La posibilidad de la viralización inmediata y casi infinita
de contenido y opiniones ha permitido el regreso de antiguas teorías
conspirativas y el surgimiento de algunas muy novedosas. Así, la forma de la
tierra, la eficacia de las vacunas, las leyes a favor y en contra del aborto,
la irrupción de determinados gobiernos, las muertes célebres, el cambio
climático y el lugar que ocupan en las sociedades occidentales determinadas
minorías y mayorías, por mencionar solo algunos ejemplos, pretenden ser
justificadas a través de explicaciones complejísimas en las que en algún
momento aparecen oscuras corporaciones, hombres excéntricos y poderosos, los
servicios secretos de las potencias, la Iglesia, la masonería, Bin Laden, los
comunistas, los capitalistas y hasta algún que otro marciano infiltrado con la
lengua verde.
Incluir a alguna de estas entidades en la explicación parece
otorgar cierto status y la apariencia de sagacidad en quien la expone pero
también en quien la replica porque funciona como una suerte de guiño, el pase a
un club de iluminados que genera mayor identificación cuanto más minoritario
es, especialmente en tiempos donde pertenecer a una mayoría se ha transformado
en una imputación.
Es muy difícil combatir contra este tipo de armados, en su
mayoría, supersticiones, pero una base desde la cual poder situarnos la
encontraremos rastreando el espíritu que irradió un hombre nacido en un
pequeñísimo pueblo que en la actualidad apenas si supera los 380 habitantes y
se encuentra a unas 25 millas al sudoeste de Londres: me refiero a Guillermo de
Ockham y a su célebre “navaja”.
Guillermo ingresó a la orden franciscana y estudió en Oxford
donde más tarde dio lecciones sobre la Biblia. Corrían las primeras décadas del
siglo XIV y sus posturas heterodoxas fueron condenadas por el papa Juan XXII,
algunas por heréticas y otras por, simplemente, “erróneas”. Tal condena hizo
que Guillermo escapara de Avignon hacia Pisa donde tuvo la posibilidad de
encontrarse con el emperador Luis de Baviera quien lo acogió en su corte de
Munich. Allí obtuvo la protección para poder intervenir en distintas disputas
incluso contra los papas subsiguientes, si bien con la muerte del emperador, allá
por 1347, se dice que Guillermo habría intentado una reconciliación con la más
alta jerarquía de la Iglesia Católica, algo que finalmente no sucedió pues, el
nacido en Ockham, moriría poco tiempo después.
Hay distintas interpretaciones sobre el pensamiento de
Guillermo, a quien la mayoría conoce por haber inspirado el personaje de
Guillermo de Baskerville en la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, pero en general existe cierto acuerdo entre
hermeneutas y eruditos, respecto a que Guillermo de Ockham fue un precursor de
muchas de las posturas que siglos después generaron una fractura en el mundo
medieval para dar lugar a la modernidad. Si bien no es materia de este
artículo, Guillermo habría sido un fiel representante de la corriente
nominalista contra la corriente del realismo platónico en lo que respecta a la
discusión en torno a la existencia de los universales, un antecedente de la
ciencia experimental y el hombre que entendió, a diferencia de Santo Tomás, que
la religión y “la ciencia” corrían por caminos distintos y no podían hallar
conciliación. Del pensamiento de Guillermo se seguía también una separación
entre el poder terrenal del príncipe, ocupado de los asuntos civiles, y el poder
espiritual del papa, en una querella que atravesaría buena parte de los siglos
posteriores. Sin embargo, lo que aquí nos interesa es “su navaja”, la cual,
naturalmente, no refiere a un objeto en particular sino a una metáfora que
luego devino en un principio metodológico clave en diferentes disciplinas
científicas y que yo invito a ser utilizado en los debates públicos.
Este principio reza lo siguiente: ENTIA NON SUNT
MULTIPLICANDA PRAETER NECESSITATEM (No deben multiplicarse las entidades más de
lo necesario). Esto significa que no deben introducirse más realidades ni
reglas, supuestos o principios de los que son necesarios al momento de dar
cuenta de un fenómeno. De aquí se deduce que, por un principio de economía
explicativa, de haber dos explicaciones para un mismo fenómeno habría que
elegir la explicación “más simple”.
En este sentido, si frente a la evidencia de una tierra
esférica la respuesta es que hay una manipulación de imágenes y cálculos
realizada por la NASA y por las grandes corporaciones del poder mundial para engañar
a la opinión pública y ocultar que la tierra es plana, estaríamos eligiendo una
explicación bastante poco simple y multiplicando la cantidad de entes o
principios para dar cuenta de un hecho.
Volviendo a la novela de Eco, para poder desentrañar las
extrañas muertes que suceden en la Abadía, Guillermo de Baskerville hace
explícitamente uso de este principio, que en su momento no fue denominado
“navaja” y que tampoco se encontraba estrictamente en las afirmaciones de
Guillermo de Ockham aunque claramente se derivaban y eran coherentes con otras
tantas de sus ideas que nada tenían que ver con esta nueva ola de barberías que
busca satisfacer las exigencias cosméticas de los varones, sino que apuntaba a
“cortar” y “quitar” lo innecesario, aquello que “sobra” al momento de dar una
explicación.
El principio que se sigue de “la navaja” fue retomado por
Bertrand Russell ya en el siglo XX para aplicarse a toda explicación científica
y suele ser conocido también como el “principio de parsimonia” que indica que
“en igualdad de condiciones la explicación más sencilla suele ser la correcta”.
Está claro que muchas veces resulta difícil determinar cuál
explicación es más sencilla o ponernos de acuerdo acerca de qué entendemos por
sencillez. Por citar solo un ejemplo: ¿es más sencilla la teoría de la evolución
que las explicaciones ofrecidas en torno a lo que suele denominarse Teoría del
Diseño Inteligente que, palabras más, palabras menos, retoma la vieja tradición
de una entidad superior como creadora de la vida? Esto nos obliga a releer con
más cuidado el principio, especialmente en lo que respecta a que la explicación
más sencilla “suela ser la correcta”, porque de allí se sigue que en algunos
casos puede no serlo. Es decir, hay sobrados ejemplos en la ciencia y también,
por supuesto, gran cantidad de tramas políticas enormemente complejas donde
para poder dar cuenta del fenómeno hay que multiplicar muchísimo los entes, los
principios, las variables y las causas. Porque hay fenómenos complejos y
también hay grandes conspiraciones pero de lo que se trata, al menos por buen
gusto y por respeto al tiempo del otro, es de comenzar siempre por la
explicación más sencilla, tener la predisposición a no complejizar
exageradamente, pensar siempre regido por una navaja como la de Ockham. Es que
no siempre pero, en general, la respuesta está mucho más a mano de lo que la
mayoría supone.