Al escuchar la palabra “alivio” una decena de veces, de boca
del presidente, los ministros, los actores de reparto y los periodistas
oficialistas, recordé una decisión de George W. Bush en 2001, algunos meses
antes del atentado contra las Torres. Allí, el presidente estadounidense avanzó
en una rebaja de impuestos, incluso a los sectores más aventajados, a la cual
denominó “política de alivio fiscal”. George Lakoff, especialista en
neurolingüística, recordaría este caso unos años más tarde en su libro No pienses en un elefante como un buen
ejemplo de triunfo del adversario en la disputa lingüística. Es que una vez que
los demócratas progresistas aceptaron discutir esa decisión comunicada como un
“alivio” estaban aceptando tácitamente que los impuestos son una carga, es
decir, estaban aceptando las premisas del partido al cual debían enfrentar
porque, como ustedes saben, en general, los republicanos estadounidenses
entienden que hay que achicar el Estado y los demócratas, también, en general,
son más proclives a una lógica redistributiva que eventualmente supone una suba
de impuestos.
Algo similar sucedió en su momento cuando se instaló que lo
que había hecho el kirchnerismo era un “cepo” al dólar. Más allá de acordar o
no con la medida, si los kirchneristas aceptaban discutir acerca de si era
bueno o malo el cepo, aun cuando tuvieran buenos argumentos, tenían la batalla
perdida desde el vamos porque la noción de “cepo” llevaba implícita una carga
muy potente en tanto el cepo era un instrumento para esclavizar a quien
naturalmente debía ser libre. Trasladado a la discusión en cuestión, hablar de
cepo sí o cepo no, suponía aceptar que aquello retenido por el cepo, en este caso,
el dólar, debía ser libre y de esa manera se discutía en el terreno que le era
más cómodo a la oposición al kirchnerismo.
Sin embargo, en el caso de la utilización de la palabra
“alivio” para presentar una serie de medidas de control de precios, cabe
preguntarse si la elección ha sido tan adecuada o si construye el tipo de
realidad que más le conviene al macrismo. Sin entrar en disquisiciones acerca
del lenguaje, tan de moda por cierto, cuando de repente pareciera que toda
discusión sobre la desigualdad material se reduce a imponer nuevas palabras o
hablar con eufemismos, el énfasis en el término “alivio” denota un daño
anterior, una carga previa, una presión sobre la ciudadanía que es
responsabilidad del gobierno. Así, si alguien preguntara “¿aliviarse de qué?”
llegaríamos rápidamente a la respuesta: de las decisiones políticas y
económicas del Gobierno y de una desesperante ineficiencia en la ejecución. Por
otra parte, resultaría una victoria pírrica para Cambiemos que estas medidas
generaran una expectativa de alivio en tanto todos sabemos que son incapaces de
enfrentar una inflación que crece mes a mes. Es que el gobierno no está
dispuesto a cambiar el rumbo de su política y es eso lo que está llevando al
colapso social y económico. Y como si esto fuera poco, debemos sumarle la falta
de convencimiento, la ineptitud y la candidez de un acuerdo que se presentó
como un “pacto entre caballeros”, es decir, un acuerdo basado en la confianza
que, sin ánimo de control, probablemente naufrague y hunda un poco más la
credibilidad de un presidente que parece definitivamente disociado de la
realidad, tanto como los asesores que le sugirieron comunicar la medida eludiendo
todo formalismo a través de un video que pretende ser espontáneo. A propósito
de ello, sin menospreciar el efectivo dispositivo comunicacional del gobierno,
habría que pensar, una vez más, hasta qué punto hay una sobrevaloración de los
asesores, como si éstos, justamente, no pudieran vivir en la misma burbuja del
presidente al creer que, como las cadenas nacionales tienen un formato vetusto
y ahora está de moda la lógica amateurs de los videítos, las nuevas
generaciones van a aceptar sin más una verdadera tomada de pelo que puede
funcionar cuando hay viento de cola pero que queda muy expuesta cuando, como se
dice en la jerga, “empiezan a entrar todas las balas”.
Es que las encuestas coinciden en que al día de hoy el
gobierno perdería en balotaje contra cualquier candidato, incluso contra CFK,
algo que no ocurría algunos meses atrás cuando la imagen negativa de ésta
estaba por encima de la del presidente.
Ahora bien, retomando los sentidos y las connotaciones de la
palabra “alivio”, existe otro aspecto que le puede jugar en contra al gobierno
y es que la ciudadanía entienda que las únicas políticas que traen alivio son
las que implementaba el kirchnerismo, pues, siempre es bueno recordar, no
aumentar los servicios ni el transporte e impulsar una canasta básica de
precios cuidados han sido políticas implementadas por el gobierno anterior y
criticadas durante años por los adherentes del actual gobierno. Por otra parte,
para escándalo de los economistas ortodoxos, con este tipo de medidas, el
gobierno ha debido aceptar tácitamente que la inflación no es un fenómeno
estrictamente monetario y que los formadores de precios, en este caso los supermercados,
juegan un rol decisivo. Esto no es lo único que ha debido aceptar y en este
sentido cabe recordar cómo, hace apenas unos meses, el Gobierno debió volver a
incluir retenciones a las exportaciones.
Por último, en lo que todos parecemos coincidir es que los
alivios son siempre circunstanciales, tienen una existencia limitada que, a su
vez, el gobierno no ha ocultado cuando en el mejor de los mundos posibles
estima que estas medidas servirán para los próximos seis meses, esto es, hasta
que la ciudadanía vaya a votar. La apuesta es que la gente aliviada olvide el
carácter coyuntural del alivio. Es decir, la apuesta pareciera ser que la gente
vuelva a votar engañada o, como mínimo, desprevenida. Si esto es todo lo que el
gobierno tiene para ofrecer, resulta evidente que tiene para ofrecer bastante poco.
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