Pasados apenas tres días de unas
elecciones en las que el oficialismo vencía por casi 7 puntos, prácticamente se
formalizaba lo que era evidente: el fin de Juntos por el Cambio. Efectivamente,
como todos hemos visto, con un apuro bastante particular, la fórmula
presidencial derrotada anunciaba como decisión propia y a título personal un
mandato de la jefatura política del PRO, la misma que los había impulsado a
jugar una interna para acabar con las chances del heredero natural: Horacio
Rodríguez Larreta.
Los intentos de darle un tono
institucional en el que hasta se leyeron unos supuestos puntos de acuerdo con
La Libertad Avanza, como así también una risueña épica sanmartiniana, fueron el
maquillaje de la escena de la humillación, indisimulable en el rostro de
Bullrich, tal como se pudo confirmar en la incómoda foto junto a Milei en los
estudios de TN ese mismo día por la noche. Se dice que los actores deben creer
en su propia actuación porque si no, dejan de ser creíbles. Lo mismo vale para
este caso. Body talks, el cuerpo
habla. Los republicanos atentos a las formas, la estabilidad, el equilibrio de
poderes y la previsibilidad, ahora se abrazan a la motosierra en nombre del
antiperonismo.
La movida de Macri o bien se
explica por su psicología o bien obedece a una información que no conocemos. Es
decir, una posibilidad es que se trate de una suerte de voluntad de poder destructiva
y ciega dispuesta a aniquilar todo a su alrededor. Un Cronos devorando a sus
hijos que se cargó a Horacio, se cargó a Patricia y ahora va por Javier. La
otra opción es, como trascendió, una preocupación judicial. ¿Acaso Macri sabe
que Massa no es Alberto Fernández y que con un nuevo gobierno las causas en su
contra podrían avanzar? No descartemos que haya algo de las dos opciones.
Después está la evaluación
táctica: ¿era este el camino que debía seguir Macri para lograr la centralidad
que él pretende? Naturalmente es discutible y ser taxativos con el diario del
viernes es riesgoso, pero a priori pareciera que no. Es que si analizamos el
movimiento lo primero que surge es una duda acerca de los tiempos: ¿a qué se
debió el apuro en salir a apoyar a Milei a través de Bullrich? ¿Se trató de
hacerlo antes de las reuniones del PRO y de Juntos por el Cambio en las que
probablemente su postura estaría en minoría? Suponemos que sí, pero es evidente
que el precio de “cortarse solo” tendría consecuencias inmediatas:
declaraciones en contra de dirigentes del PRO (Rodríguez Larreta, Vidal, etc.)
y de la Coalición Cívica, más una conferencia de prensa explosiva de los
radicales. O sea, una ruptura a cielo abierto.
Por otra parte, una muestra más
de que es necesario tratar de ver un poco más allá de la escena, es que no
hacía falta salir expresamente a apoyar a Milei para lograr que los votantes de
Juntos por el Cambio se inclinaran a ello, como si, además, los electores
aguardaran y aceptaran órdenes de un candidato (perdidoso). De aquí que podría
haberse mantenido neutral y su núcleo duro antiperonista igualmente hubiera
votado a Milei o un ladrillo con tal de que no gane el oficialismo.
En este punto, lo más lógico
entonces sería pensar que lo que hubo fue un intercambio: “nosotros salimos a
apoyarte públicamente y vos a cambio…. X”. Por ahora no sabemos qué pero ese
apoyo no sale gratis y quizás el tiempo nos aclare si el bueno de Javier devino
un Fausto vernáculo.
Ahora bien, decíamos que otra de
las opciones es que Macri hubiera resuelto quebrar definitivamente la coalición
para posicionarse como un líder absoluto del espacio PRO, pero hacerlo supone
dinamitar una estructura de diez gobernaciones, más de 100 congresistas entre
diputados y senadores, intendentes en todo el país… Los números muestran que,
más allá de la derrota, JxC ha sido una coalición enormemente exitosa
electoralmente hablando desde su creación hasta hoy y que siendo oposición
determinará al próximo gobierno, el cual, sea quien fuere, tendrá que afrontar
una época de crisis y ajuste fenomenal que lo va a erosionar.
Alguien dirá: Macri quería volver
al poder y primero intentó hacerlo a través de Patricia; ahora intenta hacerlo
a través de Javier, un “hijastro irascible” que dice lo que él no se animó y
que promete lo que los asesores de Macri le sugirieron no prometer para ganar
la elección en 2015. Sí, es una opción posible. Pero en todo caso sigue abierta
la duda acerca de por qué hacer todo a plena luz del día cuando el efecto
hubiera sido el mismo sin necesidad de estas escenas de porno política. Todavía
más: si Milei se perfilara como un ganador seguro del balotaje, quizás tendría
algún sentido sacrificar JxC ante la inminencia de formar parte, de una u otra
manera, de un nuevo gobierno. Pero lo cierto es que tras el resultado del
domingo, la elección promete un final cerrado donde Milei puede perder.
De hecho, todos sabemos que en
política 2 + 2 no es 4 y que los 30 puntos de Milei no se sumarán
automáticamente a los 23 de Bullrich. Es más, no solo cabe dudar acerca del
comportamiento del electorado de Bullrich sino también cabe preguntarse si el
electorado del propio Milei aceptará sin más este salto inimaginable unos días
atrás cuando la candidata de Juntos era una exmontonera que ponía bombas en
jardines de infantes.
Con todo digamos que el dilema de
Milei era y es claro ya que las mismas razones de su éxito son las que lo
llevan a un callejón sin salida. En otras palabras, hace una gran elección de
30 puntos porque logra instalar el clivaje casta/anticasta pero solo puede
alzarse con el triunfo en un balotaje asociándose con la casta, es decir,
rompiendo el clivaje que lo llevó al “triunfo”. Así, pega un salto y se abraza
al clivaje que intentó instalar Bullrich y que fue una de las razones por las
que fracasó. Me refiero al peronismo/antiperonismo o
kirchnerismo/antikirchnerismo. Alguna vez lo mencionamos en este espacio, pero
el discurso de Bullrich no solo era violento (lo cual sería casi lo de menos)
sino que en términos electorales era demodé, pensado para la Argentina del
2015. Entonces, ¿obtendrá Milei los votos necesarios demostrando que era más
antiperonista que anticasta?
Asimismo, si nos llevamos por la
lista de puntos supuestamente acordados entre Macri y Milei y que oportunamente
fueran leídos en la conferencia de prensa por Bullrich, parece estar claro que
no hay espacio para la dolarización, ni para el fin de la coparticipación, la
reforma constitucional, el cierre del ministerio de la mujer o la ruptura
delirante con nuestros principales socios comerciales. Hasta hubo una
referencia solapada a no aceptar la venta de órganos, limitar la tenencia de
armas y garantizar la libertad de expresión para evitar que a los sensibles
periodistas no se les llame “ensobrados” pero, sobre todo, para garantizarles
que van a seguir recibiendo pauta si se portan bien. De aquí que tras escuchar
esos puntos acordados sea factible pensar si Milei ha abrazado ya directamente
la plataforma del PRO a cambio de ser competitivo en el balotaje; y, lo más
importante, cómo reaccionará una parte de su electorado ante semejante
resignación que se vio con claridad el domingo en el discurso cuando
desapareció la motosierra y se habló de fortalecer las instituciones y los
ideales republicanos.
Para finalizar, entonces, durante
las próximas semanas veremos conmovedores intentos de la prensa opositora, los think tank y los referentes del PRO para
justificar cómo el antiperonismo los ha llevado hasta límites insospechados, al
menos, visto desde la perspectiva de esta etapa democrática que cumple 40 años.
Los mismos demiurgos de la palabra que lograron vendernos un Menem rubio y de
ojos celestes, nos presentarán un Milei atemperado y estadista y que ha dejado
de ser populista por el solo hecho de haber recibido la unción de Macri y sus
equipos, esto es, aquellos que duplicaron la inflación y tuvieron que salir a
pedir un préstamo imposible de pagar para intentar ganar una elección que luego
perdieron.
Atrás quedará la ilusión de una
derecha moderna, republicana y obamista. Aquella que se decía antipopulista y
era simplemente antiperonista.
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