sábado, 27 de septiembre de 2014

Terrorismo: un enemigo lógico (publicado el 25/9/14 en Veintitrés)

Todo hace prever que estamos próximos a un capítulo más de la llamada “guerra contra el terrorismo”. Se trata de una serie que no se detuvo jamás pero que adoptó un formato particular especialmente desde la caída de las Torres Gemelas. En aquel momento, recuerde, el presidente George W. Bush habló de “justicia infinita” y en esa síntesis decía demasiadas cosas entre líneas. Por un lado, que seguía la línea justificatoria del sofista Trasímaco para quien “lo justo no es otra cosa que lo que le conviene al más fuerte” y, por otro lado, que en la infinitud se mezclan dimensiones espaciales y temporales. Porque la guerra contra el terrorismo ya no iba a reconocer fronteras ni soberanías estatales y se iba a extender en el tiempo todo lo que hiciese falta. Porque el terrorismo es hoy el enemigo lógico de un nuevo paradigma. En otras palabras, con el avance de un capitalismo financiero, descentralizado, virtual y “burbujero” completamente desvinculado de la producción concreta, telecomunicaciones vertiginosas y despersonalizadas que alteran la noción de territorialidad, y Estados impotentes y debilitados tras la larga noche neoliberal, ya no tiene sentido pensar que el enemigo puede venir en el formato de un ejército nacional capaz de disputar territorios. Lo que se necesita es, simplemente, un fantasma inasible que por su misma condición genere terror. En este sentido, que el terrorismo ataque (como de vez en cuando lo hace) es casi un ejercicio de redundancia pues lo que interesa es que exista la posibilidad, la amenaza, y que ese peligro sea constante y ubicuo.
Por eso no alcanza con la caracterización del terrorista. Sería fácil que los terroristas tuvieran cara de malos, siempre fuesen varones y tuvieran barbas largas y turbantes. De lo que se trata es de instalar que terrorista puede ser cualquiera, inclusive la panadera o la señora del 5° “B”. Los grupos se estigmatizan igual porque sigue habiendo “portación de cara” o, en este caso, “portación de religión”, pero ahora se le suma la posibilidad de que el enemigo esté infiltrado y sea “igual a nosotros”.
A su vez, si enemigo terrorista puede ser cualquiera, se elimina uno de los principios de las guerras convencionales vinculado a la separación entre civiles y no civiles. Porque la guerra es total y en tanto tal es indiferenciada. No solo está en territorio ajeno sino que también, dicen, está en el propio. Y por esto mismo se diluye la separación entre las fuerzas encargadas de la defensa exterior y la seguridad interior y, en aquellos países donde el terrorismo no es una amenaza que preocupe a la opinión pública, es la “inseguridad” la elegida para librar “la guerra”.
Así, y dado que todo espacio público es peligroso, el lugar más seguro es la casa y el único vínculo con el afuera se da a través de los medios de comunicación tradicionales o las redes sociales. Allí, hace semanas que circula una nueva agrupación terrorista cuya denominación también sintetiza toda una cosmovisión. Porque llamarse “Al Qaeda” no dice demasiado pero llamarse “Estado Islámico” brinda un mensaje simple y efectivo que cualquier agencia de publicidad aplaudiría. Pues logra penetrar en el inconsciente e instalar que un Estado islámico es sinónimo de terrorismo (a juzgar por la poca imaginación de los asustadores vernáculos, no es descabellado que creen, en el corto plazo, un grupo terrorista argentino que se llame “Estado intervencionista”).
No me interesa aquí rastrear la historia de estas minúsculas formas sectarias y fundamentalistas cuya existencia le debe mucho a la complicidad de Estados Unidos no solo durante la “guerra fría” sino en el pasado inmediato con una guerra en Kuwait en 1991, una invasión a Irak que dejó centenares de miles de muertos y una intervención que duró casi una década sin lograr el supuesto cometido de exportación de los valores democráticos de Occidente. En todo caso, está claro que ese fue el contexto que derivó en fragmentación, anarquía, ocupación, colonialismo y guerra civil, y, en ese marco, el surgimiento de grupos radicalizados increíblemente violentos es casi una consecuencia preocupante y tristemente natural. Pero la existencia del grupo terrorista “Estado islámico”, cuyo “poder de fuego” es relativizado por algunos especialistas es, conceptualmente, anecdótico pues la lógica del terrorismo y de las guerras actuales funcionaría igualmente aun cuando Estado Islámico fuese una ficción y se demostrara que las decapitaciones están hechas por actores con una escenografía hollywoodense.
Porque, como se decía anteriormente, lo que importa es la amenaza, la posibilidad de su existencia y no la existencia misma. Algo así sucedió cuando se invadió Irak buscando supuestos laboratorios móviles en los que un individuo podía crear armas de destrucción masiva y, años después, el propio presidente Bush reconociera que nada de esto se encontró. Por cierto, el Profesor español Manuel Castells recuerda que una encuesta realizada en 2004, meses después del reconocimiento de la inexistencia de pruebas que sustentaran la acusación de poseer armas de destrucción masiva, arrojó que el 38% de los estadounidenses seguía creyendo que, en Irak, se habían encontrado tales armas. Pero lo más interesante es que, en otra encuesta, realizada en 2006, el porcentaje de estadounidenses que creía que en Irak se habían encontrado armas de destrucción masiva había subido al 50%. Y si de encuestas hablamos, hace algunos días, The Washington Post publicó los resultados de un sondeo por el que 9 de cada 10 estadounidenses consideran que Estado Islámico es una amenaza para el país y un 71% apoya los ataques aéreos a Irak. Esto significa que una importantísima mayoría de estadounidenses considera que Estado Islámico pone en riesgo su seguridad de lo cual aparentemente se sigue, de manera inevitable, apoyar una nueva intervención a través de tecnologías presuntamente asépticas. Mientras tanto las cadenas de noticias mostrarán algunas llamaradas detrás de un cronista fácilmente confundibles con los fuegos artificiales de un festejo y las agencias de noticias nos amplificarán algún nuevo acto de barbarie de Estado Islámico en un pasaje remoto y rocoso; la Bolsa de New York subirá y los buenos ganarán, como sucede en las películas estadounidenses. Si no hubiese vidas de por medio y la demostración flagrante de la vehemencia de un sistema económico que produce desigualdad y millones de excluidos, usted debería reconocer que sería un buen entretenimiento para un sábado por la tarde.   

     

sábado, 20 de septiembre de 2014

Cinco dilemas del kirchnerismo (publicado el 18/9/14 en Veintitrés)

Faltando menos de un año para que se efectúen las PASO asistimos a un escenario inédito en el que aventurar puede transformase en un camino acelerado al ridículo. Hay varios candidatos para la Presidencia pero ninguno pica en punta. Incluso es todavía menos claro quiénes serán los candidatos en la Provincia de Buenos Aires, el distrito más importante del país. Algo parecido sucede en la Ciudad de Buenos Aires y en el resto de los distritos que aportan un enorme caudal de votos. En este contexto, el kirchnerismo enfrenta su prueba electoral más dura lo cual le plantea al menos cinco dilemas:
Dilema n° 1: triunfo o identidad. El candidato del Frente para la Victoria que más mide en las encuestas es Daniel Scioli, hombre que ha ocupado los cargos más importantes dentro del kirchnerismo desde el 2003 hasta la fecha. Fue Vicepresidente y Gobernador de la Provincia de Buenos Aires dos veces. Tiene todo el derecho, y hasta la obligación, de presentarse como candidato a Presidente. Sin embargo, parece claro que el núcleo duro del kirchnerismo le desconfía pues Scioli ha sabido mantener un vínculo fluido con las corporaciones que siguen intentando desestabilizar al gobierno del que forma parte. Asimismo, el exmotonauta se ha rodeado de hombres y mujeres que se han manifestado en contra de las principales políticas del gobierno nacional y el modo en que lleva adelante las distintas áreas de su gobierno, en algunos casos, parece ir a contramano de la impronta kirchnerista. En este sentido, que el candidato del kirchnerismo sea Scioli supone el riesgo de una victoria pírrica que en poco tiempo podría acabar desdibujando la identidad kirchnerista. De aquí que una posibilidad sea no apoyarlo, poner un candidato propio y replegarse sobre ese núcleo duro del 30% para transformarse en la principal oposición para el gobierno que venga. Sin embargo, claro está, esto es fácil de escribir pero en la práctica se sabe que perder una elección presidencial nunca es gratuito máxime cuando un gobierno no kirchnerista va a encontrar un país ordenado y con una enorme capacidad de endeudamiento, lo que le permitiría mantener algunas de las conquistas sociales al tiempo de abrirse a los condicionamientos del capital financiero.              
Dilema n° 2: moderación o progresía. El relato opositor ha intentando instalar que el kirchnerismo podrá mantenerse en el poder si y solo si, se modera. Apoyar a Scioli sería un símbolo de aquella apuesta y es real que la figura del gobernador de Buenos Aires puede atraer votos más allá del núcleo duro kirchnerista. Sin embargo, también es real que impulsar a Scioli recibiría el rechazo de los sectores progresistas que son parte de ese paladar negro incluido en la base monolítica del 30%. Así, Scioli podría atraer votos de cierta clase media incómoda con la política de confrontación de CFK pero también perdería votos en aquella parte de la clase media progresista que reivindica, sin ser peronista, las políticas que más crisparon a los que siempre han detentado el poder real en la Argentina.    
Dilema n° 3: ungir o “dejar jugar”. Hasta ahora, CFK ha promovido que todos los hombres y mujeres del espacio con pretensiones de ser presidentes trabajen para serlo. Esto es lo que en la jerga política se conoce como “dejar jugar”. No se ha inclinado por ungir a ninguno en particular. Ahora bien, si a las PASO del Frente para la Victoria llegan cuatro o cinco candidatos habilitados a jugar por CFK, es probable que todos pierdan. Concretamente, en un escenario donde, supongamos, se presentaran, como “candidatos” de CFK,  Randazzo, Domínguez, Urribarri, Rossi y Taiana, el que terminaría ganando la contienda sería Scioli pues el voto del núcleo duro K se dispersaría entre las opciones que le disputan el espacio al gobernador dentro del Frente para la Victoria. De este modo, si CFK no se inclina por Scioli, lo único que le queda es ungir a “su” candidato e ir a las PASO a intentar ganarle al gobernador de Buenos Aires. Claro que eso tiene un riesgo pues si el candidato de CFK perdiera con Scioli en las PASO, habrá que hacer esfuerzos denodados para que CFK siga sosteniendo la conducción dentro del Frente para la Victoria.       
Dilema n° 4: exposición o preservación. El kirchnerismo tiene un as en la manga que es la propia CFK. Más allá de que, como todos sabemos, existe un límite constitucional que le impide una nueva reelección, la actual presidenta podría ser candidata para ocupar otro cargo. Desde diputada por la Provincia de Buenos Aires hasta Gobernadora de la misma provincia. De ser así, la imagen positiva que ella posee impulsaría al candidato a Presidente del Frente por la Victoria muy por encima de sus posibilidades. Sin embargo, claro está, probablemente la propia CFK considere que tras 8 años en el Ejecutivo Nacional cualquier otro cargo sería menor y la obligaría a batallar en el barro. En este sentido, la opción de preservarse y, por ejemplo, ocupar un cargo en el ámbito del MERCOSUR/UNASUR la ubicaría en un plano que va más allá de las polémicas de cabotaje para desde allí comandar, eventualmente, la oposición. Pero, claro está, de elegir esta última opción, el Frente para la Victoria vería disminuido su caudal de votos al no poder contar con su “principal espada” electoralmente hablando.
Dilema n° 5: codazos o construcción amplia. La apuesta por un nuevo sujeto político encarnado en una juventud con ideales tuvo efectos concretos: la decisión de que las agrupaciones juveniles, en especial La Cámpora, fueran ocupando diferentes espacios de poder tanto en la estructura a nivel nacional como en los espacios territoriales de cada una de las provincias. Y cuando se pretende llevar adelante una transformación semejante, no queda otra que hacerlo “a los codazos”. Dicho de otra manera, dado que los referentes tradicionales y conservadores no piensan dejar fácilmente el poder constituido, solo una decisión fuerte de la conducción nacional podría llevar adelante semejante intento de trasvasamiento generacional. Pero obviamente las construcciones políticas territoriales existentes previas al desembarco de La Cámpora observan con recelo esta situación y muchos cuadros relevantes o bien han cruzado la vereda o bien se mantienen dentro pero profundamente incómodos. Por ello, el kirchnerismo deberá resolver si decide seguir adelante con el proyecto de trasvasamiento generacional del único modo en que se puede hacer, o bien acaba cediendo y reconoce, en las diferencias, a otros espacios que pretenden formar parte del Proyecto Nacional.      

Para finalizar, debe quedar claro que algunos de estos dilemas pueden ser falsos. Es decir, quizás se pueda triunfar sin resignar identidad como se hizo en 2011 y puedan encontrarse puntos de acuerdo entre la moderación y la progresía. A su vez, sin que necesariamente CFK acabe ungiendo a alguien, la dinámica electoral puede ir perfilando un único candidato contra Scioli o quizás el Frente para la Victoria decide apoyar al actual Gobernador a cambio de crearle un “cinturón de contención” con hombres y mujeres fieles a la conducción de CFK. Por último, puede que las rencillas entre La Cámpora y el resto de las agrupaciones nacionales y populares con construcciones políticas pretéritas, se acomode como se acomodan los melones y sin que la sangre llegue al río. De no ser así la conducción tendrá que tomar decisiones que, como ante todo dilema, siempre suponen resignar algo.   

sábado, 13 de septiembre de 2014

La persona, el humano y la cerda (publicado el 11/9/14 en Veintitrés)

¿Hay humanos que no sean personas? ¿Y personas que no sean humanos? Entiendo que estas dos preguntas puedan generar algo de perplejidad pero aunque le resulte curioso, el debate lleva ya demasiados siglos y se reactualiza según las circunstancias históricas. Sin ir más lejos, el último domingo, el diario La Nación, informaba que la justicia argentina estudia requerimientos para considerar a los chimpancés personas “no humanas”. Más específicamente, se presentaron pedidos de hábeas corpus en los tribunales de Santiago del Estero, Entre Ríos, Córdoba y Río Negro, para que liberen a unos chimpancés que se encuentran en cautiverio en distintos zoológicos del país. Los argumentos son variados y complejos, y, a su vez, pedidos similares se han hecho en distintas partes del mundo. Pero, en general, claro está, en ningún caso se supone que los chimpancés sean humanos sino que en tanto seres con autoconciencia, capaces de comunicarse y sentir, de razonar y hasta de construir herramientas, deben ser titulares de derechos. Esto nos traslada a las preguntas iniciales porque si aceptásemos que estas condiciones son suficientes para ser sujeto de derecho, dejaríamos abierta la posibilidad de que existan personas no humanas. ¿Cómo es esto? No se asuste. Ni estoy realizando un tratado discriminatorio hacia determinados grupos sociales ni estoy anunciando la llegada de una especie extraterrestre que, camuflada, convive con nosotros. Tampoco se trata de una estrategia electoral que intente evitar que voten los gorilas pero que habilite a los caniches peronistas a emitir su sufragio. Nada de eso. Se trata simplemente de mostrar que “persona” no es sinónimo de “ser humano”. Pues “persona” es una categoría jurídica equivalente a “titular de derechos” y el hecho de que en sociedades como las nuestras consideremos que todo ser humano tiene los mismos derechos, ha hecho que confundamos los términos. Para comprender mejor esto, remontemos un poco la historia para recordar que en los tiempos donde la esclavitud estaba legitimada jurídica y socialmente, existían seres humanos que no eran personas, es decir, individuos que no tenían derechos y que eran tratados como simples “cosas” al igual que un animal.
La separación entre lo humano y la persona puede explicarse a través de la etimología pues si bien no hay un completo acuerdo respecto del origen de la palabra, se dice que el derecho romano adoptó la noción de “persona” por analogía a la máscara utilizada por los actores griegos para amplificar su voz. Si “persona” viene de “máscara” entramos en un terreno complejo pero queda claro que una máscara es algo que se puede tener o no, y que sería posible “ponerle” la máscara a seres vivos que no pertenezcan al género humano como así también quitársela a hombres y mujeres de nuestra misma especie. La titularidad de derechos como máscara, entonces, fue el modo en que los sistemas jurídicos pudieron discriminar entre vivientes humanos con y sin derechos. Pero en los últimos siglos se asiste a una paulatina universalización de la máscara como modo de igualación de todos los seres humanos. Así, los humanos somos, naturalmente, todos distintos pero para el derecho somos todos iguales en tanto tenemos la misma máscara. Que quede, entonces, bien claro: del mismo modo que la máscara del actor griego dejaba mostraba que el que estaba en el escenario representaba un personaje, los sistemas jurídicos actuales acuden a la ficción de la persona para poder garantizar un conjunto básico de derechos a todos los humanos por igual.   
De hecho, si buscáramos un hilo conductor para poder contar la historia de disputas de los últimos siglos en Occidente, un camino posible sería el de las luchas de individuos y grupos sociales por ser considerados iguales y dejar de ser vistos como cosas. Porque los esclavos eran considerados  cosas y no personas. No tenían máscara. Eran mero cuerpo viviente y salvaje, insisto, como son vistos incluso hoy en día los animales; algo similar sucedía con los indígenas y en no pocos lugares del mundo las mujeres o bien son consideradas cosas o bien no gozan de la misma porción de derechos de la que gozan los varones.
Con todo, la relación con las no personas siempre fue ambigua pues si nos posamos en la figura del esclavo, en tanto siervo que tenía dueño era considerado una cosa pero, a su vez, podría llegar a recibir una pena si cometía un homicidio de lo cual se sigue que para ser una cosa se le adjudicaba bastante responsabilidad. En este punto, aunque resulte insólito, en el libro de Eugenio Zaffaroni, citado en esta misma columna hace algunas semanas, titulado La pachamama y el humano, el actual Juez de la Corte Suprema menciona casos en los que esta misma tensión se planteaba en torno a animales que, por ejemplo, agredían a un ser humano. ¿Qué hacer con ellos? Si fuesen meras cosas no tendrían responsabilidad alguna por sus actos. Sin embargo, en palabras de Zaffaroni: “En la Edad Media y hasta el Renacimiento –es decir, entre los siglos XIII y XVII- fueron frecuentes los juicios a animales, especialmente a cerdos que habían matado o comido a niños, lo que unos justificaban pretendiendo que los animales –por lo menos los superiores- tenían un poco de alma y otros negándolo, pero insistiendo en ellos en razón de la necesidad de castigo ejemplar. Sea como fuere se ejecutaron animales y hasta se sometió a tortura y se obtuvo la confesión de una cerda”.
Si a usted no le interesara la problemática del derechos de los animales, note, igualmente, que la discusión es mucho más general y puede llegar a incluir temas demasiado sensibles para los humanos pues el criterio para definir qué es una persona es determinante para una legislación sobre, por ejemplo, despenalización del aborto. En este sentido, nadie discute cuándo comienza la vida: lo que se discute es cuándo se comienza a ser persona y ahí, una vez más, se muestra que la mera vida no implica necesariamente derechos o que, en todo caso, ese es un debate abierto.  
Volviendo a la cuestión de los derechos de los animales, no se puede dejar de soslayo que hay muchísimas preguntas que quedan abiertas. ¿Pues serían sujetos de derecho solo los animales superiores? ¿Qué pasaría con el resto? Si extendiésemos la titularidad de derecho a todo lo viviente qué pasaría, por ejemplo, con las bacterias o, para no ir tan lejos, ¿qué hacemos con los mosquitos y las cucarachas?
Asimismo, como algunos autores se plantean, si el requisito para que una vida humana o no humana posea derechos es la autoconciencia o la posibilidad de crear herramientas ¿qué sucedería con los embriones, los fetos e incluso los recién nacidos humanos? ¿y con los humanos que tienen muerte cerebral? ¿Dejarían de ser titulares de derecho?  
Le dejo estas preguntas abiertas para discutir en familia mientras mira a su perro, a su gato y toma un antibiótico. Yo, mientras tanto, prometo encontrarle, para la próxima semana, la versión taquigráfica de la confesión de la cerda. 

        

sábado, 6 de septiembre de 2014

¿Qué culpa tiene el presidencialismo? (publicado el 4/9/14 en Veintitrés)

¿Qué evaluación podemos hacer a 20 años de haberse sancionado la Constitución vigente? ¿Ha sido un paso adelante tal reforma? ¿Hay una gran distancia entre el espíritu de la “ley de leyes” y las interpretaciones posteriores? Las preguntas pueden continuar infinitamente y son solo algunas de las que han partido los comentaristas en las últimas semanas.
Lo cierto es que aquella reforma estuvo lejos de surgir de la voluntad popular, más allá de que buena parte de la ciudadanía quería volver a votar a Menem y para ello necesitaba que se habilite la posibilidad de una reelección. Pero el texto estuvo condicionado por un acuerdo entre los dos grandes partidos mayoritarios siendo la inclusión del tercer senador, el senador por la minoría, uno de los artilugios para perpetuar un bipartidismo que gracias a acuerdos entre cúpulas profundizaba la enorme crisis de representatividad de la clase política.
En aquella coyuntura, el PJ, controlado por el menemismo, había amenazado con llamar a una consulta popular para que la reforma y la reelección recibieran apoyo, algo que, como se decía anteriormente, se daba por descontado. A tal punto esa amenaza fue efectiva que la UCR, liderada por Alfonsín, interpretó que era mejor negociar la reforma e intentar incidir en puntos clave que en algunos casos obedecían a razones de conveniencia electoral y, en otros, a los principios de la tradición socialdemócrata en la que siempre se mantuvo la línea radical liderada por Alfonsín. 
Más específicamente, el radicalismo se sabía fuerte, electoralmente hablando, en la Ciudad, y por ello presionó para que se declarase la autonomía de Buenos Aires lo cual implicaba, entre otras cosas, que sean los habitantes de la ciudad quienes eligiesen su propio Jefe de gobierno y se acabe la insólita situación de un territorio que albergaba 3 millones de personas y tenía un intendente puesto a dedo por el Poder Ejecutivo nacional. En cuanto a las transformaciones vinculadas a la tradición socialdemócrata, se trató de avanzar hacia un modelo semipresidencialista o de moderación del hiperpresidencialismo, con, por ejemplo, la figura del Jefe de Gabinete o la aparición del Consejo de la Magistratura, creaciones que buscaban atenuar la prepotencia del Ejecutivo. En esta misma línea se incluyeron figuras para profundizar los contrapesos y el equilibrio entre los poderes como el Defensor del Pueblo y la Auditoría General de la Nación. Si bien sería injusto pasar por alto el paso adelante que significó el reconocimiento de garantías como el hábeas corpus, el hábeas data y los recursos de amparo, y el hecho de haberle dado rango constitucional a los tratados Internacionales, quisiera detenerme en el intento de moderar el presidencialismo, pues ¿era el presidencialismo el problema de la Argentina?
El énfasis puesto en los mecanismos de protección de los derechos individuales se comprende perfectamente por tratarse de una Constitución que aparecía apenas 11 años después del fin de la dictadura más sangrienta de la historia. ¿Pero por qué tanto énfasis en el presidencialismo como problema? La pregunta es válida para todo Latinoamérica por una operación conceptual bastante perversa: la suposición de que el hiperpresidencialismo era el culpable de las rupturas del orden institucional que se habían suscitado una y otra vez a lo largo del siglo XX.
Es más, se instaló que el modelo parlamentario era más evolucionado, más acorde a sociedades modernas no atravesadas por líderes populares y caudillistas que pueden llegar al poder indistintamente a través de los votos o de la fuerza.   
¿Pero los golpes militares se dieron por el presidencialismo o porque había presidentes que decidieron seguir políticas que desafiaban los intereses de la facción dominante? ¿A los militares  latinoamericanos y a los civiles cómplices apoyados por Estados Unidos les molestaba el presidencialismo o que se avance con políticas económicas que contradecían el proyecto de país que los favorecía a costa de las grandes mayorías?
Es curioso porque incluso las dos grandes construcciones constitucionales de la Argentina, la de 1853 inspirada en Alberdi y la de 1949 impulsada especialmente por Sampay, eran fuertemente presidencialistas. Bien podía esperarse ello de una Constitución “peronista” pero es más extraño en una Constitución liberal. Sin embargo, era tal el sesgo presidencialista de una Constitución como la de 1853, pensada para un país que necesitaba, según palabras de Alberdi, “reyes con nombre de presidente”, que el propio Sampay dejó bien en claro que el gran problema de aquella  Constitución liberal estaba en el terreno de la dogmática y no en la parte orgánica. Dicho de otro modo, el gran déficit del liberalismo decimonónico de Alberdi estaba en la lista de los derechos pues allí solo se incluían los civiles y los políticos (a medias). Sin embargo, lo referido a la organización del Estado, indicaba Sampay, debía mantenerse. Justamente porque Alberdi, a pesar de ser un liberal en lo económico, entendía que las constituciones son hijas de su tiempo y de su espacio, es decir, deben estar vinculadas a la idiosincrasia del pueblo. Por ello discutía con Sarmiento cuando éste quería trasplantar acríticamente la constitución norteamericana a estas tierras. Alberdi entendía que la estructuración administrativa que se había impuesto en la época del virreinato no se podía deshacer de un día para el otro, y que se necesitaba un Poder Ejecutivo fuerte. Sí, el liberal Alberdi pedía un Ejecutivo fuerte y también decía que no podía construirse un país con un Estado incapaz de recaudar fuertes sumas a través de los impuestos.
Ahora bien, en la actualidad hay otra pequeña trampa conceptual que esgrimen los socialdemócratas críticos de la construcción política que vienen llevando adelante los gobiernos populares de la región. Pues se llama todo el tiempo a generar los espacios para aumentar la participación en nombre de la democracia deliberativa bajo la suposición de que un Ejecutivo fuerte iría en detrimento de la participación. Sin embargo, los ejemplos de reformas constitucionales recientes muestran que un presidencialismo fuerte es perfectamente compatible con el fomento de la participación. Sin ir más lejos, la reforma constitucional venezolana instituye la reelección indefinida al tiempo que incluye la posibilidad de un referéndum revocatorio y  diversos mecanismos de participación como los plebiscitos. Y lo más interesante: el presidente más fuerte, Chávez, estando en el poder, llamó a un plebiscito para lograr la reelección y perdió (en una ocasión), del mismo modo que la oposición logró llamar a un referendo revocatorio contra Chávez y la ciudadanía, en las urnas, le dijo No a la revocatoria.
Retomando lo dicho algunas líneas atrás, si el presidencialismo no era ni es el principal problema de la Argentina, ¿cuál sería el principal desafío que tenemos por delante? Por citar dos ejemplos al azar, en la reforma constitucional de Colombia, en 1991, el desafío tenía que ver con la necesidad de encarar la problemática de un país partido, atravesado por la lucha contra el narcotráfico y el conflicto con la guerrilla. Asimismo, más cercanos en el tiempo, la reforma en Bolivia, refrendada en 2009, debía encarar el problema del racismo.
Claro que se me dirá que en la Argentina hay varios problemas y que es difícil subsumirlos a todos debajo de uno. Estoy de acuerdo con esa apreciación. Sin embargo quizás pueda tomarse el desafío de la desigualdad como objetivo general para incluir allí el desequilibrio todavía existente entre distintas clases sociales y entre las regiones de nuestro país. Si estamos de acuerdo en este punto que expongo a manera de hipótesis, recuerde que fue un modelo económico detrás de un proyecto de país para minorías el que generó tal situación. No fue el populismo. Tampoco el presidencialismo.