viernes, 30 de enero de 2015

Socialismo, comunidad y vivir bien (publicado el 29/1/15 en Veintitrés)

La semana pasada, en Bolivia, Evo Morales  tomó posesión del cargo de presidente para el período 2015-2020. La descripción de la simbología que conlleva este tipo de eventos merecería una revista entera y una capacidad narrativa que quien escribe estas líneas quizás no tenga. Así que quisiera centrarme en aquello que usted suele encontrar en estas notas, es decir, la pretensión de un análisis conceptual. En esta ocasión, entonces, voy a centrarme en el discurso que diera el Vicepresidente de la Nación, Álvaro García Linera, en el edificio de la Asamblea Legislativa Plurinacional, minutos antes de tomarle juramento a Morales. La razón es que creo que el discurso de García Linera posee aspectos inaugurales y formas interpretativas novedosas de las principales categorías de la teoría política de al menos los dos últimos siglos.
De formación marxista y pese a haber ejercido la vicepresidencia durante los últimos 9 años, García Linera no cesó una labor de producción académica sinceramente envidiable que lo ha catapultado a ser uno de los intelectuales más importantes de la región y el mundo. Gracias a ello es que pudo sintetizar en breves minutos los principios de lo que él llama “socialismo comunitario del Vivir Bien”.
El primer aspecto a destacar del discurso de García Linera es que la propuesta original y progresista que encarna el proyecto boliviano de Morales se basa en identidades plurales. Dicho de otro modo, a diferencia de lo que podría ocurrir con el marxismo clásico que entendiendo la disputa en términos estrictamente económicos ponía a la clase proletaria como el sujeto (revolucionario) de la historia, García Linera entiende que el momento actual del capitalismo supone la aparición de identidades múltiples. En este sentido, habla de distintos tipos de sujetos que tienen a su vez diversas reivindicaciones capaces de confluir en un mismo espacio (tal como podría decirnos Ernesto Laclau). No es casual, entonces, que García Linera vaya más allá de la reivindicación romántica de los indígenas y a éstos sume los campesinos, los obreros y la juventud.
Dicho esto, García Linera avanza en la línea de lo que él entiende por “socialismo”, categoría bastardeada y que hoy, de la mano de las acciones de los partidos que se dicen socialistas, cada vez más se ha transformado en un significante vacío capaz de incluir prácticamente cualquier tipo de práctica e ideología.
La visión del Vicepresidente en este punto es muy interesante porque ahí sí, quizás, desempolvando viejas concepciones de su formación, entiende al socialismo como un momento de transición y ubica al Estado como liderando ese momento hacia una sociedad que será aquella en la que las fuerzas comunitarias se gobernarán organizada y autónomamente.
En palabras del propio García Linera: “socialismo no es una etiqueta partidaria (…) tampoco es un decreto, porque eso sería reducir la acción colectiva del pueblo a una decisión administrativa de funcionarios públicos (…) ni es estatizar los medios de producción [pues] eso ayuda mucho a redistribuir riqueza, pero la estatización no es una forma de propiedad comunitaria ni una forma de producción comunitaria de la riqueza”.
 El socialismo tiene, entonces, para García Linera, un límite nacional. En otras palabras, es el campo de batalla que se libra al interior de las fronteras nacionales entre dos formas civilizacionales: la de los estertores del capitalismo versus la de un comunitarismo que siempre estuvo a la defensiva pero que ahora empieza a cobrar una fisonomía robusta.     
“El socialismo (…) es la vieja economía capitalista aun mayoritaria gradualmente asediada por la nueva economía comunitaria naciente. Es la lucha entre el viejo Estado que monopoliza decisiones en la burocracia y un nuevo Estado que cada vez democratiza más decisiones en comunidades, en movimientos sociales, en la sociedad civil”.
Este socialismo que, en palabras de García Linera, es un puente hacia otro tipo de sociedad, viene a cubrir los déficits de las repúblicas democráticas liberales. En esta línea se presenta como un modelo cuyas decisiones está en manos de la sociedad y donde la misma participa activamente de las decisiones públicas a contramano del lento proceso que durante los últimos siglos confinó al ciudadano a la esfera de un goce privado. Tal mirada no es novedosa pues se encuentra presente en la ecléctica constitución boliviana que, entre otras cosas, incluye nuevas formas de participación y representación, y formas alternativas de economías que no eliminan al capitalismo pero lo ubican como una forma histórica y, por lo tanto, no necesaria, del intercambio de bienes.  
En este sentido, García Linera afirma que “en el socialismo coexisten muchas formas de propiedad y de gestión de la riqueza: está la propiedad privada y la estatal; está la propiedad comunitaria y la cooperativa. Pero hay solo una propiedad y una forma de administración de la riqueza que tiene la llave del futuro: la comunitaria, que solo surge y se expande en base a la acción voluntaria de los trabajadores, al ejemplo y experiencia voluntaria de la sociedad. La propiedad y gestión comunitaria no puede ser implantada por el Estado. Lo comunitario es la antítesis de todo Estado. Lo que un Estado revolucionario, socialista, puede hacer, es ayudar a que lo comunitario que brota por acción propia de la sociedad, se expanda, se fortalezca, pueda superar obstáculos más rápidamente. Pero la comunitarización de la economía solo puede ser una creación heroica de los propios productores que deciden exitosamente asumir el control de su trabajo a escalas expansivas”.
Llegados a este punto, García Linera deja entrever, una vez más, su formación marxista aunque aggiornada a estos tiempos para, en algún sentido, mostrar que la propia lógica del capitalismo ha generado las condiciones y las estructuras desde las cuales se podrá avanzar hacia otro tipo de sistema económico y otra civilización.
“El capitalismo es una civilización que ha subordinado todos los aspectos de la vida a una maquinaria de acumulación de ganancias. Desde el comercio, la producción, la ciencia y la tecnología, la educación, la política, el ocio, la naturaleza misma, todo, absolutamente todo, ha sido pervertido para ser sometido a la dictadura del lucro. Y para ello, paradójicamente, el capitalismo se ha visto obligado a despertar de manera mutilada, parcial, a fuerzas comunitarias, como la interdependencia entre los seres humanos, como el mercado mundial, como la ciencia y las tecnologías o el internet, pero para someterlas al servicio de la ganancia monetaria ilimitada de pocos. Y es por ello que lo que algún día tendrá que sustituir al capitalismo como sociedad, necesariamente tendrá que ser otra civilización que libere e irradie a escala mundial todas esas fuerzas y poderes comunitarios hoy existentes pero sometidos al lucro privado”.
Aquí aparecen elementos comunes, desde mi punto de vista, con la visión neomarxista de Michael Hardt y Antonio Negri quienes en el célebre libro publicado en el año 2000, Imperio, entendían que el sujeto revolucionario del nuevo milenio sería la “multitud”, esto es, un espacio de identidades múltiples y diferenciadas de alcance planetario constituido por el capitalismo pero capaz de alcanzar un nivel de conciencia y mancomunión que, llegado el caso, será el verdugo del propio sistema que la creó.  
Según García Linera, este proceso de comunitarización “puede llamarse, con Marx, “Comunidad Universal”, “Ayllu planetario” o “Vivir Bien” pero lo que importa es que se trate de una comunitarización universal y total de las relaciones humanas y de los humanos con la naturaleza”.
Comprendida ya la noción de socialismo y el sentido que se le da a lo comunitario, resta ahora, para finalizar, una breve mención al sumak kawsay, (“Vivir Bien”), voz quechua cuyo sentido es más abarcativo que la idea de bien común pues no solo refiere a aquello que pueden compartir los hombres entre sí sino que apunta a resaltar el vínculo entre éstos y la naturaleza. En este sentido, el “Vivir Bien” implica una armonía con la naturaleza lo cual no significa llevar adelante una política de no intervención sobre los recursos naturales sino una utilización responsable que sea sustentable medioambientalmente. Por ello, García Linera indica que “El rescate del intercambio metabólico vivificante entre ser humano y naturaleza practicado por las primeras naciones del mundo, por los pueblos indígenas, es la filosofía del Vivir Bien; y está claro que no solo es la manera de enraizar el futuro en raíces propias, sino que además es la única solución real a la catástrofe ambiental que amenaza la vida entera en el planeta”.
Pero frente al ecologismo de ONG o a las éticas empresariales bienpensantes del marketing verde, García Linera entiende que éste es un proceso revolucionario que no viene a “administrar de mejor forma o más humanitariamente el capitalismo” sino que viene a “luchar para construir la Comunidad de los pueblos”. 
Este ha sido el discurso de asunción de un Vicepresidente. ¿Hace falta que agregue que algunas cosas interesantes están pasando en Bolivia?

miércoles, 14 de enero de 2015

Perón, CFK y lo que hubiera hecho Kirchner en 2015 (publicado el 9/1/15 en Veintitrés)

A diferencia de elecciones anteriores en las que se disputaban cargos ejecutivos, faltando apenas meses, el escenario está completamente abierto no solo en lo que respecta a la elección presidencial sino también para la CABA y la mayoría de los distritos que eligen gobernadores.  La dispersión en el voto recuerda los meses previos a la elección del año 2003 pero la asociación es injusta pues los contextos son completamente diferentes. En aquel año, el gobierno de Duhalde intentaba enderezar el barco pos explosión en 2001 y que ningún candidato pasara el 25% de la intención de voto era la consecuencia natural de una absoluta crisis de representatividad de la dirigencia política y un enorme estado de confusión en la sociedad. El resultado en primera vuelta fue asombroso pues entre el candidato victorioso (que finalmente no se presentaría a la segunda vuelta) y el quinto, la diferencia era del 10%. Habría que rastrear elecciones democráticas en el resto del mundo para encontrar una situación similar y, de hallarse, me animo a decir que no superarían los dedos de una mano.
Entrando a 2015 la situación es otra: las principales fuerzas en pugna son cuatro y una de ellas (FAUNEN), sin un candidato fuerte que mida en la encuestas, parece condenada a bajar su candidatura y aliarse de alguna manera con una de las dos referencias opositoras que quedarían  en pie.
Por otro parte, la crisis de representación en la dirigencia política parece salpicar más a la oposición cuyos candidatos, a decir del periodista opositor Jorge Lanata, “no reúnen juntos ni doscientos gramos de bosta”. Asumiendo que la escatología equina no parece brindarnos categorías de análisis fructíferas, digamos que ese vacío de representatividad que se veía en cacerolazos donde se rechazaba a los políticos kirchneristas, pero también a los antikirchneristas, muestra que el voto a los referentes opositores no parece obedecer a la confianza en la capacidad de un candidato sino, en buena parte de los casos, al “voto útil” producto del visceral rechazo a la figura de la presidenta que tiene un sector de la población. El oficialismo, en cambio, tiene un núcleo duro de adhesión que le garantiza un 30% de votos lo cual, desde el vamos, es más que lo que hoy tienen el PRO de Macri o el Frente Renovador de Massa. El problema que tiene el oficialismo es que el candidato que mejor mide no parece convencer a la conducción ni a buena parte del kirchnerismo y los candidatos que poseen mejor recepción en el electorado kirchnerista no miden lo suficiente como para garantizar el triunfo. Dicho en buen criollo: Scioli puede ganar pero a buena parte del kirchnerismo no le gusta. Si esto no es visto como parte de la crisis de representatividad es porque el electorado kirchnerista que descree de Scioli no está huérfano de representación sino, más bien, todo lo contrario: tiene bien en claro que la conducción es de Cristina Kirchner aun cuando ella deje de tener el poder formal el 10 de diciembre de 2015.
Salvando las distancias, esta situación puede relacionarse con aquella por la que atravesó el peronismo entre 1955 y 1973. En aquellos años, por proscripción y no por una cláusula constitucional, el líder no podía ejercer el poder formal pero su ascendencia era tan grande que ungir a un candidato implicaba automáticamente el trasvasamiento de los votos tal como se dio con Cámpora. Si esta analogía es correcta, CFK podría especular con llegar hasta el día previo al cierre de la lista de candidatos sabiendo que incluso podría jugar con un “tapado” hoy rezagado en las encuestas que han instalado en punta a Scioli. En otras palabras, sabiendo que el día que ella nombre a “su” candidato éste pasaría a tener el piso del 30% de los votos, no habría razones para adelantar esa determinación. De ser así se “matarían dos pájaros de un tiro” pues el destino del candidato a ungir estaría atado a un buen cierre de gobierno y no se cumpliría la profecía del “pato rengo” que se suele ceñir sobre todas aquellas administraciones que, por alguna razón, saben que no continuarán.
Con todo, CFK tiene otro as en la manga que es el de su propia candidatura, sea para el PARLASUR o para la Provincia de Buenos Aires. Si elige la primera alternativa garantiza que su nombre estará en las boletas de todo el país. Si elige la segunda opción allí se abren, a su vez, dos alternativas: la candidatura a diputada encabezando la lista o la candidatura a gobernadora. En todos los casos, una CFK “jugando” alteraría el escenario pero si decidiese ir por la gobernación de Buenos Aires allí las piezas, hacia afuera y hacia adentro, sufrirían un cambio drástico. Hacia afuera obligaría a las corporaciones económicas que manejan la estrategia pan-opositora a conminar a Massa a declinar sus pretensiones presidenciales y “bajar” a competir como candidato a gobernar Buenos Aires. Y hacia adentro generaría algunos alborotos pues son varios los nombres que pugnan por ese lugar. En este sentido, no sería descabellado que CFK elija como parte de la fórmula a un joven que puede ser Patricio Mussi, intendente de Berazategui, o el titular del ANSES Diego Bossio, ambos anotados como precandidatos a gobernadores. Esto generaría una tensión entre dos oriundos de esa provincia que pretenden ser presidentes o, en su defecto, gobernadores: Julián Domínguez y Florencio Randazzo. Si ninguno de ellos estará en la fórmula para la gobernación (reemplazando a Mussi o a Bossio) es porque es de esperar que estén en la fórmula presidencial del FPV. Sin embargo, por ser ambos de la misma provincia es poco probable que sean el 1 y el 2 de la fórmula presidencial, razón que también sacaría a ambos del juego en caso de que el candidato sea Scioli.      
En buena medida, y como viene sucediendo los últimos años, gran parte de la política argentina está atada a las decisiones de CFK quien, al igual que su marido, ha hecho del secretismo una marca identitaria. De aquí que sea difícil saber qué va a hacer y no se puede más que brindar especulaciones. En este sentido, quienes la conocen afirman que, más de una vez, tras la muerte de su marido, antes de tomar una decisión, la presidenta se pregunta qué hubiera hecho Kirchner. Esa pregunta arroja resultados que pueden coincidir con la intención de ella o no pero nadie más que su esposa conoció el accionar del ex presidente más allá de que el ex Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se pasee por los canales de televisión haciendo a veces de viuda a veces de nigromante, y le cuente al país lo maravilloso que era el mundo con Néstor, es decir, lo maravilloso que era el mundo cuando Alberto Fernández era un factor relevante dentro del oficialismo.
Y la sensación que uno tiene es que Kirchner “jugaría”, que le estaría diciendo a CFK “poné todo. Nunca es bueno perder”. Nadie dice que esto sea lo que hay que hacer ni que finalmente Cristina seguirá el consejo que le habría dado su marido pues, sin que de aquí se derive que para CFK ganar o perder es indiferente, cabe pensar que ella maneje otras variables entre las que también se incluya el desgaste físico de más de una década en lo más alto del poder.
En unos meses los hechos confirmarán o se burlarán, como tantas otras veces, de lo dicho en esta nota.

   

sábado, 3 de enero de 2015

Desafíos de la democracia (II): isegoría (publicado el 2/1/15 en Veintitrés)

En ocasión de un nuevo aniversario de la recuperación de la democracia, la semana pasada, les proponía una mirada acerca de los desafíos que tenemos como sociedad en relación a un principio esencial: la igualdad ante la ley (isonomía). Si bien casi siempre se pone el acento en la creciente desigualdad material de la Argentina, consideré necesario reflexionar acerca de la distancia existente entre la letra del derecho y los hechos a partir de algunos ejemplos bastante concretos. Más precisamente me referí a la población carcelaria, una obscena muestra de la selectividad con que diversas instancias del Estado, que incluye jueces, fiscales y policías, actúan sobre determinados sectores de la población, y a la otra cara de la misma moneda: la impunidad con que ricos y famosos apadrinados por abogados con enorme capacidad de lobby sortean una y otra vez las instancias judiciales o reciben tratos diferenciados.
El poder político casi siempre fue parte de ese entramado de impunidad pero en los últimos años el enfrentamiento entre el gobierno y ciertos sectores del establishment desnudó que las redes de complicidad eran más bien las del poder judicial con el poder económico que venía acostumbrado a brindar los cuadros técnicos (cuando no, directamente, los principales referentes de un gobierno) para ocupar los distintos niveles del Estado.
Así, entonces, lo que algunos catalogan como una simple pelea de la corporación política y la corporación judicial es, en realidad, la demostración de que las democracias modernas siguen, paradójicamente, presas de una casta aristocrática que no se somete nunca a la voluntad popular y que sin embargo ocupa el poder del Estado al que, para colmo, rebautizan como un valor: la “justicia”. Se trata de una de las trampas del sistema de pesos y contrapesos en el que el control de constitucionalidad está en manos de un Tribunal que en nombre de una esencia contramayoritaria puede actuar discrecionalmente independientemente de los intentos transformadores de una mayoría del pueblo que busca, justamente, que todos seamos un poquito más iguales.   
Aclarado el déficit de isonomía de nuestras democracias, cabe dirigirse a otro de los principios esenciales de la democracia que florecía allá por el siglo V AC: la isegoría. Este término refería al uso libre de la palabra en el marco de la asamblea, uso libre al que todos tenían derecho y era una de las conquistas igualitarias de esa democracia que, tras un paulatino proceso, llegó a su más acabada expresión durante el gobierno de Pericles. Como usted puede imaginar, existe una conexión entre la isonomía y la isegoría pues la única manera de garantizar que haya igualdad ante las leyes es que todos los ciudadanos participen con su palabra en las decisiones que se tomaban en la asamblea, y puedan ocupar indistintamente diversos cargos algunos de los cuales se elegían a través del sistema más democrático que hay: el sorteo.
Pero, claro está, en veinticinco siglos pasaron algunas cosas. Por lo pronto, nuestras democracias, por diversas razones, se transformaron en indirectas, es decir, son gobernadas por el pueblo a través de sus representantes, algo que no ocurría en Atenas donde la democracia era directa y no hacía falta nadie que nos “(re)presente” porque cada uno, directamente, se “(re)presentaba”.
Esta delegación en un cuerpo de representantes ha acompañado el proceso que durante siglos transformó al ciudadano preocupado por lo público en un individuo que circunscribía sus intereses a su esfera privada apoyándose en una concepción individualista que aborrecía de la política entendida como participación colectiva. Ese retirarse de lo público supuso también resignar el uso de la palabra y depositarlo en otra casta de representantes: los periodistas. Dicho de otro modo, una nueva capa de intermediarios, ya no elegidos a través del voto popular sino elegidos en tanto objetos de consumo, se transformó en “la voz del pueblo”, en los transmisores aparentemente fieles de la expresión que cada uno de nosotros hubiera llevado a la asamblea. Así, parece que ya no hace falta participar pues por suerte hay unos individuos que hablan por nosotros y tienen los mismos intereses que nosotros. Sin duda, si fuese verdad, sería maravilloso: ¿a quién no le gustaría delegar con plena confianza su palabra, y con ella, sus intereses, para ocuparse enteramente de los “asuntos privados”? Sin embargo, del mismo modo que los siglos han demostrado que los representantes que elegimos para que nos gobiernen muchas veces acaban persiguiendo intereses contrarios a los de sus votantes, con la prensa comienza a vislumbrarse el mismo fenómeno de manera más clara que nunca seguramente por, entre otras cosas, la fuerza inusitada que tienen los medios de comunicación en sociedades como las nuestras.    
Pero lo más perverso es el mensaje que esos medios instalan pues se presentan como los únicos garantes de la isegoría, cuando son, en realidad, los administradores del uso libre de la palabra. Esa administración que le da la palabra a ciertos sectores en detrimento de otros y sin embargo dice ser la reserva moral de los ideales democráticos.      
De aquí que sea tan importante la regulación, no de los contenidos, sino de la propiedad de las licencias de medios de comunicación si es que queremos que nuestra democracia sea sustantiva y no una mera formalidad. Tal necesidad no ha sido una ocurrencia de un gobierno ni de un país en vías de desarrollo. Más bien es una problemática que atraviesa todo el mundo occidental y que tiene mayor visibilidad en la medida en que hay gobiernos que toman la decisión política de avanzar contra estos censores privados que muestran que la conquista de derechos civiles y políticos, por momentos, parece meramente formal.      

Para finalizar, entonces, no se trata aquí de reivindicar el ideal asambleario ni eliminar todo tipo de intermediación. Tampoco se pretende el regreso a un pasado ideal (que nunca existió) en el que los hombres eran enteramente públicos y deliberaban razonablemente en la plaza de la ciudad. Simplemente se trata de pensar que la mejor manera de garantizar que nuestras sociedades sean menos desiguales es recuperando algunos de los principios caros a la democracia siempre readaptándolos a las enormes complejidades de los tiempos y las comunidades en las que nos toca vivir. Nadie dice que sea inmediato pero han pasado más de treinta años de la recuperación democrática y tengo la esperanza de que algunas cosas como sociedad hemos aprendido. Ahora es más fácil que en 1983 porque buena parte del camino ya se ha hecho. El desafío, ahora, es profundizar el mismo camino.