viernes, 20 de mayo de 2016

Los dos minutos de odio en los Martín Fierro (publicado el 19/5/16 en Veintitrés)

En la última entrega de los premios Martín Fierro, Jorge Lanata fue el gran ganador. El resultado era esperado pues en estos premios pareciera que el canal encargado de la transmisión es el que decide a quién premiar con el Oro y en un contexto donde se busca instalar que el gran problema de los argentinos es el Estado y el gobierno (anterior), el discurso antipolítico de Lanata es esencial. Asimismo, después del gran fracaso, en términos de rating, de su programa “El argentino más inteligente”, la sensación era que el Grupo Clarín tenía que reivindicar al mascarón de proa que tan útil y funcional fue a la estrategia política del Multimedios. Pero ya había sido todo un símbolo que, con el nuevo gobierno, el canal y el periodista hubieran decidido que era momento de estar al frente de un programa de juegos; era todo un símbolo porque le están diciendo a la nueva administración y a la Argentina: “Hemos hecho nuestro trabajo y logramos que se fuera el gobierno que no expresaba nuestros intereses. Garantizado el gobierno que sí nos representa, podemos dedicarnos a entretener”. Sin embargo, semejante manifestación cínica y pornográfica de las razones por las que Lanata fue adquirido por el Grupo Clarín chocaron, en este caso, con un mal cálculo en lo que refiere al negocio. Dicho de otra manera, el nuevo programa de Lanata no fracasó porque buscaba meramente entretener (de hecho, “Periodismo para todos” no era un programa de política sino, ante todo, un programa de entretenimientos); fracasó porque el público de Lanata quiere entretenerse, quiere show, pero quiere que ese show y ese entretenimiento se haga con la política y no con dos o tres zonzos que juegan a los cubos o a contestar preguntas. Necesitan la espectacularización de la política, una narrativa novelesca verosímil o inverosímil donde aparezca gente muy mala, arrepentidos, confesores, héroes y antihéroes. ¿Por qué? Porque este tipo de programas ha contribuido a generar audiencias deseosas de catarsis, y para que esto suceda necesitan indignación, imágenes capaces de generar odio. Y aquí se cierra el círculo lanatesco porque Lanata en sí no entretiene; lo que entretiene es su odio. Por eso, el Lanata que su audiencia requiere es el que subió a recibir el Martín Fierro y llamó “imbéciles” a quienes lo chiflaban y dedicó el triunfo a cada uno de sus enemigos políticos, los cuales, casualmente, son los mismos enemigos políticos que tiene el Grupo Clarín. 
El fenómeno del discurso del odio como forma de catarsis colectiva no es para nada novedoso. De hecho existen reflexiones al respecto en todos aquellos pensadores que se encontraron frente al fenómeno de la súbita aparición de las masas en el ámbito público desde principios del siglo XX y hasta el propio Aristóteles se dedicó a pensar el modo en que el Teatro, al producir catarsis, resulta terapéutico para los espectadores. Sin embargo, quien mejor grafica este fenómeno del odio catártico es George Orwell en su novela 1984
Como usted bien sabe, Orwell ejerce una profunda crítica al régimen soviético y al comunismo describiéndolos como creadores de Estados policiales, Estados cooptados por una dictadura de Partido que, en nombre de la colectivización, no dudará en perseguir cualquier atisbo de crítica. Más allá de la figura enigmática de El Gran Hermano que todo lo observa pero que nunca es visto, la novela se constituye a partir de un conjunto de ideas entre las que destacaremos la de los “Dos Minutos de Odio”.
La historia transcurre en Oceanía, que no es otra cosa que uno de los bloques en los que se ha dividido un mundo que se encuentra en una suerte de guerra constante. En un principio, Oceanía está en guerra con Eurasia y, a su vez, tiene “enemigos interiores” que se sintetizan en un personaje que la novela no aclara hasta qué punto resulta tan mítico como El Gran Hermano: Goldstein. Éste sería judío, habría formado parte del Partido y luego, según las autoridades del mismo, lo habría traicionado. Él era el enemigo número uno del pueblo y en él se sintetizaba todo aquello capaz de dañar a la población. De aquí que el Partido implementara diariamente la práctica de los “Dos Minutos de Odio”, que no era otra cosa que un ejercicio obligatorio de catarsis colectiva donde los individuos vertían toda su bronca fanática contra el enemigo. El ejercicio de los “Dos Minutos de Odio” implicaba que en las “telepantallas”, que podían funcionar como una TV que vierte contenidos pero también como una cámara de seguridad para controlar a los sujetos, se transmitieran imágenes de Goldstein y un resumen de su pensamiento.
“Los programas de los Dos Minutos de Odio variaban cada día, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el protagonista. Era el traidor por excelencia, el que antes y más que nadie había manchado la pureza del Partido. Todos los subsiguientes crímenes contra el Partido, todos los actos de sabotaje, herejías, desviaciones y traiciones de toda clase procedían directamente de sus enseñanzas. En cierto modo, seguía vivo y conspirando”. (Orwell, 1984, Uruguay, D.U.S.A, pp.16-17)
Mientras la telepantalla ofrecía las palabras y el rostro de Goldstein para ser repudiado, la edición mostraba, por detrás, a Cristina Kirchner, perdón, quise decir, al ejército de Eurasia con toda su violencia y, sobre todo, con toda su “otredad” asiática.
“Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque era uno arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante”. (Orwell, 1984, Uruguay, D.U.S.A, pp.18-19)
La construcción del enemigo interno posee una triste historia en nuestro país, historia de asesinatos, desapariciones y torturas. Y en la era democrática, ese enemigo, ese objeto de odio, fue variando con la ayuda sistemática de los medios masivos de comunicación. La estigmatización de determinados grupos sociales en el contexto de un mapa mediático altamente concentrado ha sido una constante y, en los últimos años, el ataque al gobierno kirchnerista, que estuvo, a partir de 2008, enfrentado con las grandes corporaciones mediáticas, se realizaba generando en la audiencia un clima asfixiante que provocaba una verdadera “intoxicación de información”. Más allá de que a usted le haya gustado más o menos la larga década kirchnerista, no podrá desconocer el modo en que los grupos económicos dueños de los medios de comunicación ofrecían de manera constante sus “Dos Minutos de Odio” que, en muchos casos, llegaba a las “Veinticuatro horas de Odio”. La histeria alcanzaba tal punto que había ciudadanos que, en un sentido literal, no podían escuchar hablar a la presidenta sin gritarle groserías a la TV. La demonización de la militancia, la cual, una vez más, podrá haber cometido todos los errores que usted le quiera adjudicar, pero de ninguna manera recibió trato imparcial, fue otro de los ejercicios sistemáticos de la construcción del enemigo y del odio. Y en esto es central el alcance y la capacidad de repetición, ventaja sideral con la que contaban los medios privados frente a la potencia que pudiera tener algún programa con línea editorial afín al gobierno que también entendía que la repetición era parte de la disputa de agenda.       
En este sentido, valga este pasaje de la novela: “(…) lo extraño era que, a pesar de ser Goldstein el blanco de todos los odios y de que todos lo despreciaran, a pesar de que apenas pasaba día –y cada día ocurría esto mil veces- sin que sus teorías fueran refutadas, aplastadas, ridiculizadas, en la telepantalla, en las tribunas públicas, en los periódicos y en los libros…a pesar de todo ello, su influencia no parecía disminuir”. (Orwell, 1984, Uruguay, D.U.S.A, p. 17)
Al momento de escribir estas líneas, el gobierno de Macri lleva cinco meses en la administración y, sin embargo, los medios hegemónicos siguen hablando obsesivamente de los funcionarios y los símbolos de la administración anterior casi como una ofrenda a una audiencia que se había acostumbrado a hacer catarsis. Esto muestra que la construcción del enemigo a odiar funciona aun cuando el enemigo no tenga potencia e incluso cuando el enemigo tal vez haya dejado de existir o de ejercer la influencia que alguna vez tuvo. De hecho, como sucede con Goldstein, inventar un enemigo es funcional aun cuando haya buenas razones para suponer que es una ficción o un fantasma. Porque como bien saben los señores que construyen a partir del odio, lo importante de las guerras no es que terminen sino que continúen, en lo posible, indefinidamente.       


1 comentario:

Mirtha Otaño dijo...

muy bueno Dante, interesante analisis y ajustado a la realidad