta todo vínculo comunitario.

Creo que esa tensión no tiene solución y en todo caso, de lo que se trata es de administrarla, moviéndonos entre los dos polos, el de las ideales instituciones perfectas e inalcanzables y el del “incendio constante”, como se ha hecho a lo largo de la historia, a veces un poco mejor, a veces un poco peor.

Nada menos. Y nada más.    

sábado, 1 de junio de 2024

Aquellas pequeñas cosas (editorial del 1.6.24 en No estoy solo)

 

“¿Acaso alguien se cree que este país se hundió porque la gente descubrió la verdad sobre el Gulag? Eso lo creen los que se dedican a escribir libros. Pero la gente de a pie no vive preocupada por la historia. Sus vidas son mucho más elementales: enamorarse, casarse, ver crecer a sus hijos… Levantar una casa. La desaparición de la URSS se debe a la escasez de botas de mujer y papel higiénico. El país se hundió porque no se vendían naranjas”.

Se trata de uno de los tantos testimonios recogidos en el libro El fin del “Homo sovieticus”, de la periodista bielorrusa que ganó el premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksievich. Naturalmente la realidad habrá sido más compleja pero el ejemplo puede servir de analogía para comprender que sucedió, qué sucede y qué puede suceder en Argentina, especialmente por esa suerte de sobreideologización del debate público que lleva años en nuestro país.

Efectivamente, como hemos dicho muchas veces aquí, algo que caracterizó al kirchnerismo es su demanda a los votantes; todo el mundo debía ser militante y sacrificarse por la causa por la que no se sacrificaron la mayoría de los dirigentes. El paquete era completo e incluía no comprar dólares, abrazar la patria latinoamericana, ser garantista y, con los años, decir que sí a toda la agenda progre porque la derecha es mala, mala y muy mala, aun cuando a veces tenga razón.

De repente, cada mesa familiar se transformó en una disputa política y la Argentina se atormentó de sentido con la cantinela vacía de que “todo es político”. 

Así, en cada comentario el votante k se sentía obligado a evangelizar porque “había que dar el debate, convencer”, como esos que nos tocan el timbre los domingos a la mañana para dar la voz de Dios.  Y había que hacerlo dejando bien en claro que se hablaba desde un lugar. El otro tenía que saber de qué lado estábamos. A lo largo del tiempo eso pudo ser una remera, un tatuaje, un look, una forma de hablar, un pañuelo de un color: en tiempos donde lo único que importa es la identidad, no podemos darnos el lujo de que el otro no sepa qué somos.

Lo cierto es que se creyó que la batalla cultural era todo y que los 12 años de gobierno k habían sido suficientes para sentar las bases de un imposible retorno de la derecha. Pero, claro está, nunca se entendió que si el kirchnerismo tuvo un apoyo popular como el que tuvo, no fue por esa sobreideologización sino porque la gente vivía mejor. Para decirlo con el ejemplo inicial: la cosa funcionó mientras había para comprar botas y papel higiénico. Se dirá que en 2015 podíamos comprar todo eso y más. Absolutamente. Pero convengamos que comparados con los primeros 8 años de kirchnerismo, los últimos 4 fueron regulares y ya no podíamos comprar tantas botas ni tanto papel, más allá de que comparado con lo que vino después, la diferencia fue abismal. Asimismo, claro está, el adversario jugó sus cartas y logró instalar que “no te vamos a sacar nada de lo que es tuyo”, es decir, quien consideraba al kirchnerismo el enemigo número 1, tenía que, por un lado, mentir y, por otro lado, admitir los logros del oficialismo para recibir los votos. Lo que vino después ya lo sabemos.

Esto no significa que todo se reduzca a un “es la economía, estúpido”. Porque no es solo eso… pero sin eso es muy difícil. Quizás no sea condición suficiente, pero, sin dudas, es condición necesaria para la continuidad de una gestión. Preguntemos si no a los gobiernos de Macri y Alberto Fernández, gobiernos que duplicaron y cuadruplicaron respectivamente la inflación heredada y que, por ello, no pudieron ser reelegidos. Digámoslo así, entonces: “es, en buena medida, la economía de las pequeñas cosas, estúpido”. 

Milei también dice dar la batalla cultural y sus acciones así lo avalan, pero si considera que con eso va a alcanzar, cometerá el mismo error. De hecho, (es una sospecha), Milei corre el riesgo de creerse que la mitad de los argentinos ha devenido libertaria cuando no son libertarios ni siquiera los fans que lo van a ver al Luna Park. ¿O ustedes que creen? ¿Que fueron a escuchar una exposición sobre Von Mises y Rothbard o a verlo cantar?   

Con todo, sí parece haber conciencia en el gobierno de que su supervivencia depende del freno a la inflación y que, en el plano comunicacional, lo único que importa es mostrar que todos los meses baja un poco más. De aquí el retraso de la quita de subsidios que es necesario quitar.

En todo caso, está el problema de la sábana corta porque si sigue retrasando algunos aumentos, tendrá que hacer más dibujos para sostener su obsesión: el superávit fiscal. Pero, con algo de creatividad financiera, puede que unos meses más el motor le dé.             

Quizás sea por esto que a Milei le preocupa más una corridita que suba 200 pesos el dólar ilegal que 100.000 tipos en la calle. Y hace bien, aunque también se ha demostrado que ante movilizaciones multitudinarias el gobierno cede. Pero la incapacidad que está demostrando la gestión del presidente será perdonada en la medida en que la inflación siga a la baja. Al menos mientras siga fresco el recuerdo del gobierno anterior, el que, con inclusión, con un Estado presente y hablando como corresponde para que nadie se ofenda, pulverizó el poder adquisitivo gracias a una inflación de más del 200%.

Con la inflación a la baja, Milei puede cantar y hacer su performance del León y las Fuerzas del cielo, casi como ese capítulo de los Simpson en el que todos le decían a Bart “Haz lo tuyo”. Incluso continuará el idilio de identificación de un sector de la población con ese Milei roto, rebelde, plebeyo y hasta amateur en muchas cosas. Quizás porque buena parte de la gente está bastante rota también. 

Pero el número de la inflación es clave para poder volver a comprar las botas y el papel higiénico. Quizás luego no las podamos comprar porque no hay trabajo, pero ese será otro problema. En este sentido, si la megalomanía de Milei, aquella que le hace creer que su juego es el de las “grandes ligas” como referente universal de las ideas de la libertad, le hace olvidar aquellas pequeñas cosas que son centrales para la vida diaria de la gente, recibirá el sopapo, primero de las encuestas, y luego de las urnas. 

Pasó con la URSS y pasa en la Argentina libertaria de Milei. Son aquellas pequeñas cosas que tienen a los gobiernos a su merced las que marcan el sentir de la calle; cosas del día a día, simples, el boleto del tren, la leche, un alquiler, que no te afanen la bici, la cola en el hospital; aquellas pequeñas cosas que, si no las tenemos, hacen que lloremos (y puteemos) cuando nadie nos ve.