domingo, 19 de julio de 2020

Todo dato es político (editorial del 19/7/20 en No estoy solo)


Todo dato es político
Dante Augusto Palma
Un periodista revela que, en off, le consultó a un funcionario cómo podía ser que tras el supuesto regreso a una cuarentena rígida el número de contagios y muertos hubiera aumentado. La pregunta era, por cierto, razonable porque evidentemente algo había fallado. Sin embargo, el funcionario le habría respondido que no hubo ninguna falla. Sin decir que la cuarentena rígida ha sido un éxito, el hombre cercano a Alberto Fernández le habría dicho al periodista que sin cuarentena rígida hoy tendríamos el doble de contagios. La respuesta es contrafáctica de modo que, por definición, no podemos saber si es verdadera o falsa pero está en el terreno de las posibilidades, sin dudas. Este ejemplo trivial es solo una muestra del modo en que pueden leerse los datos y, por supuesto, desafía a quienes trazan una demarcación precisa entre algo así como datos duros por un lado e interpretaciones por el otro. Sin ningún ánimo de defender un relativismo posmo, lo cierto es que las acciones de los gobiernos en Argentina y el mundo, y también de quienes los asesoran, claro, muestran que, si bien existen los hechos y los datos, sobre ellos hay interpretaciones que pueden servir como fundamento para justificar decisiones contradictorias. Enfocándonos en el caso argentino, la decisión que en estas horas ha adoptado el gobierno nacional, acompañado por los gobiernos provinciales y municipales, muestra que hay otras variables en juego más allá de las sanitarias. Porque el gobierno tiene datos que son incontrastables y en la comparación con el resto del mundo prácticamente sale ganando en todos los casos. Para decirlo simplificadamente: las caídas económicas han sido enormes en todas partes del mundo pero Argentina es de los países que menos muertos ha tenido en relación a la cantidad de población. Sin embargo, datos que se leyeron de una manera para justificar el regreso a una cuarentena rígida en AMBA hoy son leídos para flexibilizar esa cuarentena incluso cuando en algunos casos los números han empeorado o se han mantenido en un rango similar. Esto no significa que el gobierno manipule los datos sino que allí está jugando lo político en el mejor sentido del término. Porque seamos claros: si el único criterio fuera estrictamente sanitario la cuarentena debería durar hasta que se consiga una vacuna y eso no tiene ningún sentido.  
Entonces hay un desplazamiento que se da más en las acciones que en el discurso porque el gobierno nacional sigue afirmando que la prioridad es salvar vidas pero en la práctica sabe que no puede exigirle a todo el mundo que se quede en su casa. Si uno analiza los discursos de los últimos 120 días, entonces, observará que Alberto comenzó afirmando que privilegiaba la salud por sobre la economía; pero en la medida en que el confinamiento se extendía el propio Alberto salía a aclarar que allí había un falso dilema a tal punto que hoy acaba cediendo a la apertura ante la existencia de la apertura de hecho que se había dado y ante la evidencia de que no es viable ningún plan que suponga tener a la gente encerrada tanto tiempo. A esto se refirió Alberto cuando en la conferencia del viernes indicó: “A mí no me presionan los que salen a la calle y dicen que estoy construyendo un nuevo mundo con Soros. La verdad que esos me causan gracia. Tampoco me presionan los que dicen que el virus no existe. A mí me presiona la realidad.
Asimismo, si bien nunca se expuso en estos términos, el gobierno adopta en un principio una actitud paternalista entendiendo que era su deber proteger a la población aun si ésta o alguno de sus miembros entendiera lo contrario, y luego, paulatinamente, acaba depositando en la responsabilidad individual la decisión acerca de cómo cuidarse. Aquí, una vez más, por un lado está el discurso y por el otro la realidad. De hecho, parece una tontería pero no deja de llamarme la atención cómo todos los que tienen responsabilidad sobre el territorio, sean del color político que sean, comienzan sus intervenciones agradeciendo a los ciudadanos. Y allí uno se pregunta: ¿por qué nos agradecen? ¿Cuidarnos es un favor que nos pidieron? ¿Los ciudadanos debemos cuidarnos porque lo pide nuestro gobernante? En todo caso debiera ser al revés: nosotros, los ciudadanos, tendríamos que ser los que agradecemos al gobierno de turno si consideramos que ha realizado una medida correcta para protegernos pero la responsabilidad es individual. Así, entonces, que el gobernante agradezca que los ciudadanos se cuiden expone una mirada paternalista del poder y del gobierno que, insisto, no aparece sólo en Alberto o Kicillof sino en Rodríguez Larreta y en Morales por citar algunos de los que acompañaron al presidente en la última presentación.
¿Quiere decir esto que nuestros gobernantes se enamoraron de la cuarentena? Claro que no. Evitemos esas tonterías. Ni Alberto ni nadie con responsabilidades sobre el territorio puede estar cómodo con una situación en la que no va a salir nunca bien parado. Porque es conocido el fenómeno,  bastante estudiado en el ámbito de la ciencia política, que muestra cómo los gobiernos en general reciben un apoyo masivo ante “amenazas exteriores” como puede ser una guerra, una catástrofe natural o un virus. Pero eso dura poco y luego regresa como un boomerang porque el desastre social y económico lo pagarán todos los oficialismos con el nacional a la cabeza. Entonces no hay “enamoramiento”. Más bien hay mucho temor a cómo salir  y al costo político de la salida. Es que, además, los oficialismos tienen que lidiar con un mal humor social que en muchos casos no discrimina con precisión su origen. En otras palabras, hay mucha gente que cree estar enojada y angustiada por culpa del confinamiento impuesto por el gobierno pero en realidad está enojada y angustiada por este virus de mierda que expuso todo: la desigualdad existente, la precariedad laboral, la falta de futuro, condiciones de vida y circuito de relaciones sociales que se aceptaban acríticamente y ahora se replantean, etc. El y los gobiernos se transforman así en administradores de la impotencia de la gente ante un enemigo invisible al cual no se puede castigar y hasta puede matarte. No quisiera yo estar gobernando en este momento.     
En lo personal, entonces, creo que es correcta la decisión de la flexibilización pero claramente, aunque el gobierno no lo pueda decir, es una decisión política que no se basa en supuestos datos positivos porque los datos no son positivos aun cuando algunos puedan leerse así. O en todo caso también podrían haberse leído así antes y se hizo de otro modo.  Creo que es correcto porque, como lo indiqué aquí hace ya unos meses atrás, en los primeros tiempos de la pandemia, es evidente que los humanos somos más que un cuerpo biológico y que las decisiones no pueden tomarse en función de nuestra “vida desnuda”, máxime cuando enfrentamos una enfermedad que se contagia mucho pero, por suerte, tiene un índice de mortalidad bajo.
Esto no significa, obviamente, avalar buena parte de las posturas, en algunos casos delirantes, de aquellos que antes que anticuarentenas son antiperonistas; aquellos que simplemente funcionan como espejo invertido a tal punto que si el gobierno un día dijera que hay que salir del confinamiento sepultarían la carta de la infectadura y se pararían en la puerta de los hospitales para contar los muertos y afirmar que Alberto Fernández ha dejado al pueblo a la buena de Dios.     
Se flexibiliza, entonces, porque estaba flexibilizado de hecho, porque la situación era insostenible en AMBA y porque una de las peores cosas que le puede pasar a un gobierno es perder la autoridad y la credibilidad; no se flexibiliza por razones sanitarias por más que ahora nos quieran presentar algún dato de una manera u otra. Y esto va a suponer mayor cantidad de contagios y de muertos, lo cual es duro pero también hay que decirlo. Esto no lo va a reconocer el gobierno y está bien que no lo haga. Menos aún lo van a reconocer los que militaron la ruptura de la cuarentena sin ofrecer una alternativa o sin decir con claridad las consecuencias.
Pero hay otro punto que a un gobierno no se le perdona y es la falta de rumbo. No me parece justo comparar la acción sobre una situación excepcional como la pandemia con el desempeño de un gobierno en condiciones normales pero esa comparación va a existir. Insisto: no será justo pero la va a pagar el actual gobierno nacional. Desde ese punto de vista, la sensación de falta de rumbo en lo que respecta a cómo salir del confinamiento se va a solapar con las dificultades que tiene el gobierno para perfilarse en el resto de las áreas. El propio Alberto parece hacer un esfuerzo denodado por mantener a todos adentro cuando las diferencias intestinas empiezan a aflorar. Si Hebe de Bonafini escribe una carta, él le responde públicamente y baja los decibeles; si Víctor Hugo hace un editorial rechazando la postura de la Argentina respecto de Venezuela, el presidente lo llama estando al aire y le aclara. Alberto intenta avanzar cuando la bolsa del Frente empieza a moverse sin que uno sepa si hay peleas o peronistas reproduciéndose. Siempre al estilo de Alberto, que es el de la conciliación y la búsqueda de consenso, y resistiendo a las presiones de quienes, desde la oposición, apuestan a una fractura. Si fuera su asesor le diría que está bien lo que hace pero también le advertiría que a un gobierno que trata de conciliar y mantener a todos adentro le va a costar adoptar una identidad. En otras palabras, la moderación que permitiría un consenso capaz de resolver la puja de intereses llevando todo hacia el centro del espectro ideológico, puede terminar confundiéndose con un gobierno que no sabe hacia dónde va o que va a aparecer como una mera transición hacia otra cosa.  


      


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