Haber ungido a Alberto Fernández
como el candidato a la presidencia derivó en ingentes cantidades de tinta destacando
el sentido estratégico de la acción, el gesto de la renuncia personal de la
propia CFK en pos de vencer al adversario, etc. Todo eso fue cierto tanto como
que, al mismo tiempo, desde el plano simbólico suponía una suerte de
resignación: asumir que con el kirchnerismo solo ya no alcanzaba. Sin embargo, si
en 2019 con CFK no alcanzaba, el resultado de las elecciones en 2021 demostró
que tampoco alcanzaba si a ella le sumábamos a Alberto y a Massa. Es que tras
la euforia que suscitó el haber vencido a Macri para inaugurar la esperanza de
una nueva etapa que retomara las virtudes de la década kirchnerista sin repetir
los errores, llegó una administración que nunca pudo hacer pie. Herencia
objetivamente determinante, más pandemia, más guerra en Ucrania, más falta de
voluntad política, más internismo que paraliza la administración, es igual a
mal gobierno. Incluso podría decirse que no solo no se retomaron los aspectos
positivos de la gestión kirchnerista sino que se repitieron algunos viejos
errores por vicios ideológicos y se sumaron otros inéditos. El combo es una
crisis que no tiene muchos precedentes en la historia democrática contemporánea
argentina y menos en un gobierno que se reivindica peronista; y el resultado ha
sido el corrimiento del presidente del centro de la escena y de la toma de
decisiones relevantes. En su lugar llega Massa, en tanto presunto
superministro, con el apoyo tácito de CFK y del arco peronista no kirchnerista
que llega en forma de gobernadores, etc. El giro ha sido tan radical que fue de
360 grados pues, de repente, Massa aparece con todo el apoyo para hacer algo
bastante parecido a lo que sectores del gobierno no le dejaron hacer a Guzmán
ni a Batakis. Encontramos allí una enorme paradoja pues corriendo por izquierda
a Guzmán y a Batakis, horadando públicamente, especialmente al primero, el
kirchnerismo logró esmerilar al presidente para que asuma el poder de hecho
alguien con mucho más volumen político y capaz de ser el sepulturero definitivo
del kircherismo.
Antes de avanzar, quisiera
aclarar algo: creo que buena parte del ajuste de Massa es necesario, como era
necesario buena parte del ajuste que proponía Guzmán. Por poner solo un
ejemplo, lo que sucede con los subsidios a la energía y al transporte es
insostenible y recortar allí resulta imperioso. Que el gobierno lo haga mal, a
destiempo, confusa y burocráticamente es otro asunto. Pero algo había que
hacer. Ahora bien, y más allá de eso, cabe preguntar: ¿cuál ha sido el negocio
del kirchnerismo? ¿Cargarse a Guzmán por presunto ajustador para darle el poder
a Massa con Daniel Marx y Gabriel Rubinstein en el “gabinete económico”? No hay
respuesta sensata a estos interrogantes. Si se cargó a Guzmán por razones
personales sería vergonzoso porque en el medio está la vida de 47 millones de
personas. Si se trata de un giro pragmático por el cual se criticó al presunto
ajustador hasta que la realidad impuso que se debía ajustar a través de un
superministro, estaríamos frente a, como mínimo, una falla en el cálculo y una
enorme irresponsabilidad además de un error político profundo.
En este sentido, bien cabe
retomar una pregunta que nos hacíamos en este espacio algunas semanas atrás.
Allí preguntábamos cuál era el sentido de la estrategia de horadación que
llevaba adelante CFK y el kirchnerismo contra el presidente. Una vez más, no se
trata de un reproche. De hecho, podemos compartir buena parte de las críticas.
Pero, ¿cuál era el objetivo? ¿Que renunciara? ¿Que hiciera lo que el
kirchnerismo quiere? ¿Que la llame por teléfono? ¿Que use la lapicera para
hacer qué? Tampoco sé qué decir ante estos interrogantes pero estoy seguro que
la respuesta no puede ser que el kirchnerismo hizo todo esto para darle la
posibilidad a Massa de ser el candidato en 2023. Por lo tanto, o no había plan o
el plan que había debe haber salido muy mal.
Algunos dirán que “un ajuste
kirchnerista siempre será mejor que un ajuste macrista” pero es difícil ponerle
épica a ello y salir a militarlo. Aun así, y sin ironía, muchas veces desde
esta columna advertimos que los costos políticos que el progresismo se niega a
asumir suelen dejar la puerta abierta a una derecha gozosa de asumirlos y
multiplicarlos por razones ideológicas. Lo cierto es que no sería la única vez
que el kirchnerismo puede hacer un giro pragmático, que no sería otra cosa que
asumir comerse un sapo y contentarse con lo que parafraseando a Alberdi sería
un tiempo de “lo posible” antes que de “lo verdadero”. La lista es interminable
pero la inolvidable respuesta de Kirchner cuando explicó por qué eligió a
Redrado en lugar de “el flaco Kunkel” al frente del BCRA podría ser el
antecedente para justificar la aceptación de un equipo económico que incluye a personajes
que han sido furiosamente críticos del kirchnerismo incluso, en algunos casos,
de aquello que el kirchnerismo había hecho bien.
Pero pragmático o no, un gobierno
cuyo socio mayoritario es el kirchnerismo acabará, o bien en una crisis total
si Massa no endereza el barco, o bien salvado por un referente cuyas políticas
se distancian del kirchnerismo tradicional, algo que se confirma con la buena
reacción de “el mercado” tras la designación de Massa. Aun a riesgo de
entorpecer la lectura, aclaremos que esto no significa que este tipo de
políticas sean las inadecuadas para este momento del país. De hecho, los
grandes lineamientos parecen bastante sensatos. El punto es que, como
indicábamos, esos grandes lineamientos no fueron compartidos por el
kirchnerismo cuando los impulsó Guzmán y fueron el foco de un desproporcionado
ataque, especialmente, cuando a ese ataque no le sobrevenían alternativas
razonables. Tómese como muestra la puesta en escena en torno al acuerdo con el
FMI: desde el propio kirchnerismo se impulsó trabar el acuerdo para después de
las elecciones ante la suposición de que el mismo supondría una derrota segura.
El resultado fue que se perdió igual y que se cerró un acuerdo ocho meses
después con un gobierno que había perdido fuerza y capacidad de negociación.
Por si esto fuera poco, se rechaza su votación en el Congreso por mera
especulación política y solo para poder decir en el futuro “nosotros no lo
apoyamos”. Todo en el marco de una serie de declaraciones tan bienintencionadas
como demagógicas que en ningún momento explicaron qué otra cosa se podía haber
hecho. Y no se trata de seguir la lógica thatcheriana de “no hay alternativa”.
Seguro que la había pero todavía resta que expliquen cuál era y cuáles eran las
posibilidades de que llevarla adelante no condujera a chocar de frente contra
la pared. El punto es que si en 2019 se sabía que con CFK sola no se ganaba la
elección, el kirchnerismo parece haber arribado en 2022 a su segunda
resignación: con CFK sola no se puede gobernar y menos se puede gobernar
“kirchneristamente”.
Para concluir, entonces, digamos
que ya conocemos el plan de Massa. En lo económico, estabilizar la economía y
acumular reservas gracias a sus conexiones internacionales y al ofrecimiento de
incentivos a los sectores más refractarios al gobierno. Parece razonable. En lo
político, ser el candidato en 2023, algo que logrará automáticamente si su
gestión es mínimamente buena. Pero si hablamos de planes, lo que todavía es una
incógnita, es saber cuál es el plan del kirchnerismo.
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