sábado, 6 de abril de 2013

La juventud de lo relativo y de lo absoluto (publicado el 4/4/13 en Veintitrés)


La particular composición etaria que acompañó en las calles los festejos del bicentenario y la elocuente demostración de afecto que irrumpió el 27 de octubre de ese año 2010 en el que un porcentaje enorme de los que lloraban la muerte de un político eran jóvenes, hizo que cualquier análisis serio de la coyuntura política tuviera que dedicarle alguna reflexión al fenómeno de un  abrupto interés juvenil por la participación política.
Hubo muchos que en un principio optaron por suponer que el idilio entre juventud y kirchnerismo era pasajero, una suerte de moda adolescente que rápidamente sería reemplazada por alguna novedad en la play station, pero, al observar que el fenómeno persistía, tuvieron que afinar la inventiva y salir a disputar, con un relato propio, un dato abrumador que meses después se plasmó en las urnas.
Los más renuentes afirmaron que no todos los jóvenes simpatizaban con el gobierno e incluso se apoyaron en resultados de elecciones de centros de estudiantes de algunas universidades, en las que el peronismo nunca pudo hacer pie, para apuntalar con números un deseo travestido de diagnóstico. Tienen razón en parte, pero una razón tan trivial que apenas merece un comentario. Pues claro que hubo y habrá muchos jóvenes que no se sienten representados por el gobierno. Hay una juventud PRO que se regodea en el discurso “lanatesco” de la antipolítica que tanto atravesó a los jóvenes que crecieron en la década del 90; y hay también una porción pequeña pero siempre presente de jóvenes que militan en minoritarios partidos de izquierda con un peso relevante en determinadas instituciones educativas. Pero con exponer esto no alcanza para explicar de dónde salieron esas columnas enormes de jóvenes que con banderas de apoyo al gobierno inundaron la plaza, por ejemplo, este último 24 de marzo. Es por eso que algunos analistas optaron por aceptar el fenómeno pero dando cuenta de él en los términos ya trillados de la cooptación a través de prebendas, la propaganda y el hipnotismo del líder. Dicho en otras palabras, sería innegable una participación juvenil mayoritariamente kirchnerista pero esto obedecería a un goebbeliano aparato de difusión de mentiras, a políticas sociales que son pura demagogia y a la distribución de cargos en el Estado para los principales referentes sub 35. En esta línea, los jóvenes que apoyan al gobierno se dividirían en estúpidos que se dejan llevar por una netbook y trepadores que se encolumnan sólo por el beneficio de integrar una lista u ocupar un cargo burocrático dentro del Estado. Sin lugar a dudas, podrán existir casos como los recién señalados pero dar cuenta de la explosión masiva de participación juvenil reduciéndolo a formas de engaño e impostura es, como mínimo, un acto de pereza intelectual.
Por último, asociado al intento de generar un clima de zozobra, temor y estigmatización hacia la juventud, varios de los que acudieron a posiciones como las antes indicadas, introduciendo, en muchos casos, disputas personales acerca de lo ocurrido en los años 70, agregaron, en una suerte de enorme ensalada conceptual, que estos jóvenes no sólo serían estúpidos y venales sino también pichones de terroristas. Efectivamente, como si con lo anterior no alcanzara, referentes opositores tanto de la dirigencia política como de los medios, han llegado a decir que grupos como La Cámpora se están haciendo de armas para eventualmente pasar a la acción en defensa de un gobierno neo-montonero.
Es en este marco que me gustaría indicar lo que, considero, son algunos aspectos que definen a este tipo de juventud comprometida con la política kirchnerista y que la diferencia de la juventud de, por ejemplo, los años setenta. Si bien varias veces me he referido a este punto desde esta columna quisiera enfocarlo, esta vez, en términos más abstractos aun con el riesgo que eso implica.
Según mi punto de vista, un elemento identitario de la juventud actual comprometida políticamente con el kirchnerismo es el modo en que concibe la tensión filosófica originaria entre lo relativo y lo absoluto. Para clarificar esto, piénsese en palabras que, desde mi punto de vista, han sido fundacionales y que Néstor Kirchner ha repetido varias veces. Me refiero a su insistencia en la idea de defensa de una “verdad relativa”, en la conciencia de que se habla desde una perspectiva, se lucha por una particular cosmovisión y se defienden unos determinados intereses. Para algunos será un slogan de falsa modestia pero a mí me parece clave porque, justamente, expresa un sentido de aprendizaje democrático perfectamente compatible con la visión de la política que el kirchnerismo defiende. Pues decir que se defiende una verdad relativa, en primer lugar, significa que la noción de Verdad (absoluta, con mayúscula) se aparta del ámbito de la política y quedará circunscripta, si se quiere, a terrenos morales, religiosos o cognoscitivos. Pero además implica la aceptación de la existencia de un otro que puede reivindicar poseer otra verdad (relativa, con minúscula). Finalmente, ahí está el juego democrático: una serie de consideraciones acerca del bien que se dirimen en la arena política y en la que lo que interesa es poder persuadir a la mayor cantidad de ciudadanos de los beneficios de llevar adelante un determinado proyecto que no es ni verdadero ni falso sino simplemente más o menos apoyado. Asimismo, como decía algunas líneas atrás, defender la idea de una verdad relativa, supone que habrá otras con las cuales confrontar, lo cual es coherente con una visión agonal de la política, esto es, la política como lucha, disputa. Hay política porque hay un otro y porque hay un otro hay conflicto.
Diferente parecía la situación de aquella juventud que en los años 70 optó por la vía armada y fue masacrada por el terrorismo de Estado. Seguramente, por el clima ideológico del mundo, la idea de lo absoluto aparecía con mucha más fuerza de lo que aparece en la actualidad. Podríamos decir que la idea misma de revolución supone la de absoluto pues implica sentar las bases de un nuevo comienzo que borra lo anterior. Revolucionar no es reformar. Revolucionar supone un fenómeno absoluto en el que es necesario, incluso, cambiar el calendario, instaurar una nueva dimensión temporal, y con ello borrar la historia de lo que antecedió. Y por sobre todo, la idea de revolución no deja lugar a la existencia de lo otro, es absoluta o no es.
Guste o no, el kirchnerismo es consecuencia de un clima democrático y el trasvasamiento generacional que promueve es depositado en una franja etaria que nació en democracia y concibe que el conflicto es saludable pero dentro de los límites de la legalidad. En esta línea, la juventud kirchnerista podrá promover todo tipo de transformaciones institucionales necesarias pero reconoce que siempre habrá un otro y que, en última instancia, la disputa frente a ese adversario se dirimirá en las urnas. De aquí que, por ejemplo, el discurso y las acciones kirchneristas transiten senderos donde se menciona con nombre y apellido a ese otro con el cual se disputa y se promueva una política de derechos humanos que hace de la memoria un pilar y que no busca venganza sino justicia a través del respeto de la ley democrática.
 Por todo esto, suponer que la reivindicación de determinados ideales de los años setenta compromete a esta nueva generación con la aceptación de la metodología revolucionaria, es no entender, o no querer entender, un signo de los tiempos democráticos que kirchneristas pero también anti kirchneristas deberían celebrar: la posibilidad cierta de un masivo interés por la política en el corazón de una generación que ha crecido en democracia y que, en tanto tal, no concibe como horizonte de posibilidad ningún plan o proyecto que pueda desarrollarse por fuera de las instituciones democráticas.  

  

1 comentario:

Amalia Mendoza dijo...

De acuerdo, los que tenemos mucha historia es muy bueno que no nos quedemos en el 55 y tampoco en los 70 hoy asistimos a un cambio de época, llevamos casi 30 años de democracia ininterrumpida y esto hace mirar a la vida de otra manera hoy nuestras armas son la paz, el debate, la comprensión, la justicia y también la memoria