lunes, 19 de mayo de 2008

Los auténticos

En la actualidad política argentina suelen oírse una serie de conceptos y terminología propia de aquella tradición romántica que surgió como respuesta al pensamiento iluminista del siglo XVIII.
El romanticismo resaltaba la fe y la religión por sobre la razón; lo espiritual por sobre lo material; lo cualitativo por sobre lo cuantitativo; lo emocional/pasional por sobre lo racional; el elogio de lo natural por sobre la maquinaria del progreso; lo particular como auténtico por sobre lo universal como artificio; el provincianismo por sobre el cosmopolitismo; la espontaneidad por sobre el cálculo racional y “economicista”, etc. Además, muchos autores románticos fueron antecedentes de los nacionalismos más beligerantes defendiendo la idea de “Espíritu nacional” como la esencia que hace a un pueblo ser lo que es. El espíritu nacional se transforma así en una entidad homogénea que subyace a los accidentes históricos y que funda una referencia que permite construir una historia nacional de mitos, epopeyas, santos y héroes que viene a manifestar ese espíritu. De este modo, algunos pensadores románticos, critican al Estado en tanto artificial y rescatan, en cambio, a la nación, esto es, las costumbres, la geografía, la tradición y el lenguaje como el elemento unificador constitutivo del pueblo.
La disputa entre románticos e iluministas llegó al territorio del Río de la Plata, de aquí que no resulte casual que la generación del 37 sea considerada romántica más allá de defender paralelamente muchos principios iluministas. Esta tensión, tan propia de estos lares, reaparece a lo largo de la historia argentina y puede ser útil para notar algunas paradojas de una actualidad en la que la palabra más mencionada es una muy poco romántica: “diálogo”.
El elogio inconsciente de los ideales románticos aparece en varios órdenes. Por un lado, se hipostasia a “el campo”, se le da entidad, voluntad y se lo hace un sujeto claramente delineable y homogéneo. Se lo dota de un espíritu y no se cae en la cuenta de que este espíritu que se presenta como preexistente es siempre construido a posteriori. A esto contribuyó el error de la medida indiferenciada que en un principio adoptó el gobierno, la ignorancia de la clase media porteña y unos vivos y unos idiotas útiles que forman parte de la Sociedad rural y la Federación agraria respectivamente. De este modo, la Argentina parece todo el tiempo disputarse una serie de ficciones esenciales románticas: “nosotros somos el campo”, “nosotros somos la gente”, “nosotros somos el pueblo”. La disputa, claro está, tiene que ver con quién es el representante de la ficción hipostasiada puesto que en tanto tal, la ficción se moverá al compás de quien se imponga como cabeza. Por eso es tan grande la puja y a su vez tan difícil de legitimar: dado que no existe sustento material que dé cuenta de estas construcciones cualquiera puede erigirse como cabeza y cualquiera puede poner en tela de juicio la legitimidad. Por ejemplo, en los últimos días todos dicen representar al pueblo: Moyano, cada una de las federaciones agrarias, los caceroleros de Belgrano y Cristina. De todos estos, el que tiene más legitimidad es ella pues ha sido votada hace muy poco por casi el 50 porciento de la gente. Que tenga legitimidad, claro está, no la acerca a las decisiones correctas ni a la verdad pero al menos, los gobiernos elegidos por el pueblo han sido sometidos en algún momento al escrutinio de todos los ciudadanos. Pero también es necesario decir, que la legitimidad formal, el hecho de haber sido elegido por las urnas, no garantiza a los gobiernos una legitimidad fáctica, en el sentido de que una serie de errores o medidas antipopulares puede generar un descontento que seguramente le quitará caudal político y margen de maniobra. En este sentido, la estrategia de desgastar al campo seguramente será efectiva pero a mi juicio ha tenido costos muy altos.
Como la legitimidad fáctica es difícil de medir, todos construyen sus sensaciones térmicas de manera arbitraria y a través de un movimiento sinecdótico: se designa a un todo tomando sólo una de sus partes. Así 100 manifestantes con cacerolas haciendo ruido en una esquina se transforman en el sentir popular “de todos” y los operadores de siempre hablan de “la gente”.
A la hipostatización de entidades inexistentes y al movimiento sinécdótico debemos agregarle cómo se resaltan otra serie de cualidades románticas. La más visible fue el elogio a la “espontaneidad” como aquello que rescata un perfil de pureza y bondad. El espontáneo es auténtico en franca oposición al calculador que parece seguir una lógica racional y autointeresada.
El exaltamiento de los valores románticos también se vio claramente la última semana en un ámbito que es muy proclive a este tipo de acciones: el fútbol. Un jugador de River tuvo la mala idea de decir que su hinchada no alienta lo suficiente y que en ese sentido es claramente superada por su rival, Boca. Hace algunos años ya, un episodio similar había tenido como protagonista a un jugador de Vélez que se quejó de su propia hinchada por haber sido superada en número y presencia ensordecedora en su propia cancha. Fue el mayor sacrilegio que se le pudo hacer a un hincha. Hubo manifestaciones y escándalos. Al jugador de River lo quieren echar del club, hinchas, dirigentes y periodistas hinchas. Se había tocado el “sentimiento inexplicable” y lo inexplicable, románticamente hablando, es un valor.
Ni que hablar, si de elementos románticos se trata, del acto del partido justicialista en el que asumió Kirchner. La liturgia peronista a pleno, con un presentador que parecía referirse a luchadores de catch antes que a autoridades de un partido político. Referencias a “el pueblo” por doquier en una presentación que no debe ser criticada por anacrónica sino por hacer referencia a una entidad inexistente. La misma falsa referencia es aquella a la que apuntó el campo cuando propuso utilizar las escarapelas arrogándose, como tantas otras veces a lo largo de la historia, el rol de ser “la argentina real y auténtica” frente al “clientelismo vil”. Así no resulta casual que el campo prepare un acto para el 25 de mayo, como también lo hace el gobierno y que empiece a circular ya la idea de “el país del bicentenario”. Parece que en la corta historia argentina los aniversarios seculares exacerban la discusión acerca del ser nacional. Que está discusión se diera en 1910 tenía algún sentido pero darla en 2010 es una repetición más cercana a la comedia.
Entre los intelectuales también hay una solapada discusión en términos de autenticidad romántica. Los que se oponen al gobierno se consideran objetivos, realistas y acusan a los otros de inauténticos, es decir, consideran que nadie puede defender políticas del oficialismo si no tiene intereses directos o indirectos. Es interesante porque no los acusan ni de tontos ni de errados sino de farsantes. La racionalidad es reconocida pero lo que no se les admite es la (supuesta) falta de autenticidad que hace que algunos cerebros cooptados por el dinero y la ideología estén al servicio del mal. Esto es muy interesante porque a aquellos que no están completamente en contra del gobierno ni siquiera se les da el beneficio del error. Se los acusa de venales y de defender oscuros intereses. De este modo, hay un grupo importante de intelectuales, periodistas y opinólogos que no pueden entender que exista otra gente tan respetable como ellos que defienda opiniones distintas. Eso no es posible: la capacidad argumentativa es de muchos pero la autenticidad es sólo de los opositores rabiosos. Al resto de los argentinos no rabiosos se nos adscribe impostura, inautenticidad y mentira.
En este punto me quiero detener. El valor de la autenticidad está en que no admite el error. Quien es auténtico cree no poder equivocarse. Que la pasión por un color sea un sentimiento inexplicable le da una gran mano al que lo exhibe porque no lo deja elegir. No hay argumentos racionales que puedan poner en tela de juicio la autenticidad inexplicable de su pasión puesto que si los hubiera se podría cambiar de camiseta y eso no lo admite el ideal de autenticidad. La autenticidad se presenta como aquello que nos permite contactarnos con la verdad y que sea inexplicable permite soportar mejor las decisiones porque no nos da lugar a ninguna pregunta. La autenticidad es primigenia, original, siempre lejana, lo suficiente como para no saber de dónde viene.
Y en el medio de esta orgía romántica, la gran paradoja es que la palabra más escuchada en las últimas semanas es “diálogo” y el diálogo es justamente muy poco romántico pues supone una racionalidad y una relación entre al menos dos personas que incluye una exteriorización y que no queda circunscripto al ámbito monológico de la espontaneidad auténtica. Esta relación entre hablantes, como ya observaba Sócrates, supone que aquellos que entablan el diálogo están abiertos a la posibilidad de reformular su punto de vista pues la verdad nunca se presenta de forma simple y clara. Hay que trabajarla, elaborarla. De aquí que Sócrates se inclinara por las posibilidades de modificación propias de la oralidad frente a la fijeza del texto escrito.
El gobierno ha cedido, sólo en parte, con los retornos y los subsidios diferenciados además de acuerdos por la carne, etc. El campo pide diálogo pero no ha cedido nunca. Entonces no hay diálogo, hay soliloquios amplificados por transmisiones “en cadena” desde una tarima de Gualeguaychú. Allí, la radicalidad es virtud y los gritos y las amenazas son perdonados, pues son “verdaderos”, son “auténticos”.

3 comentarios:

Unknown dijo...

¿Qué es verdadero o auténtico en la puja Gobierno-campo? Creo que casi nada. Lo que me queda claro es que la estrategia del gobierno es partidizar el conflicto. Obvio que siempre fue político: se trata de la política económica en pugna. Pero los supuestos fallidos encuentros entre unos y otros, y las reuniones en la que se llega a la nada, transitan sobre el camino de poner una vez más la polarización partidaria, típica de los populismos.

Anónimo dijo...

Dante, no estoy de acuerdo con tu apreciación sobre cómo se muestra el gobierno, en apariencia inclinado al diálogo. La muestra es que todo este problema con el campo no sólo se originó por tomar decisiones unilaterales, sino que además, va a seguir haciéndolo. Dirán que está en su derecho, para eso gobierna. Entonces, ¿para qué está el congreso que es dónde se deberían debatir/dialogar (acaso en términos socráticos) sobre algo que afecta a la economía de un país? Creo que la falta de diálogo por parte del Gobierno se demuestra, entre otros detalles, en que todo interlocultor le resulta, de base, enemigo. Sólo quieren subirse a un estrado y bajar línea. Y hablo sólo del gobierno, porque desde ahí se impone un modo y un estilo de hacer política que francamente no comparto, y me preocupa.

Pandora & Zeuz dijo...

Hoy no enriquecemos tu debate.
Simplemente nos preguntamos, por qué no nos diste este artículo cuando tuvimos que estudiar para el parcial?
Saludos!
PyZ