lunes, 26 de octubre de 2020

Confianzas (editorial del 24/10/20 en No estoy solo)

 

“Confianza” es la palabra. Todo el tiempo se dice que el problema de la Argentina es la falta de confianza. Los economistas, aquellos que creen que manejan una ciencia rigurosa, siempre culminan los análisis abrazándose a su fe: “la confianza”. Que el orden económico y, con él, el político y el social se manejen en base a la confianza es un problema pero es propio de estos tiempos posmodernos donde la subjetividad y el “lo que a mí me parece” se ha elevado a verdad indubitable. La confianza tiene grados y cada uno de nosotros establece tácitamente distintas pruebas para alcanzarla. Hay gente más o menos abierta a confiar en el otro por las razones que fueran. Buena parte del establishment no confía en este gobierno por razones ideológicas. Entonces no es un problema de dinero. Se trata de sectores que se hicieron millonarios con gobiernos peronistas pero “no confían”. En realidad, simplemente, no les gusta el gobierno y, por supuesto, exponen sus razones, algunas mejores que otras. El actual gobierno puede garantizarle a ese sector más o menos negocios. Pero nunca podrá ganar su confianza.   

Los analistas parecen creer que es el establishment el único que necesita confianza o que finalmente la confianza es una categoría económica. Se equivocan. Todos la necesitamos. De hecho no hay comunidad posible sin ella. Buena parte de los que votaron a Alberto también necesitan confianza no solo para invertir sino para abrazarse a la esperanza de un cambio. Esto es, esperan que se cumpla el contrato electoral y ahí aparece el problema porque no se está cumpliendo.

Elegir a Alberto en la fórmula, es decir, elegir a quien, de alguna manera, era visto como un “traidor” a la causa kirchnerista, fue paradójicamente un activo de Alberto. De hecho cada archivo de Alberto diciendo cosas contrarias a las que algunos años después afirmaría en campaña, le sumaba votos. No es que se valoraran sus contradicciones ni que se hiciera un culto a la veleta. Lo que se valoraba era el arrepentimiento del kirchnerismo. Alberto era la autocrítica de CFK. Entonces ya no se pedía que se votara a un presunto traidor sino que lo que se pedía era que se votara una autocrítica: “Volver mejores” era el mensaje y la síntesis. El punto es que en la medida en que las expectativas de los votantes del FDT no se cumplan lo que emerge es la desconfianza que no recae, naturalmente, sobre CFK sino sobre Alberto. La confianza del votante duro de CFK para con ella se mantiene, en buena medida, incólume. El punto es que cuando las cosas no funcionan como se esperaba resurgen fantasmas. Así se piensa “el que ha traicionado una vez puede volver a hacerlo” y entonces los ojos se posan sobre Alberto y se examina con quién se reúne, a quién considera su amigo, si nombra más a Alfonsín que a Perón. Hace poquito leía una nota de la analista de opinión pública, Shila Vilker, que asimilaba a Alberto con ese personaje del comic de Batman llamado Harvey “dos caras”, cuya principal característica es que puede hacer el bien o el mal por razones azarosas y antes de tomar una decisión lanzaba la moneda al aire. Se trataría así de una especie de naturaleza jánica que en su afán por complacer a la mayoría en un consenso amplio puede acabar completamente desperfilado habiendo hecho enojar a propios y extraños.

La pandemia no ayuda a darle una identidad al gobierno y cuesta explicarle a un marciano qué tipo de gobierno tiene la Argentina. Para ese diferencial de 10 o 15 puntos que votó al FDT por la presencia de Alberto, esto es, por la autocrítica de CFK, la confianza se gana con bienestar económico. No votaron la reforma agraria ni la patria grande. Tampoco les alcanzaría con los avances en derechos civiles. No volvieron a votar a Macri porque con él les fue mal. Votaron a Alberto porque consideraron que con él les podía ir mejor. Y, como les decía, eso no está sucediendo, en parte por el desastre de la pandemia; en parte por falta de pericia.

El sector de los incondicionales es distinto. Está vinculado por la confianza ciega hacia el liderazgo de CFK. Si algo sale mal le echarán la culpa a Alberto. Si en la actualidad putean lo hacen por lo bajo. Entienden que un gobierno malo del oficialismo es preferible al mejor gobierno de la oposición. En ese sector, la confianza tiene mucho de componente ideológico también y en ese sentido el actual gobierno no aporta toda la claridad necesaria. En realidad, seamos justos, la confusión ideológica no es propiedad de este gobierno sino un signo de los tiempos. Pero en este punto se está dando una situación particular: el antiperonismo ha hecho del peronismo una caricatura para poder pelear con ese fantasma como quien pelea con un espantapájaros. Pero a veces pareciera que el peronismo aceptase esa caricaturización. Como si el caricaturizado decidiera mimetizarse con la caricaturización. Y se levantan banderas confusas y no se entiende bien ya qué se quiere defender. El artista plástico Daniel Santoro me comentaba en una entrevista radial algunos días atrás que él consideraba que el peronismo viene a ponerle sensatez al capitalismo. Creo que tiene razón. Que no lo entiendan los antiperonistas es atendible. Pero que no lo entiendan muchos militantes del actual gobierno preocupa. Ponerle límite a la usura es la forma en que debe entenderse el “combatiendo al capital” que suena en la marcha. Es un límite al capital. No anticapitalismo. Algo parecido sucede con el supuesto enfrentamiento entre el peronismo y la clase media. Claro que hay mucha clase media antiperonista, mucho medio pelo, etc. pero el peronismo, en tanto movimiento policlasista, ha sido un gran creador de clase media, el que llevó adelante políticas que derivaron objetivamente en una movilidad social ascendente y hasta el día de hoy una buena parte de sus votantes son de clase media. ¿A qué trasnochado moralista se le puede ocurrir que el peronismo acusará de traidores a la patria a la familia que quiera irse de vacaciones una semana a Brasil? El peronismo ofrece a sectores bajos y medios el consumo que las clases altas pretenden en exclusividad. El peronismo no es anticonsumo. Es exceso de consumo. Y es eso lo que molesta.

Por último, una vez más, podemos escuchar declaraciones de aggiornados gorilas que dicen que el peronismo, que alguna vez representó a los trabajadores, hoy representa a los que no trabajan, a los vagos. Como recurso retórico es muy ingenioso pero, una vez más, el problema es que se lo crea el propio oficialismo y acabe considerando que antes que crear trabajo lo que hay que hacer es seguir repartiendo planes o asumiendo como propias todas las causas perdidas y marginales habidas y por haber. En este revisionismo que sepulta la historia para vivir en un presentismo que moraliza, con categorías del presente, todo lo sucedido, dentro de poco nos van a decir que Perón era vegano y si eso perjudica a Mc Donalds, o a los hermanos malos Etchvehere y Macri, será la gran causa “popular” a militar en Twitter. Mientras tanto, no se habla de “pueblo” para no ser acusados de populistas; no se habla de “explotación” porque es una categoría marxista y es mejor que hoy cada uno se explote a sí mismo; con 63% de pibes pobres se habla de “inclusión” sin incluir a los pobres. De repente, peronismo es igual a Estado gigante y bobo como primera opción, como respuesta a todo, cuando la tradición de la doctrina social de la Iglesia de la cual abreva el peronismo explica que el Estado debe ser la última y no la primera respuesta; que todo aquello que pueda ser resuelto por la organización popular sin la intervención del Estado debe ser resuelto por la organización popular.

Por cierto, con toda esta enumeración no intento exponer que la salida está en el peronómetro o en un peronismo mítico y esencial, pues de hecho el propio Perón hablaría de una actualización doctrinaria por la cual no se pueden encarar los problemas del 2020 con las soluciones del 45 o el 49. Lo que quiero decir es que estas grandes confusiones enmarcan la otra “desconfianza”. Aquella que no es la de los mercados que van a desconfiar siempre de este gobierno. Es la de esa mitad de la población que votó al oficialismo y hoy tiene incertidumbre, esto es, una de las formas que adopta la cara opuesta de la confianza. Una economía que empeora y una gestión deficitaria de la pandemia generan desconfianza en el sector moderado que apoya al FDT. Y la pretensión de amplios consensos que obliga a desperfilar ideológicamente al gobierno genera desconfianza incluso en su ala más dura, aunque no lo admita. Quizás sea, finalmente, un problema de confianza. Pero la única confianza que está en juego no es la de los mercados.     

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