miércoles, 28 de octubre de 2009

Pensando la reforma política (publicado originalmente el 30/10/09 en www.lapoliticaonline.com)

Tras la sanción de la Ley de Medios, el gobierno ha enviado el proyecto de Reforma Política al Congreso. Si pudiera resumirse, la iniciativa propone un sistema de internas abiertas simultáneas y obligatorias tanto para partidos como para los ciudadanos, un nuevo modo de financiamiento de la propaganda y un umbral más exigente de afiliados para que los partidos no caduquen y estén en condiciones de presentarse a una elección.
Expuesta así, la reforma tiene varias consecuencias si bien en general hay buenas razones para indicar que se trata de una reforma que favorecería a los partidos grandes. Tal afirmación se sustenta en el mínimo de afiliados permanentes exigidos (5 por 1000) y en la “alta” cantidad de votos que debiera sacar un candidato en las “primarias” para poder presentarse en los comicios generales (más del 3% del distrito en disputa). Esto es lo que hace que los ansiosos de títulos rimbombantes afirmen que se trata de una nueva negociación entre PJ y UCR para lo que sería una reedición del pacto de Olivos. Está claro que, entre otras concesiones, Menem le otorgó a Alfonsín la introducción de la figura del senador por minoría como forma de eternizar el bipartidismo y garantizar alternancia y un mínimo de representatividad para ambos partidos. Sin embargo, debemos matizar la idea de que la reforma que propone el gobierno de CFK sea enteramente a medida de los partidos tradicionales. Esto tiene que ver con que, al someterse a una votación abierta y obligatoria disminuye la capacidad de los aparatos de los grandes partidos para determinar “a dedo” sus candidatos. Además, permitiría que la ciudadanía no se vea expuesta a dirimir en los comicios generales la interna de los grandes partidos desmembrados como viene sucediendo con el PJ últimamente. Por otra parte, una distribución por parte del Estado del dinero a utilizarse en las campañas (50% igual para todos y el otro resto distribuido proporcionalmente en función de los votos obtenidos en la última elección) favorece a los partidos chicos en dos sentidos. Por un lado, ningún partido pequeño había contado antes con un presupuesto que sea, digamos, como máximo la mitad del de uno grande. En otras palabras, cada dos afiches de Kirchner, tendríamos como mínimo uno de Altamira. En segundo lugar, que sea el Estado el que maneje esos recursos pondría coto a la vehemencia dilapidadora de los candidatos magnates. De esta manera, en un enfrentamiento de la Selección Argentina, deberían mostrarnos la cara de Luis Zamora o los pectorales de Cherasny casi tanto como el tatuaje de De Narváez.
Además, cabe hacerse una pregunta más general y es: si fuese verdad que favoreciera a los partidos grandes, ¿es esto pernicioso para nuestra democracia? La crisis de la UCR y del PJ, la cantidad de dirigentes corruptos e ineptos que llevaron a una crisis de representatividad del sistema mismo, bien podrían ser indicios de una respuesta afirmativa. Sin embargo también es verdad que el único mérito de la nueva política, (salvo contadas excepciones) fue peinar menos canas, es decir, un mérito estrictamente cronológico (o un milagro capilar) y que la multiplicidad de partidos emergentes tras la crisis de 2001 no generó ni propuestas ni cambios demasiado sustanciales. Más aún, en un informe de la cámara Nacional electoral de agosto de 2008, se indica que existen 703 agrupaciones a lo largo de todo el país, de las cuales sólo 219 cumplen con el requisito mínimo de afiliados. A esto agreguemos que en la Ciudad de Buenos Aires hay 15 agrupaciones que ni siquiera suman 10 afiliados (SIC) y que, sin embargo, reciben dinero por parte del Estado.
Para decirlo de otra manera, no resulta esencialmente mala la idea de una reforma en el sistema electoral que ayude a detener la atomización y promueva partidos institucionalmente más fuertes, especialmente, si, como parecemos suponer, consideramos que una democracia de partidos es el sistema menos peor en el que preferiríamos vivir. Lo otro es coyuntura, periodismo de espectáculos aplicado a la política puesto que si bien los sistemas electorales son muchas veces determinantes, como en el caso de la Ley de Lemas en Santa Fe, hasta ahora no han podido por sí solos ganar una elección. Si esto llevará a que Cobos deba resolver la interna en la UCR y si Kirchner tendrá la capacidad de poder doblegar la oposición al seno mismo del PJ para domeñar la tropa díscola debajo del tradicional verticalismo peronista es un asunto bastante menor ya que especialmente resulta claro que la reforma propuesta deberá lidiar con las otras variables que juegan en política, como mínimo a la par, de la determinación de un sistema electoral, esto es: clivajes, sistema de partidos preexistente, etc.
Probablemente no sea esta la reforma profunda que nos merecemos pero resulta sin duda menos trivial que las propuestas de los candidatos de los Medios que, siguiendo los juegos de palabras de la Escuela del Rabino Bergman y Raúl Portal, parecen ser más bien “Medio-candidatos”. En otras palabras, ¿la democracia argentina puede tener un punto de inflexión una vez instaurado el voto electrónico y la boleta única? ¿O se trata simplemente de los dos grandes problemas que tienen los candidatos que saben que Bonelli y Silvestre son útiles para prestar micrófono pero no para llevar las boletas y fiscalizar el Segundo Cordón de Buenos Aires? Por otra parte, ¿resulta admisible el argumento por el cual se indica que esto no es prioridad y que en tanto tal, debiera tratarse después del 10 de diciembre? Es decir, ¿resulta menos importante el contenido de la ley que el hecho de quién levante la mano para votarla?
Así, mientras el oposicionismo se debate en una frivolidad autointeresada, CFK parece decidida a emular la hiperkinética y compulsiva necesidad de imponer la agenda, algo que caracterizó buena parte del gobierno de su marido. En esta coyuntura y para esta oposición, un gobierno decidido a tomar la iniciativa, mal o bien, acertando o no, incluso equivocándose mucho, resulta, de por sí, demasiado.

martes, 20 de octubre de 2009

La pan-succión y el Cleto Verón

La exhortación maradoniana a una suerte de pan-succión, o succión generalizada, dirigida a buena parte del periodismo deportivo recibió, como era de esperar, un fuerte rechazo corporativo. Sin embargo a diferencia de otras situaciones, no dejó de ser llamativa la forma desencajada en la que se recibió las igualmente desencajadas declaraciones del Director Técnico ex Dios.
La particularidad de tal recepción puede obedecer a múltiples factores: en primer lugar, la alusión específicamente genital resulta particularmente enervante para espíritus conservadores que en varios casos canalizan buena parte de sus perversiones con prácticas muy poco amables para las virtudes cívicas del buen ciudadano; en segundo lugar, resultó obvio que Maradona está pagando caro menos su impericia como Director Técnico que su apoyo a la Ley de Medios y al “Fútbol para todos”. Por último, quizás sea un momento de extrema sensibilidad para buena parte de la corporación monopólica periodística tras la aplastante votación en el Senado.
Ahora bien, más allá de la nueva Ley, lo que el debate sobre los medios puso sobre la mesa fue la explicitación de elementos que la teoría de la comunicación ya había encarado y demostrado hace tiempo. El más insólito, es la revitalización de la discusión en torno a si los medios muestran o no la realidad. En este sentido, paradójicamente, las voces que poco inocentemente defienden una visión ingenua de correspondencia total entre Medios y Realidad y sueltos de cuerpo indican que la gente no es tonta y no se deja llevar por lo que dice la TV, fueron las mismas que indicaban que la nueva Ley ponía a los Medios en poder de un Gobierno que los iba a utilizar para engañar a la ciudadanía e inculcarles la visión setentista y revanchista de la crispación cristinista. De este modo, sólo el interés del Gobierno de turno promueve con éxito el engaño a la ciudadanía, no así el interés del privado.
Por otra parte, y sin aventurarme a asegurar que estamos frente a un punto de inflexión, bien podría decirse que, al menos en parte, la credibilidad del periodismo está puesta en tela de juicio como nunca antes. Los programas de archivo, las operaciones de prensa burdas, los videograph insólitos, el despreciable nivel de noteros y máximos responsables de informar, el “PagniGate” y la continua confusión entre libertad de expresión e impunidad de la pluma y el micrófono, hace que difícilmente hoy se pueda comprender una noticia sin leer entrelíneas la conjugación de una red inmensa de intereses contrapuestos.
De aquí que éstos no sean tiempos para la inocencia pues en los momentos donde se tocan intereses, mal o bien, la pretendida objetividad no es ni siquiera un fantasma que merodea nuestro costado culpógeno. Hay una explicitación obscena de los intereses: ya sabemos que Clarín y La Nación no van a mencionar nada del escándalo del espía vinculado a Montenegro, Macri y el Fino Palacios; también sabemos que esa será la tapa de Página 12 aun cuando por primera vez en la historia un plato volador aterrice en la Cancha de Boca y nos dirija un mensaje sorpresa a través de una nueva señal de Cable cooperativa.
También sabemos que en la cobertura de cualquier noticia se construirán personajes estereotipados que representen la maniquea distinción entre “el presidente que quiere la gente” y Kirchner. En este sentido, en cualquier tipo de controversia se privilegiará la versión “moderada”: Así, el Alfonsín muerto, de repente se transformó en un hombre de diálogo; así también, Verón, aquel acusado de traicionar a nuestro país en el mundial de 2002, ahora es la voz del consenso, el que quiere construir la “Selección Argentina de La Moncloa” para así poder mirar hacia adelante, en contraposición a Maradona, ese hombre que lo tuvo todo, pero ahora sólo reproduce en sus dichos la revancha, el odio y un aspecto privado que corresponde a la orientación sexual y la profundísima intimidad del periodista “Toti” Passman.
En este contexto, sin un nuevo manual de ética que devuelva la credibilidad al periodismo no debería sorprender que los argentinos profundicemos la atomización producto de leer y escuchar sólo lo que deseamos y que una vez consumada la próxima derrota de la Selección se convoque a través de SMS a un cacerolazo pidiendo la renuncia de aquel tipo cuyo único mérito ha sido engañar a todo el mundo convirtiendo un gol con la mano frente a los ingleses.

martes, 6 de octubre de 2009

¡Viva la huelga! (publicado originalmente el 7/10/09 en www.lapoliticaonline.com)

En ocasión del conflicto por los despidos en Kraft, firmado por diversas agrupaciones de izquierda, aparecieron una serie de carteles en varias dependencias de la Universidad de Buenos Aires afirmando “Viva la huelga”. Asimismo, desde hace unos días, por otras razones, los grandes Medios comenzaron a cubrir todas las protestas existentes, especialmente aquellas que afectan el tránsito de la Ciudad. La confluencia no debe sorprender puesto que, una vez más, ambos sectores se benefician con la hipótesis del caos. Por izquierda, porque insólitamente se sigue descansando en la idea de que es necesario agudizar las contradicciones; por derecha, porque el caos genera miedo y el miedo, que muchas veces es zonzo, es el principal fundamento para propiciar excepciones que van, casi siempre, en contra de las libertades individuales.
Y sin embargo, ambos enfoques no están totalmente equivocados.
¿Cómo lograr visibilidad si no se molesta? Si no hay “protestódromo neustadtiano”, ¿qué otro lugar mejor que la calle para hacer conocer un reclamo?
Por otro lado, ¿es posible que el pensamiento progresista y de izquierda tenga un desprecio tan profundo por el espacio público? Más específicamente: ¿es posible que no haya clases en el Buenos Aires porque 12 chicos fueron castigados por irse sin permiso o que se tomen las facultades en apoyo a la huelga de Kraft? ¿Los cientos de miles de personas que viajan en el subte todos los días pueden ser rehenes de la interna gremial? Sin ánimo de ofender: ¿Puede ser que 20 tarados se arroguen el derecho de apropiarse de una avenida, un puente o cualquier espacio perteneciente a todos, por cualquier razón?
Los dos grupos de preguntas, los de una visión “más de izquierda” y los de una visión “más de derecha”, están conformados por preguntas retóricas. Sin embargo, resulta obvio que en la práctica hay colisión de intereses y derechos si se sigue al pie de la letra lo que estas preguntas suponen y, para escándalo de los amantes del consenso fácil, (aquellos que afirman que la mejor manera de resolver entre dos extremos, es eligiendo el medio), resulta imposible hallar una solución que “beneficie a todos”. En la práctica “el medio de los extremos” es inasible y más bien el péndulo oscila de izquierda a derecha y viceversa dependiendo el color del gobierno, la sociedad y la época.
Sin embargo, lo que cabe plantearse es cuál es la razón de este regocijo por el caos; regocijo que, como indiqué al principio, beneficia las hipótesis conspirativas tanto del taxista que escucha AM como del estudiante de Ciencias Sociales. Una vez reflexionado el tema, aun admitiendo la misma cantidad e intensidad de conflictos, probablemente el taxista apagará la radio para dejar de oír los “¿Hasta cuándo?” y el cartel de la Facultad que decía “Viva la huelga” indicará “Viva el trabajo”.