Una oposición militante de una marca de vacunas difícilmente
pueda ofrecerse como opción de poder. Ausentes de vocación política, frente al
gobierno lo único que hay es un grupo de personas que trabajan de opositores y
que recrea como farsa un posicionamiento ideológico de la guerra fría que
enfrenta a sputnikianos con pfizerianos. Sin embargo, la historia reciente, el
coronavirus y una gestión oficialista que contenta a pocos pone al espacio
opositor en un lugar expectante para 2021 y 2023.
Se trata de dos elecciones distintas y difíciles de comparar
pero a grandes rasgos se pueden anticipar algunos lineamientos que pueden ser
válidos para ambos comicios. Si para el actual oficialismo ubicar a Alberto
Fernández al frente de la fórmula fue la llave para atraer ese 10 % de
moderados que le faltaba para ganar, para la oposición la estrategia es materia
de debate. Algunos referentes del PRO (R. Larreta, Vidal, etc.) y una parte del
radicalismo pretenden acercarse al centro suponiendo que la crisis económica y
la pandemia le permitirán recuperar parte de ese voto que “se llevó” Alberto.
Entienden, en este sentido, que una vez plantados como la alternativa al
oficialismo conseguirán el apoyo de la derecha más radicalizada a través del
“voto útil” antiperonista.
Por su parte, con Macri y Bullrich a la cabeza, la presunta
ala dura del PRO supone lo contrario: hay que ganar esos 5 puntos que se
escapan por derecha con los Espert y los Milei para que la crisis económica
haga el resto y el electorado de centro decepcionado con Alberto se pliegue a
una nueva oferta de cambio. Esgrimen como argumento que la radicalización posterior
a las PASO 2019 les hizo recuperar muchísimos votos. De esto se sigue que según
cuál de las dos alas triunfe en la interna de Juntos por el Cambio tendremos
una oferta más o menos radicalizada de parte de la oposición. Y en este punto
los moderados lo tienen más difícil al menos al momento de marcar la línea
discursiva porque todo el tiempo son corridos “por derecha” desde el ala más
dura que solo le habla a los propios.
Los ejemplos de Macri y Bullrich son claros en ese sentido.
Cuando el primero va a la mesa de Juana Viale y cuenta que en momentos de
crisis se encerraba desde las 19hs a ver Netflix, le está hablando a los
propios y, lo que quizás es peor aún, está ganando espacio entre los propios.
Efectivamente, mientras los votantes oficialistas reproducen una y otra vez esa
declaración como prueba para desacreditar al expresidente, el votante PRO se
identifica con la idea que está de fondo en la incontinencia inimputable de
Macri. Porque encerrarse a ver Netflix pone a Macri como una víctima de la
política y de su rol al frente del Estado; se trata casi de un atormentado que
realiza un sacrificio circunstancial; alguien que “fue puesto ahí” para hacer
un trabajo que antes los políticos hacían por él. Su obsesión por marcar las
horas (“me despierto a las 7hs y me encierro a las 19hs”) no habla de un hombre
ordenado. Más bien refleja que la labor de presidente era solo una parte
acotada de su vida y no es el único argentino que ve las cosas de ese modo.
Macri era un simple administrador que administra un Estado como administra una
empresa o un consorcio y que quiere eliminar al enemigo para luego volver a la
actividad privada. Tiene el mal humor del jefe que tiene que hacer algo porque
sus empleados son unos inútiles. Es que Macri y buena parte de sus votantes
entienden que el Estado y la política no son constitutivos de la vida en
comunidad o el camino para la transformación de la realidad; más bien Estado y
política son cosas que se padecen y aparecen como “fuerzas exteriores” que coartan
la libertad e imponen, entre ellas, pagar los impuestos. Por eso Macri también
habla como un comentarista. Él está siempre mirando “desde afuera” aun cuando
es presidente. En esta marco se entiende que en el mismo reportaje reconozca
que disfrutó más siendo presidente de Boca o afirme que en este país, para
ganar dinero, haya que evadir impuestos.
Por su parte, Bullrich ha adoptado el desparpajo de una
retórica incendiaria que se beneficia con micrófonos amigos refractarios a la
repregunta. Bullrich sabe que tiene terreno libre para decir lo que sea porque
su “batalla cultural” no pretende establecer nuevas interpretaciones entre lo
que se dice y la realidad. Tomando de la nueva izquierda la idea de que la realidad
es un relato construido por lo cual la batalla debe darse en el plano del
discurso, Bullrich, como buena parte de la nueva derecha, acepta el juego e
invierte el orden para decir que la realidad es un relato pero quien relata es
la nueva izquierda progre y no la derecha capitalista, etc. Si la realidad ya
no está ahí para contrastar los dichos de nadie, juguemos a la mugre de
significantes que significan cualquier cosa y que cada uno interprete como
quiera. La realidad no puede venir a aguarnos una buena creencia de modo que
entre la realidad y la creencia, la que deberá ceder es la realidad. Véase si
no cómo una diputada cordobesa puede arrogarse el derecho a ofenderse por un
chiste sobre la Avenida Córdoba por dificultades de comprensión o por un sesgo
ideológico que no puede más que despertar risa.
Yendo puntualmente a la elección legislativa y a las
candidaturas, no es casual que todos los opositores quieran jugar en CABA. Es
que con el antecedente de que los presidentes no peronistas de la última era
democrática fueron antes Jefes de Gobierno en CABA, saben que siendo candidatos
allí tienen el camino allanado a la presidencia. La tentación es grande porque
el carácter antiperonista de la capital hace que la gente vote hasta un
ladrillo con tal de que no sea peronista y las condiciones objetivas de la
ciudad hacen que no erigirse como el principal opositor desde la ciudad más
rica y con mayor potencia comunicacional, sea como chocar una calesita. Por eso
Lousteau, Bullrich, Vidal y hasta el propio Macri coquetean con esa
posibilidad.
Por último, claro, le rezan al San Covid para que haga lo
suyo. En realidad, cabe decir, oposición y oficialismo se han acomodado para
ser favorecidos, de alguna manera, por el virus. Para el oficialismo el virus
ocupa el lugar que ocupaba CFK para Macri. Es la explicación para todos los
padecimientos, la pesada actualidad que se suma a la pesada herencia de Macri.
Y para la oposición el virus es la posibilidad de que se erosione el gobierno y
haga olvidar, más rápido de lo que corresponde, el desastre que hicieron cuando
estuvieron en la administración. En este sentido, para ellos el virus tiene la
función de generar una suerte de “amnesia ciudadana”. Para el oficialismo, en
cambio, la función del virus es la de una “anestesia ciudadana” que logre que
la mayoría, o al menos los propios, no expongan con demasiada vehemencia que
tras 18 meses de gestión hay muchas promesas incumplidas. ¿Qué prevalecerá
entonces? ¿La amnesia o la anestesia? Ninguno es síntoma de Covid ni una
secuela pero una de las claves de la próxima elección estará en cuál es la
respuesta a ese interrogante.
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