lunes, 23 de marzo de 2020

Alberto: el tiempo de la audacia (editorial del 21/3/20 en No estoy solo)


Si bien la situación es dinámica, al menos hasta aquí, el gobierno argentino parece haber estado a la altura de las circunstancias frente a la zozobra que genera la pandemia.
Hubo algo de sobreactuación y radicalidad en las medidas pero tomando como referencia lo que sucede en Europa e impulsado también por las decisiones que tomaron otros países, el gobierno argentino se ha anticipado y ha adoptado decisiones inéditas para nuestra historia democrática. La idea no es frenar el virus sino “administrarlo” de modo tal que no colapse el sistema de salud.
Salvo alguna patrulla perdida de izquierda que pretende decretar cuarentenas a través de asambleas populares o algún exabrupto de referentes marginales de la derecha que tienen más micrófonos que prudencia, todo el arco político acompañó e incluso los medios recalcitrantemente opositores se tomaron una tregua de al menos unas horas.
El tono del presidente es el correcto. Más allá de que desde la cómoda silla de mi casa y sin responsabilidad alguna pueda advertir pequeños errores comunicacionales o bravuconadas como las de pretender ir personalmente a meter preso al imbécil que golpeó al guardia de seguridad, lo cierto es que esta crisis pone en valor la figura de Alberto. Máxime cuando resulta notoria la ausencia de CFK. Si a alguien todavía le quedaba alguna duda respecto a quién gobierna, seguramente esta situación la disipe.
La valorización de la figura de Alberto me recuerda que lo mejor de la etapa kirchnerista 2003-2015 se vio en momentos de crisis. Justamente porque en esos momentos pateaba el tablero y doblaba la apuesta. Del laberinto no salía caminando sino derribando las paredes. Ante la crisis, sorpresa y audacia. A veces salió mejor y a veces peor pero no se achicaba.    

Es muy temprano para determinar si el gobierno de Alberto tendrá esa característica también pero, por lo pronto, el impensado episodio del coronavirus puso en movimiento a un gobierno que no terminaba de arrancar y que había abrazado la peligrosa estrategia de dejar todo para después de una renegociación de la deuda que venía lenta como el General Alais.  
A propósito, no son pocas las voces que exponen que en este contexto internacional la posibilidad de un default sería preferible al acuerdo que aceptarían los bonistas. Sin caer en números porque todas las negociaciones son distintas, ¿repetirá el gobierno de Alberto una oferta con una quita importante como la que en su momento propuso Kirchner? En aquella época los economistas del establishment y los editorialistas se burlaban pero la realidad se empeñó en humillarlos.
Desconozco qué es lo que va a hacer el gobierno e incluso desconozco si el default es lo mejor pero si lo quiere plantear, éste es el momento adecuado. Las críticas vendrán del lado de siempre pero el gobierno podrá justificar su decisión en una situación internacional imprevista y en la urgencia por volcar recursos para reconstituir una economía que padecerá un golpe enorme. 
Cumpliéndose los famosos primeros cien días, la enorme crisis de la pandemia le da al gobierno, paradójicamente, un nuevo envión, unos nuevos cien días, en los que, de no desmadrarse la situación, estará blindado de la crítica y tendrá un apoyo popular como no volverá a tener en los próximos cuatro años. Además, el hecho de que en frente haya un enemigo “invisible” que ponga en juego la salud, disipa cualquier posibilidad de debates en términos de grieta ideológica. Si hasta hace una semana se hablaba de la maquinita de los pesos y de la maximización del Estado populista, al tiempo que se discutía si mi cuerpo era mío o si el Estado era patriarcal, la amenaza contra la salud sepultó toda discusión por más urgente que pueda ser. Todo, pero absolutamente todo, acabó postergado frente a la amenaza sobre la vida y ahora se le exige al Estado que se haga cargo. Lo curioso es que los que más lo exigen son los que, por derecha o por izquierda, en la calle o en la televisión, afirmaban que era el enemigo. 
Sin proponérselo, entonces, el gobierno se encuentra en un escenario ambiguo. Por un lado, se enfrenta al abismo de una pandemia. Pero, por otro lado, tiene la evidencia y el apoyo popular para que su ideología, la que impulsa la defensa del Estado como motor de la economía y organizador de la vida en comunidad, tenga vía libre.
Eso sí: esa vía libre no será eterna y el gobierno cometerá un enorme error de cálculo si supone que los raptos de solidaridad colectiva y de fortalecimiento del lazo comunitario demuestran el triunfo definitivo sobre el individualismo. Serán cien días más, un poco más, un poco menos, pero después de este cimbronazo, la vida de la Argentina volverá a la normalidad, esto es, volverán todos los conflictos que ya existían pero multiplicados por la tierra arrasada que dejará el virus cuyo daño será, según entiendo yo, más económico que sanitario. Aunque resulte paradójico, entonces, el gobierno podría aprovechar este momento para decisiones audaces y sacar provecho de la anormalidad. Si los neoliberales siempre han sacado ventajas de los momentos de shock, quizás sea el momento para que la ventaja la saque un gobierno de extracción popular. Todos esperamos y necesitamos que la normalidad se restablezca pronto. Pero cuando eso suceda, el gobierno volverá a enfrentarse con una coyuntura y unos problemas estructurales que serán muy difíciles de resolver.

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