miércoles, 21 de febrero de 2018

Haciendo lo que hay que hacer (editorial del 17/2/18 en No estoy solo)


Hace unos meses el actual gobierno lanzó un slogan de gestión que reza “Haciendo lo que hay que hacer”. Se trata de una idea que utiliza hasta el día de hoy tal como se pudo observar últimamente cuando fue eje de una campaña de obra pública gubernamental que se difundió a través de redes sociales. No parece fruto de una gran inventiva y probablemente no pase a la posteridad como una genialidad pero quien lo ha diseñado ha logrado sintetizar allí toda la concepción política y económica del actual gobierno. Recuerdo que, en este sentido, apenas asumido Macri, escribí un breve artículo, llamado “Los ejecutores”, que luego incluí en mi último libro, El gobierno de los cínicos. Allí ya advertía que el nuevo gobierno poseía todos los lugares comunes de la retórica neoliberal. Con los meses esto se fue confirmando y ya no resulta extraño escuchar el principio número uno de esa retórica, esto es, la afirmación presuntamente resignada que indica que “no queda otra opción”. Efectivamente, quien decide llevar adelante un ajuste y reconoce que todo ajuste conlleva costos para la mayoría, lo justifica afirmando que las circunstancias lo han dejado sin salida. Así, el “Haciendo lo que hay que hacer” puede interpretarse en ese sentido y se apoya en esa disputa fantasmática que el actual gobierno entabla con el populismo que “no haría lo que hay que hacer” porque lo que corresponde y lo que es bueno para la sociedad fue postergado en pos del placer momentáneo de las mayorías.
Entonces hacen lo que tienen que hacer los que son capaces de ver y hacer el bien, y quienes actúan por deber. En esto también ha sido muy evidente la utilización del término “sinceramiento” que no fue otra cosa que darle una carga moral a lo que no era otra cosa que una transferencia de recursos de un sector a otro.
Pero, claro, la cuestión es más compleja cuando se avanza algo más porque aparecen otros factores que plantean un escenario bastante curioso. Me refiero a que detrás del marketing de la ejecución y la eficiencia técnica, cuando los experimentados en los asuntos privados asumen el rol de funcionarios públicos y comienzan a tener que regirse por el principio del deber antes que por el principio hedonista del placer individual, no desean hacerse cargo de las consecuencias de lo que aparentemente “hay que hacer”. Así, actuando como típicos técnicos acuden a los manuales del siglo XIX y nos cuentan que la economía se rige por leyes rígidas y amorales como las de la física y a las que no tiene sentido oponer resistencia si es que queremos que todo siga el cauce natural de las cosas. Entonces, el técnico neoliberal no es estrictamente responsable en el sentido de que es su voluntad la que determina la acción sino que es un médium entre la ley y los hechos, esto es, simplemente, alguien que “hace lo que tiene que hacer”. Ni siquiera es una “obediencia debida” porque es la fuerza natural de las cosas la que compele a actuar de ese modo y, si es una fuerza natural, ni siquiera tiene sentido hablar de “obediencia”. ¿Pero acaso no hay proyectos alternativos que planteen otro tipo de acciones? Sí, pero, en todo caso, si hubo proyectos alternativos que pensaron la sociedad y la economía de otra manera fue solo porque durante un lapso de tiempo se pudo engañar a la naturaleza o someterla pero no es posible hacer eso indefinidamente tal como reconoce otro principio clásico de la retórica neoliberal: el “fin de fiesta”. Una vez más, en nombre de la austeridad y el esfuerzo, los gobiernos neoliberales suelen decir, apenas llegan a la administración, que hubo una fiesta, y que, en tanto tal, es excepcional y antinatural. Por lo tanto, las cosas deben volver a su sitio. Usted consumió de más pero todo ha sido un mal sueño por el que debe pagar.
Para concluir, al decir “Haciendo lo que hay que hacer”, esto es, exponiendo que no hay alternativa ni plan b, lo que se busca es soslayar que la decisión de una administración en un sentido u otro es siempre una decisión política que elige beneficiar a unos en lugar de otros y que siempre hay posibilidad de hacer las cosas de otro modo. Sin embargo, asumir eso supone hacerse responsable de la decisión y de sus consecuencias pero, sobre todo, implica reconocer que la economía no tiene leyes irresistibles como las de la física, y que el neoliberalismo no es el único modelo racional y explicativo.
(Por cierto, cada vez que pienso en esta retórica neoliberal plagada de prejuicios decimonónicos, moralizaciones y deseosa de conseguir exenciones por su accionar, me viene a la mente una frase de Borges que es un poquito más densa que el “Haciendo lo que hay que hacer” y afirma: “El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado”).



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