lunes, 28 de mayo de 2012

"Fuck you" (publicado el 23/5/12 en Diario Registrado)


El programa comandado por Jorge Lanata que se emite los domingos por la noche en Canal 13 se ha transformado, en cada una de sus emisiones, en eje central de las más variadas discusiones de la agenda mediático-política. Sin embargo, tales controversias obedecen más al estilo de espectacularización de la noticia que a los debates o a la existencia de datos duros que el ex Director de Crítica había prometido. En este sentido, cuesta decir que la pantalla del principal canal del Grupo Clarín haya decidido volver a dar espacio a un programa político; menos aún a un programa de periodismo de investigación. Más bien, estoy tentado a decir que se trata de un programa muy dinámico con sketches y performances en exteriores que, al estilo del primer CQC en el que brillaba la astucia de Andy Kusnetzoff, busca incomodar a los funcionarios de turno. Podría decirse, entonces, que “Periodismo para todos” no hizo más que profundizar aún más el estilo de programa que Lanata venía desarrollando, esto es, emisiones donde el protagonista es él y nunca la noticia, ni el entrevistado. Incluso podría decirse que en cada programa este énfasis en su propia figura se hace más patente: ya no alcanza con el monólogo rodeado de una claque al estilo stand up comedy ni la entrevista intimista del final que parece parte de otro programa. Ahora los informes en la calle, sea arriba de un helicóptero, intentando entrar a un hotel, o entrevistando gente de un barrio pobre de Angola, necesitan de su figura. Detrás de esta lógica todos se benefician, es decir, salen ganando tanto el ego de Lanata como los intereses del Grupo Clarín que logra imponer una agenda para toda la semana de la mano de un periodista que extemporáneamente repite su mantra de antipolítica 25 años después como si nada (ni los dirigentes políticos ni la sociedad) hubiese cambiado.
La figura de Lanata fue cuidadosamente elegida y lo rescata de sus vergonzosas últimas actuaciones fundiendo un diario o siendo un columnista de política del sensacionalista y extinto diario Libre. La razón es clara: los periodistas del establishment fueron derrotados en la batalla cultural y no tienen la legitimidad para señalar con el dedo acusador al gobierno como lo hacían en otras épocas, pues con los discursos de la ética profesional, la independencia y la neutralidad del periodista ya no alcanza. Hacía falta, entonces, una figura pretendidamente corrosiva, que haga de un individualista nihilismo zonzo una bandera a puro martillazo y golpe de efecto. Y la respuesta ha sido sorprendente: como pocas veces se ha visto, todos los periodistas del establishment cerraron filas detrás del mascarón de proa del buque Lanata y asistieron a su programa bajo el lema de “queremos preguntar”. Encolumnarse allí es inteligente pues dado que el descrédito del periodismo está en su punto más alto, lo que queda ya no es reivindicar la figura del periodista como portavoz de la sociedad civil sino desprestigiar a la clase política. 
Por supuesto que si hacemos hincapié en la figura de Lanata hay que apuntar, además, el sorprendente viraje que realizó en apenas 2 o 3 años respecto de su posición frente al grupo Clarín pero eso no me resulta tan importante pues donde sí mantiene una constante es en su mirada acerca de la política y esto es lo que aparece, como toda una manifestación del inconsciente, en el nombre de la canción de apertura del programa. Se trata de la canción de Lily Allen, “Fuck you” la cual originalmente estaría dedicada a George W. Bush. Quiero quedarme en esa expresión reconocida por todos y que exime de traducción porque el “fuck you” supone la cancelación de cualquier conversación, es el momento límite y establece un punto de no regreso en el que sólo resta el silencio o la réplica, probablemente, violenta. El “fuck you” no argumenta, ni explica, ni da lugar al intercambio. Menos que menos permite la posibilidad de oír razones y eventualmente ser persuadido. Es la manifestación del que insulta o del que simplemente no le importa el asunto.
Y esto resulta muy interesante porque si nos remontamos a los orígenes de la civilización occidental, en particular a la cuna de la política y la democracia que es la Atenas del siglo V AC, observamos que allí, justamente, no había “fuck you” sino la incesante búsqueda del diálogo, en síntesis, de la política, sea que se la entienda como un saber, sea que se la entienda como una inclinación natural de todo ciudadano a participar de los asuntos de la polis utilizando técnicas para persuadir a un auditorio. De hecho, el estudioso Jean Pierre Vernant, en su célebre Los orígenes del pensamiento griego, afirma que el rasgo distintivo de la polis ateniense, (y, justamente, aquello que la diferenciaba de otras ciudades-Estado), era el lugar que tenía la palabra, una palabra que ya no era aquella considerada verdadera por salir de la boca del sabio. Todo lo contrario, era la palabra entendida como el instrumento de disputa capaz de interpelar y de justificar una acción. En este sentido, la cancelación del diálogo era justamente el fin de la vida política y la democracia, esto es, aquel sistema en el que cada uno de los ciudadanos tenía isonomía (igualdad ante la ley) e isegoría (igualdad en el uso de la palabra en el marco de la Asamblea).
Dicho esto, yo cambiaría la elevación del dedo mayor por la del dedo índice y, en todo caso, trataría de explicarles a los ciudadanos por qué considero que debemos orientarlo hacia el horizonte de una sociedad más igualitaria y más participativa.  

jueves, 24 de mayo de 2012

Carta existencialista para una mejor militancia (publicado el 24/5/12 en Veintitrés)


En la última semana, CFK y una importante comitiva que incluía funcionarios y empresarios emprendieron una misión política y comercial en Angola. Destino, a priori, exótico, despertó todo tipo de comentarios, la mayoría basados en una profunda ignorancia de la importancia que tiene África para el superávit comercial. Por otra parte, como pocas veces se ha dado en los últimos años, hubo una extensa cobertura de los medios, con gran cantidad de enviados especiales que tenían la posibilidad de seguir los pasos de la comitiva e informar los detalles. Sin embargo, como suele ocurrir, la mayoría de los focos dejaron de lado los intercambios económicos y se posaron en aquellos elementos que podrían perjudicar a la actual administración. Así, insólitamente, varios editorialistas acusaron al gobierno argentino de establecer vínculos con una dictadura que lleva 32 años en el poder y que está acusada de violar los derechos humanos, crítica que no realizan cuando, por ejemplo, Argentina negocia con Estados Unidos y China, el primero acusado por la situación de los prisioneros de Guantánamo, y el segundo por la ausencia de una democracia de partidos y la persecución a opositores.
Sin embargo me quiero detener en una imagen que fue noticia durante varios días. Un miembro de la delegación, aparentemente militante de una agrupación juvenil, posó junto a unos niños angoleños pobres, con unas medias que tenían la inscripción “Clarín miente”. La imagen era tan inoportuna y tan agresiva que con buen tino se pensó que era una operación, de las tantas que hay, contra el gobierno. Sin embargo, tras varias idas y vueltas, aparentemente se habría confirmado que efectivamente, el muchacho de la foto era parte de la comitiva oficial y habría pruebas de que el merchandising que incluía globos con la misma leyenda provino de alguno de los miembros de la delegación.
Y aquí me quiero detener para hacer algunas reflexiones acerca de la responsabilidad de la militancia. En otras palabras, entiendo que la explosión de la militancia juvenil puede ser la base de sustentación de esta nueva etapa kirchnerista y también entiendo que esta militancia es presente pero ante todo un proyecto que deberá tener más aciertos que equivocaciones. Por ello y porque ya sabemos que Clarín miente ¿hace falta llevar globos y medias a Angola para recordarlo? ¿Hace falta que Clarín deje de mentir por un rato para mostrar que efectivamente un militante joven tuvo la mala idea de posar junto a niños desnutridos y descalzos con unos pares de medias en la mano?  
Permítaseme, entonces, encarar el asunto en términos existencialistas pues de allí, quizás, puedan seguirse una serie de principios capaces de poder influir en las acciones de la militancia.
 La tradición existencialista es compleja y son muchos los pensadores que fueron incluidos en esa línea, si bien hay cierto acuerdo en que habría sido el danés Sören Kierkegaard el precursor. Con todo, sin duda, fue el francés Jean Paul Sartre el que pasó a la posteridad como el más representativo de esa perspectiva que resulta, ante todo, una ética.
Como el propio Sartre lo explica en El Existencialismo es un humanismo, el existencialismo es aquella filosofía que supone que la existencia precede a la esencia. ¿Qué significa esto? Que no hay una esencia humana capaz de determinarnos y que, por ello, somos responsables de nuestras acciones. En otras palabras, no existe ni Dios ni una naturaleza humana que nos obligue a actuar de determinado modo; menos que menos una moral y un conjunto de valores que bajan del cielo como prescripciones sagradas. Nada de eso: el hombre es una pura existencia arrojada al mundo, una pura acción incapaz de ser definida antes de actuar. De aquí que, al no haber Dios ni determinación alguna, el Hombre no sea otra cosa que un ser libre. En este sentido si un extraterrestre preguntara “¿Qué es el Hombre?”, la respuesta que Sartre le daría es el primer principio del existencialismo: “el Hombre no es otra cosa que lo que él se hace”.
Sin embargo, hasta aquí, usted podría pensar que esta ausencia de valores previos que determinen la acción estableciendo el bien y el mal, da lugar a un “vale todo” pero tal suposición es apresurada. Por un lado, efectivamente, los hombres tienen la libertad para elegir las acciones que desean llevar adelante, pero, por otro lado, al no haber una idea de lo Humano previa, una imagen de lo que los hombres somos, Sartre considera que en cada acción los individuos están contribuyendo a crear la Humanidad. Y aquí aparecen los fundamentos universalistas del autor de El ser y la nada que en sus propias palabras son explicados así: “No hay ninguno de nuestros actos que, al crear al hombre que queremos ser, no creen al mismo tiempo una imagen del Hombre tal como consideramos que debe ser. Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir mal; lo que elegimos es siempre el bien, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos. Si, por otra parte, la existencia precede a la esencia y nosotros quisiéramos existir al mismo tiempo que modelamos nuestra imagen, esta imagen es valedera para todos y para nuestra época entera”.
             Ahora bien, como se decía anteriormente, si en cada acto individual se está creando una imagen de lo que deseamos que la humanidad sea, lo que se sigue de esto es, naturalmente un alto grado de responsabilidad y, consecuentemente, una importante dosis de angustia porque antes de actuar sabemos que estamos proyectando ese accionar sobre toda la humanidad.
Retomo, entonces, estas consideraciones para repensar la nueva militancia en general. Es desesperante saber que en cada acto que se realiza está comprometida la humanidad y la imagen de lo que consideramos que se debe hacer, pero es inevitable. La militancia juvenil actual sin duda se basa en una tradición y en una serie de preceptos pero, desde mi punto de vista es, ante todo, un proyecto, está lanzada al porvenir y se está constituyendo en un entorno democrático alejado de las prácticas violentas de los años 70. En este sentido es enteramente responsable de sus actos y cada militante debe responder, en cada acción, por la totalidad de ese proyecto. Con todo, es injusto evaluar a la militancia por los errores que un solo individuo pueda cometer y efectivamente no es eso lo que me interesa hacer. Más bien, me interesa dirigirme a todos los militantes para advertirles la enorme responsabilidad que cargan sobre sus espaldas y que no tiene amparo en la obediencia a un liderazgo ni puede cobijarse en una tradición.
Las líneas de continuidad y la organización son esenciales para todo proyecto político y dejar de lado ese contenido sustancial sería vaciar de identidad cualquier propuesta. Sin embargo, quizás estemos viviendo unas condiciones históricas irrepetibles para pensar un proyecto, un conjunto de acciones que serán constitutivas del país que viene. Por todo esto es que hay que tratar de cometer la menor cantidad de errores posibles y fomentar la autocrítica. Es angustiante tener semejante responsabilidad pero quizás esa angustia sea el precio que haya que pagar ante la evidencia de que tenemos la posibilidad de transformarlo todo.        

jueves, 17 de mayo de 2012

Los que no quieren preguntar (publicado el 17/5/2012 en Veintitrés)


Epígrafe: “para poder preguntar hay que querer saber, esto es, saber que no se sabe”
Hans-Georg Gadamer
 El último fin de semana, el programa que conduce Jorge Lanata en Canal 13 retomó una crítica recurrente al modo en que el kirchnerismo elige comunicar. Más específicamente, un aspecto que puede leerse a la luz de esa relación de tensión entre el gobierno y los medios dominantes, es la negativa a someterse a conferencias de prensa. Justamente el informe del programa mostraba cómo pueden contarse con los dedos de una mano los momentos en que la presidenta ha decidido aceptar preguntas de los periodistas y el modo en que algunas de sus respuestas se realizaron en un clima de tensión.
 Hasta aquí no hay nada demasiado novedoso pero la particularidad estuvo en ese aspecto de espectacularidad que Lanata intenta dar a sus puntos de vista, privilegiando, en muchos casos, los golpes de efecto al dato duro. Lo llamativo, entonces, es que tras su monólogo inicial, buscando emular la respuesta de Tato Bores a la jueza Servini de Cubría, un grupo de periodistas referentes especialmente de Clarín, Perfil y La Nación más algún idiota útil que legitima por izquierda, establecieron un slogan que rápidamente se diseminó a través de los portales de estos diarios y las redes sociales. Se trata del “queremos preguntar” y que refiere, entonces, al deseo que tendrían estos periodistas de transmitir sus interrogantes a la presidenta, si no a través de los reportajes exclusivos que anteriores mandatarios brindaban, al menos, en el marco de una conferencia de prensa.        
 Dado que no tuve la suerte de ser convocado a esta manifestación, aprovecharé estas líneas para dar mi parecer al respecto y para reflexionar sobre lo que significa preguntar, pues se trata de una herramienta que ha sido determinante para todo el pensamiento occidental desde los griegos hasta la actualidad.
 Por lo pronto creo que habría que hacer algunas diferenciaciones: considero que es mejor que haya conferencias de prensa a que no las haya pero de eso no se sigue que esté en juego la libertad de prensa ni que se esté frente a un gobierno autoritario y solipsista que ha resuelto cortar todo vínculo con la opinión pública. De hecho, aun cuando esto pueda ser criticado, el kirchnerismo optó por una nueva forma de comunicación sin intermediarios a través de los discursos que realiza casi diariamente la presidenta y utilizando, para situaciones que lo ameriten, la cadena nacional. Claro está, los periodistas que el domingo se convocaron en los estudios de canal 13 aducen que ese tipo de comunicación directa no admite preguntas ni interpelación y que de ese modo el funcionario en cuestión sólo comunica lo que desea, evitando así los temas comprometidos. Sin dudas es así y, de hecho, la conferencia de prensa es el formato que se le da a esa lógica de las repúblicas modernas en las que el gobernante debe rendir cuentas y hacer públicas sus decisiones frente a la ciudadanía. Ahora bien, como muchas veces indicamos desde esta columna, este esquema más propio del siglo XIX y las primeras décadas del XX se ha venido alterando hasta llegar a una actualidad en la que está en discusión toda la lógica periodística, desde la posibilidad de ser objetivos y neutrales, hasta el hecho mismo de ser representativos de la sociedad civil. Lo que, entonces, cabe reflexionar a partir de este “queremos preguntar” es si efectivamente quieren hacerlo, quiénes son los que quieren preguntar y qué garantía existe de que esa pregunta sea representativa de los intereses de la ciudadanía. Respondiendo rápidamente a los últimos interrogantes, daría la sensación que en el marco de la profunda crisis del periodismo y a partir del gran apoyo que ha recibido el gobierno en su disputa contra los medios dominantes, pareciera que una gran parte de la sociedad entiende que lo que se unió en el programa de Lanata es la corporación periodística y que lo que quieren preguntar no es representativo de los intereses de la sociedad, sino más bien de las corporaciones a las que representan.           
 Pero más interesante sería indagar en lo que significa preguntar porque, vinculado a lo recién dicho, puede que indagando en el origen y el sentido que la pregunta tenía en la antigüedad, se concluya que el preguntar está vedado menos por la decisión del kirchnerismo que por la soberbia y los intereses de los periodistas del establishment. 
 La pregunta ha sido, entonces, central para acceder a la verdad, ya desde los tiempos del nacimiento de la filosofía. Como usted recordará, la historia cuenta que un amigo de Sócrates, Querefonte, consultó al oráculo de Delfos acerca de quién era el más sabio en Atenas. Los oráculos, como todos aquellos que dicen poseer algún don profético, se pronuncian con ambigüedad pero a Querefonte le quedó claro que el elegido había sido Sócrates. Al éste enterarse de la información que había recibido su amigo, creyó que había habido una mala interpretación de las palabras del oráculo y se propuso probarlo. A partir de aquí, viene la historia por todos conocida, que tan bien retrata su discípulo Platón: se trata de interrogar a los representantes de las diferentes funciones de la sociedad acerca de su saber. Sin embargo, al hacerlo, Sócrates comienza a darse cuenta que aquellos que aparentemente sabían, en realidad, no saben. De ahí concluye que el oráculo tenía razón y que él es el más sabio, no por poseer una doctrina, o una gran cantidad de conocimiento enciclopédico, sino por su conciencia de no saber, por su saberse ignorante. Y a este punto quería llegar, porque como muestra Platón, a alguien que no sabe sólo le queda la pregunta franca, nunca la respuesta. Por ello Sócrates nunca escribió y sus diálogos no terminan con un momento final en el que se propone desasnar al interlocutor comunicándole la verdad del asunto. Más bien, generalmente los intercambios acaban en aporías, finales abiertos y sin solución. Justamente de eso trata el método socrático: a través de sucesivas preguntas, demostrar al interlocutor que está equivocado para que haga catarsis, elimine ese falso conocimiento, y luego ayudarlo para que él mismo pueda alcanzar la verdad.  
 Dicho esto, lo que se muestra con claridad aquí es que el buen preguntar supone asumir que no se sabe. En otras palabras, el que sabe, aun cuando interpele en un formato de pregunta, en el fondo sólo la utiliza como puntapié pedagógico o como forma retórica. Es sólo un recurso para decir, lo que él considera, la verdad. De aquí que se trate de una pregunta inauténtica porque no se basa en la conciencia de no saber.
 Así, contrariamente a lo que corrientemente se supone, en una conferencia de prensa, ambos interlocutores deben tener la misma predisposición: el que responde porque acepta preguntas que pueden incomodarlo, y el que pregunta porque debe hacerlo dejando de lado sus prejuicios y la soberbia de creerse poseedor de un saber. En otras palabras, las conferencias de prensa son utilizadas generalmente por los periodistas para editorializar y para opinar antes que para preguntar. Y es justamente éste el tema central que aquellos periodistas corporativos que bramaban “queremos preguntar” no toman en cuenta. De hecho, como bien indica el filósofo alemán Gadamer, la opinión, la doxa, es aquello que reprime el preguntar pues quien opina, cree que sabe y en tanto tal no le interesa preguntar o, si lo hace, es sólo para abonar su pretendido saber. Es interesante, por último, una lectura que puede hacerse a partir de un comentario del mismo Gadamer en su libro Verdad y Método y es que en el origen de la palabra “opinión”, insisto, “doxa”, hay una doble significación. Por un lado es aquel no saber que se opone al verdadero saber, llamado episteme; pero por otro lado, doxa significa también la decisión alcanzada por la mayoría en la reunión del Consejo. De aquí Gadamer infiere que la opinión siempre tiene una tendencia expansiva, busca aparecer como representativa del interés general. En términos actuales, los que opinan, los periodistas, siguen pretendiendo erigirse como voz de la sociedad civil tomada como un todo homogéneo y de ahí consideran que, dado que la gente quiere saber, el poder político debe abrirse a ellos en tanto portavoces de los intereses populares. Sin embargo, está claro, las cosas han cambiado: los periodistas del establishment no son la voz del pueblo sino de intereses económicos que son presentados como intereses de toda la población. Por ello, si se indaga en profundidad, se verá con claridad que estos periodistas no quieren preguntar. Simplemente quieren opinar e incidir en las decisiones del poder político.            

jueves, 10 de mayo de 2012

Política y voluntad de poder (publicado el 10/5/12 en Veintitrés)

Finalmente, el jueves 3 de mayo, la cámara de diputados sancionó la ley que declara de interés público el autoabastecimiento de los hidrocarburos y expropia el 51% de las acciones de Repsol en YPF. Así, tras 20 años, la empresa vuelve a ser del Estado Argentino y se recupera un puntal para todo tipo de decisión soberana en materia energética y económica. Pero más que hablar de este cambio y su significación, algo que debe entenderse como parte de una transformación que es, ante todo, cultural, quisiera detenerme en los números de la votación tanto de senadores como de diputados. Si bien los apoyos al proyecto del gobierno suscitaron furibundas críticas de los editorialistas de los medios de posición dominante, lo que sugiero como hipótesis es que detrás de la decisión de votar de un modo u otro hay una concepción del Estado y una forma de entender el poder.

Tomaré como muestra la votación en diputados. El proyecto gubernamental obtuvo más del 80% del total de la Cámara, un número envidiable e histórico. Fueron, finalmente, 208 votos compuestos por la totalidad de los representantes del Frente para la Victoria y aliados (conjunto que ya contaba con los votos necesarios para sancionar la ley), a los que se sumaron especialmente el Frente Amplio Progresista que llevó como candidato a presidente en la última elección a Hermes Binner, y la Unión Cívica Radical con Ricardo Alfonsín a la cabeza. Hay quienes afirman que el acompañamiento del FAP y de la UCR estuvo marcado por una lectura de las encuestas que mostraban un amplio apoyo popular a la medida; incluso, plumas como las de Morales Solá descaradamente afirmaron que el apoyo de estos sectores (el cual, insisto, no era necesario para sancionar la ley) fue parte de un “arreglo político” a partir del cual se “pagaría” el gesto con cargos para asesores. Creo que este tipo de elucubraciones son maliciosas y que tanto el FAP como la UCR, a contramano de lo que años anteriores habían hecho frente a leyes clave y que tenían, también, fuerte apoyo en la ciudadanía, votaron en base a sus principios. Para justificar esto basta recordar la tradición estatalista del socialismo y el hecho de que haya sido Hipólito Yrigoyen, en el sexto año de su mandato, el que haya fundado YPF.

Ahora bien, aun cuando haya sido una expresión minoritaria, hubo diputados que votaron en contra (32), se abstuvieron (5) y se ausentaron (11). En el primer grupo estuvieron principalmente los diputados del peronismo federal liderados por el duhaldista Eduardo Amadeo, y los representantes del PRO bajo el mando del conservador Federico Pinedo. En el segundo grupo aparecieron principalmente los diputados de la Coalición Cívica con Elisa Carrió a la cabeza, un partido que supo cosechar importante cantidad de votos pero que hoy, tras obtener el 1,8% en las últimas elecciones tiene sólo carácter testimonial. Por último, entre los que se ausentaron está un grupo que responde al radical Oscar Aguad, apodado “el milico”. Sin embargo, tal decisión preanuncia su decisión de salirse del partido y acercarse, tras varios coqueteos, a un ecosistema que le es más afín, el del PRO.

Pero como anticipaba anteriormente, creo que pueden hacerse lecturas de estas votaciones que van bastante más allá de la coyuntura, los reagrupamientos y los pases de partido.

Tal interpretación estará centrada en los sectores de la oposición, aquellos que resultan al día de hoy, una verdadera incógnita de cara al futuro. Sin embargo, en esta votación quizás se comience a plasmar un indicio del modo en que han decidió enfrentar al kirchnerismo.

Por un lado, que el FAP y la UCR hayan votado a favor de la expropiación, más allá de obedecer a sus principios, demuestra que existe, al menos de manera incipiente, una voluntad de poder. Es decir, se trata de dos grupos que pretenden ser gobierno, que son potencialmente capaces de serlo y que, en tanto tal, obran con la responsabilidad propia de aquellos que al saberse posibles ocupantes del ejecutivo, reconocen la necesidad de apoyar políticas de Estado como éstas. Sólo el tiempo dirá si esta conducta se mantiene o si se vuelve a la agenda marcada por las corporaciones.

Ahora bien, ¿cómo explicar el accionar del PRO? Por un lado habría que decir que la negativa a votar el proyecto es una cuestión de principios más allá del cada vez más zigzagueante mensaje de Mauricio Macri quien en días consecutivos afirmó: a) que se oponía al proyecto; b) que le gustaba el modelo de Petrobras (es decir, el modelo mixto que sigue este proyecto de expropiación de YPF) y c) que si fuese gobierno en 2015 dejaría el 51% de las acciones en manos del Estado porque lo que importa no es si eso está bien o mal sino que haya coherencia.

Probablemente hayan sido estos mensajes esquizoides los que hicieron que la bancada PRO y el residuo de PJ Federal (que acabará sumándose al macrismo o intentará plegarse con algún brazo de derecha que se separe del propio kirchnerismo de cara a 2015), se autodeterminen y decidan ir directamente contra el proyecto. ¿Pero se puede decir algo más sobre esto o se trataría simplemente de una cuestión de principios? Ambas cosas. Sin duda, la decisión de oponerse obedece a esa tradición neoliberal de la cual estos hombres no reniegan, pero hay algo más. Se trata de la voluntad de poder. La sensación que tengo, entonces, es que a pesar de ocupar hace 5 años la Jefatura de la Ciudad de Buenos Aires, el macrismo no se concibe como poder no porque considere que no sea capaz de ganar en 2015. Todo lo contrario. Se tienen muchísima fe y serán muchos los apoyos que conseguirá para tal fin, pero lo que está de fondo es que el alcanzar el poder ejecutivo nacional para el macrismo no es sinónimo de poder pues en el fondo el PRO considera que el poder ya no se encuentra en el Estado. Ser presidente en 2015 será para Macri, un ascenso gerencial, una posibilidad de hacer mejores negocios pero no la toma del poder porque éste yace en las corporaciones económicas. Por eso el voto del PRO y las plumas editorialistas apuntan al oposicionismo burdo. Porque lo que importa es el caos en sí, la pérdida de credibilidad del Estado y la política, y que se abra ese espacio para que la seguridad jurídica y el mercado armonicen los conflictos, es decir, para que las corporaciones tengan la vía libre.

Distinto, entonces, parece el caso del FAP y la UCR que parecen creer que, aun discrepando con el gobierno en la mayoría de sus decisiones, entienden que la que debe gobernar es la política. Ojalá entiendan, entonces, que la apuesta al caos y el oposicionismo caprichoso, debilita al gobierno pero no redunda en la recepción de nuevos apoyos a sus propuestas. Más bien lo que hace es reivindicar una ya trillada antipolítica que a pesar de los cambios culturales sigue siempre allí acechando. En esta línea, ojalá la decisión sobre YPF inaugure las bases de un único acuerdo básico. Tal acuerdo debería consistir en una simple y fundacional premisa, esto es, gane quien gane en 2015, las decisiones las debe seguir tomando la política.





jueves, 3 de mayo de 2012

El nuevo sujeto cristinista (publicado el 3/5/12 en Veintitrés)


El acto kirchnerista celebrado el pasado 27 de abril en la cancha del Club Atlético Vélez Sársfield, permite varias lecturas. Por un lado, tal fecha coincide con el noveno aniversario de aquella primera vuelta en la que Néstor Kirchner obtenía ese 22% que lo llevaría a la presidencia tras la renuncia de Carlos Menem a participar del ballotage. Tal coincidencia lleva, casi naturalmente, como todo aniversario, a hacer un balance, en este caso, de los logros del gobierno obtenidos en esta etapa, conquistas que en la actualidad se ven revitalizadas por la decisión de recuperar YPF. Pero por otro lado, el acto significó también la confirmación del sostenido apoyo popular del que viene gozando el gobierno tras tocar su piso electoral en 2009.
Sin embargo, una lectura política bien podría darle a este acto un carácter fundacional de la fisonomía del kirchnerismo cristinista en este nuevo mandato. En otras palabras, la convocatoria sirvió para dejar bien en claro cuáles son los sectores de la militancia sobre los que se apoyará el gobierno. Para ello basta observar el palco oficial, las banderas y los organizadores del evento: primer plano para la juventud de La Cámpora encarnada en Andrés Larroque y Máximo Kirchner, igual relevancia para los movimientos sociales de Pérsico, Navarro y el “reaparecido” D´elía, y un espacio para la “pata sindical” cuyo referente principal es Hugo Yasky.
Ahora bien, resulta claro que desde hace tiempo el gobierno de CFK se viene inclinando por estos actores de la política postergando así a los sectores tradicionales. Por ello, lo que resultó fundacional del acto fue, antes que nada, que estos “nuevos grupos” demostraran una capacidad de movilización tal que permitiera prescindir de los grandes desahuciados de la fecha: el aparato tradicional del PJ liderado por los barones bonaerenses sobrevivientes y el sindicalismo moyanista que un día antes había tenido su propio acto.
Si estos grupos son lo suficientemente fuertes para tolerar los embates que recibe cualquier gobierno, es algo que se verá con el tiempo pero por lo pronto está claro que CFK los ungió y que ellos han demostrado capacidad de movilización, lo cual supone, creo, una nueva etapa. Pero más allá de la eficacia que sólo se ve en la práctica, la pregunta es si se está frente a la apuesta por un nuevo sujeto histórico propio de la etapa del cristinismo post muerte de Kirchner.
La pregunta por el sujeto histórico, el agente del cambio, ha sido cara al pensamiento marxista que en sus orígenes resolvía la ecuación de manera simple: el sujeto revolucionario era determinado objetivamente porque eran las condiciones de producción las que lo configuraban. Hacía falta, entonces, que el proletariado, aquella clase social que no es dueña de los medios de producción, deje de ser una “clase en sí”, adopte conciencia y se transforme en una “clase para sí” cuyo fin último sea la toma del poder. La visión marxista del siglo XIX se caracterizaba además por discutir con cierta tradición individualista que suponía que el sujeto del cambio eran aquellos hombres excepcionales que casi como una anomalía de la historia y de las condiciones sociales eran capaces de torcer el rumbo histórico.
 Sin embargo, a lo largo del siglo XX, el mundo cambió y las condiciones del trabajo actuales probablemente serían irreconocibles por Marx. En esta línea, los núcleos alrededor de los cuales se podía generar un sentido de pertenencia y conciencia en torno de intereses comunes, se han atomizado dramáticamente. Ya ni siquiera queda la pertenencia nacional en este contexto de genuflexión de los Estados frente al capital transnacional; menos aún la vinculación partidaria en el marco en que los partidos políticos que fueron la clave de la representación a lo largo del siglo XX, se encuentran en una crisis identitaria profunda en todo el mundo. Por su parte, la desregulación del trabajo propia del capitalismo financiero ha alterado profundamente los vínculos laborales y ha debilitado a las representaciones sindicales. En este contexto es que en las décadas pasadas varios teóricos pusieron atención en los nuevos movimientos sociales, grupos heterogéneos críticos del sistema. Tales movimientos no podían ser definidos a priori y objetivamente como lo hacía el marxismo con el proletariado. Más bien, lo que se demuestra con la aparición de estos grupos es el modo en que ese énfasis marxista en la determinación económica obturaba el surgimiento de un sinfín de diferencias al interior de la clase social. La clase obrera y la representación sindical no desaparecen pero irrumpen, entre otros, grupos identificados por su pertenencia nacional, étnica, de género o por su objeto de deseo sexual. Se asiste, entonces a un mundo en el que conviven sindicatos con movimientos de desempleados; asociaciones a favor de la defensa de los derechos humanos con apologetas de dictaduras y amnistías; militantes feministas y gays con neonazis y religiosos antiabortistas; grupos pacifistas y ecologistas con terroristas de causas diversas; inmigrantes indocumentados con empleadores nacionalistas que los culpan de la crisis, etc.
Asimismo, en la historia particular de la Argentina se halla el ya de por sí complejo proceso que fue el peronismo y las dificultades que aparecen al tratar de identificar el sujeto de un proceso en que el líder, la clase obrera, el partido y el movimiento, eran presentados como partes indiferenciadas de un bloque monolítico sin fisuras.
Por ello es que en este momento del mundo y del país no deba sorprender la mutabilidad y la complejidad de esa identidad dinámica que es el kirchnerismo. No obstante, parece que la apuesta del gobierno es etaria e ideológica. Es etaria porque afirma el valor de la participación juvenil pero es ideológica porque intenta canalizar esa participación en un programa y en una tradición política.
             Tal tradición se manifiesta, sin duda, en aquellos íconos del peronismo, desde el mismísimo General Perón hasta Evita, pero encuentra sus referentes y su propia mística en Néstor Kirchner y en Cristina Fernández.
Ahora bien, ¿por qué la cuestión objetiva de la edad aparece como determinante? Y en eso me quiero detener porque está claro que nadie puede reivindicar una edad por sí misma. Sin duda, entonces, lo que entiendo que opera allí es una especie de salvaguarda de reserva ideológica enmarcada en una nueva visión del mundo. En otras palabras, los principales dirigentes juveniles son los nacidos entre el 76 y el 83, en muchos casos, hijos de desaparecidos o hijos de aquellos que hoy arriban a las seis décadas y militaron en los 70. Estos hijos, que reivindican las banderas de sus padres, sin embargo, han crecido en democracia y en un contexto latinoamericano en que no aparece la posibilidad de dictaduras y golpes de Estado. Se trata, en este sentido, de una generación comprometida con ideales de igualdad y justicia pero que no concibe como variante la posibilidad de una toma de armas y que no tiene un pasado dentro de estructuras políticas cómplices de los grandes negociados que, incluso en democracia, vaciaron al Estado. Asimismo, es una generación hija de la lucha por los derechos humanos iniciada aquí por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, lo cual parece garantizar un apego a los principios liberales (de los Derechos Humanos) y republicanos, entremezclados, claro está, con la tradición más popular propia de la militancia de la izquierda peronista de los 70. Si mi descripción es correcta, no se puede más que otorgar crédito a un sujeto sui generis surgido en democracia y constituido por una conjunción ecléctica de identidades. Otro asunto será si este nuevo sujeto y los hombres que lo constituyen estarán a la altura de la historia. Pero eso es algo que sólo la historia misma podrá responder.