domingo, 23 de agosto de 2020

17A: la marcha de las víctimas (editorial del 23/8/20 en No estoy solo)

 

Días atrás se realizó una protesta en distintos puntos del país bajo consignas varias pero con el denominador común de ser claramente una manifestación opositora: algunos están enojados por la cuarentena, otros por la reforma judicial, otros por la economía. Sin embargo, en lo que todos coinciden es en estar enojados porque perdieron la última elección. Y tienen todo su derecho porque en general la gente que pierde una elección se enoja y luego busca razones para confirmar ese enojo. Si la realidad le da esas razones, bien. Y si no se las da, habrá que buscarlas o inventarlas.

El psicoanalista Jorge Alemán, en una entrevista radial, afirmó, a propósito, que el capitalismo rompió el punto de anclaje del lenguaje y que a ello se lo llama directamente “delirio”. Si bien esto no cuadra con el diagnóstico de la locura clásica y Alemán no esté afirmando que los que se han manifestado estén locos, resulta evidente que en Argentina, pero también en otras partes del mundo, hay sectores de la sociedad que basan sus acciones en delirios completamente alejados de la realidad: virus de laboratorio creados por el nuevo orden mundial; soluciones mágicas que pueden matarte pero que se invocan en nombre de la libertad y una suerte de derecho a la intoxicación; gobiernos que impondrían microchips en vacunas o imperios que a través de la vacunación masiva modificarían el ADN para convertirnos en piratas o cosas así. Según el psicoanalista, el destinatario de ese delirio es la derecha aunque ahí ya no estoy tan de acuerdo o, en todo caso, yo agregaría que no es solo la derecha. Habría que decir, más bien, que es un clima de época y que posturas, tanto de derecha como de izquierda, han roto el punto de anclaje del lenguaje. Es más, no deja de llamar la atención cómo la agenda de los debates públicos está reducida prácticamente a la cuestión del lenguaje como si no existiese afuera realidad alguna, ni dato ni base empírica con la que contrastar algo. Con esto no pretendo defender un realismo ingenuo que hable de “la Verdad” y de una realidad independiente de las interpretaciones y las perspectivas de los sujetos pero, de tener una mirada crítica del realismo ingenuo no se sigue necesariamente un constructivismo lingüístico que podrá ser más cool diciendo que todo “todo es lenguaje” pero que resulta igualmente ingenuo. 

A tal punto se trata de un clima de época que izquierda y derecha se confunden pidiéndose prestado posturas y lógicas de pensamiento.

Yendo al ejemplo de la marcha, la derecha que se manifiesta se ha acomodado a la idea de lo que algunos llaman “cultura del victimismo” y que podríamos definir como una cultura en la que todos afirman ser víctimas de algo o de alguien. No se trata, claro está, de afirmar que no existen las víctimas pues, en sociedades desiguales, las hay cada vez más. De lo que se trata es de dividir a la sociedad en víctimas y victimarios. Esto aparece con mucha potencia en algunas líneas dentro de lo que se conoce como “políticas de la identidad” y que parecen encaramarse en el objetivo de separar a la sociedad en grupos diferenciados con criterios diversos: negros, indígenas, discapacitados, mujeres, LGBT, etc. Se trata, claro está, de grupos que, en mayor o menor medida, y según su historia en cada sociedad, han sufrido o siguen sufriendo discriminaciones varias que los posicionan en un lugar de desventaja. Si bien quienes persiguen este tipo de agendas se posicionan a la izquierda del espectro ideológico, a pesar de que en muchos casos las luchas por la igualad fueron una agenda liberal, lo cierto es que en el debate público este tipo de discusiones acaban ingresando en la matriz de la competencia salvaje y atomística de la carrera meritocrática que, en la actualidad, representa al ideal liberal. ¿Qué quiero decir con esto? Que se critica a la meritocracia por liberal pero no se rompe su estructura porque se sigue imponiendo una lógica de disputa y competencia, ya no en favor del mérito, sino en favor del mérito de la falta, del mérito de haber soportado haber sido una víctima. Toda una “meritocracia negativa” que expone así a las verdaderas víctimas a una lógica perversa en la que pareciera que se debiera competir para ver quién ha sido más víctima: ¿son más víctimas los negros que los indígenas? ¿Los discapacitados que las mujeres? ¿A quién deberíamos atender primero? 

Pero lo más curioso es que la derecha también ha reacomodado su discurso e ingresa en la cultura del victimismo. Y eso está bien lejos de los tradicionales valores del conservadurismo. Ahora, si la izquierda dice ser víctima del capital, del patriarcado, del heteronormativismo, del especismo, etc., la derecha se manifiesta por ser víctima del Estado que le cobra impuestos, de los pobres, de la inmigración, de la inseguridad, de la corrupción, etc. Se produce así una gran carrera en la que todos compiten por justificar quién es la víctima más víctima por la sencilla razón de que quien sea consagrado gozará de la impunidad que otorga esa condición, esto es, un acceso directo a la verdad en plena posmodernidad. Como indica el italiano Daniele Giglioli en su libro Crítica de la víctima:

 “La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable, o responsable de algo? La víctima no ha hecho, le han hecho; no actúa, padece. En la víctima se articulan carencia y reivindicación, debilidad y pretensión, deseo de tener y deseo de ser. No somos lo que hacemos sino lo que hemos padecido”.  

Izquierdas que usan un tipo de meritocracia negativa que sigue siendo tan atomista y competitiva como la meritocracia liberal, con el agravante de que lo que hacen competir allí son víctimas; derechas que adoptan la lógica del adversario y, renunciando a sus valores, se asumen víctimas y obtienen resultados electorales sorprendentes en distintas partes del mundo.

Es evidente que en la lista de las víctimas habrá que incluir a las brújulas y, sobre todo, a la coherencia.

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