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lunes, 29 de septiembre de 2014
sábado, 27 de septiembre de 2014
Terrorismo: un enemigo lógico (publicado el 25/9/14 en Veintitrés)
Todo hace
prever que estamos próximos a un capítulo más de la llamada “guerra contra el
terrorismo”. Se trata de una serie que no se detuvo jamás pero que adoptó un
formato particular especialmente desde la caída de las Torres Gemelas. En aquel
momento, recuerde, el presidente George W. Bush habló de “justicia infinita” y
en esa síntesis decía demasiadas cosas entre líneas. Por un lado, que seguía la
línea justificatoria del sofista Trasímaco para quien “lo justo no es otra cosa
que lo que le conviene al más fuerte” y, por otro lado, que en la infinitud se
mezclan dimensiones espaciales y temporales. Porque la guerra contra el
terrorismo ya no iba a reconocer fronteras ni soberanías estatales y se iba a
extender en el tiempo todo lo que hiciese falta. Porque el terrorismo es hoy el
enemigo lógico de un nuevo paradigma. En otras palabras, con el avance de un
capitalismo financiero, descentralizado, virtual y “burbujero” completamente
desvinculado de la producción concreta, telecomunicaciones vertiginosas y
despersonalizadas que alteran la noción de territorialidad, y Estados
impotentes y debilitados tras la larga noche neoliberal, ya no tiene sentido
pensar que el enemigo puede venir en el formato de un ejército nacional capaz
de disputar territorios. Lo que se necesita es, simplemente, un fantasma
inasible que por su misma condición genere terror. En este sentido, que el
terrorismo ataque (como de vez en cuando lo hace) es casi un ejercicio de
redundancia pues lo que interesa es que exista la posibilidad, la amenaza, y
que ese peligro sea constante y ubicuo.
Por eso no
alcanza con la caracterización del terrorista. Sería fácil que los terroristas
tuvieran cara de malos, siempre fuesen varones y tuvieran barbas largas y
turbantes. De lo que se trata es de instalar que terrorista puede ser
cualquiera, inclusive la panadera o la señora del 5° “B”. Los grupos se
estigmatizan igual porque sigue habiendo “portación de cara” o, en este caso, “portación
de religión”, pero ahora se le suma la posibilidad de que el enemigo esté
infiltrado y sea “igual a nosotros”.
A su vez, si
enemigo terrorista puede ser cualquiera, se elimina uno de los principios de
las guerras convencionales vinculado a la separación entre civiles y no civiles.
Porque la guerra es total y en tanto tal es indiferenciada. No solo está en
territorio ajeno sino que también, dicen, está en el propio. Y por esto mismo se
diluye la separación entre las fuerzas encargadas de la defensa exterior y la
seguridad interior y, en aquellos países donde el terrorismo no es una amenaza
que preocupe a la opinión pública, es la “inseguridad” la elegida para librar
“la guerra”.
Así, y dado
que todo espacio público es peligroso, el lugar más seguro es la casa y el
único vínculo con el afuera se da a través de los medios de comunicación
tradicionales o las redes sociales. Allí, hace semanas que circula una nueva
agrupación terrorista cuya denominación también sintetiza toda una cosmovisión.
Porque llamarse “Al Qaeda” no dice demasiado pero llamarse “Estado Islámico” brinda
un mensaje simple y efectivo que cualquier agencia de publicidad aplaudiría. Pues
logra penetrar en el inconsciente e instalar que un Estado islámico es sinónimo
de terrorismo (a juzgar por la poca imaginación de los asustadores vernáculos,
no es descabellado que creen, en el corto plazo, un grupo terrorista argentino
que se llame “Estado intervencionista”).
No me interesa
aquí rastrear la historia de estas minúsculas formas sectarias y
fundamentalistas cuya existencia le debe mucho a la complicidad de Estados
Unidos no solo durante la “guerra fría” sino en el pasado inmediato con una
guerra en Kuwait en 1991, una invasión a Irak que dejó centenares de miles de
muertos y una intervención que duró casi una década sin lograr el supuesto
cometido de exportación de los valores democráticos de Occidente. En todo caso,
está claro que ese fue el contexto que derivó en fragmentación, anarquía,
ocupación, colonialismo y guerra civil, y, en ese marco, el surgimiento de
grupos radicalizados increíblemente violentos es casi una consecuencia
preocupante y tristemente natural. Pero la existencia del grupo terrorista
“Estado islámico”, cuyo “poder de fuego” es relativizado por algunos
especialistas es, conceptualmente, anecdótico pues la lógica del terrorismo y
de las guerras actuales funcionaría igualmente aun cuando Estado Islámico fuese
una ficción y se demostrara que las decapitaciones están hechas por actores con
una escenografía hollywoodense.
Porque, como
se decía anteriormente, lo que importa es la amenaza, la posibilidad de su
existencia y no la existencia misma. Algo así sucedió cuando se invadió Irak
buscando supuestos laboratorios móviles en los que un individuo podía crear
armas de destrucción masiva y, años después, el propio presidente Bush reconociera
que nada de esto se encontró. Por cierto, el Profesor español Manuel Castells
recuerda que una encuesta realizada en 2004, meses después del reconocimiento
de la inexistencia de pruebas que sustentaran la acusación de poseer armas de
destrucción masiva, arrojó que el 38% de los estadounidenses seguía creyendo
que, en Irak, se habían encontrado tales armas. Pero lo más interesante es que,
en otra encuesta, realizada en 2006, el porcentaje de estadounidenses que creía
que en Irak se habían encontrado armas de destrucción masiva había subido al
50%. Y si de encuestas hablamos, hace algunos días, The Washington Post publicó los resultados de un sondeo por el que
9 de cada 10 estadounidenses consideran que Estado Islámico es una amenaza para
el país y un 71% apoya los ataques aéreos a Irak. Esto significa que una
importantísima mayoría de estadounidenses considera que Estado Islámico pone en
riesgo su seguridad de lo cual aparentemente se sigue, de manera inevitable,
apoyar una nueva intervención a través de tecnologías presuntamente asépticas.
Mientras tanto las cadenas de noticias mostrarán algunas llamaradas detrás de
un cronista fácilmente confundibles con los fuegos artificiales de un festejo y
las agencias de noticias nos amplificarán algún nuevo acto de barbarie de
Estado Islámico en un pasaje remoto y rocoso; la Bolsa de New York subirá y los
buenos ganarán, como sucede en las películas estadounidenses. Si no hubiese
vidas de por medio y la demostración flagrante de la vehemencia de un sistema económico
que produce desigualdad y millones de excluidos, usted debería reconocer que sería
un buen entretenimiento para un sábado por la tarde.
sábado, 20 de septiembre de 2014
Cinco dilemas del kirchnerismo (publicado el 18/9/14 en Veintitrés)
Faltando menos de un año para que
se efectúen las PASO asistimos a un escenario inédito en el que aventurar puede
transformase en un camino acelerado al ridículo. Hay varios candidatos para la
Presidencia pero ninguno pica en punta. Incluso es todavía menos claro quiénes
serán los candidatos en la Provincia de Buenos Aires, el distrito más
importante del país. Algo parecido sucede en la Ciudad de Buenos Aires y en el
resto de los distritos que aportan un enorme caudal de votos. En este contexto,
el kirchnerismo enfrenta su prueba electoral más dura lo cual le plantea al
menos cinco dilemas:
Dilema n° 1: triunfo o identidad.
El candidato del Frente para la Victoria que más mide en las encuestas es
Daniel Scioli, hombre que ha ocupado los cargos más importantes dentro del
kirchnerismo desde el 2003 hasta la fecha. Fue Vicepresidente y Gobernador de
la Provincia de Buenos Aires dos veces. Tiene todo el derecho, y hasta la
obligación, de presentarse como candidato a Presidente. Sin embargo, parece
claro que el núcleo duro del kirchnerismo le desconfía pues Scioli ha sabido
mantener un vínculo fluido con las corporaciones que siguen intentando
desestabilizar al gobierno del que forma parte. Asimismo, el exmotonauta se ha
rodeado de hombres y mujeres que se han manifestado en contra de las
principales políticas del gobierno nacional y el modo en que lleva adelante las
distintas áreas de su gobierno, en algunos casos, parece ir a contramano de la
impronta kirchnerista. En este sentido, que el candidato del kirchnerismo sea
Scioli supone el riesgo de una victoria pírrica que en poco tiempo podría
acabar desdibujando la identidad kirchnerista. De aquí que una posibilidad sea
no apoyarlo, poner un candidato propio y replegarse sobre ese núcleo duro del
30% para transformarse en la principal oposición para el gobierno que venga.
Sin embargo, claro está, esto es fácil de escribir pero en la práctica se sabe
que perder una elección presidencial nunca es gratuito máxime cuando un
gobierno no kirchnerista va a encontrar un país ordenado y con una enorme
capacidad de endeudamiento, lo que le permitiría mantener algunas de las
conquistas sociales al tiempo de abrirse a los condicionamientos del capital
financiero.
Dilema n° 2: moderación o
progresía. El relato opositor ha intentando instalar que el kirchnerismo podrá
mantenerse en el poder si y solo si, se modera. Apoyar a Scioli sería un
símbolo de aquella apuesta y es real que la figura del gobernador de Buenos
Aires puede atraer votos más allá del núcleo duro kirchnerista. Sin embargo,
también es real que impulsar a Scioli recibiría el rechazo de los sectores
progresistas que son parte de ese paladar negro incluido en la base monolítica
del 30%. Así, Scioli podría atraer votos de cierta clase media incómoda con la
política de confrontación de CFK pero también perdería votos en aquella parte
de la clase media progresista que reivindica, sin ser peronista, las políticas
que más crisparon a los que siempre han detentado el poder real en la
Argentina.
Dilema n° 3: ungir o “dejar
jugar”. Hasta ahora, CFK ha promovido que todos los hombres y mujeres del
espacio con pretensiones de ser presidentes trabajen para serlo. Esto es lo que
en la jerga política se conoce como “dejar jugar”. No se ha inclinado por ungir
a ninguno en particular. Ahora bien, si a las PASO del Frente para la Victoria
llegan cuatro o cinco candidatos habilitados a jugar por CFK, es probable que
todos pierdan. Concretamente, en un escenario donde, supongamos, se presentaran,
como “candidatos” de CFK, Randazzo,
Domínguez, Urribarri, Rossi y Taiana, el que terminaría ganando la contienda
sería Scioli pues el voto del núcleo duro K se dispersaría entre las opciones que
le disputan el espacio al gobernador dentro del Frente para la Victoria. De
este modo, si CFK no se inclina por Scioli, lo único que le queda es ungir a
“su” candidato e ir a las PASO a intentar ganarle al gobernador de Buenos
Aires. Claro que eso tiene un riesgo pues si el candidato de CFK perdiera con
Scioli en las PASO, habrá que hacer esfuerzos denodados para que CFK siga
sosteniendo la conducción dentro del Frente para la Victoria.
Dilema n° 4: exposición o
preservación. El kirchnerismo tiene un as en la manga que es la propia CFK. Más
allá de que, como todos sabemos, existe un límite constitucional que le impide
una nueva reelección, la actual presidenta podría ser candidata para ocupar
otro cargo. Desde diputada por la Provincia de Buenos Aires hasta Gobernadora
de la misma provincia. De ser así, la imagen positiva que ella posee impulsaría
al candidato a Presidente del Frente por la Victoria muy por encima de sus
posibilidades. Sin embargo, claro está, probablemente la propia CFK considere
que tras 8 años en el Ejecutivo Nacional cualquier otro cargo sería menor y la
obligaría a batallar en el barro. En este sentido, la opción de preservarse y,
por ejemplo, ocupar un cargo en el ámbito del MERCOSUR/UNASUR la ubicaría en un
plano que va más allá de las polémicas de cabotaje para desde allí comandar,
eventualmente, la oposición. Pero, claro está, de elegir esta última opción, el
Frente para la Victoria vería disminuido su caudal de votos al no poder contar
con su “principal espada” electoralmente hablando.
Dilema n° 5: codazos o construcción
amplia. La apuesta por un nuevo sujeto político encarnado en una juventud con
ideales tuvo efectos concretos: la decisión de que las agrupaciones juveniles,
en especial La Cámpora, fueran ocupando diferentes espacios de poder tanto en
la estructura a nivel nacional como en los espacios territoriales de cada una
de las provincias. Y cuando se pretende llevar adelante una transformación
semejante, no queda otra que hacerlo “a los codazos”. Dicho de otra manera,
dado que los referentes tradicionales y conservadores no piensan dejar
fácilmente el poder constituido, solo una decisión fuerte de la conducción
nacional podría llevar adelante semejante intento de trasvasamiento
generacional. Pero obviamente las construcciones políticas territoriales
existentes previas al desembarco de La Cámpora observan con recelo esta
situación y muchos cuadros relevantes o bien han cruzado la vereda o bien se
mantienen dentro pero profundamente incómodos. Por ello, el kirchnerismo deberá
resolver si decide seguir adelante con el proyecto de trasvasamiento
generacional del único modo en que se puede hacer, o bien acaba cediendo y
reconoce, en las diferencias, a otros espacios que pretenden formar parte del
Proyecto Nacional.
Para finalizar, debe quedar claro
que algunos de estos dilemas pueden ser falsos. Es decir, quizás se pueda
triunfar sin resignar identidad como se hizo en 2011 y puedan encontrarse
puntos de acuerdo entre la moderación y la progresía. A su vez, sin que
necesariamente CFK acabe ungiendo a alguien, la dinámica electoral puede ir
perfilando un único candidato contra Scioli o quizás el Frente para la Victoria
decide apoyar al actual Gobernador a cambio de crearle un “cinturón de
contención” con hombres y mujeres fieles a la conducción de CFK. Por último, puede
que las rencillas entre La Cámpora y el resto de las agrupaciones nacionales y
populares con construcciones políticas pretéritas, se acomode como se acomodan
los melones y sin que la sangre llegue al río. De no ser así la conducción
tendrá que tomar decisiones que, como ante todo dilema, siempre suponen resignar
algo.
sábado, 13 de septiembre de 2014
La persona, el humano y la cerda (publicado el 11/9/14 en Veintitrés)
¿Hay humanos que no sean
personas? ¿Y personas que no sean humanos? Entiendo que estas dos preguntas
puedan generar algo de perplejidad pero aunque le resulte curioso, el debate
lleva ya demasiados siglos y se reactualiza según las circunstancias
históricas. Sin ir más lejos, el último domingo, el diario La Nación, informaba que la justicia argentina estudia requerimientos
para considerar a los chimpancés personas “no humanas”. Más específicamente, se
presentaron pedidos de hábeas corpus en los tribunales de Santiago del Estero,
Entre Ríos, Córdoba y Río Negro, para que liberen a unos chimpancés que se
encuentran en cautiverio en distintos zoológicos del país. Los argumentos son
variados y complejos, y, a su vez, pedidos similares se han hecho en distintas
partes del mundo. Pero, en general, claro está, en ningún caso se supone que
los chimpancés sean humanos sino que en tanto seres con autoconciencia, capaces
de comunicarse y sentir, de razonar y hasta de construir herramientas, deben
ser titulares de derechos. Esto nos traslada a las preguntas iniciales porque
si aceptásemos que estas condiciones son suficientes para ser sujeto de
derecho, dejaríamos abierta la posibilidad de que existan personas no humanas.
¿Cómo es esto? No se asuste. Ni estoy realizando un tratado discriminatorio
hacia determinados grupos sociales ni estoy anunciando la llegada de una
especie extraterrestre que, camuflada, convive con nosotros. Tampoco se trata
de una estrategia electoral que intente evitar que voten los gorilas pero que
habilite a los caniches peronistas a emitir su sufragio. Nada de eso. Se trata
simplemente de mostrar que “persona” no es sinónimo de “ser humano”. Pues
“persona” es una categoría jurídica equivalente a “titular de derechos” y el
hecho de que en sociedades como las nuestras consideremos que todo ser humano
tiene los mismos derechos, ha hecho que confundamos los términos. Para
comprender mejor esto, remontemos un poco la historia para recordar que en los
tiempos donde la esclavitud estaba legitimada jurídica y socialmente, existían
seres humanos que no eran personas, es decir, individuos que no tenían derechos
y que eran tratados como simples “cosas” al igual que un animal.
La separación entre lo humano y la
persona puede explicarse a través de la etimología pues si bien no hay un
completo acuerdo respecto del origen de la palabra, se dice que el derecho
romano adoptó la noción de “persona” por analogía a la máscara utilizada por
los actores griegos para amplificar su voz. Si “persona” viene de “máscara”
entramos en un terreno complejo pero queda claro que una máscara es algo que se
puede tener o no, y que sería posible “ponerle” la máscara a seres vivos que no
pertenezcan al género humano como así también quitársela a hombres y mujeres de
nuestra misma especie. La titularidad de derechos como máscara, entonces, fue
el modo en que los sistemas jurídicos pudieron discriminar entre vivientes
humanos con y sin derechos. Pero en los últimos siglos se asiste a una
paulatina universalización de la máscara como modo de igualación de todos los
seres humanos. Así, los humanos somos, naturalmente, todos distintos pero para
el derecho somos todos iguales en tanto tenemos la misma máscara. Que quede,
entonces, bien claro: del mismo modo que la máscara del actor griego dejaba
mostraba que el que estaba en el escenario representaba un personaje, los
sistemas jurídicos actuales acuden a la ficción de la persona para poder
garantizar un conjunto básico de derechos a todos los humanos por igual.
De hecho, si buscáramos un hilo
conductor para poder contar la historia de disputas de los últimos siglos en
Occidente, un camino posible sería el de las luchas de individuos y grupos
sociales por ser considerados iguales y dejar de ser vistos como cosas. Porque
los esclavos eran considerados cosas y
no personas. No tenían máscara. Eran mero cuerpo viviente y salvaje, insisto,
como son vistos incluso hoy en día los animales; algo similar sucedía con los
indígenas y en no pocos lugares del mundo las mujeres o bien son consideradas
cosas o bien no gozan de la misma porción de derechos de la que gozan los
varones.
Con todo, la relación con las no personas siempre fue ambigua pues si
nos posamos en la figura del esclavo, en tanto siervo que tenía dueño era
considerado una cosa pero, a su vez, podría llegar a recibir una pena si
cometía un homicidio de lo cual se sigue que para ser una cosa se le adjudicaba
bastante responsabilidad. En este punto, aunque resulte insólito, en el libro de
Eugenio Zaffaroni, citado en esta misma columna hace algunas semanas, titulado La pachamama y el humano, el actual Juez
de la Corte Suprema menciona casos en los que esta misma tensión se planteaba
en torno a animales que, por ejemplo, agredían a un ser humano. ¿Qué hacer con
ellos? Si fuesen meras cosas no tendrían responsabilidad alguna por sus actos.
Sin embargo, en palabras de Zaffaroni: “En la Edad Media y hasta el Renacimiento –es decir,
entre los siglos XIII y XVII- fueron frecuentes los juicios a animales, especialmente
a cerdos que habían matado o comido a niños, lo que unos justificaban
pretendiendo que los animales –por lo menos los superiores- tenían un poco de
alma y otros negándolo, pero insistiendo en ellos en razón de la necesidad de
castigo ejemplar. Sea como fuere se ejecutaron animales y hasta se sometió a
tortura y se obtuvo la confesión de una cerda”.
Si a usted no le interesara la problemática del derechos de los
animales, note, igualmente, que la discusión es mucho más general y puede llegar
a incluir temas demasiado sensibles para los humanos pues el criterio para
definir qué es una persona es determinante para una legislación sobre, por
ejemplo, despenalización del aborto. En este sentido, nadie discute cuándo
comienza la vida: lo que se discute es cuándo se comienza a ser persona y ahí,
una vez más, se muestra que la mera vida no implica necesariamente derechos o
que, en todo caso, ese es un debate abierto.
Volviendo a la cuestión de los derechos de los animales, no se puede
dejar de soslayo que hay muchísimas preguntas que quedan abiertas. ¿Pues serían
sujetos de derecho solo los animales superiores? ¿Qué pasaría con el resto? Si
extendiésemos la titularidad de derecho a todo lo viviente qué pasaría, por
ejemplo, con las bacterias o, para no ir tan lejos, ¿qué hacemos con los
mosquitos y las cucarachas?
Asimismo, como algunos autores se plantean, si el requisito para que una
vida humana o no humana posea derechos es la autoconciencia o la posibilidad de
crear herramientas ¿qué sucedería con los embriones, los fetos e incluso los
recién nacidos humanos? ¿y con los humanos que tienen muerte cerebral?
¿Dejarían de ser titulares de derecho?
Le dejo estas preguntas abiertas para discutir en familia mientras mira
a su perro, a su gato y toma un antibiótico. Yo, mientras tanto, prometo
encontrarle, para la próxima semana, la versión taquigráfica de la confesión de
la cerda.
jueves, 11 de septiembre de 2014
sábado, 6 de septiembre de 2014
¿Qué culpa tiene el presidencialismo? (publicado el 4/9/14 en Veintitrés)
¿Qué evaluación podemos hacer a
20 años de haberse sancionado la Constitución vigente? ¿Ha sido un paso
adelante tal reforma? ¿Hay una gran distancia entre el espíritu de la “ley de
leyes” y las interpretaciones posteriores? Las preguntas pueden continuar
infinitamente y son solo algunas de las que han partido los comentaristas en
las últimas semanas.
Lo cierto es que aquella reforma
estuvo lejos de surgir de la voluntad popular, más allá de que buena parte de
la ciudadanía quería volver a votar a Menem y para ello necesitaba que se
habilite la posibilidad de una reelección. Pero el texto estuvo condicionado
por un acuerdo entre los dos grandes partidos mayoritarios siendo la inclusión
del tercer senador, el senador por la minoría, uno de los artilugios para
perpetuar un bipartidismo que gracias a acuerdos entre cúpulas profundizaba la
enorme crisis de representatividad de la clase política.
En aquella coyuntura, el PJ,
controlado por el menemismo, había amenazado con llamar a una consulta popular
para que la reforma y la reelección recibieran apoyo, algo que, como se decía
anteriormente, se daba por descontado. A tal punto esa amenaza fue efectiva que
la UCR, liderada por Alfonsín, interpretó que era mejor negociar la reforma e
intentar incidir en puntos clave que en algunos casos obedecían a razones de
conveniencia electoral y, en otros, a los principios de la tradición
socialdemócrata en la que siempre se mantuvo la línea radical liderada por
Alfonsín.
Más específicamente, el
radicalismo se sabía fuerte, electoralmente hablando, en la Ciudad, y por ello
presionó para que se declarase la autonomía de Buenos Aires lo cual implicaba,
entre otras cosas, que sean los habitantes de la ciudad quienes eligiesen su
propio Jefe de gobierno y se acabe la insólita situación de un territorio que
albergaba 3 millones de personas y tenía un intendente puesto a dedo por el Poder
Ejecutivo nacional. En cuanto a las transformaciones vinculadas a la tradición
socialdemócrata, se trató de avanzar hacia un modelo semipresidencialista o de
moderación del hiperpresidencialismo, con, por ejemplo, la figura del Jefe de
Gabinete o la aparición del Consejo de la Magistratura, creaciones que buscaban
atenuar la prepotencia del Ejecutivo. En esta misma línea se incluyeron figuras
para profundizar los contrapesos y el equilibrio entre los poderes como el
Defensor del Pueblo y la Auditoría General de la Nación. Si bien sería injusto
pasar por alto el paso adelante que significó el reconocimiento de garantías
como el hábeas corpus, el hábeas data y los recursos de amparo, y el hecho de
haberle dado rango constitucional a los tratados Internacionales, quisiera
detenerme en el intento de moderar el presidencialismo, pues ¿era el
presidencialismo el problema de la Argentina?
El énfasis puesto en los
mecanismos de protección de los derechos individuales se comprende
perfectamente por tratarse de una Constitución que aparecía apenas 11 años
después del fin de la dictadura más sangrienta de la historia. ¿Pero por qué
tanto énfasis en el presidencialismo como problema? La pregunta es válida para
todo Latinoamérica por una operación conceptual bastante perversa: la
suposición de que el hiperpresidencialismo era el culpable de las rupturas del
orden institucional que se habían suscitado una y otra vez a lo largo del siglo
XX.
Es más, se instaló que el modelo
parlamentario era más evolucionado, más acorde a sociedades modernas no
atravesadas por líderes populares y caudillistas que pueden llegar al poder
indistintamente a través de los votos o de la fuerza.
¿Pero los golpes militares se
dieron por el presidencialismo o porque había presidentes que decidieron seguir
políticas que desafiaban los intereses de la facción dominante? ¿A los
militares latinoamericanos y a los
civiles cómplices apoyados por Estados Unidos les molestaba el presidencialismo
o que se avance con políticas económicas que contradecían el proyecto de país
que los favorecía a costa de las grandes mayorías?
Es curioso porque incluso las dos
grandes construcciones constitucionales de la Argentina, la de 1853 inspirada
en Alberdi y la de 1949 impulsada especialmente por Sampay, eran fuertemente
presidencialistas. Bien podía esperarse ello de una Constitución “peronista”
pero es más extraño en una Constitución liberal. Sin embargo, era tal el sesgo
presidencialista de una Constitución como la de 1853, pensada para un país que
necesitaba, según palabras de Alberdi, “reyes con nombre de presidente”, que el
propio Sampay dejó bien en claro que el gran problema de aquella Constitución liberal estaba en el terreno de
la dogmática y no en la parte orgánica. Dicho de otro modo, el gran déficit del
liberalismo decimonónico de Alberdi estaba en la lista de los derechos pues
allí solo se incluían los civiles y los políticos (a medias). Sin embargo, lo
referido a la organización del Estado, indicaba Sampay, debía mantenerse.
Justamente porque Alberdi, a pesar de ser un liberal en lo económico, entendía
que las constituciones son hijas de su tiempo y de su espacio, es decir, deben
estar vinculadas a la idiosincrasia del pueblo. Por ello discutía con Sarmiento
cuando éste quería trasplantar acríticamente la constitución norteamericana a
estas tierras. Alberdi entendía que la estructuración administrativa que se
había impuesto en la época del virreinato no se podía deshacer de un día para
el otro, y que se necesitaba un Poder Ejecutivo fuerte. Sí, el liberal Alberdi
pedía un Ejecutivo fuerte y también decía que no podía construirse un país con
un Estado incapaz de recaudar fuertes sumas a través de los impuestos.
Ahora bien, en la actualidad hay
otra pequeña trampa conceptual que esgrimen los socialdemócratas críticos de la
construcción política que vienen llevando adelante los gobiernos populares de
la región. Pues se llama todo el tiempo a generar los espacios para aumentar la
participación en nombre de la democracia deliberativa bajo la suposición de que
un Ejecutivo fuerte iría en detrimento de la participación. Sin embargo, los
ejemplos de reformas constitucionales recientes muestran que un presidencialismo
fuerte es perfectamente compatible con el fomento de la participación. Sin ir
más lejos, la reforma constitucional venezolana instituye la reelección
indefinida al tiempo que incluye la posibilidad de un referéndum revocatorio
y diversos mecanismos de participación
como los plebiscitos. Y lo más interesante: el presidente más fuerte, Chávez,
estando en el poder, llamó a un plebiscito para lograr la reelección y perdió
(en una ocasión), del mismo modo que la oposición logró llamar a un referendo
revocatorio contra Chávez y la ciudadanía, en las urnas, le dijo No a la
revocatoria.
Retomando lo dicho algunas líneas
atrás, si el presidencialismo no era ni es el principal problema de la
Argentina, ¿cuál sería el principal desafío que tenemos por delante? Por citar
dos ejemplos al azar, en la reforma constitucional de Colombia, en 1991, el
desafío tenía que ver con la necesidad de encarar la problemática de un país
partido, atravesado por la lucha contra el narcotráfico y el conflicto con la
guerrilla. Asimismo, más cercanos en el tiempo, la reforma en Bolivia,
refrendada en 2009, debía encarar el problema del racismo.
Claro que se me dirá que en la
Argentina hay varios problemas y que es difícil subsumirlos a todos debajo de
uno. Estoy de acuerdo con esa apreciación. Sin embargo quizás pueda tomarse el
desafío de la desigualdad como objetivo general para incluir allí el
desequilibrio todavía existente entre distintas clases sociales y entre las
regiones de nuestro país. Si estamos de acuerdo en este punto que expongo a
manera de hipótesis, recuerde que fue un modelo económico detrás de un proyecto
de país para minorías el que generó tal situación. No fue el populismo. Tampoco
el presidencialismo.
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