Celebrar el
día del lector, en el contexto en el que se nos invita a desplazar la palabra
en pos de la imagen y la velocidad, es un gesto de resistencia a partir del
cual me voy a permitir algunas reflexiones, especialmente referidas al lector
de diarios pues éste parece haber cambiado mucha más radicalmente que el lector
de libros. Es más, si bien desde hace años se augura el fin del libro en papel,
lo cierto es que tal anuncio no se cumplió y si, en 2016, en la Argentina, ha
bajado la publicación de títulos, es por la crisis económica generada por el
actual gobierno y no por una avidez de los lectores hacia el soporte digital.
Por supuesto que hay gente que lee libros desde su e-book, su smart phone o
su tablet pero este porcentaje es
insignificante al lado del masivo traslado de lectores de periódicos en papel al
formato digital, lo cual explica que algunos diarios importantes del mundo hoy
hayan puesto la atención exclusivamente en sus portales de Internet. En
Argentina, esto no ha sucedido todavía, salvo con algunas revistas, pero está
claro que la venta de diarios ha bajado dramáticamente en los últimos años y si
no ha bajado más aún es por las promociones de “fidelización” del cliente que
incluyen tarjetas con descuentos en consumos que no tienen relación directa con
el diario.
Con todo, si
bien el mundo digital ha traído novedades especialmente en la forma de hacer
literatura, en general, sea para un formato u otro, un libro se sigue escribiendo
más o menos igual. En cambio, la forma de hacer periodismo ha cambiado
radicalmente y hoy no se hace periodismo como se hacía, ya no digo hace un
siglo, sino apenas diez años atrás. Naturalmente, en una sociedad
hiperconectada en la que se ha instalado que cada minuto puede estar pasando
algo digno de atención, un diario deviene obsoleto pues llega siempre demasiado
tarde. Ya era absurdo suponer que en el mundo pasaban cosas importantes dignas
de ser publicadas todos los días pero ahora se ha instalado que lo importante
puede pasar cada minuto de modo que todo papel y toda materialidad huele a
pasado.
A su vez, si
creemos que constantemente están pasando cosas importantes que justifiquen ser
anoticiadas, consideraremos que no podemos perder tiempo en noticias con un
amplio desarrollo. En este sentido, hay quienes afirman que el diario en papel
quizás no desaparezca del todo pero evidentemente irá transformándose en una
publicación periódica en la que se privilegien los artículos de análisis y de
opinión antes que la noticia de último momento a la cual se accederá a través
de distintas prótesis tecnológicas.
Esto,
claramente, será un proceso que se irá acentuando en la medida en que se vaya
acrecentando el número de los “nativos digitales” que no solo no leen diarios
(ni en papel ni en los sitios web) sino que tampoco miran TV ni escuchan Radio.
Se trata de generaciones que actúan en la lógica on demand (a pedido) y que ya no aceptan la tiranía del horario
fijo al que nos sometía la TV y la Radio. Hoy se escucha y se ve lo que se
quiere en el momento que se quiere y hay contenidos que, aun siendo originales
de la TV, tienen más audiencia en Internet. ¿Pero, entonces, estos nativos
digitales están completamente aislados de la información? No necesariamente, lo
cual puede ser incluso peor que el completo aislamiento porque se trata de lectores
que llegan a las noticias a través de las redes sociales. Esto quiebra
absolutamente algunos de los pilares del diario en papel pues el consumidor de
la noticia ingresa al sitio del diario en cuestión de manera indirecta, lo cual
en un sentido evita “la bajada de línea editorial” que el medio establece
cuando jerarquiza las noticias en su sitio web (esto mismo llevado al papel
sería equivalente a un lector que ingrese al diario por la página 42 o 58 salteándose
la tapa). Sin embargo, esto que podría ser celebrado tiene su otra cara, esto
es, la falta de una lectura global de la noticia y de su contextualización; un
lector fragmentario que solo cree tener tiempo para leer títulos y que, a su
vez, no elige qué leer sino que se topa con determinadas noticias simplemente
porque son viralizadas por otros usuarios, e ingresa cándidamente a portales
muy poco cándidos.
Asimismo, las
posibilidades que brinda Internet permitieron resolver fácilmente uno de los
interrogantes clásicos de los medios gráficos, esto es, cómo saber qué noticia
interesa más. Efectivamente, un editor de sitio web sabe cuánta gente ingresa a
leer determinada noticia y en función de esa suerte de encuesta permanente
elige destacarla o desplazarla. Pero, claro está, esto puede devenir fácilmente
en un periodismo demagógico orientado exclusivamente a brindar esas noticias
demandadas por los usuarios. Si bien tal periodismo existió siempre, la
diferencia es que ahora es mucho más fácil testear al público y dirigirse hacia
él con mayor precisión.
A su vez, como
alguna vez comentamos aquí, el periódico en papel favorecía, a priori, la
pluralidad de la agenda por razones técnicas: todos los diarios salían a la
misma hora y no había manera de saber qué noticia privilegiaría el competidor.
Con el mundo digital eso desapareció completamente porque minuto a minuto es
posible estar al tanto de la noticia del competidor. La consecuencia es que los
medios grandes imponen más fácilmente la agenda porque los medios chicos se ven
“en la obligación” de disponer de un espacio para la noticia que instaló el
medio grande. Y si hablamos de agendas, un rasgo que podría celebrarse tiene
que ver con que Internet permite la existencia de portales de noticias a un
costo bajísimo, incluso, en algunos casos, prácticamente unipersonales. Sin
embargo, salvo honrosísimas excepciones en las que efectivamente se observa la
existencia de información original (véase, por ejemplo, el sitio web de la
periodista Cynthia García, por mencionar uno), la gran mayoría de esos portales
son replicadores de gacetillas o, directamente, reproducen notas de otros
medios sin citar la fuente. Lejos de plantear una agenda novedosa, entonces,
este tipo de portales está al servicio del periodista “prensero” o de la
operación política de turno. No hacen una cosa muy distinta que lo que hacen
los grandes medios pero lo de estos últimos, al menos, tiene la apariencia de ser
profesional.
Esta
indiferenciación, a su vez, se enmarca en otro de los cambios que se impusieron
en la última década. Me refiero a la posibilidad de que cualquier usuario de
redes se transforme en periodista o en, al menos, generador de noticias. Este
fenómeno no solo se dio por la posibilidad de viralización que tiene Internet
sino por la pérdida de credibilidad del periodismo profesional que, en muchos
casos, se maneja con la misma irresponsabilidad, en lo que respecta a la
investigación, a la corroboración y a las fuentes, que un usuario anónimo. Esta
igualación permite que cualquiera pueda comunicar, lo cual, en principio, no
está nada mal pero al venir acompañado de lectores ingenuos se produce un
fenómeno peligroso; asimismo, las voces disidentes son acalladas con el
fenómeno de lo que se conoce como “tormentas de mierda” dirigidas por cuentas agresivas
que funcionan en Call Centers o simplemente por grupos de usuarios con tanto
odio como tiempo libre. Es más, el delirio llega a tal punto que las
operaciones de prensa y políticas se disputan con fiereza hasta en las
biografías de Wikipedia pues se sabe que muchos jóvenes creen ingenuamente en
lo que allí se dice. De este modo, quien logre editar e imponer su sesgo en
Wikipedia se garantiza la replicación de su punto de vista como si fuera
neutral.
Muy pocos
hubieran imaginado, tras la universalización de la alfabetización, lo difícil
que se está haciendo intentar ser lector y hacer periodismo en pleno siglo XXI.