Todo
dato es político
Dante
Augusto Palma
Un periodista revela
que, en off, le consultó a un funcionario cómo podía ser que tras el supuesto
regreso a una cuarentena rígida el número de contagios y muertos hubiera
aumentado. La pregunta era, por cierto, razonable porque evidentemente algo
había fallado. Sin embargo, el funcionario le habría respondido que no hubo
ninguna falla. Sin decir que la cuarentena rígida ha sido un éxito, el hombre
cercano a Alberto Fernández le habría dicho al periodista que sin cuarentena
rígida hoy tendríamos el doble de contagios. La respuesta es contrafáctica de
modo que, por definición, no podemos saber si es verdadera o falsa pero está en
el terreno de las posibilidades, sin dudas. Este ejemplo trivial es solo una
muestra del modo en que pueden leerse los datos y, por supuesto, desafía a
quienes trazan una demarcación precisa entre algo así como datos duros por un
lado e interpretaciones por el otro. Sin ningún ánimo de defender un
relativismo posmo, lo cierto es que las acciones de los gobiernos en Argentina
y el mundo, y también de quienes los asesoran, claro, muestran que, si bien
existen los hechos y los datos, sobre ellos hay interpretaciones que pueden
servir como fundamento para justificar decisiones contradictorias. Enfocándonos
en el caso argentino, la decisión que en estas horas ha adoptado el gobierno
nacional, acompañado por los gobiernos provinciales y municipales, muestra que hay
otras variables en juego más allá de las sanitarias. Porque el gobierno tiene
datos que son incontrastables y en la comparación con el resto del mundo
prácticamente sale ganando en todos los casos. Para decirlo simplificadamente:
las caídas económicas han sido enormes en todas partes del mundo pero Argentina
es de los países que menos muertos ha tenido en relación a la cantidad de
población. Sin embargo, datos que se leyeron de una manera para justificar el
regreso a una cuarentena rígida en AMBA hoy son leídos para flexibilizar esa
cuarentena incluso cuando en algunos casos los números han empeorado o se han
mantenido en un rango similar. Esto no significa que el gobierno manipule los
datos sino que allí está jugando lo político en el mejor sentido del término.
Porque seamos claros: si el único criterio fuera estrictamente sanitario la
cuarentena debería durar hasta que se consiga una vacuna y eso no tiene ningún
sentido.
Entonces hay un
desplazamiento que se da más en las acciones que en el discurso porque el
gobierno nacional sigue afirmando que la prioridad es salvar vidas pero en la
práctica sabe que no puede exigirle a todo el mundo que se quede en su casa. Si
uno analiza los discursos de los últimos 120 días, entonces, observará que Alberto
comenzó afirmando que privilegiaba la salud por sobre la economía; pero en la
medida en que el confinamiento se extendía el propio Alberto salía a aclarar que
allí había un falso dilema a tal punto que hoy acaba cediendo a la apertura
ante la existencia de la apertura de hecho que se había dado y ante la
evidencia de que no es viable ningún plan que suponga tener a la gente
encerrada tanto tiempo. A esto se refirió Alberto cuando en la conferencia del
viernes indicó: “A mí no me presionan los que salen a la calle
y dicen que estoy construyendo un nuevo mundo con Soros. La verdad que esos me
causan gracia. Tampoco me presionan los que dicen que el virus no existe. A mí
me presiona la realidad”.
Asimismo, si bien nunca
se expuso en estos términos, el gobierno adopta en un principio una actitud
paternalista entendiendo que era su deber proteger a la población aun si ésta o
alguno de sus miembros entendiera lo contrario, y luego, paulatinamente, acaba
depositando en la responsabilidad individual la decisión acerca de cómo
cuidarse. Aquí, una vez más, por un lado está el discurso y por el otro la
realidad. De hecho, parece una tontería pero no deja de llamarme la atención
cómo todos los que tienen responsabilidad sobre el territorio, sean del color
político que sean, comienzan sus intervenciones agradeciendo a los ciudadanos.
Y allí uno se pregunta: ¿por qué nos agradecen? ¿Cuidarnos es un favor que nos
pidieron? ¿Los ciudadanos debemos cuidarnos porque lo pide nuestro gobernante?
En todo caso debiera ser al revés: nosotros, los ciudadanos, tendríamos que ser
los que agradecemos al gobierno de turno si consideramos que ha realizado una
medida correcta para protegernos pero la responsabilidad es individual. Así,
entonces, que el gobernante agradezca que los ciudadanos se cuiden expone una
mirada paternalista del poder y del gobierno que, insisto, no aparece sólo en
Alberto o Kicillof sino en Rodríguez Larreta y en Morales por citar algunos de
los que acompañaron al presidente en la última presentación.
¿Quiere decir esto que
nuestros gobernantes se enamoraron de la cuarentena? Claro que no. Evitemos
esas tonterías. Ni Alberto ni nadie con responsabilidades sobre el territorio
puede estar cómodo con una situación en la que no va a salir nunca bien parado.
Porque es conocido el fenómeno, bastante
estudiado en el ámbito de la ciencia política, que muestra cómo los gobiernos
en general reciben un apoyo masivo ante “amenazas exteriores” como puede ser
una guerra, una catástrofe natural o un virus. Pero eso dura poco y luego
regresa como un boomerang porque el desastre social y económico lo pagarán
todos los oficialismos con el nacional a la cabeza. Entonces no hay
“enamoramiento”. Más bien hay mucho temor a cómo salir y al costo político de la salida. Es que,
además, los oficialismos tienen que lidiar con un mal humor social que en
muchos casos no discrimina con precisión su origen. En otras palabras, hay
mucha gente que cree estar enojada y angustiada por culpa del confinamiento
impuesto por el gobierno pero en realidad está enojada y angustiada por este
virus de mierda que expuso todo: la desigualdad existente, la precariedad
laboral, la falta de futuro, condiciones de vida y circuito de relaciones
sociales que se aceptaban acríticamente y ahora se replantean, etc. El y los
gobiernos se transforman así en administradores de la impotencia de la gente
ante un enemigo invisible al cual no se puede castigar y hasta puede matarte.
No quisiera yo estar gobernando en este momento.
En lo personal,
entonces, creo que es correcta la decisión de la flexibilización pero
claramente, aunque el gobierno no lo pueda decir, es una decisión política que no
se basa en supuestos datos positivos porque los datos no son positivos aun
cuando algunos puedan leerse así. O en todo caso también podrían haberse leído
así antes y se hizo de otro modo. Creo
que es correcto porque, como lo indiqué aquí hace ya unos meses atrás, en los
primeros tiempos de la pandemia, es evidente que los humanos somos más que un
cuerpo biológico y que las decisiones no pueden tomarse en función de nuestra “vida
desnuda”, máxime cuando enfrentamos una enfermedad que se contagia mucho pero,
por suerte, tiene un índice de mortalidad bajo.
Esto no significa,
obviamente, avalar buena parte de las posturas, en algunos casos delirantes, de
aquellos que antes que anticuarentenas son antiperonistas; aquellos que
simplemente funcionan como espejo invertido a tal punto que si el gobierno un
día dijera que hay que salir del confinamiento sepultarían la carta de la
infectadura y se pararían en la puerta de los hospitales para contar los
muertos y afirmar que Alberto Fernández ha dejado al pueblo a la buena de
Dios.
Se flexibiliza,
entonces, porque estaba flexibilizado de hecho, porque la situación era
insostenible en AMBA y porque una de las peores cosas que le puede pasar a un
gobierno es perder la autoridad y la credibilidad; no se flexibiliza por
razones sanitarias por más que ahora nos quieran presentar algún dato de una
manera u otra. Y esto va a suponer mayor cantidad de contagios y de muertos, lo
cual es duro pero también hay que decirlo. Esto no lo va a reconocer el gobierno
y está bien que no lo haga. Menos aún lo van a reconocer los que militaron la
ruptura de la cuarentena sin ofrecer una alternativa o sin decir con claridad
las consecuencias.
Pero hay otro punto que
a un gobierno no se le perdona y es la falta de rumbo. No me parece justo
comparar la acción sobre una situación excepcional como la pandemia con el
desempeño de un gobierno en condiciones normales pero esa comparación va a
existir. Insisto: no será justo pero la va a pagar el actual gobierno nacional.
Desde ese punto de vista, la sensación de falta de rumbo en lo que respecta a
cómo salir del confinamiento se va a solapar con las dificultades que tiene el
gobierno para perfilarse en el resto de las áreas. El propio Alberto parece
hacer un esfuerzo denodado por mantener a todos adentro cuando las diferencias
intestinas empiezan a aflorar. Si Hebe de Bonafini escribe una carta, él le
responde públicamente y baja los decibeles; si Víctor Hugo hace un editorial
rechazando la postura de la Argentina respecto de Venezuela, el presidente lo
llama estando al aire y le aclara. Alberto intenta avanzar cuando la bolsa del
Frente empieza a moverse sin que uno sepa si hay peleas o peronistas
reproduciéndose. Siempre al estilo de Alberto, que es el de la conciliación y
la búsqueda de consenso, y resistiendo a las presiones de quienes, desde la
oposición, apuestan a una fractura. Si fuera su asesor le diría que está bien
lo que hace pero también le advertiría que a un gobierno que trata de conciliar
y mantener a todos adentro le va a costar adoptar una identidad. En otras
palabras, la moderación que permitiría un consenso capaz de resolver la puja de
intereses llevando todo hacia el centro del espectro ideológico, puede terminar
confundiéndose con un gobierno que no sabe hacia dónde va o que va a aparecer
como una mera transición hacia otra cosa.
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