miércoles, 24 de octubre de 2007

¿La Moncloa? Sí, pero ¿cuál la Moncloa?

A una semana de las elecciones presidenciales que, como indican todas las encuestas, llevarían a Cristina Fernández (CF) a la presidencia sin mediar una segunda vuelta, existe un uso y abuso de políticos y analistas respecto de la necesidad de realizar un “pacto de la Moncloa argentino”. Todo el arco político, desde Macri, pasando por Carrió hasta la propia CF, hablan de trasladar a nuestro país el espíritu del pacto que dio origen a la etapa democrática española y del cual, casualmente, en estos días, se cumplen 30 años.
Ahora bien, ¿qué quieren decir estos actores de la política cuando recurren a esta figura del pacto? Aparentemente se trata de sentar unas bases comunes entre los partidos políticos, los sindicatos y los empresarios de manera tal que se asegure una continuidad político-institucional y económica en el mediano y en el largo plazo.
Está claro que pedir un pacto de la Moncloa argentino es políticamente correcto tanto como la idea de consenso y de reconciliación. Sin embargo, seguramente, para los diferentes actores de la política argentina estos términos deben tener significados diversos.
Por lo pronto digamos que el contexto argentino en la actualidad, por suerte, dista mucho de aquel que dio origen al pacto en España: sabemos que la muerte de Franco en el 75 tuvo como herencia inmediata en el plano político toda la inestabilidad propia que sucede a una dictadura que en este caso había durado 40 años; a su vez, en el plano económico había recesión, desequilibrio en la balanza de pagos, inflación y endeudamiento. Esto hizo que en el 77, el gobierno de Suárez firmara un pacto político y económico ratificado por todo el arco parlamentario que sentaría las bases de lo que finalmente sería la nueva constitución española, y catapultaría el despegue económico de España y su “inserción” a Europa.
Trasladado a la Argentina, este pacto “fundacional” parecía más necesario en el 2001 cuando un diario francés tituló “La Argentina no existe más” pero parece exagerado plantearlo en estos términos hoy. Sin embargo, está claro que nuestra sociedad se encuentra lejos de haber eliminado tensiones de lo cual se sigue que tal vez un pacto que recupere este espíritu podría ser importante.
Pero aquí hay varias cuestiones a tener en cuenta. En primer lugar, como es de suponer, seguramente el oficialismo será más reticente a pactar. No sólo porque estamos lejos de una crisis terminal sino porque parece haber un amplio apoyo de la ciudadanía a la gestión. Por otra parte, este oficialismo de extracción peronista sea lo que fuese que este término signifique hoy, parece tener garantizada, por su pertenencia, un margen de maniobra y gobernabilidad alto (algo que no sucedería con la oposición, pues, no debemos olvidar las dificultades que han tenido todos los gobiernos no peronistas para terminar sus mandatos en los últimos 60 años). Pero también debemos tener en cuenta que hace falta una oposición robusta y crítica y no rezongona y rapiñera.
En otras palabras, la posibilidad de un pacto social supone no sólo un gobierno abierto al diálogo lo que, dicho de otro modo, supone aceptar errores; también necesita una oposición dispuesta a aceptar aciertos. Como comenté en un artículo algunas semanas atrás, la única oposición crítica y razonable parece la de Binner en Santa Fe pues tiene la suficiente honestidad para reconocer aciertos sin ser condescendiente ni aliado del gobierno. En el resto de la oposición no veo esa actitud. Más bien, noto que, más allá de la apatía general, conforme se acerca la elección, los bandos parecen radicalizarse entre aquellos antikirchneristas que ven en cada acción de gobierno un elemento criticable y un bando kirchnerista algo miope a la hora de reconocer algunos errores.
Pero, por otra parte, hay una cuestión de fondo que nunca se expone y sería: ¿cuál va a ser el contenido del pacto? Está claro que no resulta trivial esta pregunta y que los actores que lo promueven parecen suponer ingenua o maliciosamente que este contenido es accesible a todos de manera objetiva, que los actores de la negociación, por una suerte de mano invisible y justa, redondearán un acuerdo en el que todos resulten perjudicados y beneficiados por igual. En este sentido me permito ser escéptico y me gustaría ensayar algunos posibles problemas que podrían surgir y que se vinculan con lo dicho anteriormente.
Supongamos que el gobierno se abre al diálogo y allí la oposición examina algunos de los gestos del gobierno. Señalaré los que desde mi punto de vista resultan aciertos importantes de esta gestión algunos de los cuales resultan casi fundacionales. ¿La oposición aceptaría la independencia de la Corte suprema? Supongo que sí. ¿Y aceptaría la política de derechos humanos que entre otras cosas anuló las leyes de punto final y obediencia debida lo que ha permitido juzgar a genocidas como Von Wernich? Ahí ya no estoy tan seguro puesto que, como lo han dicho públicamente muchos representantes de la derecha, “no hay que abrir las heridas del pasado. Hay que pensar en el futuro y reconciliarnos”.
Otro elemento fundacional sería el de la relación con los acreedores internacionales. Este gobierno, contra la opinión generalizada de gurúes y operadores, la cual en algunos casos llegó hasta la mofa, logró una quita del 75% sobre una parte de la deuda. Además comenzó una política de desendeudamiento y posterior independencia del FMI y haría lo propio con el club de París. ¿Qué diría la oposición sobre este asunto?
Otro paso de este gobierno que a mí me resulta positivo pero que no sé cómo sería tematizado por la oposición en el “pacto”, sería la reforma previsional que permitió que se pudiera volver a elegir entre el aporte a las AFJP y el sistema de reparto evitando, creo yo, una de las más importantes estafas con la que nos íbamos a sorprender los argentinos en unos años.
Otro elemento fundacional es el del modelo de país. Este gobierno ha dado algunas señales para intentar retomar la senda de la industrialización lo cual es acompañado por unas medidas de coyuntura como un dólar altamente competitivo. ¿Habrá consenso sobre este punto?
Por último, la interesante política en el área de salud llevada adelante por Ginés García, con la ley de genéricos, la ley de salud reproductiva y el fomento de apertura al debate de temas espinosos y silenciados como el aborto y la eutanasia parecen también de dudoso consenso.
Una vez aclarados los que para mí son aciertos del gobierno viene la pregunta acerca de cuáles son los déficit del mismo, los cuales, supongo, serían señalados por la oposición. Aun suponiendo que hubiera acuerdo en los puntos anteriores (lo cual descarto por completo) cabría preguntarse: ¿no es posible una mayor redistribución de la riqueza? La política económica ha sido eficaz al bajar la pobreza a la mitad pero aún quedan 10 millones de argentinos pobres. Otro punto donde el gobierno ha avanzado pero no lo suficiente tiene que ver con la calidad del empleo: todavía hoy casi el 50 porciento de la población tiene un empleo informal.
Asimismo de la mano del empleo en blanco y la redistribución de la riqueza viene la pregunta acerca de los impuestos. ¿No habría que hacer una reforma tributaria de manera tal que el sistema fuera menos regresivo de lo que lo es hoy?
Otro tema espinoso: los subsidios y las empresas de servicios. Está claro que con el fin de evitar la conflictividad social el gobierno ha estado firme frente a cualquier intento de aumento de tarifas. Claro está que esto, en algunos casos, se ha hecho a base de subsidios que suponen un gasto cada vez más grande para el Estado. Dejar de subsidiar, por ejemplo, los transportes, supondría un aumento de proporción sobre el boleto y, por ende, sobre el bolsillo. Sin embargo, ¿es justo un subsidio indiscriminado por el cual el que toma la línea H a Pompeya paga lo mismo que el que toma la D hasta Juramento? Lo mismo sucede con el gas oil, etc.
Por otra parte, los planes Jefes y jefas de hogar, por suerte, son necesitados por menos gente hoy. Sin embargo, podríamos preguntarnos si es la mejor manera de llegar a los que más lo necesitan y si no sería mejor algún tipo de salario familiar de alcance universal por hijos o alguna propuesta en esa línea.
Un tema recurrente y que seguramente será uno de los que más preocupa es la relación entre los sindicatos y los empresarios. Como bien sabemos, el salario en blanco ha crecido más que la inflación desde 2003 y se ha vuelto a la saludable tarea de rediscutir periódicamente la recomposición salarial. Cada vez que esto sucede, los operadores de prensa dejan entrever la idea de que el aumento de los salarios genera inflación. Lo que no se dice es que en las últimas décadas y hasta el 2003 la proporción de la torta que se llevan los trabajadores ha ido decreciendo y que si bien ha habido avances en esa línea hay mucho terreno por recuperar.
Por último, el gobierno ha dado algunas señales contra las empresas de servicios privatizadas devolviendo al Estado alguna de ellas. Sin embargo, resta discutir una política global que, por ejemplo, nos diga qué hacer con los recursos energéticos que hoy no se encuentran en manos del Estado argentino. Salvo sectores de izquierda, son pocos los que hacen hincapié en este punto.
La lista de tema puede seguir pero temo aburrir. Como se ve, el pacto de la Moncloa argentino supone no sólo un gobierno abierto al diálogo y una oposición no mezquina. Eso es importante pero no resulta tan relevante como el problema de fondo que es: cuál va a ser el contenido del pacto? En otras palabras, ¿es posible que la agenda del pacto sea progresista y que una vez asentados los pasos importantes en la política de derechos humanos, la relación con los organismos de crédito, el sistema jubilatorio, el modelo de crecimiento del país y los avances en el área salud, pongamos sobre la mesa, la redistribución de la riqueza, el sistema de subsidios, la participación de los trabajadores en la ganancia empresarial y las privatizaciones de áreas estratégicas? ¿O sólo vamos a pactar acerca de los grandes “temas” argentinos, esto es, la edad de imputabilidad, el INDEC, el recorte del gasto público y la prohibición de la obesidad y el uso de botox para las candidatas mujeres?

lunes, 8 de octubre de 2007

Mensajes de campaña

En la medida en que me doy cuenta que el pueblo argentino podría, al menos por ahora, eliminar de su dieta habitual rica en frutas y verduras, al tomate y mientras reflexiono acerca de la campaña iniciada por algunos multimedios a partir del mundial de rugby en la que un deporte elitista, misógino, de un nacionalismo rayano en el chauvinismo, violento y con un alto porcentaje de lesiones irreversibles en la columna, se nos intenta imponer como filosofía de vida (ver, por ejemplo, las tapas del diario Clarín o la revista Noticias por citar sólo algunos ejemplos), noté que faltan apenas 21 días para las elecciones y decidí investigar este dicho popular que afirma que “los mensajes de campaña nunca dicen nada”.
Resulta claro, que con la caída del muro de Berlín y la descomposición de los partidos políticos se ha producido un vaciamiento ideológico que se trasluce en los discursos y slogans de campaña. Sin embargo, en otro sentido, las campañas dicen mucho y lo que me propongo hacer es analizar algunas de estas estrategias.
Por ejemplo, en el oficialismo, imagino, los asesores de campaña se enfrentan al gran dilema: ¿cómo hacer que Cristina se presente como una continuidad sin sobresaltos que acapare los aciertos del gobierno para generar un clima de confianza y estabilidad, y, al mismo tiempo, no aparecer como parte de una estructura oficialista que sobrelleva algunos costos políticos a partir de los errores cometidos y que se encuentra algo desgastada como cualquier gestión?
La respuesta a tal interrogante fue “el cambio recién comienza”. De este modo, el oficialismo se apodera de la idea de “cambio y renovación” siendo status quo. La estrategia me parece inteligente pero me lleva a preguntarme por qué es tan importante ser los agentes del cambio. En otras palabras, ¿por qué la novedad es intrínsecamente buena? Verdaderamente es algo que me lo pregunto desde el 2001. Allí empezó a florecer la siguiente taxonomía disyuntiva: “vieja política o nueva política”. Parecía claro que la vieja política había fracasado pero qué garantía había de que lo nuevo fuera mejor. Me llamaba la atención cómo términos descriptivos como “viejo” y “nuevo” escondían el juicio valorativo “malo” y “bueno” respectivamente. Así no resultaba sorprendente que desde el socialista Roy Cortina hasta Macri, se disputaran el espacio de la nueva política sin darnos buenos argumentos acerca de su superioridad. En principio, su único mérito parecía generacional: o eran más jóvenes o había llegado después a la política. Habría que indagar en las razones culturales que hacen que consideremos que la novedad es siempre algo mejor, pero es un prejuicio que lo tenemos incluso hasta cuando nos cortamos el pelo o nos compramos una nueva camisa y decimos “Me renové, ¿no me ves mejor?” Por suerte, la gente que nos responde nos aprecia y nos dice que sí pero en política, cuando lo que está en juego es el futuro de un país, deberíamos ser algo más críticos para no caer en esto que bautizaré la “falacia de la novedad”.
En cuanto a la oposición, un análisis de todos los mensajes conllevaría una extensión incómoda para el lector. Dejando de lado las tristes escenas de candidatos con zapallitos, tomates y papas en la mano denunciando el bochornoso índice del INDEC, me centraré en las publicidades que más me llamaron la atención por diferentes razones. Una publicidad que me resultó curiosa y hasta me despertó una mueca irónica fue la de Melconián. El candidato a senador por el PRO en Capital, con buen tino, trata de sacar rédito del caudal de voto macrista obtenido hace poco tiempo y su estrategia es similar a la que el partido utilizó inteligentemente y que tan buenos resultados le dio.
Allí, tanto en TV como en radio se puede oír y ver “Con Mauricio y Gabriela, Carlos Melconián Senador”. Es famoso el discurso en que hasta el propio Presidente de la nación se ocupó de señalar que la estrategia del PRO en la campaña para la Jefatura de Gobierno hacía hincapié en el nombre de pila del candidato para desligarlo de un apellido vinculado con un pasado oscuro de filiación menemista, negociados con el Estado y contrabando. Todavía resuena el “¡Recuerden! Mauricio es Macri”. El spot de Melconián me resultó curioso y lo pensé como en aquellos juegos en donde ponen a prueba el ingenio a través de ejercicios de inferencias o analogías. En este caso, se trata de un juego de analogía: si de las primeras dos personas (“Mauricio” y “Gabriela”) sólo se menciona el nombre de pila, análogamente debería hacerse lo mismo con la tercera persona en cuestión (“Carlos Melconián”). De este modo, el spot quedaría así: “Con Mauricio y Gabriela, Carlos senador”. Expuesto así me acabo de dar cuenta por qué los publicitarios del PRO no fueron precisos con la analogía puesto que de haberlo hecho hubieran logrado que la ciudadanía trajera a su mente al “Carlos” más famoso de los últimos tiempos (Menem) lo cual podría a su vez recordarle que fue precisamente Melconián el que hizo campaña junto al riojano en 2003 y quien iba a ser, cosa que finalmente tras la derrota en manos de Kirchner no sucedió, su ministro de economía.
Siguiendo con estos detalles curiosos del lenguaje de la campaña, noté que detrás de una parada de colectivo había un cartel de lo que, creo, es la Juventud comunista revolucionaria (JCR) que decía “No votes, impugná o ni vayas”. Resultaba claro que por el tipo de expresión se dirigía a una población joven más dispuesta a la desobediencia civil (recordemos que el voto es obligatorio en Argentina). Pero lo que más despertó mi curiosidad fue que por esas casualidades que a veces uno se resiste a creer como tales, al lado de ese cartel había uno del ya mencionado Carlos Melconián en el que simplemente figura su nombre, su filiación y el número de la lista. Si hay algo de lo cual nunca me percaté es el número de las listas pero éste me llamó la atención: no se trataba de la lista 1, 2 o 3 sino de la 503. Número raro, difícil de recordar para una lista. Pero allí establecí un vínculo con el cartel de la JCR y tuve un súbito recuerdo, de aquellos tan inútiles como un número de teléfono de una ex novia que ya no vive más en su antigua casa. Recordé (que alguien me lo haga saber si mi memoria me engaña) que la lista de Macri para la jefatura de gobierno era un número parecido a este: era el 502. Y por esos mecanismos absurdos e insondables de mi cabeza me retrotraje a ese movimiento que en plena crisis de credibilidad de los cuadros políticos se autodenominó “Movimiento 501”. El movimiento 501 proponía, ya que no ir a votar está prohibido, viajar más de 500 kilómetros (es decir 501km) como señal de protesta ante la calidad de nuestros políticos. El movimiento fue minoritario y duró lo que un suspiro de pánico (es decir, un poco más que un suspiro normal) pero me ayuda a entender todo lo dicho hasta aquí: tras la crisis de credibilidad de los políticos, algo que algunos ingenuos y otros maliciosos intentan endilgar a la política como actividad, forma de gestión, participación y condición necesaria para ser libres, lo que viene es el PRO. De este modo, el paso posterior a la debacle de los partidos (el 501, el 502, el 503), lo que está más allá de la política, es la falta de participación ciudadana, la administración neutral de un ingeniero gerente y la fantasía de muchos economistas de que los problemas de los países se resuelven con una calculadora. De este modo, la conjunción de apatía y desidia ciudadana, pulcritud, cálculo y criterio empresarial, es lo que está más allá de la política y lo que parece perfilarse como el deseo de algunos argentinos. Así, la Argentina no parece ser la excepción al fenómeno propio de muchos países sudamericanos que, en las últimas décadas, en vez de resolver los problemas de la política con más política, deja espacio al surgimiento de magnates “apolíticos” de derecha centrados en un discurso en el que la eficiencia y la seguridad parecen las únicas virtudes ciudadanas a tener en cuenta.
Ahora que ya sabemos que después del 500 venía el 501 libertario, el 502 gerencial y el 503 de la calculadora de suma, resta y, por sobre todo, de división, no quiero imaginar qué nos deparará el destino con el 504, el 505 y el 506. Para averiguarlo, tal vez haga falta prestar atención a algunos mensajes de la campaña que, al fin de cuentas, parecen decir, implícita o explícitamente, mucho más de lo que creemos.