viernes, 31 de enero de 2014

Pasado, presente y futuro de una devaluación (publicado el 30/1/14 en Veintitrés)

Al momento de escribir esta nota se ha producido la mayor devaluación del peso en toda la administración kirchnerista. Más allá del importante salto del jueves y viernes de la semana pasada, si se toma como referencia el 1 de enero de 2013 hacen falta 60% más de pesos para comprar un dólar. Esto contrasta claramente con lo que había sucedido años anteriores pues en 2008 la devaluación del peso había sido de 9,46%, en 2009 de 10,37%, en 2010 de 4,70%, en 2011 de 7,48% y en 2012 de 14,39%.
Comparado con la inflación que los diferentes actores económicos toman en cuenta, en los últimos años el retraso del valor del dólar fue evidente y tampoco estuvo ni cerca de los acuerdos de las paritarias que como mínimo igualaban los cálculos de inflación más pesimistas. En eso, puede que la ortodoxia liberal haya tenido razón además de enormes intereses, claro está.     
¿Y la pregunta central es por qué hubo este salto abrupto? Estoy seguro que no seré original pero, desde mi punto de vista, al retraso cambiario que genera problemas de competitividad hay que agregarle al menos 2 elementos más.  El primero: la estrategia de devaluación por goteo no resultó la más adecuada para este contexto pues ayudaba al peor de los escenarios: exportadores que no liquidan sus dólares especulando con que la devaluación no tenga techo e importadores que adelantan sus compras bajo el mismo diagnóstico.  En este sentido, eran varios los que en el entorno del propio gobierno, en voz baja, recomendaban un “sacudón” hasta un valor firme que parece ser los 8 pesos.
Y el segundo elemento fue la sorpresa de la aparición de un mercado ilegal muy pequeño pero que gracias a una enorme campaña de instalación logró transformarse en la referencia. Para decirlo de otra manera, se puede acordar con que el precio del dólar estaba bajo pero está claro que su valor no es 13 pesos, techo que marcó el dólar ilegal que algunos llaman glamorosamente “blue”.
Si bien es de suponer que cualquier tipo de restricción ayuda a la aparición de mercados ilegales paralelos, el fenómeno de una prensa que tomó el veleidoso y caprichoso número de ese mercado para cuantificar el deseo de los sectores exportadores fue eficaz en el ciudadano de a pie y prácticamente paralizó algunos mercados como el inmobiliario que nunca dejó de publicar en dólares las propiedades.
En este sentido, con la liberación de los dólares para el atesoramiento según capacidad contributiva, es de esperar que la ciudadanía tome mayor conciencia de que el mercado “blue” no es otra cosa que un mercado ilegal manejado por “5 vivos” que hacen negocios con la incertidumbre y la histeria de la gente.
Dicho esto, no parece razonable detenerse demasiado en el ejemplo vergonzoso de Shell comprando dólares a un precio mayor que el que figuraba en pizarra con la pretensión de hacer un pequeño aporte en la suba del precio del dólar aun a costa de un mal negocio inmediato. Porque es un excelente ejemplo para notar cómo se puede ayudar a una corrida pero por sí mismo no puede explicar la devaluación. Pues si una compra de 3 millones de dólares hiciese tambalear a un país con 30.000.000.000 en reservas, la enorme lista de empresarios enfrentados al gobierno lo hubiera hecho mucho antes.
Respecto a lo que viene, las próximas semanas serán clave porque el gobierno tendrá que demostrar, contra la enorme embestida de los mercados, que el precio del dólar es el que se acaba de establecer. Esto pondrá freno a las expectativas, ese elemento tan subjetivo y caprichoso que los economistas pretenden presentar como objetivo y preciso. En ese sentido, puede ayudar que el mes que viene se presente una nueva medición de los índices de precios porque el costo de credibilidad que pierde el gobierno cada mes es demasiado alto e injusto en tanto son muchos los que aviesamente toman los controvertidos números del INDEC para poner en tela de juicio todos los otros números del gobierno.
Pero es en lo que viene después de la fijación del precio del dólar donde estará la disputa más importante. Porque toda devaluación tiene costos sociales. En este sentido, cuando hay una devaluación hay que preguntarse de cuánto es y quién la va a pagar. En cuanto a la primera pregunta, el Ministro de Economía recordaba que la devaluación del “Rodrigazo” fue de 719%, la de 1981 fue de 226%, la de 1989 fue de 2038% y la más cercana, en 2002, llegó al 214%. De aquí surge que no hay punto de comparación entre la aceleración de la devaluación de los últimos meses con los casos paradigmáticos de la Argentina de los últimos 40 años.
En cuanto a la segunda pregunta, el gobierno tendrá que utilizar todas las herramientas que posee y más aún para lograr que la depreciación del peso no vaya en detrimento del recuperado poder adquisitivo que se logró en estos 10 años. Hacer un seguimiento obsesivo del acuerdo de los precios cuidados y trabajar seriamente sobre la incidencia de los costos importados en algunos productos será un trabajo arduo pero necesario para la Secretaría de Comercio. Asimismo, demandará que todos los actores en juego lleguen a un acuerdo de paritaria razonable y por tal entiendo que el sueldo del trabajador no quede demasiado rezagado.
Por último, cabe preguntarse algo que no he visto demasiado trabajado, esto es, ¿el gobierno ha decidido voluntariamente llevar el dólar a 8 pesos o fue empujado por los mercados? Aceptar esto último supondría una debilidad pero creo que es el caso. En otras palabras, el gobierno no ha tenido otra salida que la devaluación, lo cual no se explica por una supuesta naturaleza de las cosas ni de la economía sino por la presión de los grandes capitales. De ser así, y si tomamos un antecedente de derrota mucho más profundo como el de la 125, el kirchnerismo siempre ha salido del laberinto saltando o demoliendo paredes, esto es, profundizando. Ya sabemos las medidas que vinieron tras la derrota en las elecciones de 2009 y no sabemos cuáles pueden venir ahora pero a juicio de este humilde opinólogo, una mirada heterodoxa de la economía y la inflación, lleva necesariamente a hacer menos énfasis en el gasto público y en la relación reservas-circulante que en el proceso de las cadenas de valor. En este sentido, se debe avanzar en un proceso largo y complejo contra la oligopolización de algunos sectores, en especial, el vinculado a los alimentos pues, como muestran distintos estudios, el nivel de concentración en este sector comenzó a profundizarse en los años 90, tuvo su pico en la crisis de 2002 y prácticamente no disminuyó en los años subsiguientes. Asimismo, no resulta descabellado retomar algunas experiencias históricas como la Junta Nacional de Granos adecuándola a estos tiempos y a estas necesidades. Ni que hablar, por supuesto, si se pudieran llevar a cada barrio mercados populares con precios similares a los que ofrece el Mercado Central, medida que siempre estuvo girando entre algunos funcionarios pero que por diversas razones no se llevaron a la práctica. Ninguna de estas medidas tendrá un camino limpio de resistencias. Mirando quiénes serán los que primero se opongan puede que tengamos un indicio del valor de las mismas.               



sábado, 25 de enero de 2014

Mandar y hablar (publicado el 24/1/14 en Veintitrés)

¿El gobierno ha decidido estratégicamente cambiar la forma de comunicar o estamos todavía ante la situación coyuntural de una presidenta que continúa con la recuperación física tras su operación? Difícil ser concluyente al respecto pero, sin dudas, es ostensible la diferencia entre aquellos años en los que la presidenta tenía una enorme exposición pública diaria y estos meses en los que sus apariciones son esporádicas.  Por las razones que fueran, el hecho de retirarse de los primeros planos de la comunicación, delegando en otros funcionarios esa labor, ha dado lugar a las más curiosas observaciones. Porque, en algún sentido, la comunicación gubernamental hoy transita por los carriles que la prensa hegemónica tanto le exigía: conferencias de prensa diarias del jefe de gabinete, declaraciones asiduas de un ministro de economía más fuerte que sus antecesores y de cualquier otro ministro o funcionario que la prensa requiera. El resultado de este cambio es que los que querían preguntar ahora pueden preguntar todos los días y eso expuso que su rezongo obedecía menos a las escasas conferencias de prensa que al contenido de las respuestas que se dan en las mismas. Pero, claro está, con el correr de las semanas, políticos y periodistas opositores unieron su voz buscando instalar el interrogante acerca de la gobernabilidad de la Argentina proyectando, ansiosos e impacientes de temerosos que son, un final precipitado de la administración kirchnerista. La argumentación era bastante simple: como el gobierno de CFK se ha caracterizado por una alta exposición pública de la presidenta, el hecho de que esto no esté sucediendo implica que la presidenta ya no gobierna, o no está en condiciones de hacerlo. Digamos que el razonamiento no será recordado por su brillantez pero en un enero en el que no pasa nada más que los buenos culos de siempre en la playa, se puede permitir.  
Pero si se ahonda un poco más en esta línea argumentativa se podrá observar la equiparación que se hace entre el gobernar y la constante exposición pública, como si gobernar fuese, más bien, una incesante catarata de actos públicos con discursos y discursos y más discursos.  Insisto en que el cambio ha sido abrupto pero de allí no se sigue necesariamente que la desmesurada exposición pública sea signo de un primer mandatario presente. Podría llenarse esta página con distintos casos, con diferentes estilos y mucho menos expuestos que, para bien o para mal, guste o no, gobernaron en la Argentina y en el mundo.
Con todo, quizás podría haberse dado el caso de que, reflexionando, tras la operación, la presidenta interpretara que ese enorme esfuerzo físico diario no era tan necesario y que debía delegar en otros hombres y mujeres esa labor; o quizás, simplemente, tras recuperarse plenamente volverá a la modalidad a la que nos tuvo acostumbrados. Yo no sé cuál de las dos opciones es la correcta, aunque por lo que uno ha visto actuar a la presidenta difícilmente podamos pensar una CFK retirada de las apariciones públicas y los discursos que marcan doctrina. Más allá de eso, si fuese su consejero, humildemente, advertiría que apariciones más esporádicas y en ocasiones especiales pueden resultar incluso más efectivas que las intervenciones diarias. Pues en las condiciones actuales de concentración de propiedad de los medios de comunicación, la enorme exposición puede ser la excusa perfecta para que las tergiversaciones transformen a una figura en el objeto de ira e indignación casquivana de una audiencia con alta propensión y necesidad de ira e indignación casquivana.      
Pero volvamos a la relación entre el “mandar” y el “hablar” pues resulta curioso que la equiparación de ambas acciones se dé solo cuando nos referimos a la política y no cuando nos referimos a otros ámbitos donde se habla y se manda mucho también. Pienso en las grandes empresas, por ejemplo, esas grandes empresas con intereses económicos diversificados que incluyen medios de comunicación. ¿Usted se imagina a esos grandes dueños teniendo que hablar para demostrar que mandan? Y ni siquiera me refiero a hablar públicamente sino a hacerlo al interior de la empresa. ¿A alguien se le puede ocurrir que Bartolomé Mitre o Héctor Magnetto necesitan hablar para demostrar que mandan? ¿Y qué de los Paolo Rocca o los Franco Macri? ¿Acaso no veríamos como una muestra de debilidad el hecho de que estos personajes tengan que salir a hablar?  Es más, diría yo, la característica del poder inteligente es el silencio, un rey bien guardado que no tiene que salir a cazar alfiles, torres ni peones. Algo que se agiganta en el contexto del capitalismo financiero, ya que allí ni siquiera se sabe de quiénes son algunas empresas o qué parte del paquete accionario le corresponde a quien. Y sin embargo a nadie se le ocurre decir que en esas empresas hay acefalía. Todo lo contrario: cuanto más desperzonalizado,  cuanto menos se hable y cuanto más en las sombras esté el poder, mejor.
Usted me dirá que estoy comparando lo incomparable. Eso es verdad solo en el sentido de que un presidente en tanto funcionario público está obligado a publicitar sus acciones. Pero nadie pone en cuestión eso. De lo que estamos hablando es de que la exposición pública no es sinónimo de presencia en el mando y de que existen infinidad de formas de rendir cuentas públicas sin una enorme exposición. Equiparar la presencia en el poder con las apariciones públicas habituales sería aceptar la lógica mediática que supone que todo lo relevante políticamente sucede en y a través de los medios. Sería llevar el ágora a los estudios de televisión y sobredimensionar el marketing y la cultura de la imagen, elementos centrales de toda actividad humana en el mundo actual, pero incapaces de explicar por sí mismos la compleja red variables que entran en juego en una administración política. 

Pero a su vez el gobierno no puede dejar de comunicar y menos puede prescindir de una oradora extraordinaria como CFK. De aquí que el kirchnerismo esté en un dilema: por un lado, para poder contraponerse a la hegemonía de la prensa opositora y en aras de evitar una comunicación mediada por la nunca transparente intervención del periodismo, tiene que exponerse en demasía y centralizarse en la figura de CFK. Esto, claro está, tiene como consecuencia que no haya fusibles y que todo, lo bueno y lo malo, pase por la voz y el cuerpo de ella. Por otro lado, si renuncia a las intervenciones diarias, la lógica periodística que entiende que lo real es sólo aquello que es reflejado por los medios, instalará rápidamente la idea de ausencia de poder, de una presidenta abatida y un fin de ciclo tan profundo que ni siquiera debería respetar los tiempos institucionales de un sistema democrático. Por cuál de los cuernos de este dilema se inclinará el kirchnerismo es una incógnita. Y en este escenario no encuentro otra manera de cerrar que recurriendo a una frase de Gilles Deleuze ya utilizada en esta columna: “No hay lugar para el temor ni para la esperanza: solo hace falta buscar nuevas armas”.   

domingo, 19 de enero de 2014

La neolengua que viene llegando (publicado el 16/1/14 en Veintitrés)

Epígrafe: La intención de la neolengua no era solamente proveer un medio de expresión (…) sino también imposibilitar otras formas de pensamiento. Lo que se pretendía era que una vez que la neolengua fuera adoptada de una vez por todas y la vieja lengua olvidada, cualquier pensamiento herético (…) fuera literalmente impensable (…) en tanto que el pensamiento depende de las palabras (De la novela de George Orwell, 1984).


Mensajes efectistas y cada vez más breves; operaciones de prensa para nada sutiles en las que la información es varias veces regurgitada para una audiencia que busca el entretenimiento de la indignación; referentes políticos que dejan de ser ideales para ser imaginados por cultores de la imagen. Hablamos, claro está, de la forma en que se hace política en el siglo XXI, forma que surge de la complicidad de las grandes corporaciones de medios con una buena parte de la clase política.
Para no reflexionar en abstracto les daré algunos datos sorprendentes. Según Manuel Castells en su libro Comunicación y poder, los slogans y mensajes de campaña de los candidatos en Estados Unidos pasaron de un promedio de 40 segundos en 1960, a 10 segundos en los años 80 y a 7,7 segundos en la primera década del siglo XXI. Y tal tendencia se confirmó en todos los países donde este tipo de estudios se realizaron, a saber: Reino Unido, Nueva Zelanda y Brasil, entre otros.
El desuso de la capacidad comunicativa de la palabra viene de la mano de una cultura que desde hace varias décadas viene privilegiando el terreno de la imagen. Sin dudas, no descubro nada al respecto pero valga como ejemplo el señalamiento que Horacio González hace en Historia conjetural del periodismo cuando refiere a lo sintomático de la utilización, en los medios gráficos, de las infografías (esa particular forma de presentar las noticias en la que la subestimación del lector se pone de manifiesto en un mensaje cada vez más empobrecido, con un manojo de palabras que son encorsetadas en una ilustración). En palabras del propio González: “Por eso, un tacaño destino de ahorro, pedagogía y simplificación, impulsa el actual recurso periodístico a la infografía. La pérdida de creencia en el lector y en la escritura ha llevado a homenajear la economía del tiempo lectural en la forma de picturas que tienen el aire de realismo neolítico pero no su vacilante ingenuidad”.
El desprecio por la palabra también está asociado a cambios tecnológicos y hábitos sociales y de consumo. Tómese el modo en que la irrupción del vértigo de links que acerca la web ha hecho que sea cada vez más difícil centrar la atención en un texto y que el acercamiento a las noticias sea simplemente una lectura de titulares o, a veces, simplemente, el acceso a un video en el que unas imágenes descontextualizadas sirven de apoyo a la desinformación antes brindada. Asimismo la absurda lógica de cafés y lugares de paso que en Argentina incluyen televisores en voz baja clavados en una señal de noticias, ha hecho que la cultura del zócalo se transforme en el primer y, a veces, el único acercamiento a la noticia.      
 Esta lógica del capitalismo modo siglo XXI con una sociedad tan estimulada como desinformada, paradójicamente me recuerda una de las advertencias de un libro clásico que denunciaba el autoritarismo de los regímenes comunistas. Me refiero al ampliamente citado 1984 de George Orwell. Como usted seguramente recordará la historia de El Gran Hermano, me voy a situar simplemente en un elemento que parece secundario en la novela pero que tiene una potencia simbólica enorme. Hablo de lo que el autor denominó acertadamente “neolengua”. La idea es interesantísima y se suma al de la existencia de un Ministerio de la Verdad en el que expertos del Partido se ocupaban de modificar los diarios del pasado según las necesidades del presente. El Ministerio de la Verdad ha pasado a la posteridad como emblema de aquellos gobiernos que resignifican la historia según su conveniencia y muchas plumas adherentes al republicanismo liberal han utilizado esa figura para referirse a los gobiernos populistas de Latinoamérica.  
 Pero la neolengua tiene interesantísimos presupuestos filosóficos muy útiles para nuestras reflexiones, a tal punto que Orwell le dedicó un extenso apéndice del libro. Según el autor de Rebelión en la Granja, dado que se piensa a través del lenguaje, una modificación cultural total solamente podría darse si se pudieran reemplazar las categorías que expresaban la cosmovisión anterior. Esto significa que no se trata de una simple traducción de una lengua anterior a una actual. Se trata de crear un sistema que exprese una nueva forma de ver la realidad capaz de sepultar para siempre su antecesora. Del mismo modo que toda revolución lo primero que hace es modificar el calendario para arrogarse la instauración de un tiempo cero y para arrojar del otro lado de la historia a aquel régimen superado, es necesario reemplazar el viejo lenguaje por uno nuevo.        
En palabras del propio Orwell: “Aparte de la supresión de palabras definitivamente heréticas, la reducción del vocabulario por sí sola se consideraba como un objetivo deseable y no sobrevivía ninguna palabra de la que se pudiera prescindir. La finalidad de la neolengua no era aumentar, sino disminuir el área del pensamiento, objetivo que podía conseguirse reduciendo el número de palabras al mínimo indispensable (…) Cada reducción era una ganancia, ya que cuanto menor era el área por escoger, más pequeña era la tentación del pensar. En definitiva, se esperaba construir un lenguaje articulado que surgiera de la laringe sin involucrar en absoluto a los centros del cerebro”.
En mi caso particular no soy partidario compulsivo de aquellas teorías decadentistas que afirman que los lenguajes juveniles que utilizan tan abusivamente canales de comunicación que imponen restricciones como los SMS en un celular o los famosos 140 caracteres de Twitter, derivarán necesariamente en una suerte de generación mutante tan embrutecida como conectada. Puede que sí pero siempre me generaron cierto escozor las teorías “del todo pasado fue mejor”. Lo que sí resulta preocupante es la inevitabilidad deshistorizada de la cual partimos para reflexionar sobre fenómenos que tienen una incidencia cotidiana. La neolengua de la imagen y de la economía de la palabra que acaba con la pluralidad de significados y de interpretaciones para responder uniformemente a una manera de ver el mundo está reemplazando nuestra herencia cultural y política que proviene de aquella Ciudad-Estado ateniense que sobresalía de las demás por la importancia que la palabra tenía para la política y la democracia. Así que a no confundirse. No sea cosa que el viejo adagio “una imagen vale más que mil palabras” sea la frase que inaugura el diccionario de la Neolengua que aprendemos todos los días en cada interacción con los medios de comunicación.     























jueves, 2 de enero de 2014

Milani y las internas (publicado el 26/12/13 en Veintitrés)

Hay hechos alrededor de los cuales, y por determinadas circunstancias, se condensan prácticamente todas las disputas internas de los principales actores políticos de un país. Uno de estos hechos ha sido, sin duda, la aprobación del pliego que asciende a César Milani a Teniente General del Ejército.
El diario La Nación, por ejemplo, en su editorial del 17 de diciembre, acusa al kirchnerismo de incoherente y de utilizar los derechos humanos como justificación para la persecución ideológica. No conforme con esto, además, exige el rechazo del ascenso afirmando lo siguiente: “Con la aspiración de convertir a los militares en militantes, Milani hace reaparecer la febril ensoñación carapintada de transformar al Ejército en una montonera, es decir, en la organización armada de un movimiento político. Con la fantasía de este general, el kirchnerismo agrega otro rasgo familiar con el chavismo, que concibió a las instituciones castrenses de Venezuela no como un dispositivo de defensa sometido a la regla constitucional, sino como la dimensión castrense de una experiencia política específica”.
Remarcar el punto de vista de este diario resulta de relevancia pues, por razones que se verán a continuación, el debate está siendo marcado por las críticas que se han hecho “por izquierda” al tiempo que se le ha dado nula cobertura a lo que se dice desde la derecha. Así, no debe pasarse por alto que Milani genera un enorme escozor en los sectores más conservadores de nuestra sociedad. Y el pánico de éstos parece basarse en palabras como las que Milani pronunciara el 3 de julio de 2013 al asumir como Jefe del Estado Mayor del Ejército. Allí, entre otras cosas, indicaba: “Pretendo aquí un Ejército maduro, (…) para acompañar el Proyecto Nacional que hoy se encuentra vivo e instalado en el corazón y la mente de los argentinos (…) Un Ejército Sanmartiniano,  profundamente comprometido con los valores de la argentinidad, la democracia y los derechos humanos. (…) Queremos un Ejército unido, integrado con las otras Fuerzas Armadas  y comprometido con la sociedad a la que se debe, con el único fin de contribuir con el bien común de los argentinos y profundizar nuestra hermandad con los países de la Gran Patria Sudamericana. (…) Señora Presidenta, sepa de mi compromiso y el de todo el Ejército con las políticas de transformación emprendidas por usted”.

Oír de boca de un alto mando del ejército palabras como éstas, genera, por lo menos una sorpresa que, claro está, para ciertos sectores es motivo de indignación. 
Ahora bien, si se sigue recorriendo el amplio espectro de posiciones e internas (en algunos casos hasta personales) que se han dirimido en torno al ascenso de Milani, cabe mencionar la de aquellos sectores que en los primeros años del kirchnerismo formaban parte de él o al menos simpatizaban con él. Esto incluye desde referentes asociados a la tradición liberal republicana, pasando por hombres y mujeres que levantan banderas de izquierda aliándose al revolucionario Alfonso Prat Gay, para llegar a periodistas que votan al Partido Obrero al tiempo que trabajan, promueven y acuerdan con la agenda y los intereses del multimedio Clarín. Estos sectores, desde hace un tiempo, hablan del “relato” y son los que acusan al kirchnerismo de haber buscado en los derechos humanos una mascarada desde la cual poder legitimar una política conservadora, a pesar de que los casi 500 represores sentenciados por crímenes de lesa humanidad vienen comprobando que esos barrotes con los que conviven día y noche no se comen, no son de cotillón ni son parte de un cuento de ficción.
Pero sin dudas, el mayor conflicto se dio entre diferentes actores políticos afines al gobierno. En primer lugar, apareció, en referentes culturales y hasta en políticos aliados, una perspectiva clásica de cierto progresismo antimilitarista que muchas veces cae en críticas políticamente correctas para lavar la culpa que sienten por ser oficialistas. En segundo lugar, lo más significativo: la impugnación del CELS de Horacio Verbitsky. Esta ONG ha acompañado las políticas gubernamentales pero esta vez se opuso con firmeza. Sin embargo ha sido bastante zigzagueante el accionar del CELS particularmente en este caso pues en los anteriores tres ascensos de Milani no hizo ninguna presentación ni impugnación. Esto significa que el CELS se equivocó antes o se equivoca ahora aunque una explicación de este comportamiento la dejó entrever Miguel Ángel Pichetto quien como Jefe de bloque oficialista en el Senado indicó "¿Milani era bueno cuando estaba en el Ministerio de Defensa y de pronto es un personaje deleznable cuando no está acompañando a Nilda Garré?" El vínculo de la exministra con Verbitsky es conocido y las palabras del senador rionegrino estaban, sin dudas, dirigidas al periodista de Página 12. Pero la posición de Verbitsky como referente del CELS resultó más confusa aún cuando en su nota del domingo 22/12/13, el autor de Un mundo sin periodistas, indicó que la argumentación del bloque oficialista se había basado, equivocadamente, en la presunción de inocencia (pues, recordemos, Milani no está imputado ni procesado en ninguna causa vinculada a violación de derechos humanos, al menos, hasta ahora). Para Verbitsky, entonces, el oficialismo no entendió que en el Senado no se estaba juzgando lo que se debe juzgar en la justicia penal sino la idoneidad para ocupar el cargo político de Teniente General. Verbitsky lo dice de este modo: “Lo que Milani haya hecho como subteniente es objeto de procesos judiciales, que determinarán si le corresponde una condena, a lo que nadie debe adelantarse. Lo que se debate desde que su pliego ingresó al Senado es su idoneidad como general y su apego a los principios democráticos imprescindibles para ocupar la jefatura de Estado Mayor del Ejército. Por eso, cuando Milani pidió formular su descargo, el CELS no lo interrogó sobre las causas penales sino respecto del contexto en que los hechos sucedieron y las valoraciones que hoy le merecen. Por propia voluntad agregó respuestas a preguntas que el CELS no le hizo”. 
Ahora bien, si acordamos que lo que está en juego no es lo que está en la justicia, sino la idoneidad para ocupar el cargo, algo que, claro está, es determinado por la decisión política de CFK, ¿desde qué lugar el CELS considera legítimo poner en tela de juicio esa decisión? Lo digo de otra manera: la gran trayectoria del CELS en la defensa de los derechos humanos con grandes aportes que tuvieron su consecuencia en los tribunales y transforman a esta organización en una referencia hasta, si se quiere, moral, no le da entidad para poner en tela de juicio una decisión política pues los votos y con ellos, la legitimidad, son de la presidenta y de los representantes del pueblo. Por otra parte, si efectivamente y, como corresponde, no debemos adelantarnos a lo que diga la justicia, ¿la razón para poner en tela de juicio la decisión política es un cuestionario del CELS? Resulta sorprendente pero algunos días atrás, en una entrevista que le realizara Ingrid Beck en AM 1110, Verbitsky, amparado en ese mismo cuestionario, indicó que Milani tiene una posición “negacionista” (SIC) por haberle dicho al CELS que no supo lo que había pasado en la dictadura hasta recién llegada la democracia. Está claro que cualquiera puede dudar de las palabras de Milani pero en ellas no hay negacionismo. Se lo podría acusar de tal sólo si Milani hubiera dicho que no hubo genocidio pero no haberlo sabido hasta 1983 no significa negar que haya sucedido.
Para finalizar, como usted habrá observado, no me he introducido en los aspectos judiciales. Para eso está la justicia. Yo no sé si Milani hizo lo que algunos dicen que hizo. Dejemos que lo decida la justicia. Mientras tanto, creo que no hay que caer en falacias de autoridad, aquellas que atribuyen verdad a todo aquello que sale de la boca de una autoridad por el simple hecho de serlo. Porque el problema de esta falacia se da cuando dos autoridades tienen posiciones opuestas. Así llegaríamos a preguntas absurdas como ¿quién tiene razón? ¿La autoridad del CELS o la autoridad de Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto que apoyaron abiertamente la designación de Milani? Es porque quiero evitar ese tipo de falacias que no me interesó plantearlo en esos términos desde el principio ni me interesa hacerlo al final. Para otra columna quedará exponer una discusión existente al interior de las organizaciones de derechos humanos acerca de si es correcto o no condenar a todo aquel que hubiera ocupado alguna función durante la dictadura militar. Allí hay buenas razones para justificar una posición u otra y también hay internas. Como todas las que aquí desarrollé y que fueron mencionadas porque, claro está, son parte de la interna de quien escribe esta nota.