viernes, 29 de abril de 2016

El enjambre antipolítico (publicado el 28/4/16 en Veintitrés)

En este artículo quisiera abocarme a la relación entre política y redes sociales. Más precisamente, y frente a los que presentan a estas redes como la panacea democrática en la que se puede cumplir la utopía de un ágora mundial: ¿es posible la política en las redes sociales? O en todo caso: ¿qué opción política es capaz de constituirse a partir del tipo de sujeto y las identidades que se instituyen a través de las redes?
La lista de pensadores que han encarado preguntas más o menos similares es extensa pero para no amedrentar mencionaremos solo algunos. Sin embargo, antes cabe preguntarse, casi como “abogado del diablo”: ¿acaso las redes no favorecen las expresiones colectivas a través de la posibilidades de la comunicación directa y su capacidad asociativa? ¿No podríamos, gracias a éstas, avanzar hacia una suerte de democracia directa en la que cualquiera, a través de su computadora, pueda participar y elegir candidatos o apoyar determinadas iniciativas legislativas? Frente a estas optimistas preguntas retóricas aparecen visiones más pesimistas como las del sociólogo polaco Zigmunt Bauman. Para el autor de Modernidad líquida, internet funciona con la lógica del enjambre. ¿Qué significa esto? Que en el mundo digital y en las redes sociales, no se forman “grupos” sino que el modo de asociación entre las personas/perfiles es distinto. En otras palabras, más allá de que los términos “grupo” o “comunidad” tienen un sentido específico dentro de la web, fuera de la misma suponen cosas completamente distintas: la subsunción del individuo a la totalidad; una identidad estable y mínimamente perdurable en el tiempo; y, cuando se trata de grupos o comunidades con fines políticos, una estructura más bien verticalista con liderazgos o conducción. Justamente por esto es que, para Bauman, la lógica del enjambre es diametralmente opuesta: “se juntan, se dispersan y se vuelven a reunir en ocasiones sucesivas, guiados cada vez por temas relevantes diferentes y siempre cambiantes, y atraídos por objetivos o blancos variados y en movimiento” (Bauman, Z., Mundo consumo, Argentina, Paidós, 2010, p. 29).
Efectivamente, como usuarios de redes formamos parte de “grupos” de los más heterogéneos y es posible que un mismo perfil ponga “Me gusta” a “Todos con Cristina Kirchner”; “Amo a Eric Clapton”; “Clases de salsa”; “River campeón del siglo” y “No a la matanza de perros en Colegiales”. Pero donde más se ve la lógica del enjambre es en la agenda del minuto a minuto. Allí, un tema se viraliza y todos los usuarios entienden que tienen algo para decir y, si es posible, para juzgar, máxime si se trata de alguna figura pública. El tema en cuestión o el circunstancial personaje a repudiar permanece como lo más nombrado por unas horas ya que todo el enjambre confluyó detrás de ese episodio pero al día siguiente la veleidad de las redes hace que el foco se ponga en otro tema y en otro circunstancial personaje público a repudiar.         
“Un enjambre no tiene una parte superior ni un centro; lo único que sitúa a algunas de las unidades autopropulsadas de ese enjambre en la posición de “líderes” a seguir durante la duración de un vuelo determinado o de una parte de éste (aunque difícilmente por más tiempo) es la dirección actual del vuelo. Los enjambres no son equipos; no conocen la división del trabajo. Solamente son (a diferencia de los grupos propiamente dichos) la suma de sus partes o, más bien, conglomerados de unidades autopropulsadas (…)  La mejor manera de visualizar un enjambre es imaginándolo como aquellas imágenes de Warhol, copiadas hasta el infinito, sin un original (o con uno del que se deshizo en su momento y que era ya imposible de localizar y recuperar)” (Bauman, Z., Mundo consumo, Argentina, Paidós, 2010, p. 30).
En el enjambre no hay solidaridad, ni vínculos perdurables. Menos aún sentido de pertenencia a una unidad trascendente. Es un viaje casual en el que circunstancialmente tenemos a un compañero de tránsito que no nos acompañará en el enjambre de mañana. Lo único que importa para el enjambre es el número, pues, como dice Bauman, se parte de la idea de que no puede ser que muchos seres humanos/perfiles sean engañados y empujados a participar de una lógica de la que no vale la pena participar. “Estar afuera” es castigado con el desprecio que tiene la red hacia todo aquel o aquello que no esté “actualizado” y participar de cuanto enjambre haya es premiado con seguidores y “Me gusta”.  
 Pero quien también dedica algunas reflexiones a la lógica del enjambre es el filósofo coreano Byung-Chul Han. En particular, este pensador resalta el modo en que se disuelve la frontera de lo público y lo privado, el rol que juega el anonimato al momento de construcción de lo público, el fomento de las respuestas meramente afectivas, el aislamiento y las consecuencias políticas de ello.
Según Han, la comunicación digital elimina toda interioridad en pos de la velocidad con que deben circular los signos. En ese sentido, el hecho de que todo sea imagen “hacia afuera”, hace desaparecer la esfera íntima que tanto se había forjado especialmente a partir del ascenso de la burguesía. Si el mundo burgués inventó los cuartos propios en los que los varones podían avanzar en tareas introspectivas que muchas veces vertían en diarios íntimos, lo que tenemos en la actualidad son jóvenes (de ambos sexos) que se sacan fotos en su cuarto y no tienen necesidad de intimidad sino, justamente, de publicidad, incluso de sus actos más íntimos. Las “necesidades vitales” que en un determinado contexto cultural derivaban en diarios íntimos algunos siglos atrás, sucumben hoy frente a la necesidad, igualmente “vital”, de publicar fotos, videos y contar historias de vida.
Por otra parte, el anonimato o los seudónimos, elementos inherentes a la comunicación digital y a las redes, invalidan cualquier compromiso y, según el autor, atacan el sentido del respeto, clave para cualquier tipo de construcción comunitaria. Esto se ve en lo que aparecía algunos párrafos atrás cuando se hablaba del modo en que el enjambre, de repente, ataca alguna figura pública u opina sobre algún episodio en particular. El nombre “técnico” de esto no podría ser más descriptivo: shitstorm, esto es, “tormenta de mierda”. Introdúzcase en los comentarios de prácticamente cualquier noticia que publique algún portal de noticias o en alguna denuncia de un particular contra una persona pública en cualquier red social y verá la tormenta pero más verá la mierda.  
Lo curioso es que los propios medios son los que fomentan este tipo de exabruptos cloacales cuando desde sus propias páginas promueven que el usuario evalúe las noticias de manera estrictamente afectiva y para observar las consecuencias que esto tiene para la política nada mejor que las palabras del propio Han: “La comunicación digital hace que se erosione fuertemente la comunidad, el nosotros. Destruye el espacio público y agudiza el aislamiento del hombre. Lo que domina la comunicación digital no es el amor al prójimo sino el narcisismo” (…) ¿Qué política, qué democracia sería pensable hoy ante la desaparición de lo público, ante el crecimiento del egoísmo y del narcisismo del hombre? ¿Sería necesaria una smart policy (política inteligente) que condenara a la superfluidad las elecciones y las luchas electorales, el parlamento, las ideologías y las reuniones de los miembros, una democracia digital en la que el botón de me gusta suplantara la papeleta electoral? ¿Para qué son necesarios hoy los partidos, si cada uno es él mismo un partido, si las ideologías, que en un tiempo constituían un horizonte político, se descomponen en innumerables opiniones y opciones particulares? ¿A quién representan los representantes políticos si cada uno ya solo se representa a sí mismo?” (Han, B. Ch. En el enjambre, Argentina, Herder, 2014, pp. 75 y 94).
Es la perfecta descripción de un enjambre idiota, porque la gran paradoja es que pudiendo contactarse con todo el mundo a la vez el usuario está cada vez más solo, debe acabar con su intimidad, espectacularizar su yo y entender el espacio público como una sumatoria de narcisos que confluyen anónimamente en el objeto de consumo más elegido circunstancialmente.  En vez de discurso y persuasión hay un clic a un mouse que elige entre una serie de opciones como quien se enfrenta a una góndola.
Por todo esto, si la política va a ser algo que haremos con seudónimos, aislados, sin palabras, en una góndola y en el medio de tormentas de mierda, hay buenas razones para preocuparse, razones que no pueden restringirse a exigirle a Facebook que agregue el botón de “No me gusta”.  


sábado, 23 de abril de 2016

El Frente ciudadano (publicado el 21/4/16 en Veintitrés)

El miércoles 13 de abril, frente a una multitud de seguidores, la expresidenta, CFK, brindó un extenso discurso minutos después de haberse presentado ante el juez Bonadío. El último acto público que la tuvo como oradora había sido el 9 de diciembre de 2015, siendo aún presidenta, de manera tal que la expectativa era enorme. El discurso fue transmitido en una cadena nacional de hecho aunque esta vez, por suerte y por el horario, no se superpuso a ninguna novela ni al programa de Majul. Los análisis sobre las palabras de la presidenta han sido de lo más diversos de modo que será difícil ser original pero, en general, se inclinaron hacia cuestiones de formas o estuvieron teñidos de un enorme sesgo de parte de los mismos que imploran y exigen “el fin de la grieta”. Tratando de eludir esos enfoques quisiera restringirme a analizar un aspecto interesante del discurso, aquel en el que la expresidenta llama a constituir un “Frente ciudadano” lo más amplio posible y con una sola clave de entrada: la pregunta ¿estabas mejor antes del 10 de diciembre?
Como requisito frentista es de los menos exigentes que se haya propuesto dado que se supone que cualquiera que respondiera “sí” a tal pregunta estaría dentro y en boca del gran emblema de la politización de la última década parece un cambio. Nadie dice que esto suponga una claudicación. Más bien se trata de interpelar a otros sectores, aquellos que no fueron hasta Comodoro Py a recibirla, votaron a Macri por diversas razones y hoy se encuentran arrepentidos o decepcionados por las medidas que está llevando adelante la nueva administración.
El peronismo, desde sus orígenes, siempre fue frentista, más allá de que luego podríamos discutir conceptual e históricamente la compatibilidad entre el frentismo y la verticalidad de la construcción. Pero en todo caso, lo que llama la atención es la referencia a la idea de “ciudadanía” pues se trata de una categoría más “legalista”, vinculada a una tradición universalista, socialdemócrata, progresista y de liberalismo igualitarista. En este sentido, el concepto de ciudadanía parece reemplazar categorías identitarias muy caras a la tradición peronista como ser la de “trabajador”, “pueblo” o “nación” y alinearse con uno de los pilares de la construcción política kirchnerista: los derechos humanos. En otras palabras, la bandera enarbolada por los gobiernos de Néstor Kirchner y CFK, dotaron a la perspectiva nacional y popular de un elemento que no estaba presente en el peronismo original y que permitió que en el kirchnerismo confluyeran sectores progresistas que, en algunos casos, hasta son capaces de definirse como antiperonistas. En los últimos años me he interesado por esa identidad kirchnerista dejando de lado la inútil discusión acerca de si esa identidad suponía o no una superación del peronismo. Por ello, quien suela seguir estas publicaciones sabrá que considero que el kirchnerismo tiene una base peronista pero le ha agregado a ello elementos de otras tradiciones más allá de que está claro que en la doctrina social de la iglesia, de la cual abrevó el peronismo, no es posible decir que éstos estuvieran completamente ausentes.
La idea de Frente “ciudadano”, entonces, no es ajena al kirchnerismo aunque sí resulta más extraña al peronismo clásico. De hecho está más cerca de la lógica de “los indignados” europeos que de la tradición “nac and pop” y tiene vasos comunicantes con la idea de “empoderamiento” y de que “cada uno es su propio dirigente” tal como dijo la propia expresidenta en el discurso frente a Comodoro Py. Insisto en que esto no supone ningún juicio de valor sino una descripción que tiene un interés intelectual, más vinculado a la historia de las ideas, y un interés práctico/político vinculado a tratar de desentrañar cuál es el tipo de construcción que CFK pretende para este momento histórico. Pues está claro que los tiempos son otros y, en tanto tal, parece razonable suponer que el tipo de construcción también debiera ser otro. Con todo, hay sectores del kirchnerismo que continúan con recelo ante el “pejotismo” e incluso también hacia algunas formas del peronismo que los sectores progresistas del kirchnerismo igualan al “baronismo” del conurbano o a las presuntas estructuras feudales presentes en algunas provincias. Sin embargo, eso no aparece con tanta nitidez en los discursos ni de Néstor Kirchner ni de CFK. Para ello tómese la recordada frase del expresidente fallecido en 2010: “nos llaman kirchneristas para bajarnos el precio. Nosotros somos peronistas”; y las continuas alusiones de la expresidenta a su pertenencia peronista, a su carácter de militante y a la necesidad de construcciones colectivas. Si bien a priori no es posible afirmar que la exigencia de organizarse colectivamente (lo cual supone, en algún sentido, una renuncia a la perspectiva personal en función del conjunto) se contradiga con las apuestas más individualistas de “empoderamiento” y “ser dirigente de uno mismo”, se pueden encontrar allí, al menos, algunas tensiones en lo que respecta a las tradiciones desde las cuales esas categorías cobran sentido. Tales tensiones no son novedosas ni en sí mismas ni al interior del kirchnerismo pues uno de los aspectos más curiosos de la construcción política que llega a la administración en 2003 es el haber convivido con las tensiones propias de la confluencia de actores cuyas ideologías y experiencias políticas fueron de lo más diversas. Con el kirchnerismo en la presidencia, más allá de cualquier empoderamiento, la conducción lograba que, andando, los melones (y los intereses) se acomodaran solos. Sin “la birome” el escenario es distinto y es atendible que las diferencias se exacerben más allá de que éstas ya habían empezado a aparecer durante la campaña y explican, en buena medida, la derrota electoral.
Con la muerte de Néstor Kirchner y el triunfo en 2011, CFK apostó por un nuevo sujeto político llamado “la juventud”. Ese sujeto “generacional” pero que también suponía la carga ideológica de ser la de los hijos de los ideales de los años 70 que en tanto criados en democracia no veían como posibilidad la resistencia armada, sea por falta de tiempo, sea por impericia, o sea por una campaña de estigmatización como no conocía la historia argentina, no ha podido hegemonizar ni salir ganancioso del último proceso electoral. El pedido de un “Frente ciudadano” no supone  renegar de la apuesta por ese sujeto histórico pero sí parece un llamado a una perspectiva más amplia que no sabemos si es una herramienta electoral o pretende ir más allá pero que, por lo pronto, pretende interpelar, como se indicaba antes, a los que no votaron al FPV pero también a hombres y mujeres de grandes centros urbanos que lo votaron pero no se sienten representados por la militancia más orgánica. Con todo, sea lo que se pretenda que este frente sea, es difícil poder proyectar la forma electoral que podrá adoptar y probablemente no tenga demasiado sentido ponerse a pensar eso en este momento pues ni la propia CFK lo debe tener en mente ya que los estadistas, en política, pueden advertir las tendencias a largo plazo pero en un país como éste la cantidad de imponderables es infinita. 
No creo que sirva mucho pero, mientras esperamos que escampe, tenga a bien recibir estas reflexiones y notas sueltas de quien solo puede plantear algunos interrogantes.               

                 

viernes, 15 de abril de 2016

¿La última carta? (publicada el 14/4/16 en Veintitrés)

Hace un tiempo ya que, desde esta columna, venimos advirtiendo maniobras distractivas dirigidas a la opinión pública y la agudización del proceso a través del cual la moralización de la política se ha naturalizado en las discusiones que solemos ver y escuchar a través de los medios tradicionales y las redes sociales. La apuesta parece ser quién le descubre más empresas truchas al otro, más millones escondidos y más negociados, en una suerte de carrera enloquecida por resolver judicialmente las diferencias políticas. También comentamos hasta el hartazgo que este fenómeno que, en breve, puede derivar en que cuarenta millones de argentinos estemos imputados en algo, no es inocente ni salpica a todos por igual porque regresar a la idea de que la política es corrupta beneficia a los que hacen política sin calzarse el traje de “político” o “partidario”. En otras palabras, con la política desacreditada la política no va a desaparecer sino que la van a seguir haciendo unos señores que, a diferencia de los políticos, no se van a someter a las decisiones de las urnas ni se van a exponer a rendir cuentas frente a la opinión pública.
Pero si nos restringimos a la coyuntura, las últimas semanas han tenido una tensión que pocos preveían. Cuando usted lea esta nota probablemente ya haya declarado CFK en Comodoro Py por la insólita causa de la venta del “dólar futuro”. Digo “probablemente” porque en los momentos en que escribo estas líneas hay un pedido de recusación contra el juez que la cita. Igualmente, más allá de esto, lo cierto es que en pocos días tuvimos el escándalo de los Panamá Papers, la espectacularizada y ansiosa detención de Lázaro Báez y la imputación de CFK por una causa de sospecha de lavado de dinero a partir de la declaración de un muchacho famoso que está preso y una vez dijo una cosa, luego se desdijo, después desdijo lo que ya había negado y ahora nadie sabe del todo qué dijo. Si bien ninguna persona en la Argentina podría afirmar que en el gobierno anterior no hubo casos de corrupción, convengamos que los testigos utilizados por los sectores antikirchneristas, en su mayoría sujetos con prontuarios y condenas varias y graves, no brindan demasiada confianza. Pero hace tiempo que abandonamos, al menos en el terreno de la discusión pública, la búsqueda de la verdad y ni siquiera nos esmeramos en alcanzar atisbos de verosimilitud. Por eso todo vale lo mismo y la veracidad se mide por rating, cantidad de Me Gusta en Facebook o Trending Topics en Twitter. Por suerte, quienes somos parte de esta revista, con nuestras diferencias, tratamos de salir de esa lógica de modo tal que creo más conveniente adentrarnos en la lectura política de esta andanada de denuncias cruzadas pues tampoco hay que olvidar que desde sectores del kirchnerismo se ha denunciado y se ha logrado la imputación de Macri por la aparición de cuentas off shore en Panamá (hasta el momento se encontraron doce empresas del Grupo Macri aunque el actual presidente solo figuraría en algunas de ellas).
Ahora bien, que la oposición denuncie es casi un clásico pero que el oficialismo avance tan salvajemente sobre funcionarios del anterior gobierno y sobre la propia ex presidenta con enorme celeridad, más que independencia y fortaleza, puede mostrar complicidad y debilidad pero, sobre todo, supone un error estratégico. De hecho, debe ser verdad ese rumor que transita hace ya varias semanas y que afirma que hay sectores del macrismo que intentan frenar la citación de CFK. ¿Lo hacen porque negocian impunidad? ¿Lo hacen porque son buena gente? ¿Acaso porque se dieron cuenta que aquello de lo que se la acusa es un delirio? Nada de eso. Lo hacen por razones políticas y creo que ven bien los peligros que esto puede ocasionar para su gobierno. ¿Por qué la citación y el eventual procesamiento de la ex presidenta podrían afectar al actual gobierno? Porque es jugar en un terreno desconocido donde nadie sabe ciertamente cuál será el comportamiento de los actores. No estamos frente a un nuevo 17 de octubre porque la historia nunca es la misma aun cuando parezca retornar; pero tampoco nadie podría afirmar lo contrario. Asimismo: ¿está descartado que haya hechos de violencia si un juez con prontuario decide, al menos circunstancialmente y para deleite de los medios opositores, en un futuro mediato, montar la escena para obtener la foto de una CFK esposada? Lamentablemente no, pues el nivel de conflictividad social está creciendo, la expresidenta es representativa de amplios sectores de la población que ven en esta medida del poder judicial una profunda arbitrariedad y porque desconocemos cómo van a comportarse las fuerzas de seguridad. ¿Usted se imagina qué podría ocurrir si se desata una represión con cientos de miles de personas en la calle? Este tipo de preguntas, algunas retóricas, no deben tomarse como una amenaza aunque quizás sí como una advertencia frente a un gobierno o a sectores del mismo que, o bien por ignorancia o bien por revanchismo, no parecen abonar al diálogo y al reencuentro de los argentinos mientras actúan, como si esto fuera poco, en un contexto de licuación del poder adquisitivo y ataque sistemático a ciertos símbolos y personas representativas del gobierno anterior.
Así, insólitamente, la actual administración, a cuatro meses de haber asumido con un buen porcentaje de votos y una economía con dificultades pero creciendo al 2,1%, parece haberse dirigido, por su propia inoperancia pero también arrastrado por sus odios personales, hacia una situación límite en lo económico, lo social y lo político. Insisto en la inoperancia y el revanchismo porque no acuerdo con aquellos que afirman que el gobierno, maquiavélicamente, está generando su propia crisis para salir de ella a través de un shock.

Pero lo cierto es que no parece haber plan “B” tras el acuerdo con los buitres y se le reza a la “Virgen (liberal) de la Confianza” para que no sobrevengan juicios y que lleguen, por fin, los siempre prometidos inversores. ¿Y si las grandes inversiones no vienen y la lluvia de dólares se transforma en un goteo que viene hacer su renta financiera para luego fugar? Por otra parte, tampoco parece haber plan “B” ni plan alguno en lo que respecta a lo social y a lo político. Todo queda reducido a destrozar, por la vía judicial, al adversario político, al tiempo que al malestar social se le pide paciencia porque “estamos cerquita de bajar la inflación” que siempre sube y a la que se pretende atacar a fuerza de recesión. Más allá de algunas encuestas que darían una baja en la imagen del presidente, encuestas que van y vienen, lo importante es que el gobierno mismo parece haberse ido encerrando y eliminando alternativas frente a una oposición que no le ha puesto palos en la rueda sea por benevolente, transera, necesitada o en proceso de recomposición. No hay gobierno en la historia de la Argentina que haya tenido un campo libre de dificultades porque en casi todos los casos se ha tratado de gobiernos que asumían por la crisis del anterior. Pero para una administración que encontró un país con dificultades aunque mínimamente ordenado, el escenario es de una enorme complejidad y es un escenario en el cual el gobierno se ha metido solito gracias a desmantelar algunas de las conquistas que había prometido no desmantelar y al tipo de soluciones que eligió dar a problemas objetivos que había heredado. Es como si alguien comenzara un juego con un mazo completo de cartas y embroncado rompa alguna de ellas y, con torpeza, pierda otras tantas hasta que le quede una sola. Será difícil jugar así y, sobre todo, hacerlo supondría jugar a todo o nada. Si tomamos en cuenta que a este gobierno le faltan cuarenta y cuatro meses de administración, el riesgo parece demasiado grande como para estar despreocupados.              

lunes, 11 de abril de 2016

Neoliberales papers (publicado el 7/4/16 en Veintitrés)

Los grandes moralistas de la política quedaron boquiabiertos pues mientras machacaban con que la política se divide entre republicanos honestos y deshonestos kirchneristas, aparecieron los “Panamá papers”, una filtración de documentos, aun mayor a la de Wikileaks, donde se pueden encontrar a los titulares de empresas fantasma radicadas en Panamá desde 1977 hasta la fecha. Políticos, empresarios, estrellas del deporte, etc., forman parte de este enorme listado sospechado, como mínimo, de elusión de impuestos. En lo que a Argentina respecta, políticamente hablando, el nombre más importante que allí aparece es, ni más ni menos, que el del flamante presidente de la Nación, Mauricio Macri.
Se trata de una situación profundamente incómoda para el mandatario que, desafiante de los archivos y de la historia personal, insólitamente buscó instalarse a partir de un discurso “honestista”. Naturalmente, el núcleo duro del PRO salió a respaldar al presidente, incluso, la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, que pertenece al partido gobernante, fue puesta allí por un decreto dado que no cumplía con los requisitos de formación y parece que se dedica a denunciar toda corrupción que no sea la de su propio gobierno. En cambio, todo el arco opositor y hasta la denuncista serial, Elisa Carrió, salió a pedir explicaciones. El hecho promete un largo tiempo de escándalo que seguramente será opacado por alguna maniobra distractiva del siempre solícito Juez Bonadío, probablemente, procesando a la expresidenta por la descabellada causa de la venta de dólar futuro.
Pero lo cierto es que esté el actual gobierno en el banquillo o esté el gobierno anterior, ya hay unos vencedores: los defensores de la antipolítica, los que cada vez que proponemos hablar de política responden con las categorías morales del bien/mal o las jurídicas de inocente/delincuente. Ellos ya ganaron mientras buscan presentar la larga década kirchnerista como un mal sueño, una breve y excepcional interrupción en la administración de los verdaderos dueños del país. Y lo peor es que tienen razón porque el kirchnerismo fue una “anomalía” tal como señala el columnista de esta misma revista Ricardo Forster. En la actualidad, cualquier otra cosa que no fuera kirchnerismo supone un regreso a la normalidad lo cual no quiere decir ni que el kirchnerismo “bajó de Sierra Maestra” ni que estuvo exento de vicios o errores. En otras palabras, desde el 2003 hasta el 2015 los que siempre gobernaron este país desde las sombras ganaron mucha plata pero no pudieron tomar las decisiones impunemente como acostumbraban hacerlo. Muchas veces impusieron sus condiciones porque doblegaron al gobierno pero tuvieron que disputar.
Macri es la normalidad, como diría su vocero, el periodista independiente Luis Majul. Pero Massa también hubiera sido la normalidad y el peronismo pasteurizado que está más preocupado por la gobernabilidad del oficialismo que por su rol opositor también es la normalidad. En este sentido, para el establishment de las corporaciones, ahora da lo mismo cualquiera. Eso es finalmente la tan mentada alternancia: que pueda gobernar cualquiera y de cualquier partido pues ninguno va a venir a alterar el mapa del poder real. Y por eso el grupo Clarín se puede dar el lujo de volver a contar historias de vida con gente que no tiene para comer, anunciar que todo aumenta y que la pobreza subió. No lo hacen solo porque el periodismo que hizo campaña por el fin del kircherismo y a favor de Macri deba reinventarse para ocupar todos los espacios siendo, a la vez, oficialista y opositor, según se lo necesite; lo hacen porque el oficialismo no es enemigo de las corporaciones y la oposición que ellos anhelan, y ayudan a constituir, tampoco.
Al presidente no le soltarán la mano tan rápidamente porque una caída estrepitosa o un aumento rápido de la conflictividad social pondría en jaque una planificación geopolítica y una estrategia regional que fue ideada con detalle bastante más allá de nuestras fronteras. Pero hasta pueden permitirse atacar fuertemente al macrismo porque lo que importa es vincular a toda la política con la corrupción, fracturar ese lazo reconstituido de representación que había generado el kirchnerismo con cierta base del electorado. Pues ustedes saben bien que cuando todos los “políticos son lo mismo” quedan los periodistas como guardianes morales de la república.
Por otra parte la gente no vota contra la corrupción. Podrá hacerlo una parte del electorado y circunstancialmente ante situaciones flagrantes pero el mejor ejemplo es que Macri fue elegido presidente estando procesado y María Eugenia Vidal fue gobernadora cuando algunas semanas antes de la elección tuvo que hacer renunciar a su primer candidato a diputado, Fernando Niembro, por un escándalo de corrupción. Los políticos que hacen de fiscales de la república a duras penas son votados para bancas de diputados y tienen pase libre en los gimnasios de la indignación en los que se han transformado algunos set televisivos. Pero no más que eso. No son votados porque el electorado, además de denuncia, necesita gobernabilidad y políticas públicas. En otras palabras, la gente no es zonza y se da cuenta que no va a tener más o menos laburo o un mejor pasar por el hecho de que descubran los chanchullos del gobierno de turno y pide otra cosa. No necesariamente pide discutir modelos de país. No. Creer eso sería un enorme ejercicio de voluntarismo y quedaría falsado por las últimas elecciones en las que buena parte del electorado creyó que el macrismo no vendría a imponer un nuevo paradigma sino que solo vendría a “mejorar lo que está mal”. Pero el ciudadano medio, evidentemente, entiende que los candidatos de la denuncia fácil no sirven para gobernar aunque cumplen un importante rol testimonial, central en las nuevas telenovelas, esto es, en las narrativas del presunto periodismo de investigación que siempre pone a un periodista con cara de intrépido, una camarita oculta y un presentador que cada semana está revelando aquello que está a punto de sacudir al país y nunca lo sacude.    

Ojalá el Poder Judicial avance en la investigación sobre las empresas del presidente pero aun si se comprobaran hechos ilícitos, ello no debiera obturar la discusión de fondo que no es la discusión acerca de si es moral o legal tener una cuenta off shore. Dicho de otro modo, el modelo que aplica Macri se aplicaría independientemente de la moralidad de su ejecutor aun cuando alguien pudiera decir que la evasión fiscal es parte del modelo. Por ello, si alguien le dice que el ajuste actual es por lo que se habría robado el anterior gobierno o si un próximo gobierno justifica su plan a partir de lo que habría robado Macri, le está mintiendo. Para saber por qué se aplican las políticas que se aplican, los “Panamá papers” son un detalle. Lo que habría que revisar son “otros papeles”. Aquellos conocidos como los “neoliberales papers”.    

martes, 5 de abril de 2016

Carta para amigos con convicciones (4/4/16)

Estimados: me he tomado un tiempo sin postear para poder aclarar algunas ideas y compartirlas  en un tono más intimista que el que suelo tener en las notas. Como pocas veces, y disculpen la abstracción, se nos presenta la pregunta por el sentido. Sí, efectivamente, quienes acompañamos, con mayor o menor fuerza, durante años, un proyecto de país, estamos profundamente conmocionados, sobre todo por el hecho de que apenas a 15 años de la crisis más importante de la historia argentina, la ciudadanía, por la vía democrática, eligió un gobierno que, tal como habíamos advertido en plena campaña, lleva adelante un conjunto de políticas de enorme transferencia de ingresos a los sectores más aventajados. Si el nuevo gobierno llegó por sus aciertos y su protección mediática o por los errores en la gestión y la estrategia electoral del FPV no es el punto de estas líneas más allá de que considero que ha habido un porcentaje de ambas. Pero ese resultado nos duele como nos duele la Argentina, esa Argentina que creíamos haber recuperado con orgullo y que había vuelto a darnos un sentido de pertenencia.
Seguramente por esto es que hoy muchos ciudadanos de a pie ocupan las plazas casi como un ejercicio catártico esperando que resurja una conducción política que aglutine y entusiasme. Obviamente, la gran mayoría espera que esa conducción esté en CFK pero también se exige a esa conducción una construcción distinta, más amplia, pues de lo que se trata, parafraseando al General, es de gobernar con todos porque lamentablemente los “puros” nunca alcanzan a ser mayoría.
Pero enfrente existe un plan sistemático de destrucción de todos los íconos y el legado cultural y simbólico del kirchnerismo. En términos generales lo que se busca es desestimar la política y se la sustituye por la moral en ese viejo truco de discutir algún caso de corrupción (que los hay y los debe haber habido, claro) para no discutir modelos de país y el rol del Estado. Así, cualquier política pública redistributiva y beneficiosa se rebate con el gesto adusto de algún periodista que en su media lengua pueda afirmar “pero se robaron todo”.
Luego, la destrucción se restringió a casos puntuales: fueron contra la militancia demonizando a La Cámpora que habrá cometido infinidad de errores y que hasta puede haber sido premiada con espacios que merecían otros militantes pero no son el diablo encarnado y reúne en su seno a decenas de miles de jóvenes que, equivocados o no, tienen convicciones y creen que pueden transformar la realidad a través de la política; luego (ese “luego” no es estrictamente temporal pues los ataques se dieron al mismo tiempo en muchos casos) atacaron a los periodistas que teníamos una línea editorial afín a la del gobierno kirchnerista siempre bajo el latiguillo de los supuestos sueldos altísimos que cobrábamos. En los últimos meses, hasta Hernán Lombardi, Ministro del actual gobierno llegó a afirmar que los sueldos de 678 eran los más altos del país (por si vale la aclaración mi sueldo en 678 durante 2015 fue de 21.000 pesos por mes); y mientras tanto, claro, se atacó y se ataca sistemáticamente a cada uno de los referentes de la última década como para que ni se les ocurra intentar regresar.  
Pero vos que lees esto quizás estás más preocupado por tu realidad cotidiana. Te dijeron que no te iban a quitar nada de lo que tenías y ya perdiste poder adquisitivo gracias al aumento de la luz, del gas, del agua, del transporte, de la nafta, de los peajes, del colegio, de las prepagas y, sobre todo, de la comida. Para colmo puede que te hayan echado y que encima te hayan acusado de ñoqui a pesar del laburo que vos hacías. No alcanzó con que “kirchnerista” haya devenido un insulto gracias a la operatoria mediática del odio. Ahora también vas a perder tu trabajo y encima te van a decir que te lo merecés. ¿Qué hacer frente a todo esto? No lo sé, y quizás haya que aceptar ese “no saber” como parte de una transición hacia algo que tampoco sabemos qué es. ¿Esto significa parálisis? No, claro. Hay que seguir haciendo lo que cada uno crea hasta que se vuelvan a dar las condiciones para el surgimiento de un espacio (que podrá ser el kirchnerismo o alguna formación nueva que lo incluya). Eso sí, hay que hacerlo con cuidado. En este sentido, no hay que dejar de comunicarse, de vincularse, de contenerse. Sí, no hay que despreciar la contención porque el ataque que se está llevando adelante es total: busca una completa destrucción de las ideas que pudieron forjar un colectivo capaz de sostener un gobierno durante 12 años y busca aniquilar cada una de las subjetividades, aniquilar tu yo. Busca que tengas vergüenza de lo que sos y de lo que has sido; que mires para abajo; que no intervengas en las discusiones como si tuvieras una mácula y como si portaras una letra escarlata. Y buscan apropiarse y disciplinar la palabra en todos los niveles.
Asimismo, si bien nunca creí que los medios de comunicación determinaran completamente la conducta de las audiencias, su influencia es indudable y hoy asistimos a uno de los momentos más tristes en materia de programas políticos. Pues se han espectacularizado a tal punto que periodistas deportivos y hasta de espectáculos se han transformado en los guardianes morales de la república en un formato en el que se repite el hecho de muchas personas con posiciones distintas gritando al mismo tiempo. No me molesta que griten. Lo que me molesta es que nos digan que eso es la política y que lo que pasa allí es representativo de la sociedad.
Por otra parte, el caso de las redes sociales es un fenómeno curioso también pues se lo presenta como la panacea de la democracia y no deja de ser la amplificación de las agendas de los grandes medios. ¿Esto significa que hay que abandonar las redes? No, utilicemos su capacidad asociativa pero sepamos que allí no haremos la revolución ni ganaremos la elección. El formato de las redes desprecia la política porque desprecia la palabra y privilegia las imágenes y lo efímero. Funciona como enjambre: no hay estabilidad; todo vínculo es circunstancial y la única relación que se da allí es entre individuos que ponen su atención en algún objeto de odio, como presagiaba Orwell en 1984. Así Twitter nos da cada hora la señal de a quién odiar, sobre qué hay que hablar y, sobre todo, sobre quién hay que opinar. Algún filósofo por allí dice que el soberano hoy es el que fija hacia dónde se dirigen las “tormentas de mierda” que pululan en las redes, esto es, quién determina a quién y sobre qué cosa debe atacar el enjambre. Creo que, en parte, tiene razón.
Disculpándome por la autorreferencialidad, en los años que he tenido un perfil público, especialmente a partir de mi labor en 678, he recibido insultos de candidatos que luego fueron presidentes y agravios de periodistas muy molestos por el simple hecho de que el programa en el que yo participaba hacia un análisis crítico de su labor. Como si esto no alcanzara, a través de las redes, cotidianamente también he recibido insultos y agravios, en la mayoría de los casos provenientes de trolls, esto es, cuentas falsas o usuarios que buscan, de este modo, acallar la voz disidente. En mi caso no lograron que me callara y no creo que lo logren. Sin embargo, últimamente a toda esa carga de animosidad recibida por el simple hecho de pensar distinto al establishment y por decirlo abiertamente se han sumado ataques que, como les decía anteriormente, buscan destruirme a todo nivel, de cara a la sociedad, de cara a mi trabajo, de cara a mis amistades, de cara a mi familia, y sobre todo eso se montó una enorme operación política de desprestigio y una persecución como nunca antes había sufrido. Tales ataques se extendieron a miembros de mi núcleo familiar sin importar que en mi propia familia hay un chico que asiste al colegio primario y que tiene acceso a la redes. Como si esto no alcanzara, recibí amenazas a través de las mismas redes y hasta se publicaron datos personales con el fin de acosarme tanto a mí como a mi familia (pues los datos y las acusaciones también incluían a miembros de mi familia para que ellos mismos sean acosados y escrachados). Nunca he respondido esos agravios ni esas acusaciones a través de las redes porque en todo caso eso debería responderse frente a un juez, si es que así lo requiriera, y sobre todo porque sería contribuir a instalar que lo que sucede en las redes sustituye a la Justicia y a la realidad. Tal contribución sería enormemente perniciosa porque por un momento parecimos haber logrado que mucha gente se diera cuenta que los medios mienten. Sin embargo, hay generaciones enteras que, de buena fe, no creen en los medios tradicionales pero creen en las redes sociales y basta con que alguien (incluso con seudónimo) o un portal de quinta línea, publique alguna noticia, para que se le dé credibilidad y cientos de usuarios comiencen a enjuiciar basándose, claro, en sus prejuicios. Se violan así todas las garantías constitucionales y el Me gusta sustituye a la Justicia.   
Por todo esto es que creo que no solo vienen por el país, por las reservas del BCRA y por los dólares que van a fugar cuando lleguen las siempre prometidas inversiones. Vienen por la destrucción total del trabajo colectivo, del sentido de pertenencia a algo común y de una visión de país. Y vienen, sobre todo, por tu subjetividad; vienen a despersonalizarte, vienen a que te avergüences de lo que sos, a que no puedas salir de tu casa o a que no puedas vincularte con tus amigos ni con los que quieren escucharte a través de las redes. Entonces hay que ser muy cuidadoso y dar los pasos con cautela. No tengo el manual de lo que hay que hacer pero sí sé que hay que seguir dando la pelea por las convicciones sin desprotegerse. Por ello, hagan todo lo que crean que haya que hacer pero cuídense. Rodéense de los que los quieren. Esa es la manera que yo encontré para evitar la angustia que ustedes mismos deben tener. En mi caso particular, y ante la pregunta de qué ando haciendo que muchos me formulan, les cuento que no me interesa participar del show mediático que me invita para que sea funcional a su hipocresía de pluralidad. Puedo hacerlo, no digo que en algún momento entienda que haya que hacerlo y no critico a quienes lo hacen pero hoy, al menos, decido no prestarme. Y también he decidido protegerme interactuando menos en las redes sociales, circunscribiéndome a la publicación de mis notas que son, justamente, los espacios donde creo que puedo decir algo con un desarrollo más o menos razonable. No soy referencia de nadie ni pretendo serlo. Y no es éste un manual acerca de qué hay que hacer. Solo les expuse, con algunas referencias personales, unas reflexiones en las que ojalá puedan sentirse representados. No cesen en lo que crean que se adecua más a sus convicciones. Utilicen la inteligencia y también las intuiciones. Hagan camino al andar estando atentos y aunque no sea importante sepan que más allá de todas las operaciones que puedan realizarme, el acoso sistemático, las persecuciones políticas, las campañas de desprestigio y las formas explícitas e implícitas de la censura, no me voy a callar porque, como ustedes, sé quién soy, tengo una historia y tengo un compromiso. Por todo esto es que pienso que sigue habiendo un sentido y que vale la pena. Por lo que somos y por lo que proyectamos como individuos que también nos sentimos parte de un destino común. Hagamos de la angustia una potencia transformadora sabiendo que los heraldos del odio solo proyectan el odio que se tienen a sí mismos. No se los digo como referente de nada sino como un amigo que los escucha y que les quiere contar lo que siente. Les mando un abrazo grande, sepan que los quiero y recuerden aquellas palabras del filósofo francés Gilles Deleuze cuando decía “No hay lugar para el temor ni para la esperanza: solo cabe buscar nuevas armas”. Dante         


Menos voces en el sur (publicado el 31/3/16 en Veintitrés)

El gobierno de Macri ha decidido desvincular al Estado argentino de la señal de noticias Telesur después de 11 años. La señal pertenece a la compañía “multiestatal”, La Nueva Televisión del Sur C. A., cuyo paquete accionario compartía Venezuela, Cuba, Ecuador, Uruguay, Bolivia, Nicaragua y nuestro país. Tras esta determinación, Argentina se transforma en el primero en abandonar la compañía. Asimismo, las consecuencias de deshacerse de ese 16% de acciones que poseía el Estado argentino país tiene consecuencias directas pues Telesur dejará de formar parte de la grilla de TDA (televisión gratuita con alcance al 80% de los argentinos) y ya no será obligatorio para los cableoperadores brindarle un espacio. En buen criollo: Telesur no se verá más en Argentina.
El argumento del gobierno argentino en boca del Ministro de Medios públicos, Hernán Lombardi, no es sólido. Cuando eso sucede se acude a muchos argumentos como si la añadidura y la cantidad devinieran necesariamente en fortaleza. Sin embargo, en general, el discurso detrás de la nueva administración en torno a los medios suele acudir a dos nociones: la pluralidad y la austeridad. Independientemente de la carga simbólica que tales nociones expresan (la primera más cercana a una tradición posmo/progre bienpensante y la segunda a una tradición tan eufemística como liberal), lo cierto es que en nombre de la pluralidad y la austeridad se están restringiendo enormemente los espacios para voces disidentes. Porque está claro que Telesur tenía una línea editorial alineada a las experiencias de los gobiernos populares de la región. Su slogan era “Nuestro norte es el sur” y desde allí planteaba, con una programación mayoritariamente informativa, una agenda novedosa y “la otra cara” de los hechos. Además, claro está, Telesur, más allá de que en su formato no era muy distinto al de otras señales de noticias, impulsaba cosmovisiones acordes a las nuevas formas de comunicar que los gobiernos populares exigían, desde Chávez hasta CFK, pasando por Correa y Evo. Se trataba de romper con una matriz de representación y mediación que el periodismo, llamemos “hegemónico”, ostenta y se resiste a discutir.
En este sentido, uno de los columnistas de Telesur, el filósofo mexicano Fernando Buen Abad, expresó en su blog: “Hoy por hoy, Telesur es una de las mejores fuentes de información en todo el planeta. (…) Telesur no es sólo una “buena idea” democrática de la televisión, es una decisión política estratégica de envergadura trascendental en la ruta de cambiar los paradigmas informativos que nuestros pueblos necesitan en la construcción de su independencia y soberanía semántica y revolucionaria”.“Hoy por hoy, Telesur es una de las mejores fuentes de
información en todo el planeta. (…) Telesur no es sólo una “buena idea”
democrática de la televisión, es una decisión política estratégica de
envergadura trascendental en la ruta de cambiar los paradigmas informativos que
nuestros pueblos necesitan en la construcción de su independencia y soberanía
semántica y revolucionaria”.
Por razones ideológicas, Telesur tiene entusiastas seguidores y detractores efusivos justamente, quizás, porque nunca ocultó su sesgo, un sesgo tan claro como el que poseen otras señales de noticias como la CNN, solo que, claro está, allí el sesgo aparece revestido de independencia y sentido común. 
La comparación con la CNN viene al caso porque si bien la tradición popular siempre pensó en términos de “patria grande” gracias a la historia y los desafíos en común que tiene la región, los que siempre observaron a Latinoamérica como un todo homogéneo fueron los intereses que la expoliaron y que editorializan uniformemente no solo a través de las cadenas de noticias locales sino a partir de un esquema corporativo de carácter regional. 
 
¿A cuántos ciudadanos representa la perspectiva de Telesur? Según el gobierno argentino, a pocos, porque el canal no tenía mucha audiencia en nuestro país. Si bien un alto o un bajo rating se deben a una múltiple cantidad de factores, aun si efectivamente la perspectiva de Telesur fuera representativa de sectores minoritarios, en nombre de la pluralidad habría que sostenerlo y no quitarlo del aire. En todo caso, sería aceptable un argumento decisionista o de realpolitik que diga: nosotros somos gobierno y Telesur representa una cosmovisión que nosotros repudiamos. Por ello, decidimos que el Estado Argentino deje de formar parte de la señal. Ese sería un argumento más sincero y mostraría que el gobierno también hace política en ese sentido. Pero que en nombre de la pluralidad haya menos voces no parece demasiado coherente.
Lo mismo sucede con el argumento de la austeridad. Más allá de que el propio Lombardi, en una entrevista con Daniel Tognetti, reconoció que todo el gasto que tuvo el Estado Argentino por Telesur en 2015 fue de apenas 300.000 pesos por el sostenimiento de la corresponsalía en Buenos Aires, se trata del mismo argumento por el cual la pauta oficial del gobierno central se discontinuó de modo tal que, salvo los medios grandes y dominantes, el resto ha desaparecido o está en vías de desaparecer. Esto no significa avalar la discrecionalidad de la pauta (existente en el kirchnerismo a nivel nacional y provincial y en el macrismo en la ciudad) ni justificar a empresarios que recibieron ingentes sumas sin que eso redunde en mejores productos ni en trabajo estable. Se trata de advertir que en política de medios, la presunta austeridad de hoy se sostiene en connivencia con los medios más importantes. No hay que ser muy perspicaz para entender el acuerdo: nosotros, medios privados, te publicitamos amablemente las acciones de gobierno y vos, Gobierno, obligado a publicitar tales acciones, prescindís de utilizar dinero público por unos meses hasta que desaparezcan las voces disidentes. Vos te publicitás y nosotros eliminamos la competencia. Parece un buen negocio para ambos. 
Para finalizar, ¿quién puede oponerse a la pluralidad y a la austeridad? El punto es que en materia de medios, y también en materia de derechos en general, el sistema privilegia a las posiciones dominantes y solo una política pública del Estado puede matizar, al menos en parte, esa prepotencia del mercado. Tal política de Estado no puede restringirse a la garantizar la pluralidad en los medios públicos sino que debe tener una mirada general del sistema de medios para detectar qué voces y qué cosmovisiones son privilegiadas. Sin intervenir directamente sobre el contenido de los licenciatarios privados, si éstos impusieran una mirada monocorde, tal como lo hacen, el Estado debe tratar de equilibrar y visibilizar otras voces aun cuando sean minoritarias. De eso se trata la pluralidad, esa que, bajo la recurrencia al latiguillo hipócrita de la austeridad, se va reduciendo cada vez más. 

La distracción perfecta (publicado el 24/3/16 en Veintitrés)

Mientras el Congreso discute la derogación de las dos leyes que le permitirían al gobierno pagarle a una parte de los Fondos Buitre dejando abierta la posibilidad de un reclamo del 93% de los bonistas que habían ingresado al canje, la opinión pública se indigna por una cámara que muestra que en una financiera se cuenta plata y que miembros de la Tupac Amaru retiran dinero de un Banco. Nadie demostró, al menos todavía, que ese dinero se haya robado o que se trate de una maniobra de lavado de dinero pero “ahora dicen” que las imágenes hablan por sí solas cuando, en realidad, hay una voz detrás que está haciendo decir a las imágenes cosas que las imágenes por sí solas no dicen. Algún tontuelo inferirá del párrafo precedente una defensa de los implicados pero no es así. Si allí hubo delitos que vaya preso quien tenga que ir. Solo se trata de llamar la atención sobre la enorme subestimación que se tiene sobre la audiencia y sobre cómo unos señores con micrófono instalan realidad a partir del relato de unos señores que están detrás de las rejas. Paradójicamente, en el país del escepticismo, en el país donde nada ni nadie es creíble, lo único creíble es lo que puedan decir un ex espía sospechoso o condenados por crímenes y por delitos económicos que harían cualquier cosa por morigerar su condena o recibir beneficios a cambio de declaraciones altisonantes.
Pero como la novela detectivesca de “la guita” no alcanza, se hace énfasis en Brasil, no porque lo que allí suceda sea importantísimo para la estabilidad de la región sino para hacer una extrapolación y afirmar que dado que el gobierno de Lula/Dilma es populista y es corrupto, entonces el gobierno de Kirchner/CFK, dado que ha sido populista, también ha sido corrupto. Y todos opinamos sobre el asunto, como suele ocurrir, sin saber. Porque lo que importa en la actualidad es fijar posición sobre todos los temas. No saber. No dudar. No averiguar. Solamente opinar y, si es posible, con vehemencia.
Esta breve introducción no se hace para justificar una teoría conspirativa pero sí para darle algo más de sustento a un accionar bastante frecuente en medios de comunicación: el distraer a partir de la manipulación de la agenda. Dicho más fácil, para orientar a la opinión pública los medios tienen distintas variantes. La más obvia es la mentira lisa y llana pero la más sutil es la decisión acerca de qué es y qué no es noticia; qué es y qué no es digno de ser publicado. Porque la sensación que la audiencia tiene es que los hechos mismos tienen un valor y se “imponen” pero no es así. Se trata siempre de una decisión editorial. Sin embargo, claro está, si usted insiste en que hay hechos que no se pueden pasar por alto déjeme mencionarle una práctica frecuente que bien está ejemplificada en una película mexicana estrenada en 2014 cuyo nombre es “La dictadura perfecta”. Se trata de una parodia que denuncia la relación entre el principal grupo Multimedios de México (entiéndase Televisa) y el poder político. Todo comienza con un exabrupto del Presidente (amigo y con línea directa con el Gerente del Multimedios) frente al enviado estadounidense en una rueda de prensa con todos los medios presentes. Evidentemente, es algo que pareciera imposible de manipular o modificar: el exabrupto existió y a través de las redes sociales se ha viralizado. ¿Qué hace la señal de noticias amiga del Presidente? ¿Lo oculta? No. Simplemente busca algún escándalo que pudiera desviar la atención de la audiencia y, al final del resumen de noticias, anuncia que existió una reunión entre el Presidente de México y el enviado estadounidense. En la película, la maniobra distractiva tenía que ver con una cámara oculta en la que se veía a un Gobernador “macondiano” con un narcotraficante. En este caso, el vínculo era real y “obliga” al Gobernador a viajar hasta la Capital para entrevistarse con el Gerente del Multimedios a quien le ofrece dinero a cambio de ocultar el video. La respuesta del Gerente es la que daría cualquier periodista independiente hasta que finalmente, a cambio de mucho dinero, le ofrece al Gobernador, un “plan integral de lavado de imagen” que incluirá enviados especiales a su distrito. Sin adelantar mucho por si usted no ha visto la película, los periodistas enviados, jóvenes e inescrupulosos ansiosos de ascenso, como tantos periodistas, intervienen y logran la exclusiva sobre un secuestro a dos niñas (que luego se demostrará que había sido armado por el propio Multimedios). El secuestro mantiene en vilo al país durante días y sobre él se monta una enorme escena cinematográfica en la que el Gobernador aparece como el hombre que con decisión política ha logrado dar con las niñas. Naturalmente, nadie habló más del video que lo incriminaba.
Este es un buen ejemplo para comprender lo que bien se describe en el libro El poder de la Agenda, de la investigadora sobre temáticas de la comunicación, Natalia Aruguete. Allí, con extensión y rigurosidad la autora analiza las diferentes fases de lo que se conoce como “agenda setting”, línea que se diferencia de la teoría de la aguja hipodérmica, esto es, aquella teoría de la comunicación que afirma que los medios determinan completa y uniformemente las acciones de sus audiencias. La “agenda setting” no dice que los medios transforman en zombies a quienes los consumimos. En todo caso, acepta que los medios tienen efectos sobre nosotros pero con ciertas limitaciones. Y en este punto es que el ejemplo recién desarrollado viene a colación porque más allá de las diferencias entre los autores, parece haber una coincidencia en cuanto a que los medios no son capaces de imponer qué decir o qué pensar pero sí son capaces de imponer sobre qué vamos a discutir. En otras palabras, no te dicen de qué lado ponerte (más allá de que hacen todo lo posible para que te pongas de su lado) sino que te imponen sobre qué cosa tenés que elegir de qué lado ponerte. Hoy tenés que opinar sobre la cámara oculta tal, mañana sobre la difusión de fotos íntimas, pasado sobre Brasil y la semana que viene sobre si las fracturas que ha producido Carlos Tévez han sido accidentes o producto de la mala intención. Así, mientras vos ya tomaste posición sobre todos los temas de la agenda que te impusieron y creés que formas parte de la comunidad de la comunicación a través de tus comentarios en redes sociales, se consuma la distracción perfecta, aquella que permite que detrás tuyo, sin que lo percibas, pueda pasar de todo: desde elefantes de colores con trompetas hasta la decisión de unos circunstanciales representantes que ponen en riesgo un país y, con él, a varias generaciones de argentinos.        
                           

      

Una "y" en busca de contexto (publicado el 17/3/16 en Veintitrés)

¿Qué es lo que define al periodismo actual? ¿La velocidad? ¿El cinismo de los periodistas? ¿La era de las imágenes? ¿La baja calidad? Probablemente todo eso pero sobre todo, lo que lo define, es la ausencia completa de contexto a la que nos invita y que puede ejemplificarse con lo que llamaré “la ideología detrás de las “y””. Aunque suene raro me estoy refiriendo efectivamente a la partícula lógica “y”, al conector que permite decir, por ejemplo, “Había una casa y un árbol” o “Fuimos al cine y a comer”.
Quien ha hecho énfasis en las “y” como uno de los elementos esenciales para describir el periodismo actual, o el modo en que el periodismo es determinante en la propagación del sentido común en sociedades como las nuestras, es el filósofo Peter Sloterdijk. Para el alemán “El “y” es la moral de los periodistas”. ¿Por qué? Porque lo que hace el periodismo es atomizar, separar la noticia y quebrar las relaciones entre las cosas; instalar que cada átomo, cada noticia, vale por sí misma y se inscribe en una suerte de cinta que las va exhibiendo de a una por vez. Todas valen una unidad y esa es la gran operación cínica. Porque afirmar que todo vale una unidad significa que la “y” ya deja de ser una partícula que permite adicionar cosas para transformarse en aquello que hace que las cosas se conviertan en iguales. Así, es igual la muerte de hoy, el hecho de corrupción de ayer, la pelea de la farándula de la tarde, el estado del clima para el resto de la semana y el partido de Boca. Todo vale uno, por lo tanto, todo vale lo mismo y en tanto tal solo hace falta separarlo por una “y”: hubo un asesinato hoy “y” un funcionario se quedó con dinero del Estado ayer “y” a la tarde se pelearon dos vedettes “y” mañana va a llover “y” a la noche juega Boca.  Esta falta de relación se enmarca en la ausencia total de una narrativa y de un sentido. No hay horizonte ni una línea de continuidad. Solo existen puntos separados sin contexto. En Crítica de la razón cínica, Sloterdijk lo explica así: “Una cosa es “una cosa” y en medio no permite nada más. Establecer contextos entre “cosas” supondría ideología. Por ello, quien establece contextos es despedido. Quien piensa debe bajarse (…) El empirismo de los medios solo tolera informes aislados, y este aislamiento es más efectivo que cualquier censura, ya que a menudo se preocupa de que aquello que está contextuado no aparezca coherentemente e incluso se encuentre con dificultad en la cabeza de las personas. Si no hay contexto ni relaciones cualquiera puede decir cualquier cosa.  Porque ese decir cualquier cosa, que tan bien se refleja en las entrevistas a Durán Barba por ejemplo, se basa en un vaciamiento de sentido de las palabras, una igualación por la que, justamente, todo vale lo mismo. ¿Qué importa decir que Macri es revolución y es de izquierda si inmediatamente nos informan que existe una señora que da de comer a 30 gatos en Villa Adelina y que un niño afgano quiere una remera de Messi?
Pero es más, la igualación y, con ello, el vaciamiento y la banalización de todo sentido, que en el periodismo se expone a través de las “y”, se puede trasladar a un fenómeno que está en pleno auge en los programas políticos de la Argentina comenzando el 2016. No se trata simplemente del “panelismo”, esto es, la instalación de que todo programa tiene que tener un conductor y unos panelistas que discutan sobre todo con indignación y espectacularizadamente; se trata de la cantidad de invitados que rodean al panelismo. En otras palabras, salvo excepciones que son vistas como anacrónicas, los programas políticos de hoy ya no llevan a una o dos personas para dialogar con el conductor sino que llevan al menos media docena de invitados que se suman a la ya media docena de panelistas. Asimismo, como se trata de programas extensos de, como mínimo, dos horas, los panelistas quedan pero los invitados van pasando y a duras penas pueden intervenir, en el medio del griterío, una o dos veces. Así, para locura de los productores, alguno de esos programas, de frecuencia diaria, puede llegar a contar con hasta 25 o 30 personas en escena durante una emisión. ¿Un programa en el que circulan los comentarios y las opiniones de entre 25 y 30 personas no es un culto a las “y”, a la igualación de la mejor y la peor opinión? Si más de dos docenas de personas salen a dar un debate televisivo en “los tiempos” de la TV, ¿es capaz el televidente de recordar qué ha dicho cada uno? Es más, probablemente, el televidente ni siquiera sepa los nombres de los involucrados.
Frente a esto, Sloterdijk le propone al ciudadano un utópico “retiro de los medios masivos” si lo tomamos en sentido literal, o una necesaria toma de distancia, un salirse de esa lógica para poder, desde la lejanía, reflexionar mejor. En sus propias palabras: “[Los medios de información] inundan nuestras capacidades de conciencia de una manera antropológicamente amenazadora. Efectivamente, hay que haber abandonado durante largo tiempo –quizás meses o años- la civilización de medios de una manera total y absoluta para a la vuelta, estar de nuevo centrado y concentrado, de tal manera que la renovada distracción y desconcentración que produce la participación en los modernos medios de información se pueda observar en sí misma. Visto desde un punto de vista psicohistórico, el proceso de urbanización e informatización de nuestras conciencias en la alianza de medios supone el hecho de la modernidad que más profundamente ha incidido sobre nuestras vidas”.
Para finalizar, lo interesante es, además, la conexión que Sloterdijk establece entre esta lógica del periodismo y el capital, conexión que, claramente, nunca debemos olvidar pues este tipo de periodismo es el periodismo propio de la era del poscapitalismo. En palabras de Sloterdijk: “El capital se puede leer tan a menudo como se quiera y no se habrá entendido lo decisivo mientras no se sepa por propia experiencia y se haya absorbido en la propia estructura mental y modo de sentir que vivimos en un mundo que pone las cosas en una relación de falsa semejanza, de falsa uniformidad, de falsa equivalencia (pseudoequivalencias) entre todas y cada una de las cosas, llegando así a una desintegración espiritual y a una indiferencia en la que los hombres pierden la capacidad de diferenciar lo correcto de lo erróneo, lo importante de lo que no lo es, lo productivo y lo destructivo…, ya que están acostumbrados a tomar lo uno por lo otro”.  


Militando el ajuste (publicado el 10/3/16 en Veintitrés)

Podría llenarse una biblioteca entera con análisis y ejemplos de la complicidad de determinados medios de comunicación con distintos gobiernos, incluso gobiernos de facto. Intereses en común explican esta vinculación pero más allá de ello, y sin creer necesariamente que los medios de comunicación tienen la capacidad para determinar completamente las acciones de sus receptores, lo cierto es que todo gobierno (democrático o dictatorial) entiende que necesita una “pata comunicacional”. Desde la Gazeta de Buenos Ayres, fundada por Mariano Moreno para propagar los ideales revolucionarios, pasando por la “tribuna de doctrina” de Bartolomé Mitre, el uso que el peronismo le dio a la radio, el peso que alcanzó la TV a color en plena dictadura, y la importancia que la comunicación política le da hoy a las redes sociales, tenemos ejemplos de relaciones entre partidos, movimientos y referentes de signo político distinto y soportes variados.    
Ahora bien, más allá de esta breve reseña de 200 años de medios de comunicación y a pesar de los pronósticos agoreros, los diarios siguen teniendo un lugar preponderante en el armado de agenda y por ello siempre es interesante examinarlos. ¿Y qué encontramos cuando lo hacemos? Por ahora, un claro acompañamiento a las políticas de tinte neoliberal que incluyen transferencia de recursos hacia los sectores más aventajados producto de una devaluación del 60% y una inflación que se ha duplicado, achicamiento del Estado, despidos en los sectores público y privado, constitución de una Ceocracia y una fuerte campaña de estigmatización hacia los símbolos de la extendida década kirchnerista. Los grandes titulares, las columnas de opinión y la decisión de qué es y qué no es noticiable siguen esta línea pero quisiera centrarme en un conjunto de notas que, a simple vista, parecen “de color” pero subrepticiamente brindan un mensaje que es el que me interesaría desentrañar. En la red social Twitter hay quienes se dedican a llamar la atención hacia este tipo de notas y las agrupan bajo la etiqueta #MilitandoElAjuste así que en honor a ellos titularé así esta nota.               
Usted se dará cuenta rápidamente de qué se trata. Tenga en cuenta, por ejemplo, una nota que se titula “Contra las vacaciones: resistirse al descanso como estilo de vida” (La Nación, 22/2/16) y donde en el interior de la misma aparece un testimonio que afirma: “Alguien tiene que decirlo con voz clara de una vez: las vacaciones están sobreestimadas. Son un automartirio anual”. En este mismo sentido, preste atención a estos títulos: “Se puede despedir y terminar a la vez con la pobreza” (Clarín, 21/2/16); “Para Ferreres es mejor ganar un poco menos pero estar ocupado” (Fortuna, 7/2/16); “Diez años en la misma empresa puede ser un fracaso personal” (Clarín, 19/1/16); “La decisión más difícil: a la hora de despedir, se trata de un ser humano” (La Nación, 15/2/16). Esta última nota afirma en su “bajada”: “Tanto en la empresa como en el sector público, la desvinculación debe ser llevada adelante con cuidado extremo”.
Resulta demasiado evidente que notas como éstas buscan instalar en la opinión pública un clima favorable a la política de despidos y a la exigencia de flexibilización y pauperización del trabajo que disminuya los costos laborales tal como exigen sectores empresariales. Las vacaciones aparecen así como una “imposición cultural”, si permanece estable en un trabajo usted es un fracasado y si lo despiden es para terminar con la pobreza. Además, lo invitan a conformarse con ganar menos y le piden que esté tranquilo pues cuando lo echen lo van a tratar (casi) como un ser humano.
Por si esto no alcanzara, preste atención a este editorial de Jorge Oviedo en La Nación, el 15/2/16. Le transcribo el párrafo entero pero haga especial énfasis en el pasaje que sigue a la frase “comienzan a ser obligados”: “¿Cuántos episodios inflacionarios harán falta en la Argentina para que se aprenda que el fenómeno es puramente monetario? ¿Que se trata de oferta y demanda? ¿Que las cosas se desmadran cuando los operadores, que no son otros que los ciudadanos, los jubilados, los trabajadores, los obreros, comienzan a ser obligados a tener más pesos que la cantidad con la que se sienten cómodos, y entonces los cambian a toda velocidad por otras cosas, bienes, servicios, monedas, sabiendo que pronto esos pesos valdrán menos?”
¡Qué particular enfoque! ¿Lo notó? Para el autor, los que menos tienen se incomodan (SIC) cuando tienen muchos pesos en el bolsillo algo que por alguna razón insondable no sucede con los que más tienen, no sabemos si porque les corresponde por naturaleza tener más o simplemente porque acceden a pantalones con bolsillos más anchos. (Asimismo, no hace falta decirlo, debe haber sido algún gobierno populista el que, a contramano de las leyes naturales de la economía (según la tradición monetarista, claro), obligó (SIC) a los pobres a tener más dinero en el bolsillo).   
Pero déjeme avanzar en otro conjunto de notas cuyo mensaje es algo más sutil: “El turismo virtual no para de sumar millas” (La Nación, 17/1/16); “¿Compartimos el wi-fi?” (La Nación, 13/2/16); “Vivir en 30 metros cuadrados: una tendencia que crece entre los porteños” (Clarín, 23/12/15); “Marucha, un corte alternativo y económico para el asado” (La Nación, 25/2/16); “Volver al ventilador: el mejor aliado para combatir el calor y la crisis energética” (Clarín, 31/12/15); “Comprar alimentos más baratos y menos ropa, las formas de ahorro más elegidas” (Clarín, 24/2/16).       
Aquí no aparecen los despidos sino “La crisis”. La crisis sobrevino, no es de nadie. Se produjo, sin responsables. El año pasado no había devaluación ni inflación del 40% ni despidos y ahora sí, sin embargo, ninguna de esas notas dice por qué la gente elige “viajar” a través de su computadora y no en persona; por qué vive en 30 metros cuadrados e intenta disminuir costos compartiendo el wi-fi con un vecino y pagando a medias; por qué prefiere el corte marucha y las segundas marcas, y por qué ha dejado de comprarse ropa y de usar el aire acondicionado. El lenguaje sin responsables es caro al liberalismo económico, aquel que cree que las leyes de la economía son naturales. Desde esta perspectiva, los economistas (liberales) tienen la misma precisión que la de un científico natural. Así, de la misma manera que nadie es responsable de la ley de gravedad parece que nadie es responsable de las decisiones económicas que empobrecen a muchos y enriquecen a pocos. Sin embargo, este tipo de mensajes no hacen desaparecer la responsabilidad sino que la transfieren. Sí, efectivamente, en un lenguaje canchero, tuteando y con algunos términos prestados del inglés, de repente te dicen que vos podés estar mejor en la crisis. Si no lo estás es tu entera responsabilidad. No debés quejarte ni rebelarte contra las decisiones de política económica que se enmascaran detrás de las leyes del mercado. Debés acomodarte a los nuevos tiempos. Viví hacinado que es una “tendencia” y usá el ventilador que no es un tarifazo lo que te están clavando sino, simplemente, una crisis energética que, entre todos y solidariamente, vamos a superar. Si no podés sobreponerte a este momento que simplemente “acaeció” es porque te falta ingenio o esfuerzo. Al fin de cuentas, bien podrías comerte una marucha, compartir el wi-fi, viajar por todo el mundo virtualmente y usar la ropa que te compraste el año pasado. ¿No?

       

       


El nuevo mapa político (publicado el 3/3/16 en Veintitrés)

“¿Usted está de acuerdo con la reforma del Artículo 168 de la Constitución Política del Estado para que la Presidenta o Presidente y la Vicepresidenta o el Vicepresidente del Estado puedan ser reelectas o reelectos por dos veces de manera continua?”. Quédese tranquilo que no estoy abogando por un “Macri eterno”. Se trata, simplemente, de la pregunta del referéndum constitucional boliviano que se celebró el domingo 21 de febrero y que había sido impulsado por el gobierno para dejar abierta la posibilidad de que Evo Morales y Álvaro García Linera pudieran volver a presentarse como candidatos a presidente y vice, respectivamente, en las elecciones que determinarán quién ocupará el Palacio Quemado a partir de 2020. El resultado, que tenía carácter vinculante, arrojó un ajustado triunfo del No (51,39% contra 48,69%) y significa, sin dudas, un paso más hacia lo que pareciera ser una reconfiguración del mapa político de Latinoamérica. Con todo, cabe hacer algunas salvedades: el resultado no deja de ser exiguo si se toma en cuenta que el MAS gobierna Bolivia desde 2005 y además se da en un referéndum, consulta donde lo que suele suceder es que electores enormemente diversos acaban aglutinándose detrás de un sí o un no para, al día posterior, volver a disgregarse. En otras palabras, un referéndum de este tipo favorece la polarización pero no garantiza que esa polarización pueda sostenerse cuando se voten candidatos. Naturalmente, la oposición al MAS presentará este resultado como un camino inexorable hacia el fin de Evo Morales pero en su foro interno sabrá que será muy difícil trasladar automáticamente ese 51% a un candidato opositor, pues lo único que los reúne es el voto contra Evo y contra las reelecciones (casi) indefinidas pero no más que eso, al menos, por ahora. En cambio, quienes votaron por el Sí, probablemente, votan por Evo independientemente de si ese voto supone una reforma constitucional. Quieren que siga Evo y entonces votan lo que Evo pide, lo cual, por cierto, no es para nada irracional.
Como solemos decir en esta revista, desde una perspectiva amplia, tiene sentido hablar de “gobiernos populares” en Latinoamérica y allí incluir a referentes con trayectorias, construcciones y experiencias políticas de lo más diversas y que, en todo caso, tienen en común haber sido la respuesta a las demandas populares tras la larga década neoliberal que gobernó la región durante los años 90. Pero Chávez no es Kirchner, ni Lula es Correa, Ni CFK es Evo porque Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador y Bolivia, si bien comparten un pasado común, tienen dinámicas políticas propias. Y a su vez, de todos estos procesos, puede que el boliviano sea el más radical, en el sentido de que logró unir, con éxito, a un dirigente sindical aymara con un intelectual neomarxista que estuvo preso acusado de participar en acciones guerrilleras. En uno de los países más pobres de la región, el “populismo” del MAS alcanzó un inédito crecimiento sostenido del PBI, acumuló reservas, generó políticas de inclusión y tuvo la capacidad, no sin tensiones, claro, de poder liderar los heterogéneos espacios y las heterogéneas identidades de la plural Bolivia generando, a su vez, una Constitución enormemente original que hasta el día de hoy sigue siendo objeto de estudio y faro para asentar las bases de un nuevo tipo de Estado.
Sin embargo, también es verdad que hay elementos comunes a los procesos por los que deben atravesar estos gobiernos populares. No solo tienen en común que sus adversarios parecen extraídos de la misma matriz, sino que hay una dinámica vinculada a las formas de liderazgo y a la política económica y social de los gobiernos populares que parece generar las propias condiciones de destrucción del proceso. Por supuesto que no lo decimos en los términos marxistas de una necesidad histórica, pero tanto en Argentina, como en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Brasil hay al menos dos elementos a resaltar que han sido inherentes a los procesos históricos que se desarrollaron fuertemente desde el comienzo del siglo XXI en la región. El primero, que en Argentina lo conocemos bien por haber transitado el peronismo, es el problema de la sucesión del líder; y el segundo podríamos explicarlo sintéticamente así: los gobiernos populares tienen más resistencia en las clases medias y sin embargo son los que más han contribuido al crecimiento y al fortalecimiento de esas mismas clases medias que luego los rechazan.
Sobre la primera cuestión, la experiencia histórica no permite ser demasiado optimista pues de hecho, buena parte de la turbulencia política de la década del 50, 60 y 70 en la Argentina tuvo que ver con la disputa acerca de quién o quiénes serían los ungidos por “el General”. Con menos dramatismo, sin proscripciones y sin sangre derramada, en la actualidad, el resultado de las últimas elecciones también puede leerse como parte de un proceso que tenía como principal dificultad la ausencia de referentes que pudieran hacerse cargo del legado kirchnerista. Si esto se debió a limitaciones de los aspirantes o a mezquindades de la conducción poco importa. Lo cierto es que a pesar de conocer, ya desde 2013, que era imposible una nueva reelección, el kirchnerismo no quiso/no logró/no supo/no pudo construir un heredero. La situación de Chávez fue similar más allá de que el hecho de saberse con una enfermedad terminal hizo que ungiera públicamente a su sucesor (algo que puede servir para ganar elecciones pero no necesariamente para sostener la gobernabilidad y aplacar las internas). Correa también tiene dificultades para seleccionar un sucesor y parece estar obligado a jugar sus cartas hacia una nueva reelección. Y la única excepción en este sentido parece haber sido la de Brasil, en la que Lula y Dilma pusieron funcionar como un “matrimonio político” independientemente de las enormes dificultades de gobernabilidad por las que atraviesa nuestro vecino país. 
En lo que respecta al segundo aspecto, pareciera tratarse de una paradoja irresoluble pues una fuerte inversión pública, el fomento del mercado interno, políticas sociales inclusivas y un Estado presente en materia educativa y salud, han generado ascenso social. Y sin embargo, esos sectores que se han visto favorecidos han elegido, con el correr de los años, a candidatos que promueven políticas contrarias a esas conquistas. Probablemente la llave del asunto está en que “clase media” es una categoría cultural y no económica. Esto significa que no tiene sentido decir “si alguien gana un peso más que tanto es de clase media y si gana un peso menos que tanto es de clase baja”. Si bien dentro de la clase media hay muchas “clases medias”, buena parte de estas clases medias son antipopulares salvo cuando la crisis económica las golpea de lleno. De aquí que el “piquete y cacerola la lucha es una sola” que sonaba en 2001, haya sido un encuentro absolutamente circunstancial que apenas algunos años después volvería a su tensión histórica, aquella en la que la clase media entiende a la protesta social y a los excluidos como un problema de tránsito.
No se me ocurre cómo los procesos populares pueden eludir este fenómeno que históricamente ha puesto límites a este tipo proyectos y no me satisface abogar por una abstracta necesidad de “brindar la batalla cultural” más allá de que algo de lo que allí pueda incluirse seguramente brinde alguna respuesta. En cuanto a la problemática de la sucesión en los liderazgos fuertes, bien podría discutirse hasta qué punto es posible avanzar en cambios radicales sin ese tipo de referentes pero independientemente de cuál sea la respuesta, nos guste o no, las sociedades occidentales de la actualidad mantienen cierto recelo hacia la posibilidad de mandatos que se extiendan indefinidamente o por largo tiempo. En este contexto, Evo Morales tiene una ventaja: le quedan cuatro años para ayudar a erigir un sustituto que demuestre que, si bien lo que se ha hecho en Bolivia ha sido posible por un hombre, la única garantía de que ese legado sea estable, es, justamente, que sea capaz de trascender la vida de ese hombre.