jueves, 20 de octubre de 2011

La risa y la lástima (publicado el 20/10/11 en Veintitrés)

“Y te acosan de por vida, azuzando el miedo, pescando en el río turbio del pecado y la virtud, vendiendo gato por liebre a costa de un credo, que fabrica platos rotos que acabas pagando tú”. Joan Manuel Serrat

Buena parte del periodismo del establishment, crispado por el resultado que se avizora en las elecciones, ha cargado sobre los candidatos opositores en general y sobre sus spots publicitarios en particular. Y algo de razón tienen.

Restringidos a estos últimos, podría decirse que los de Alfonsín han equivocado el rumbo siempre: para las primarias, un énfasis en el elector reaccionario asustado por la inseguridad e indignado porque le aumenta el tomate, resultó una estrategia profundamente equivocada. Para la elección del 23 de octubre, en cambio, intentó apuntar al voto tradicional del radicalismo, al discurso de los valores éticos y a la capacidad de gestión nacional del partido centenario. Esto se vio en la mención a la cantidad de legisladores, intendentes, gobernadores y el presunto liderazgo que se manifestaba en el candidato desafiando los consejos de los mejores fonoaudiólogos. Así, Alfonsín reclamaba a los gritos la moderación y el equilibrio. Quizás hubiese dado más frutos adoptar la política comunicacional de Rodríguez Sáa, simpática y al borde de lo kitsch: desde la aparición con traje blanco sobre fondo blanco, como una suerte de entidad mitad divina, mitad extraterrestre hasta las consignas simples de “wi-fi para todos” y “El Alberto es una masa, te da una casa” al ritmo de wachiturros, el gobernador de San Luis parece ser más efectivo que su contrincante dentro del (ex) peronismo federal.

Por su parte, en las primarias, Duhalde apeló a la consigna paternalista del “sabe y puede”, es decir la misma que utilizase Ezequiel Martínez, joven militar delfín de Lanusse, para disputarle a Cámpora la elección de 1973. Asimismo, buscó instalar que todo lo bueno del momento actual se había cimentado en su breve gestión y que todo lo malo correspondía al kirchnerismo. Probablemente salga quinto, al igual que Martínez en aquellos comicios. Tal resultado puede ser obra del destino, la casualidad, la prueba del eterno retorno de las cosas, o una justicia divina que se burla de los provocadores.

El caso Carrió, como no podía ser de otra manera, apeló, en las primarias, al discurso moralista, aquel que hace énfasis en la necesidad de un gobierno con gente buena antes que en las propuestas y en la capacidad de gestión. Su candidatura fue rechazada por el 97% de la población y ahora la estrategia de sus legisladores parece más razonable: los rostros de Patricia Bullrich y de Fernando Iglesias sonrientes sin hablar. En el caso de la primera, se espera un nuevo cambio de partido lo cual conllevará otra vez un gasto en tarjetas personales y la incomodidad de dar de baja la dirección de e-mail patitobullrich@cc.com que pasará a tener el mismo destino que patomonto@erp.com; unabullrichenelpj@pjliberal.com y alianzapato@mintrabajo.gov.ar. Para los interesados en contactarla, pase lo que pase, se mantendrá su patriciaenclarin@fibertel.com.ar. En el caso de Iglesias, dejará abierta su cuenta de twitter para poder seguir recibiendo agravios y volverá a su pasión: la publicación de libros contra el kirchnerismo y la práctica del vóley.

En el caso del binnerismo, se buscó una mixtura entre la sobriedad del Frente Amplio uruguayo (sin hipótesis de conflictos bélicos, claro) y la desfachatez de una izquierda ecológica que busca captar el voto onanista que hace fila detrás de los escotes de Victoria Donda. Si esto no alcanzara, un grupo de intelectuales independientes lanzaron una solicitada de apoyo al actual gobernador de Santa Fe. A diferencia de los de Carta Abierta, esta solicitada no se pagó con fondos públicos del populismo fascista clientelar k sino que habría salido del bolsillo de la moderación, la libertad y la conciencia crítica.

En cuanto a los candidatos nacionales, un párrafo aparte para la izquierda que a pesar de generar estruendo en las convicciones sociales con afirmaciones del tipo “este gobierno es capitalista”, tuvo buenos publicistas que supieron con simpleza atraer un voto que estaba disconforme con el resto de las opciones.

Los spots del gobierno, en tanto, fueron bastante sobrios, haciendo énfasis en la gestión, la palabra “fuerza” con la voz de Cristina y “el pueblo” de frente. No hacía falta demasiado más ni jugarse: había que mostrar lo que hay y erigir un discurso con la emotividad de la liturgia peronista.

Con todo, en la provincia de Buenos Aires, la campaña de Scioli con gestos místicos no deja de sorprender más allá de que parecen interesantes todas las relaciones que pueden hacerse con el “creer” y el “crear”. Eso sí: ojalá no entienda que el triunfo se lo debe a una Virgen.

Por último, un breve comentario sobre la campaña de De Narváez, especialmente después de las primarias. Aun cuando pueda equivocarme, suponer que la gente elegirá al aliado de Alfonsín por una estrategia publicitaria que actúa subliminalmente inculcando en los electores el color rojo frente al naranja es, como mínimo una falta de respeto a las complejas teorías que dentro del mundo del marketing y la publicidad han superado a las ingenuas visiones de décadas atrás. Igualmente, en todo caso, si con la identificación de los colores no alcanza es posible sentirse representado por la publicidad de Graciela Ocaña en la que se la ve de niña haciendo de “sheriff hormiga” (SIC), que se prepara como una suerte de heroína para enfrentar el mundo marginal del mapa del delito que será visto a través de las cámaras de seguridad de los municipios que tienen arreglos con algunos canales de aire y cable.

Sin embargo, amigos, la publicidad no es todo, ni es la única variable explicativa para dar cuenta de los resultados. Por ello, este brevísimo resumen con mucha sorna y mucha malignidad no debe desviarnos de una idea que sobrevuela la cosmovisión de los que consideran que la política actual es mera apariencia. Pues son los mismos que consideran que alcanza con contratar un Durán Barba para ganar una elección y afirman que sus consejos, expuestos en libros que mezclan recetarios universales para políticos de derecha con algo de autoayuda y mucho de sentido común, funcionan como los nuevos mandamientos (del vaciamiento) de la política.

Son bastantes llamativos los vaivenes al respecto pues aquellos que consideran que el electorado es una masa informe de imbéciles con tarjetas de crédito o imbéciles con planes sociales, indican que la publicidad todo lo explica al mismo tiempo que en el marco de la discusión en torno a los medios, defienden las posiciones dominantes afirmando que los medios no influyen y que la gente no es tonta. Es extraño porque son los mismos que se victimizan y desde los todavía vigentes oligopolios de información, y aún desde los medios aparentemente cooptados por el gobierno, erigen una épica de la víctima de los poderes del totalitario Estado y sus brazos paraestatales, fingen persecuciones y se escandalizan con el desembarco del gobierno en algunos medios.

Así vociferan su aparente invisibilización a través de multimedios que reproducen insistentemente el grito de censura, se quejan por no ser consultados desde las páginas de los diarios, los micrófonos de las radios y los canales de televisión que los consultan insistentemente en detrimento de la pluralidad de voces. Rezongan, se enojan con la oposición que repite el decálogo del editorialista y cargan de culpa al candidato y no a las ideas con que ellos los modelaron. Sueñan que La Cámpora es un monstruo con dientes feroces y un miembro viril desproporcionadamente grande, se preocupan del sindicalismo disidente y de sus peluqueros, y de vez en cuando nos hablan de los qom y de El Mal. Muchos golpeaban cuarteles, otros, progresistas, se golpeaban el pecho frente al espejo que les decía que eran los más transgresores de la Argentina. Ahora todos golpean las puertas de las corporaciones económicas que todavía monopolizan los medios, y su falta de autocrítica hace que, como sucede en Venezuela, la única esperanza de transformar el orden de cosas, sea a través de crisis internacionales, presiones extranjeras o algún favor que la biología les haga llevándose vidas antes de tiempo. Como cantaba Serrat: “Si no fueran tan temibles, nos darían risa. Si no fuera tan dañinos, nos darían lástima”.

viernes, 14 de octubre de 2011

¿Más reelección es menos democracia? (publicado el 13/10/11 en Veintitrés)

Cuando la ex política y actual mujer del espectáculo Elisa Carrió, lanzó su última denuncia en torno a un supuesto pacto entre Binner y CFK para reformar la Constitución, se generaron, por fin y después de muchos amagues, las condiciones para instalar el tema en la agenda previa a las elecciones. Más allá de que parece bastante claro que se trata de una operación para fomentar el miedo de esa parte de la clase media consensual y moderada en un contexto en el que el 70% de los votos irían para opciones de centro izquierda, cabe dedicar unas líneas a algunas consideraciones teóricas y prácticas en torno a esta cuestión.

En el plano estrictamente coyuntural, la plataforma de Binner expresa con claridad su intención de abandonar el sistema presidencialista en pos de un modelo parlamentario siguiendo la línea europea y dejando de lado la tradición estadounidense cuyas bases se encuentran en El Federalista de Madison, Jay y Hamilton. A su vez, en esta misma línea, el juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni hace ya mucho tiempo que también aboga por una reforma y según los azuzadores de fantasmas, este proyecto habría sido acercado al oficialismo.

En este contexto, aclaremos una obviedad: dada la mala prensa de la que goza la noción de reelección indefinida, ningún proyecto que la postule podrá pasar satisfactoriamente el tribunal de la opinión pública. En este contexto, lo que la oposición rabiosa afirma es que la pretensión reeleccionista vendría en formato de sistema parlamentarista. En otras palabras, como usted sabe, en este modelo, se votan parlamentarios y son éstos los que designan a la persona que estará al frente de la República. Así podría darse el caso de que se mantuviese constante durante 20 o 30 años una misma mayoría que designara por ese período a la misma persona lo cual generaría una continuidad que expresaría una “reelección de hecho”.

Ahora bien, más allá de las bondades y los problemas del sistema parlamentarista, algo de lo que ya hemos hablado desde estas mismas páginas algún tiempo atrás, le pido que hagamos el profundo esfuerzo de quitar los nombres propios y pensar en términos abstractos la cuestión de la reelección. Dicho de otro modo, no importa si pensamos que la continuidad en el poder, bajo el sistema que fuese, puede dar lugar a décadas de un Berlusconi, un Menem, una Cristina o una Merkel. Más bien, de lo que se trata es de pensar por qué existen normas jurídicas que ponen límites a la decisión de los pueblos. Expresado de modo visceral y visto desde la perpsectiva del caso argentino, ¿por qué consideramos que la decisión del pueblo es soberana salvo cuando quiere votar tres veces seguida al mismo gobernante? Si el pueblo considera que hay un buen gobernante y quiere que se quede en el poder 40 años ¿por qué habría que impedirlo?

A estas preguntas se les puede dar una infinidad de respuestas pero en términos más generales, creo que el tema merece encararse desde los aspectos constitutivos de las formas de las repúblicas occidentales desde sus orígenes hasta hoy. En este sentido, en un libro muy interesante de Roberto Gargarella, llamado La justicia frente al gobierno. Sobre el carácter contramayoritario del poder judicial, publicado en el año 1996, el autor se pregunta ¿por qué el poder judicial es capaz de anular una ley votada por la mayoría de los representantes del pueblo? Si prestamos atención a la pregunta lo que está expresando es cuál es la razón por la que un grupo de hombres y mujeres llamados jueces, cuyas designaciones no están determinadas por el voto popular, son capaces de poner límite a las decisiones de la ciudadanía. ¿Quiénes son estos señores encargados de decidir cuáles leyes se corresponden con el espíritu de la constitución? Y en todo caso, ¿por qué las constituciones son sagradas? ¿Acaso no son un conjunto de normas creadas por hombres de carne y hueso en un contexto histórico particular? ¿O es que son mandamientos que bajan del cielo como obsequio de un Dios tan trinitario como los poderes de la República?

Para Gargarella, al momento de analizar esta tensión entre los legisladores, entendidos como los representantes del pueblo, y los jueces, entendidos como aquellos que deben velar por los principios constitucionales, se pueden hallar dos tradiciones: una conservadora y otra que él denomina populista. La primera es heredera de la línea de los Padres Fundadores que sentaron las bases de la República estadounidense. Se trata de una concepción profundamente elitista que establece el control de constitucionalidad de los jueces como el modo de resguardar las instituciones de la inherente incapacidad de las masas. Desde este punto de vista, el sistema ideado por una aristocracia bien pensante es el correcto pero el riesgo de que la turba democrática lo degenere eligiendo representantes bárbaros, hace necesario la creación de un poder, el judicial, capaz de poner límites a las decisiones movidas por el afecto, la demagogia y el clientelismo.

Por su parte, la tradición populista, más cercana a la revolución francesa, afirma que la validez constitucional depende de la decisión de la mayoría del pueblo y no del control de la casta de jueces. De la exposición de ambas tradiciones se puede colegir que la primera es proclive a poner límites a las reelecciones y la segunda no. La visión conservadora lo fundamenta con el argumento, no descabellado por cierto, de que la democracia es, sobre todo, alternancia y que hay que poner límites jurídicos a la continuidad porque quien está frente al gobierno goza del beneficio del uso del aparato estatal lo cual lo pone en clara ventaja respecto de las fuerzas opositoras. La visión populista, también tiene un muy buen argumento que, en este caso, parece incluso bastante más simple, a saber: la verdadera democracia es aquella en la que el pueblo es soberano. Vox populi vox dei.

Si bien está claro que no resulta fácil, para los conservadores, justificar por qué el pueblo no está preparado para tomar algunas decisiones, para los populistas tampoco resulta fácil justificar que cualquier decisión, por provenir del pueblo, debe aceptarse pues también así se han legitimado persecuciones injustas hacia minorías y flagrantes violaciones a los derechos humanos.

Ahora bien, expuesto el marco teórico bien cabe ahora repensar el lugar de los actores principales de la política argentina de cara a lo que vendrá.

En primer lugar, resulta llamativo que el oposicionismo recalcitrante que en el 2009 quiso instalar que el único poder del Estado con legitimidad era el poder legislativo, se oponga a una reforma constitucional a favor de un sistema parlamentarista que ayudaría a acabar con ese verticalismo presidencialista al que tanto repugnan.

En segundo lugar, en situación bastante similar se encuentra Binner. En este sentido cabe preguntarle al que será el jefe de la segunda fuerza, más allá de que ésta se encuentre a 40 puntos de la primera, cómo es posible que su plataforma abogue por un sistema parlamentarista y sin embargo declare que su frente nunca apoyará una reforma que favorezca al gobierno. En este punto se le podría indicar a Binner que la institucionalidad debería prescindir de nombres propios y de contextos, ¿o acaso es que el sistema parlamentarista es bueno sólo cuando hay una presidenta fuerte?

Por último, como alguna vez lo indicase en el contexto de aquel exabrupto de Diana Conti en torno a una “Cristina eterna”, tal posibilidad, más que indicar una fortaleza, supondría una debilidad que iría en contra de la idea de defensa de un modelo. En este sentido seguramente la propia presidenta sabe que las bases de una transformación cultural política, económica y social, no pueden depender de una sola persona. Será responsabilidad, entonces de quienes consideramos que hay cosas que se están haciendo bien, generar las condiciones para que esas cosas se sostengan independientemente de quien sea el referente. Evidentemente las condiciones actuales hacen que solamente ella sea la garante de continuidad pero esto debería cambiar, por el bien del modelo, en algún momento, aun cuando se considere que difícilmente pueda surgir alguien de la probada idoneidad de la presidenta. En este punto, los límites a la reelección son, en sentido estricto, antidemocráticos por ponerle coto a la voluntad popular. Sin embargo la fuerza de un proceso transformador y movilizador como el que se está llevando adelante en los últimos ocho años debe tener la capacidad de sobreponerse a ese límite no a través de una constitucional y legítima reforma, sino a partir de la formación de hombres y mujeres capaces de llevar adelante la profundización de los principales lineamientos de políticas que, guste o no, han cambiado el rostro de la Argentina.

jueves, 6 de octubre de 2011

Transformar desde la complejidad (publicada el 6/10/11 en Veintitrés)

A partir de una feroz represión policial que derivó en una crisis política que se llevó consigo al Ministro de Gobierno, tomó visibilidad un conflicto al interior de la base de sustentación del proceso liderado por Evo Morales. El detonante fue el proyecto gubernamental de crear una carretera que atraviese el Parque Nacional Isiboro Sécure, el cual posee más de 1.000.000 de hectáreas y donde habitan entre 5000 y 10000 indígenas de etnias minoritarias como los Moxeños, los Yuracarés y los Chimanes.

Si bien, como pocas veces se estila, hemos sido testigos del pedido público de perdón por parte del Presidente, la marcha de estas comunidades indígenas hasta el Palacio Quemado promete ser la chispa sobre la cual se erigirán todo tipo de interpretaciones y probablemente sea la excusa para que actuales defensores de la campaña del desierto le brinden ditirambos a la pachamama.

Pero para poder entender algo de lo que sucede en Bolivia bien vale acercar algunos datos. Por ejemplo, el último censo de 2001 arrojó que en el país existen no menos de 30 idiomas y/o dialectos regionales. Sin embargo, dentro de esta diversidad hay dos culturas que sobresalen, la aymara y la quechua, que juntas son la lengua materna del 37% de los ciudadanos que viven dentro del Estado Boliviano. Asimismo, hay que agregar que el 54% de la población se identifica con algún pueblo originario.

Si bien los datos no hablan por sí solos es presumible entender la debilidad institucional que atravesó toda la historia de un Estado monolingüe castellano gobernado por una elite blanca y minoritaria cuyos valores iban por carriles completamente ajenos a los del resto de la población.

Ahora bien, tras el triunfo de Evo Morales, esto es, con la llegada al poder por primera vez en la historia de un sindicalista aymara, han abundado las interpretaciones simplificadoras: para la derecha, se trata del avance de la barbarie y del imperio cholo-narco; desde la izquierda romántica neo-hippie y vegetariana, en cambio, se lo piensa como el triunfo de una cosmovisión del mundo solidaria y precapitalista que devolvería al Hombre a su espacio de armonía con la naturaleza.

Ambas interpretaciones son simplificadoras y, por sobre todo, piensan al proceso boliviano como atravesado por identidades y sujetos políticos homogéneos y claramente reconocibles. Es a partir de esta interpretación que los escribas a distancia encuentran en este conflicto el comienzo de las internas que disolvería el granítico bloque indígena que sustenta a Morales.

Sin embargo, las grandes transformaciones llevadas adelante por el gobierno de Evo, nunca estuvieron exentas de críticas desde el interior de su propia base de sustentación, lo cual, aunque es casi una obviedad, sucede en cualquier movimiento político. Y para entender parte de esta problemática bien cabe indagar en los grandes cambios institucionales que son fundamentados por un académico de prestigio como lo es el Vicepresidente Álvaro García Linera.

El pensamiento de García Linera está lejos tanto del intelectual romántico como del que consume exclusivamente recetarios foráneos, y es desde los numerosos trabajos que ha publicado que puede comprenderse mejor el diseño que llevó adelante la reforma constitucional que declaró al Estado Boliviano como plurinacional.

Ahora bien, ¿qué significa que un Estado es plurinacional? Evidentemente, tal denominación choca con el modo en que se constituyeron los Estados nacionales a lo largo del siglo XIX. La cuestión es más o menos simple: el Estado entendido como organización jurídica abstracta generalmente ha coincidido con aquello que llamamos identidad nacional esto es, el conjunto de valores, tradiciones, simpatías e idioma que un colectivo posee. De aquí que muchas veces haya confusiones y se considere que Estado y nación son sinónimos. Sin embargo, el fin de la guerra fría con la lógica de los dos polos de poder definidos por la variable económica, ha derivado en la emergencia de nuevas identidades definidas culturalmente, en impresionantes flujos migratorios y, en algunos casos, en la rediagramación de las fronteras políticas.

Esto, que suele conocerse como el fenómeno del multiculturalismo, permite comprender mejor la posibilidad de Estados compuestos por diversas nacionalidades (Canadá, Bélgica entre otros) o naciones sin Estados (por ejemplo, el caso de los judíos hasta 1948).

Ahora bien, el reconocimiento por parte del Estado de las diversas culturas que habitan en él, si no es mero maquillaje, deriva en leyes que instituyen algún grado de autonomía a estas comunidades, y es aquí donde se plantea lo que en la jerga más técnica se conoce como la problemática del pluralismo jurídico. En otras palabras, si se le da autonomía a una comunidad esto significaría que bajo el territorio en cuestión la ley que rige es la propia y ahí es cuando surge la pregunta acerca de qué sucede si esa ley contradice la del Estado central. Casi intuitivamente, o al menos desde los grandes teóricos de la filosofía del derecho como Kelsen, no parece posible que bajo un mismo Estado convivan dos regímenes jurídicos distintos. Pero, simplificando un poco, es el problema de la tensión que se da, por ejemplo, en toda organización federal pues si las provincias fuesen completamente autónomas se transformarían en un Estado aparte y dado que no lo son, bien cabe preguntarse en qué sentido se las considera autónomas.

En el caso puntual del conflicto en Bolivia, comunidades ancestrales minoritarias exigen que se respete su autonomía sobre esos territorios, lo cual se enfrenta con la también razonable necesidad del Estado central de salvaguardar los recursos naturales de la explotación salvaje de las grandes corporaciones, de generar la infraestructura que ayude a abaratar costos de transporte, y de unir zonas que se encuentran aisladas con el consecuente riesgo para la calidad de vida de los que allí habitan.

Ahora bien, por otra parte, usted podrá preguntarse si el reconocimiento de autonomías al menos parciales, finalmente no resulta coadyuvante al proceso, iniciado en los 90 en toda Latinoamérica, de descentralización en unidades pequeñas cuya razón, en nombre de la efectividad, era el debilitamiento de los Estados centrales. Máxime cuando parece haber pruebas suficientes de la presión de la Embajada norteamericana y de varias ONGs del primer mundo para que estas comunidades en conflicto negocien la extracción de minerales directamente con multinacionales extranjeras sin ninguna interferencia del Estado central.

Pero con el afán de diferenciarse, justamente, García Linera trata de distinguir entre las autonomías y la municipalización propia de la lógica “noventista”, pues estas últimas favorecerían una suerte de atomización que en nombre del respeto a la diferencia acaba creando una balcanización, esto es, pequeños grupos que gobernando la comarca se eximen de la disputa por el control total del poder político y pierden fuerza de negociación.

El difícil equilibrio estará entonces en una ingeniería que pueda hacer frente a las reivindicaciones de las comunidades que buscan una autonomía no secesionista y un Estado central fuerte que deba prevalecer aun cuando sus intereses, muchas veces, choquen con los de esas comunidades. Tal tensión no se puede resolver teóricamente y habrá que inmiscuirse en la práctica, en la coyuntura y en la relación de fuerzas. Siempre, claro está, tomando en cuenta que este tipo de crisis muestra que los procesos políticos de la actualidad son de una complejidad que raramente es captada y que al mismo tiempo tales procesos pueden ser positivos a pesar de incluir dentro intereses heterogéneos, cargar con rémoras del pasado y cometer errores. Suponer que las transformaciones que se dan en Latinoamérica pueden ser puestas en tela de juicio por las contradicciones al interior de los movimientos que la llevan adelante, es cosa de puristas y guardianes morales, ángeles que, con el dedito acusador fácil, son capaces de intentar deslegitimar procesos que lamentablemente no están exentos de tener sus Insfrán, sus Soria, sus Schoklender y una represión desmedida a un grupo de indios que se queja por la construcción de una ruta.