“Cuando se proyectan escenas con
tanto encanto morboso como las protagonizadas por [José] López y las monjas,
nuestra mente no solo recuerda lo que ve, sino que a partir de los datos crea
nuevas imágenes que complementan su relato. En conferencias que dictamos en
distintos auditorios, algunos de ellos compuestos por un centenar de
especialistas en comunicación repetimos un experimento. Pedimos que levantaran
la mano quienes habían visto la escena de José López lanzando bolsos con dinero
por encima de la pared del convento y casi todos lo hicieron. Se sorprendieron
cuando les recordamos que no existía ninguna película que hubiera registrado
esa escena, que las imágenes que creían haber visto eran un invento de su
mente. Ningún discurso de Macri pudo ser más eficiente para comunicar la
corrupción del gobierno kirchnerista que la escena que armó José López”.
El párrafo anterior no pertenece
a un ferviente militante kirchnerista sino al principal consultor del macrismo,
el ecuatoriano Jaime Durán Barba. Lo utiliza para explicar que vivimos en una
sociedad en la que las palabras han sido reemplazadas por las imágenes y para
que comprendamos hasta qué punto la comunicación política en la actualidad es
mucho más efectiva si apunta a las emociones a través de las imágenes. Claro
que a Durán Barba le falta agregar un elemento clave en esta historia: la
audiencia creó en su mente la imagen de López arrojando los bolsos porque la
prensa repitió que así había sucedido más allá de que eso nunca ocurrió pues,
tal como se vio, López, de manera muy pacífica, tocó la puerta, dejó su arma en
el piso, fue recibido por las monjas y acercó los bolsos sin grandes estridencias.
Pero como si esto de por sí no fuera en sí mismo grave, la prensa
espectacularizó el evento para con ello graficar la situación por la que supuestamente
atravesaba el kirchnerismo y presentarlo como una banda facinerosa,
sobreexcitada por el consumo de vaya a saber qué y en estado de desesperación
ante el inminente descubrimiento de una aparente estructura delictiva.
Espero que ningún zonzo pretenda
leer aquí una apología de López. Simplemente se trata de mostrar que sobre un
hecho incontrovertiblemente objetivo, esto es, la decisión de López de esconder
dinero mal habido, presuntamente por coimas en la obra pública, se creó una
narrativa imaginaria cuya única meta era dotar de eficacia comunicacional un
relato en torno a los 12 años de kirchnerismo. Una vez más, y porque todo hay
que aclararlo en tiempos donde los prejuicios ciegan e impiden aprobar un
examen básico de lectocomprensión, planteo aquí que no hay que caer en falsos
dilemas pues puede darse que exista un caso flagrante de corrupción pero que, a
su vez, éste sea espectacularizado y tergiversado como parte de un dispositivo
comunicacional que pretende hacerle decir a los hechos objetivos más que lo que
son capaces de decir.
Vivimos, entonces, en tiempos
donde las posibilidades de manipulación son enormes más allá de que los relatos
posmodernos nos quieran hacer creer que la sobreestimulada sociedad de la
información que nos atraviesa eficaz y esencialmente a través de nuestros
teléfonos móviles nos transforma en seres autónomos. De hecho ese es el punto
de partida del último libro de Durán Barba, La
política en el siglo XXI, libro al cual pertenece tanto el extracto antes
citado como el que expongo a continuación:
“La opinión pública se convirtió
en algo que nadie puede controlar, ni manipular ni destruir. Pertenece a
millones de personas que ni siquiera se conocen entre sí, no tienen ni quieren
tener ningún plan conspirativo y difunden contenidos que se transmiten sin
censura (…) La opinión pública es cada día más autónoma, debilita el poder de
los líderes, de las organizaciones y de los partidos y no depende del aval de
los medios de comunicación ni de ninguna institución”.
Pero el optimismo de Durán Barba
(y Santiago Nieto, quien escribe junto a él) llega a límites tan insospechados
que son capaces de afirmar que “en occidente, los celulares y el sentido común
son una red de contención para impedir la brutalidad y la violencia” y que,
salvo alguna excepción, “[La] radio, la televisión, los celulares inteligentes
y la red proporcionan a cualquier estudiante de secundaria más información que
la que pudieron tener los políticos más sofisticados de antaño”. Mientras uno
no puede dejar de pensar la conversación entre un estudiante de secundario y
alguno de los líderes de antaño de Argentina y el mundo, cabe indicar que esta
épica posmoderna e ingenuamente libertaria (tenga en cuenta que la tapa del
libro, que no pretende ser una ironía, es una mano victoriosa y empoderada empuñando
un celular sobre un fondo rojo), se da de bruces con distintas advertencias que
ya hemos trabajado aquí. Me refiero al modo en que los algoritmos, las
búsquedas predictivas de Google y los ejércitos de Trolls, resultan grandes
instaladores de agendas y microclimas. De hecho, el ejemplo puesto por el
propio Durán Barba echaría por tierra la supuesta mayor autonomía de una opinión
pública a la cual se le ha instalado en la cabeza, por ejemplo, que un señor
arrojó bolsos por encima de las paredes de un convento cuando eso jamás
sucedió.
Con todo, y para concluir, los
cada vez más sofisticados métodos de manipulación en una sociedad cuya
saturación y fragmentación de la información deriva en debates públicos cada
vez más pobres, no deben deslizarnos hacia la cómoda posición de que toda
decisión mayoritaria que no nos guste es parte de una conspiración y una
manipulación. Pues la afirmación de una mayor autonomía de la opinión pública
gracias a los celulares y a internet es falsa pero de ahí no se sigue que hayan
desaparecido por completo los intersticios a través de los cuales es posible,
con cierta autonomía, denunciar el estado de cosas. Estos espacios son cada vez
más pequeños pero existen por una reserva de conciencia crítica y no por el
acceso irrestricto a la fácilmente manipulable Wikipedia. En este sentido, el
poder cada vez más amplio y hegemónico de Clarín ha incidido e incidirá pero no
explica la totalidad de los procesos políticos ni resuelve automáticamente el
resultado de una elección. Hay todavía un campo importante en el que se puede
disputar con herramientas más escrupulosas que las que utilizan medios y
usuarios antimacristas que al amarillismo y a la manipulación de la
incomparable y apabullante mayoría oficialista en los medios, le responden con
amarillismo y manipulación como si la consecuencia de esa guerra pudiera ser
algo distinto de la desazón y la antipolítica.
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