Quedó claro que la estrategia electoral del actual
oficialismo fue exitosa: con Cristina sola no alcanzaba y sin Cristina no se
podía. Entonces se fue a buscar a quien acercara entre 10 y 15 puntos de los
sectores moderados y se ganó. Ahora bien, la pregunta que tras casi 10 meses de
nueva administración aparece es: ¿la moderación que sirvió electoralmente es
igualmente útil para gobernar?
Digamos que ese perfil abierto a consensos amplios y en un
tono no confrontativo fue celebrado por la mayoría de la sociedad al menos en
los primeros meses de la pandemia. “La foto” de Alberto, Rodríguez Larreta y
Kicillof tratando de gestionar una crisis sanitaria y humana con pocos
precedentes se entendió como un gesto de la clase política ante un desafío tan
grande que merecía poner entre paréntesis cualquier disputa. A favor de la
moderación podría señalarse también el mantener unido un Frente que en muchos
casos agrupó dirigentes cuyo común denominador no era mucho más que el terror
ante lo que había en frente. Porque no debe ser fácil surfear entre
cristinistas, massistas, intendentes, gobernadores, movimientos sociales, etc.
cuando no hay un “albertismo” y tu rol parece ser el de administrador de la
disputa entre facciones que no se reproducen sino que se están peleando aunque
todavía lo hagan en relativo silencio.
Sin embargo esa moderación empezó a “hacer ruido” adentro
entre militantes pero también entre dirigentes que consideran que “Horacio” no
es un amigo y que con Magnetto no te podés sentar en la mesa con una sonrisa.
Si bien en general impera la responsabilidad partidaria y la idea de que no es
el momento para críticas fuertes, es una realidad que muchos observan de reojo
esos gestos más allá de que algunos se ilusionan con que se trate de una
estrategia o, simplemente, el cumplimiento de la función por la que Alberto fue
ungido.
Y los “peros” se agudizan cuando se ven los resultados porque
la moderación que puede haber servido para dar cuenta de situaciones como las
antes descriptas, no ha funcionado para avanzar en cambios estructurales. Tal
como lo hemos repetido aquí varias veces, hasta el día de la fecha y a
diferencia de los gobiernos anteriores, independientemente del color político y
de la valoración de lo realizado, lo cierto es que el actual gobierno no avanzó
en una medida que suponga una transformación de lo que había. No pudo con
Vicentín; la suspensión de la ley de movilidad jubilatoria perjudicó a
jubilaciones desde 20000 pesos y no generó beneficios sustanciales para los de
la mínima; las 60 medidas económicas que estaban por llegar todavía no llegaron;
la reforma de la justicia, dicho por la propia vicepresidenta, no es la reforma
radical que habría que hacer, y la ayuda brindada a los sectores más afectados
por la pandemia ha sido importante pero no se destaca entre las más generosas
si lo medimos en porcentaje de PBI con otros países. ¿Quiere decir que el
gobierno no ha hecho nada? Claramente no es eso lo que intento decir pero en lo
que hago énfasis es en que lo que se ha hecho es administrar la escasez con un
sentido más o menos redistributivo pero no mucho más que eso.
¿No se avanza porque no da la correlación de fuerzas, por
negligencia o por la convicción de que éste es el camino correcto? Dejo la
pregunta abierta pero lo cierto es que habiendo ganado en primera vuelta y con
un congreso en el que hay números para imponer condiciones, ni siquiera se pudo
lograr al día de hoy el aporte excepcional para las 12000 grandes fortunas. Es
muy poco para un gobierno que ganó en primera vuelta con el 48% de los votos y
que fue votado por sectores moderados pero que fue votado para que cambie lo
que había sin moderación alguna. Parece paradójico pero casi la mitad de los
argentinos no eligieron al gobierno para que realice una serie de arreglos
cosméticos: votaron para transformar radicalmente el escenario que había dejado
el macrismo. Si esos sectores no alzan la voz hoy en día no es por estar de
acuerdo con el camino seguido sino por tener la virtud de la paciencia o por
cálculo político en el mejor de los sentidos, máxime cuando observa que la
alternativa es atemorizante.
Y si hablamos de lo que hay del otro lado, podría decirse que
la moderación del oficialismo no funcionó como espejo pues al menos hasta ahora
vemos que Juntos por el Cambio pero, sobre todo, las usinas culturales desde
las cuales se construye la oposición en la que luego, circunstancialmente, se
encastran determinados nombres propios, ha optado por una agenda radicalizada.
En este punto recuerdo aquellas declaraciones de Dady Brieva hace unos meses
cuando indicó que si cualquier acción del gobierno iba a ser valorada como
“camino a Venezuela”, una opción podía ser avanzar efectivamente “hacia Venezuela”.
Ni Brieva ni quien escribe estas líneas promoveríamos ir hacia el modelo
venezolano pero lo que el humorista estaba exponiendo era que el gobierno no
debía aceptar ese “chantaje” porque la consecuencia sería una administración
estática. Es que para la oposición el problema es el signo político del
gobierno y no las acciones que realiza. Se ve en las marchas y ya lo hemos
dicho. No se protesta por tal o cual medida. Se protesta porque se perdió la
elección. De ahí que todo sea “Venezuela”.
Para concluir, el gobierno tiene entonces un desafío enorme.
La moderación no le está sirviendo para avanzar en la línea de lo que sus
votantes esperan de él porque del otro lado no hay predisposición para el
consenso. Lo que sí avanza es el descontento entre los opositores pero también
entre los propios que no están buscando chavismo pero sí están esperando un
proyecto de desarrollo, una propuesta consistente que tenga claro que no se
puede hablar de “inclusión” si tenés 60% de los chicos pobres, paritarias que
no vuelvan a perder poder adquisitivo y, por qué no decirlo, mejoras para una
clase media que también ha votado fuertemente a este gobierno y que, sin
embargo, se sigue viendo perjudicada. Sin dudas hay sectores ultra dentro del
gobierno que creen que hay que hacer la reforma agraria pero muchos otros
apenas se contentarían con que se revise “ganancias” y los dejen comprar 200
dólares para ir a Brasil, esto es, que el gobierno no toque más a la clase
media y decida enfrentar a los sectores que hacen de este país un país cada vez
más desigual. No se trata de expropiar ni de realizar la revolución jacobina
sino al menos de intentar meterle el dedo en el culo a quien corresponda. Hacer
eso implicará una gran reacción de los afectados pero evitar hacerlo no ha redundado
en una reacción menos histérica. Y a su vez, continuar con la moderación puede
generar que mientras te putean los adversarios también te puteen los propios
porque te votaron para otra cosa.
Antes que ir al choque, siempre es mejor avanzar con la mayor
cantidad de consensos pero parafraseando la frase citada en un principio,
podría decirse que sin la moderación no se puede. Pero con la moderación sola
no alcanza.